02/05/2017 – La Palabra de Dios viene a iluminar nuestra vida. Jesús se nos hace cercano en la eucaristía y nos invita a ser cercanos con los demás. Hoy damos gracias por esos hermanos que nos han acompañado en momentos de dificultad para descubrir que también nosotros estamos llamados a cuidar la vida.
La gente dijo a Jesús: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo”. Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”. Ellos le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Jn 6, 30-35
La gente dijo a Jesús: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo”.
Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”. Ellos le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”.
Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
Jn 6, 30-35
En la eucaristía tenemos la presencia del resucitado, el Señor quiere quedarse con nosotros, lo prometió y lo cumplió. En la eucaristía y en el sagrario, ahí está Jesús el pan de vida. Es una presencia que nos alimenta.
Así como el alimento se incorpora al que lo come, la eucaristía nos incorpora a Dios, nos diviniza y nos hace poder decir eso tan real de Pablo a los Gálatas ” no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
El cielo se hace presente aquí en la tierra con este pan vivo bajado del cielo. Por eso cuando nosotros adoramos, no nos alejamos de la tierra. Miramos al cielo, pero a este cielo que está en medio de nosotros que da fuerza a nuestro caminar y nos hace hermanos.
Encontrarnos con Jesús es encontrarnos con el pan de vida que da vida. A la vida hay que cuidarla y acompañarla, ayudarla a que crezca. Y a eso lo hace Dios con la colaboración del hombre. Necesitamos cuidar nuestras vidas, irradiarla y contagiarla. Es un tiempo donde tenemos que decirlo claramente: celebrar la vida. Celebrar la vida es honrarla, compartirla y celebrar no solamente mi vida sino también la de los otros. El discípulo de Jesús es un militante de la vida, entonces tiende puentes de encuentro. Somos trabajadores de esta misión ala que el Señor nos llama: Él es el pan de vida, y a través de nosotros, puede seguir acompañando la vida.
Nosotros podemos seguir a Jesús y ser sus discípulos si somos capaces de hacernos pan. Jesús quiere partir y repartir el pan. Los primeros cristianos llamaban a la eucaristía la “fracción del pan”. Y dicen los de Emaús que “lo reconocieron al partir el pan”. ¿A nosotros nos pueden identificar por cómo partimos el pan?. ¿Nos hacemos cargo del hermano?
Acompañar la vida ayudando al otro, con respeto, poniendo al otro en el centro. A veces hay dos maneras, Hch 32: cuando Pedro y Juan curan al paralítico y le dicen “no tengo ni oro ni plata, en nombre de Cristo levántate y camina”. El texto dice que primero le pidieron “míranos”. Es decir, le devolvieron la dignidad, lo hicieron sentirse importante. Además, el texto dice que lo tomó de la mano, pero fue el paralítico quien saltó.
Hay otra manera muy distinta de ayudar que es cuando me pongo yo en el centro y yo lo levanto, yo lo pongo de pie, y al final, no lo dejo crecer, no le devuelvo la dignidad.
Estamos llamados a cuidar la vida del otro, que es favorecer y hacer que sean los otros quienes se pongan de pie. Quienes formamos parte de esta familia tenemos una hermosa misión: cuidar y acompañar la vida.
¿Hay algo más tierno y común que un pedazo de pan?. Así como Jesús comenzó su existencia en la tierra siendo un niño frágil, lo mismo con la eucaristía. La divinidad de Dios no apabulla sino que se acerca. El Rey mendiga nuestra compañía. Lo mismo nosotros con la vida del hermano. Quitarnos las sandalias porque estamos pisando tierra sagrada. No gritar, susurra. Cuidá la vida, pero no te adueñes de la vida del otro. El silencio del sagrario es más elocuente: siempre está, pero nos espera. Se arrima y acompaña nuestro caminar, pero deja que nosotros vayamos haciendo el proceso.
El cuidado de la vida merece nuestra mayor creatividad. Es Dios el primer creativo, que se hizo niño para estar cerca nuestro.
Padre Alejandro Puiggari
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