La fecundidad, signo de la casa de Dios

martes, 26 de mayo de 2009
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Estuvimos transitando sobre las huellas de la intimidad, este llamado que cada uno de nosotros posee en lo más profundo de su sentir. Estamos invitados, te diría que casi inevitablemente, a vivir nuestros días desde la intimidad. La intimidad, ese espacio interior que sólo a pocos abrimos, pero que tanto bien nos hace compartirlo. La intimidad, ese lugar que, si lo vivimos desde el amor y lejos del miedo, nos lleva al puerto seguro de una vida feliz.

Te invito a que subamos, escalemos un poquito más este trayecto vital que juntos vamos compartiendo. Nos vamos a dirigir por el abundante y copioso paisaje que nos depara para todos, para cada uno, la inmensa posibilidad que tenemos de regalar vida. Me estoy refiriendo a la fecundidad. Fecundidad no implica necesariamente la posibilidad de engendrar un hijo, sino que hacemos referencia a la capacidad de entrega de amor que engendra vida en los demás, que los enciende, que los motiva, que los alienta, que los anima. Ésta es la fecundidad sobre la cual nos queremos referir en esta noche.
Es verdaderamente doloroso encontrarse con una triste realidad de personas que viven su existencia como algo aburrido, algo plano. Este sabor a aguas estancadas o esta pura rutina. Lo reflejamos en frase como “Realmente, no sirvo para nada” o, por ejemplo, “El día de ayer fue igual al que tuvimos hoy”, “Hago muchas cosas, pero no encuentro satisfacción profunda”. Obviamente que todo esto es manifestación de que claramente la experiencia de vivir es una experiencia de vivir sin dar fruto.
Gracias a Dios, la realidad no es de un solo color porque nos encontramos con hombres y con mujeres que, por cierto, nos miramos muchos y ellos viven con profundidad su valor como persona, porque saborean su existencia como un regalo y ven siempre nuevas oportunidades de entregarse, dándole vida a lo que tocan, a lo que hacen. Dice Jesús: “Los que permanecen en Mí y yo en ellos dan fruto en abundancia”. Dice también en Juan 15: “La gloria de Mi Padre está en que den mucho fruto y sean Mis discípulos”. La propuesta de Jesús es clara y concreta: permanecer en Él para dar frutos en abundancia. Su plan, su proyecto para nosotros, su proyecto para vos es muy ambicioso, pero no irrealizable. El proyecto de Dios es: el Padre se engrandece cuando damos frutos y lo seguimos a Jesús.
Queremos transitar por este lugar de la fecundidad. ¿Cómo vivo yo el llamado de Jesús a la  fecundidad? ¿Lo vivo experimentando una nulidad personal? Esta realidad que te comentaba recién de “No sirvo para nada”, “¿Yo qué voy a dar?”, “¿Qué puedo entregar yo si no tengo nada para dar?”. ¿O lo vivo desde este otro lugar: regalo vida, aunque sea con gestos pequeños? Ésta es la consigna.

Me gustaría retomar un punto a través de una pregunta que me parece que puede ayudarnos: ¿Por qué esta sensación de una fecundidad anulada? Esto de “no puedo entregar nada” o este sentimiento de sequía interior donde nada puede crecer. ¿Te lo preguntaste alguna vez? Creo que la pista puede ser un elemento que actúa muy fuertemente y de manera muy común en nosotros: el miedo. Sí, el miedo. Y en este camino de la fecundidad, el miedo se manifiesta de dos formas. Por un lado, la esterilidad y, por otro lado, la productividad.
Te invito a que podamos analizar el miedo como un obstáculo de nuestra fecundidad, de ese llamado que nos hace el Señor. Y, si nos llama, es porque Él nos ha dado, por más que no lo podamos percibir muy claramente, esta gracia de la fecundidad.
La esterilidad, la primera manifestación del miedo- no hablamos de la esterilidad física, aunque porque el hombre es un ser integral, no podríamos descartar su acción en esta dimensión-aparece como una respuesta al miedo. Nos sentimos rodeamos de amenazas: deudas por pagar, sin trabajo, mi hermano se separó de la mujer, mis hijos no me respetan, mi madre sufre una fuerte enfermedad. Amenazas que vamos sintiendo: no estoy bien con mi esposo, con mi esposa, con mis compañeros de trabajo, no estoy a gusto. Y, con estas amenazas que nos rodean, nos cerramos en nosotros mismos y nos vamos aislando. Y cuanto más crece el peligro, más me voy encerrando y más me voy colocando fuera del alcance de los demás.
Son formas de autoprotección muy naturales en nosotros, pero que en realidad nos van volviendo estériles. ¿Por qué? Porque unido a los otros yo podría ser más fructífero.
Esta experiencia de la esterilidad, es decir, sentir que no doy fruto, que soy inútil, que estoy quedado, como si fuéramos por el camino y nos inmovilizáramos, nos quedáramos parados y no podemos avanzar y ver nuevos paisajes, esta sensación interior de esterilidad es la sensación de no estar realmente vivo, esta sensación de andar por inercia en la vida, de andar movidos por la inercia del tiempo y la circunstancias, esta sensación de sentir incapacidad de dar vida a los demás y eso nos termina frustrando. Esta sensación de “Me encuentro con las manos vacías” a la hora de ofrecer algo, “¿Qué puedo ofrecer de mí?”. Sin embargo, el Espíritu de Dios es creativo, me tengo que convencer de eso. Lo otro es lo que yo siento, es la experiencia del miedo que me deja quieto, que me hace sentir estéril. Pero el Espíritu de Dios es creativo y se expresa siempre de nuevas formas de vida. Y es así que, cuando el miedo mata ese Espíritu, nos aferramos a esto que tenemos y eso nos lleva a detener todo el avance y el crecimiento. No permitimos que la gracia de Dios constantemente, cada día, pueda fluir libremente en el corazón y en la vida y en el tiempo que voy viviendo. Estoy parado por el miedo que me hace sentir la experiencia de la esterilidad.
La otra forma de expresión del miedo es la productividad. Sí, a través de ella voy haciendo cosas. El miedo como esclavizante no sólo nos puede llevar a la esterilidad, sino también lanzarnos a una productividad desenfrenada. ¿Por qué? Porque la productividad desenfrenada es como que nos da una cierta notoriedad y nos ayuda, a través de hacer cosas, nos ayuda a alejar este miedo de ser inútil. Por eso, es importante que estemos atentos, en toda nuestra vida, a diferenciar entre el llamado a vivir una vida fructífera y la productividad, ya que un producto es algo que hacemos, pero un fruto es un don que se recibe.
El peligro de la productividad es que, a través de hacer productos- coches, casas, libros, conseguir amigos poderosos, influencias eficaces- muchas veces nos convencemos de que somos lo que hacemos. Vale aclarar que este sentido de la productividad no es una equivocación ni algo que tengamos que despreciar. Al contrario, le puede dar brillo a nuestra vida. El problema está cuando el valor como seres humanos está dependiendo de cuánto hago o el éxito que tengo en lo que hago. Habrás escuchado esto de “Hola, ¿qué tal? Éste es Juan, que ha escrito algunos libros que influyen en muchísima gente. Deberías leerlo”. O por ejemplo “Ésta es Johanna, que es una gran chef. Trabaja para grandes cadenas de hoteles”. O “Éste es Tito, conductor del ciclo televisivo más renombrado de la televisión”. A veces, hacemos depender lo que somos de lo que hacemos. Te invito a que te puedas preguntarte: ¿En cuál de estas dos formas del miedo te ubicás vos, ubicás tu fecundidad? ¿Te sentís estéril en este aspecto? ¿El miedo no te permite entrar en contacto con los demás? ¿O te sentís constantemente haciendo cosas, produciendo, en la productividad? ¿En esta manifestación del miedo, de la productividad: “Hago cosas por miedo a sentirme inútil”?

Es clave descubrir dónde está parado el corazón para descubrir el plan al que el Señor nos llama. Sabemos que estamos llamados a la fecundidad, que no es un invento teórico. Es un llamado. Y también vos habrás sentido esa necesidad de ser fecundo. ¿Por qué un padre y una madre dan vida a un hijo? Porque es el fruto del amor, porque el amor es fecundo. Entonces, si la fecundidad es vivida desde el miedo, vamos a experimentar que tenemos nuestra vida controlada por la esterilidad y la productividad. La esterilidad: este sentirnos cerrados a los demás, secos interiormente. Y productividad: hacer, hacer, hacer, por un gran miedo a no sentirme útil. Estos caminos nos llevan al agobio sin fin, a una gran insatisfacción garantizada. La fecundidad pertenece al orden del amor. No pertenece al orden del miedo. Por eso, es tan gráfico y claro: la fecundidad en el amor que se tienen los esposos, en el hijo, es la expresión más grande de esta fecundidad, de este amor matrimonial.
¿Cuándo se revela esta fecundidad en la morada del amor? Este misterio se hace visible cuando nosotros nos decidimos a abandonar nuestros intentos de controlar la vida y nos arriesgamos a que ella nos vaya revelando sus propios movimientos interiores. Nos va a impactar si nos dejamos sorprender por el amor de Dios porque Él es fuente de vida y porque Él nos invita a confiar en Él. Una clave para que podamos vivenciar la fecundidad es este abandonar nuestros intentos de controlar todo y dejarnos sorprender, especialmente, por el amor de Dios.
Te invito a que mañana digas “yo voy a tratar de no controlar nada, voy a dejar mi vida en las manos de Dios, a la Providencia para que Él me vaya mostrando lo que Él quiere en mi historia, en mi vida”. Durante, por lo menos un día hagamos la prueba y vamos a descubrir frutos abundantes. Los frutos los vamos a descubrir como dones: no como algo que yo fabrico, que yo hago, que yo puedo ir repitiendo, sino que los frutos de la fecundidad son dones que son recibidos y esto es lo que lo diferencia de los productos. No está en el hecho de hacer poco o mucho, sino dónde está nuestro corazón al momento de hacer. Yo pensaba en una madre que desde que se levanta hasta que se acuesta, tiene cuatro o cinco hijos, tiene que hace un montón de cosas. Y la pregunta es: ¿vive una productividad desenfrenada o vive una gran fecundidad en todo lo que va haciendo? Y depende de dónde esté ubicado nuestro corazón. Esto es la vida fructífera.
Y esta vida fructífera tiene tres cimientos muy firmes. Uno de ellos es la vulnerabilidad, el otro la gratitud y el otro el cuidado.
Para tener una vida fructífera más dispuesta al fluir de la gracia en nuestro corazón, es necesaria la vulnerabilidad. Es decir, no va a haber frutos mientras, sintiendo miedo de los demás, nos armemos y vivamos una vida defensiva, porque construimos muros, portamos armas y escudos protectores que no nos van a permitir confesar nuestra debilidad y nuestras necesidades a los demás con quienes se puede en verdad dar verdaderos frutos. ¡Cuánto sufrimiento tiene en su origen nuestra incapacidad para confesar nuestros errores y para pedir perdón! Decíme si los cambios más radicales en las vidas de las no se dan cuando encuentran el coraje para confesar sus más grandes vergüenzas o su inmensa culpabilidad, cómo todo de desactiva, cómo caen los muros cuando aprendemos a pedir perdón, cuando manifestamos que somos imperfectos, cuando nos mostramos tal como somos- vulnerables- frente a los demás. El camino de Dios es el camino de la debilidad: Dios que se hizo pequeño y vulnerable, no se apegó al poder divino, sino que se hizo uno de nosotros y murió clavado en una cruz, murió como un delincuente, como un ladrón. Y el fruto de esa existencia que para muchos puede ser pobre y fracasada, ¿cuál es? La Vida Eterna, que la disfrutamos todos y que la van a disfrutar todos los que crean en Él. El Señor ya nos ha mostrado cómo el camino de la vulnerabilidad, de la debilidad es un camino que también nos lleva a dar frutos. No cerrarnos en nosotros mismos, animarnos a compartir lo que somos y lo que tenemos.
Vamos ahora a la gratuidad. Nuestra preocupación constante en nuestra sociedad por el éxito hace que matemos constantemente la gratitud de espíritu, porque la sociedad nos va presentando como un ideal la independencia y el valerse por uno mismo. Por lo tanto, la gratuidad va a aparecer como un signo de debilidad. ¿Por qué? Porque la gratitud presupone un deseo de reconocer nuestra dependencia de los demás y que estamos necesitados de su ayuda. Una clave para salir de ese lugar es la historia conmovedora sobre la gratitud, que es la Multiplicación de los Panes. Multitudes hambrientas, Jesús busca que se les dé algo de comer. Andrés, uno de sus apóstoles, muestra esta actitud temerosa que todos tenemos y trae lo poco que tiene. Pero intenta guardarlo para poder comerlo entre ellos. Jesús toma lo poco, agradece al padre y los entrega. Jesús ve en estos productos escasos dones preciosos de Dios y  que pedían a gritos ser compartidos gratuitamente. Aquí se produce el cambio, el paso de la muerte a la vida. ¿Cómo termina toda esta historia? La abundancia será, una vez más, el signo de la Casa de Dios. Signo de la Casa de Dios porque desde ese lugar tenemos que ser nosotros fecundos. En este punto hablábamos de la gratitud, el ser agradecidos, descubrir que todo lo que existe es don divino y fruto del amor que nos ha sido entregado libremente por Dios. Cuanto más palpemos este íntimo amor de Dios, que nos va creando, que nos mantiene y que nos guía, más vamos a poder percibir sus dones y más vamos a poder disfrutar y saborear de la vida.
El último punto es el cuidado. Necesitamos para vivir de manera fructífera cuidar del ambiente, de estos frutos débiles y vulnerables para que crezcan fuertes en nosotros y lejos del miedo. Que el miedo no sea lo que nos atrapa, que no nos domine para que podamos prevenir la productividad desenfrenada y podamos mantener esta actitud de gratitud por sobre la tentación del comercio del “yo te doy, pero vos me das”. Y por sobre todo, para que podamos permanecer en el amor. “El que permanece en Mí y yo en Él da mucho fruto”, nos dice Jesús. Es ése lugar en el que tenemos que ubicarnos, esa morada, la morada del corazón del Señor. Por eso, la educación y la formación y la curación son formas de hacer que estos frutos vayan creciendo y se vayan desarrollando.

LA VIANDA

La vianda viene muy cargada de promesas, con muchos dones, una canasta llena de dones para compartir con nosotros, un gran tiempo del Espíritu Santo y un ánimo que nos da Éste. “En Camino a Pentecostés” junto al Padre Juan Cavero, de la Provincia de Mendoza, viceasesor nacional de la Renovación Carismática Católica.
Vamos a comunicar: Dios cumple su promesa y nos envía el Espíritu Santo. Estuvimos viendo las maravillas que Dios hace en nuestras vidas, pero, cuando uno nace con un don, hay que cultivarlo.
 La realidad que nos interpela como discípulos y misioneros. El Documento de Aparecida ya nos invitaba a estar en esta gran sintonía con el Espíritu Santo, por eso, es que los pueblos de América Latina y el Caribe viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que afectan profundamente nuestras vidas. Como discípulos de Jesucristo nos sentimos interpelados a discernirlos signos de los tiempos a la luz del Espíritu Santo para ponernos al servicio del Reino, anunciando por Jesús, que vino “para todos para que tengan vida y para que tengan en plenitud”, en Juan 10, 10 nos invita a tener esa mirada. Por eso, vamos a intentar desarrollar estos dones porque lo necesitamos. Siempre insistimos que venga el Espíritu Santo para que nos quiten asperezas, las falsedades, las rutinas. Es decir, Dios nos dio el Espíritu Santo el día de nuestro bautismo, también en la confirmación. Estos dones tenemos que ponerlos al servicio de la comunidad. ¿Y cómo ponerlos? Yo me imagino en esta parada, camino a Pentecostés, recordar que tenemos el don de Sabiduría y recordar en un platito la sal. La sal que representa el don de la Sabiduría. La sal da sabor. Con la Sabiduría de Dios muchos hermanos y hermanas nos ayudan a superar los momentos desabridos entre nosotros, pero también el Entendimiento. Podemos poner una vela encendida o el cirio pascual. Es una luz encendida para que con su entendimiento puedan leer los signos de los tiempos y la cultura. Es la gente que necesita ser escuchada, acogida y Dios acude en la necesidad de estos hijos e hijas a través de hermanos y hermanas a quienes ha concedido este don de aconsejar, de acoger. Podríamos hablar de la Fortaleza, este don. Una cruz, “lleven la cruz de Cristo, carguen con ella” con la Fortaleza del Espíritu, porque ella tiene fuerza de redención y salvación. Pero, también podemos ver un recipiente de agua, el Espíritu es fuente de agua viva, que Él nos dé el  don de Ciencia para que nos purifique de toda nuestra ignorancia, para que podamos conocerlo con pureza de corazón y pongamos todos también este don al servicio de la vida. Podríamos hablar también de la Piedad. La conocemos como el incienso, que el Espíritu nos dé el don de Piedad para que no olvidemos la oración de alabanza y nuestra oración suba a Dios como el incienso. Y hablar del Temor de Dios. Podemos tomar una Biblia, leer la Sagrada Escritura y dejémonos- como Jesús- conducir por el Espíritu Santo y no nos apartemos de los caminos de Dios. ¡Qué maravilla, queridos hermanos, poder mirar la comunidad! Es el tiempo del Espíritu. Y poder hablar al Padre por Cristo en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos conduce, nos educa y podríamos hablar de algún aprendizaje. Aquí podemos ver que vamos aprendiendo guiados por el Espíritu Santo y, es verdad, Él nos guía, ya nos ha anticipado. Escuchemos de nuevo la Palabra de Dios, que es la luz, gozo en nuestro camino cristiano. “Nosotros hemos conocido el amor- nos dice en Primera de Juan- que Dios sostiene y hemos creído en Él. Dios es amor y a Él pertenecemos. El que permanece en el amor permanece en Dios y permanece en Él”. Por eso, querida familia, en un encuentro renovado con Jesucristo y en Su Pascua hemos conocido el amor de Dios, que nos tiene, en Cristo crucificado y resucitado. Hemos comprendido la fe, que “Dios es amor” y hemos creído en Él con plena confianza. Podríamos hablar finalmente en esta etapa de conocimiento, de apropiarnos de Jesús, que la Iglesia, que nos engendra y cura maternalmente, nace y vive de esta fe, podríamos hablar de la Trinidad Santa, es el origen, el modelo de la meta de la Iglesia que peregrina en nuestra historia. Ella es también la fuente más pura de nuestra alegría. Esta alegría consiste entonces en que el espíritu humano halla reposo y una satisfacción íntima en la posición de Dios Trino, conocido por la fe, amado en la caridad que conviene y viene de Él.
Querida familia, usted que es muy mariana y va recorriendo el camino en comunión, este Espíritu Santo lo vemos permanentemente para revitalizar nuestro apostolado cotidiano. No nos podemos quedar afuera, se viene Pentecostés. Imagínese ese camino que estamos realizando en una parada para alimentarnos. Es bueno ver el Espíritu Santo que nos guía y nos anima-actitudes concretas. Como María, humildes y felices creyentes en Cristo. Como María, testigos alegres de la misericordia de Dios. Como María, servidora abnegada de los pobres. Como María, miembros vivos de la Iglesia. Podríamos decir qué vamos aprendiendo guiados por este Espíritu Santo. Hemos caminado con entusiasmo, esfuerzo y constancia en nuestras comunidades, en nuestras parroquias. Y también con desalientos, crisis, resistencia a los cambios espirituales, de programación. Pero aún con interrogantes e incertidumbres, experimentamos la gracia del paso de Dios. Muchos frutos reconocemos al repasar toda la luz de la fe. Pero tantos hermanos y hermanas que esperan con entusiasmo este Pentecostés, no dejemos de lado que también los frutos del Espíritu Santo tienen que hacerse notar bajo la luz de Pentecostés. ¡Qué maravilla, querida familia, poder recobrar fuerza, ánimo, a pesar de que los signos de lo tiempos hoy nos marcan pasos que no nos hacen felices en nuestra Patria! Pero, sin embargo, recobremos el ánimo que ya nuestros obispos, el Santo Padre nos invitan a mirar en estos signos de los tiempos, que tenemos a la luz del Espíritu Santo, que tenemos que prepararnos en nuestras comunidades.
-Yo me quedo con algunas imágenes: la de platito con la sal, la del incienso, la de la fuente con agua. Realmente creo que nos puede ir sirviendo para descubrir cuál es la que quizás en este tiempo nos va haciendo más falta, pero, sobre todo, nos va preparando el corazón para recibir todos estos dones que el Señor quiere que en última instancia se transformen en fruto en nuestra vida y sea n verdaderamente fecundos.