La Felicidad, ¿Una utopía?

sábado, 13 de febrero de 2010
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Ven Espíritu Santo, derrama en mi interior una profunda fe para que pueda reconocerte. Dame la gracia de aceptar que de verdad estás  aquí conmigo en este momento. Quiero estar en tu presencia sabiendo con certeza que no me abandonas. No puedo confiar en mi mente tan pequeña porque tu presencia santa es mucho más grande de lo que yo podría razonar o entender. Ven Espíritu Santo, ven Ruha Santa. Tampoco puedo confiar en mi sensibilidad porque tu presencia supera todo lo que yo podría sentir y tu amor es mucho más que lo que puede percibir mi corazón. Por eso te ruego que hagas crecer mi fe ya que solo con la mirada de la fe puedo descubrirte y gozar en tu presencia. Ven Espíritu Santo. Ven a hacerme descubrir en este día qué es la felicidad, cómo puedo ser feliz. Ven Espíritu Santo a armonizarme, a serenarme, a pacificarme, a llenar de luz todo mi ser. Ven Espíritu de Dios. Ven a través de la poderosa intercesión del corazón inmaculado de María. María, Reina de la Paz, ruega por nosotros y por el mundo entero.

 Dijimos que hoy íbamos a hablar un poco sobre qué es la felicidad. ¿La felicidad es una utopía? ¿Es una utopía la felicidad?
 Primero digamos una cosa muy importante, qué no es la felicidad. La felicidad no es un producto que otros puedan fabricar para nosotros, una realidad, material.  Sentirse feliz es independiente de las circunstancias, de las cosas materiales, no está sujeta a compra y venta, sometida al trueque. Es una realidad inmaterial. Una realidad espiritual. Para que haya felicidad debe haber realidades espirituales concomitantes dentro de nuestro organismo interior. Estas realidades que vamos después a enumerar son al mismo tiempo síntomas y causas de felicidad. Ellas nos dan el aviso de que hay felicidad y son simultáneamente fruto de la felicidad profunda de nuestro organismo. Saulo de Tarso, que después sería San Pablo, eximio discípulo de Gamaliel, que condensó en sí mismo las antiquísimas sabidurías griega y hebrea que florecieron, rejuvenecieron, y adquirieron nueva vida con la primitiva sabiduría cristiana, sintetizó estos elementos, estas realidades espirituales designándolos por los nombres de:
• Amor
• Alegría de vivir
• Paz
• Paciencia
• Benignidad
• Bondad
• Fidelidad
• Mansedumbre
• Dominio de sí

Vamos a ver cada uno de estos nueve signos, pero pongamos la máxima atención porque gran parte del provecho de mañana depende de la buena voluntad de hoy. O sea que yo lo que les pido es que traten de poner atención  a todo esto.
 El primer signo es el Amor. ¿Y qué es el amor? El amor es la capacidad de dar y de seguir dando sin término. Amor a los demás. Acogerlos y brindarse a ellos. Aunque haya contrariedades, incomprensiones. No hablamos del mero amor del sentimiento que es caprichoso e inestable sino de un amor superior que a su vez genera el amor del sentimiento que está por encima de el. Es como su medida, su patrón, no su dependiente. Este formidable cargamento es signo de gran fuerza interior. El corazón que está enfermo, por el contrario, necesita constantes alicientes, estímulos, excitaciones vanidosas para decidirse a tomar parte en el bien del otro. A una persona enteramente feliz le resulta prácticamente fácil amar. Por otra parte, amar es una usina inacabable de felicidad. La vida es propiamente una expresión, no una retracción. Eso es amor. El amor es la dinamis del ser, el motor, la fuerza.
 El segundo signo es la Alegría: Es un estado interior cuyo nombre es más bien gozo o alegría de vivir. No es un estado de exaltación constante, lo cuál nos traería indefectiblemente cansancio y nos llevaría a un esfuerzo ansioso. Esta alegría es simplemente la satisfacción profunda de uno mismo. La satisfacción de estar viviendo. La alegría engendra en nuestro círculo de fuego las ganas de vivir, las ganas de hacer, ganas de conocer, satisfacción profunda de andar, hablar, trabajar, regocijo que salta desde el interior, júbilo inexplicable, risa que brota saltarina como una fuente vive en nuestro centro pero no se queda allí. Puja para salir, para emprender el camino, engendra en nuestro círculo de fuego las ganas de vivir, ganas de hacer, ganas de querer, hablar, trabajar, emprender la vida con optimismo y plena salud mental. Con esta alegría en mi corazón la vida es propiamente una expresión, no una retracción. Disfrútala, sin apuros, sin prisas, ni psicológicas ni de reloj, sin ansiedades, disfrútala.

 
Seguimos buscando el camino de la felicidad para descubrir si realmente se puede ser feliz, si la felicidad es una utopía, si las utopías nos ayudan a movernos, a avanzar, a caminar.
Descubrimos que hay varias barreras, digamos así, que no nos permiten ser felices y que tenemos que destruir porque se interponen entre la felicidad y nosotros.
Una de las barreras es la barrera del “No puedo”: en lugar de esta barrera abriremos un ancho camino que se llamará “puedo”, ya que ya mismo vos no pensarás más “no puedo” y simplemente en tu interior dirás “puedo”. Y también lo dirás en la boca, para afuera, cuando se dé la primera ocasión. Si puedo, se puede, yo puedo. Claro, seguramente más de uno que está escuchando en este momento dirá que si supiera los problemas que yo tengo, soledad, vicios, enfermedad, abandono, disminución, física, falta de trabajo, hijos con cáncer, droga, accidentados, presos, fracasos o cuántas cosas más. Yo te digo que tu situación no es pero que otras que he conocido y que conozco, Quizá ni se le asemeje en gravedad a ellas, pero aunque las superara, yo te diría tranquilamente, que a pesar de eso, y con todo eso,  y quizás por todo eso, vos podés ser feliz. Claro, vos vas a decir ahora mismo “puedo ser feliz”, decilo ya, yo lo espero, me quedo a esperar que lo digas, decilo. No pienses que vamos demasiado rápido. Confía, dilo, puedo ser feliz. Trata de no detenerte en dudas, aleja todo pensamiento contrario. Dios quiere que vos seas feliz. Simplemente vos puedes ser feliz. Decilo, pensalo, sentilo. Descansá en tu interior. Cerrá los ojos, relajate, olvidate de toda situación penosa. Vos sos persona y eso es suficiente, sos hija, hijo de Dios. Dios es tu Padre, tu creador. Te ha creado  en forma original, única e irrepetible. Te ama incondicionalmente. Sentí que podés ser feliz. Hacelo. Vos podés hacerlo. Centrate en tu interior. Vos naciste un día, y al nacer, con vos nació este designio irrevocable y triunfal de ser feliz. Dios quiso que vos seas feliz. Vos podés serlo. Vos podés. No pongas trabas. La primera traba es no creer que podemos ser felices. Creemos muchas cosas, pero no lo básico en la vida y es que podemos ser felices. Hay como una resistencia interior a creerlo. Cada sufrimiento de la vida han dejado una huella y ellas han ido acentuando la convicción en nosotros de que no podemos ser felices. Por eso vamos a hacer algo práctico. Por un tiempo te vas a olvidar de todo lo que se opone a ser feliz.
La felicidad es un estado íntegro y profundo de la entera personalidad. Espíritu, psiquis, cuerpo.
• No depende de factores extraños. Si por dentro somos felices no puede haber ninguna circunstancia externa a nosotros que pueda destruir o perturbar la felicidad.
• No depende del dinero, si no, todos los ricos serían felices y todos los pobres desgraciados, pero sabemos que no es así.
• No depende de la salud. Conocemos a muchos con salud de hierro que sufren más que muchos enfermos. Sabemos de muchos de estos que tienen una felicidad contagiosa.
• No depende del lugar donde estemos. Los testimonios de algunos hombres encarcelados por su fe nos indican que también en la cárcel se puede ser feliz.
• No depende de los otros. Todos los seres humanos felices no son felices porque estén rodeados de seres excepcionalmente buenos, amorosos. Están rodeados de las mismas personas que nos rodean a vos y a mí. Viven en este planeta. Tienen mujer, hijos, o no, tienen  amigos, enemigos.

Hay una acentuada creencia general en que no podemos ser felices lo cuál provoca hoy un estado patológico, colectivo, neurosis social, resentimiento, hostilidad, agresividad, competencia destructiva, guerras, críticas, rumores, envidias, celos. Si esto provoca tanto mal es porque se trata de una creencia mala y errónea por eso hay que desecharla. Por otra parte, es una ley de la naturaleza que todo ser tiende a aquello que puede conseguir. La naturaleza nos hubiera hecho una broma macabra si hubiera puesto en los seres tendencias irrealizables, antinaturales. Vegetales, animales y seres humanos tenemos tendencias y en orden más elevados aspiraciones e ideales todos realizables. La planta las aspiraciones de nutrirse, crecer, beber, los animales de reproducirse, de moverse, los seres humanos, todo ello y además de afrontar realizaciones colectivas e individuales y sobre todo ser felices. Es también ley de la naturaleza que seamos felices, por lo tanto es antinatural no ser felices. Y si alguien alega que la naturaleza está deteriorada para alcanzar felicidad debe saber que el ser humano está protegido para ello por el poder de Dios que sobreabunda donde nosotros no alcanzamos. La enfermedad no es lo propio del ser humano. No lo es. Lo natural es la salud, por eso la buscamos y la cuidamos. Nunca procuramos estar enfermos, salvo que estemos muy enfermos de la psiquis. Tampoco es lo propio del ser humano la desgracia o la infelicidad. Es natural la felicidad, por eso la buscamos y la cuidamos. Nunca procuramos ser infelices. La infelicidad es una enfermedad básica fundamental. No es lo justo, no es lo que corresponde. Es parte integrante de nuestra sustancia humana el hecho de ser felices. Debemos ser felices. Lo natural es lo que normalmente puedo. Es lo sano. Si no soy feliz estoy enfermo, pero debo estar sano. Lo natural es ser feliz, no es extraordinario que sea feliz, es lo natural, lo que normalmente puedo. Poder ser feliz es lo natural, es mi normalidad, puedo ser feliz, es ridículo pensar que no pueda ser feliz. Puedo ser feliz, por eso hemos quitado la primera barrera que es el “No puedo”.
 La segunda barrera es el “No quiero”: la segunda barrera que debemos destruir es aún más profunda que el No puedo, y es el “No quiero ser feliz”. Cualquiera podría pensar que esto es absurdo, que no es cierto que alguien no quiera ser feliz, pero la experiencia nos ha enseñado que es un caso muy frecuente, casi diríamos el más frecuente, que una persona, quizás por resentimiento consigo misma o con otros, quizás por represalia, inconcientemente no quiera ser feliz. Esto, sin embargo, merece ser explicado mejor. Debemos entenderlo bien. Diríamos que por más que nos esforzáramos, si una persona no quiere ser feliz nada podríamos hacer por ella para que fuera feliz. Es importante que vos quieras ser feliz. Sí, es muy importante. Muchas personas no son felices porque están en busca de infelicidad. Lo primero es decidirse a procurar ser feliz, ponerse en disposición de ser feliz. Esto es muy importante. Deben disponerse a realizar una poda en su propia casa. Deben producirse cambios de actitudes y de criterios en su vivir. ¿Ya se lo han dicho a sí mismo? Sin esta purificación inicial es inútil o mejor diríamos, sin esta disposición inicial al cambio es inútil. Entonces les pedimos a ustedes esta disposición del ánimo fundamental, una docilidad, una apertura. Ella consiste en afirmarse a sí mismo esto: “Quiero ser feliz”. Si en mí hay barreras, renuncio a ellas, si en mí hay malas razones o malos sentimientos que me lo impiden, renuncio a ellos. Si mi corazón se ha endurecido rechazo ese endurecimiento y quiero ablandarlo. Quiero creer, quiero ser feliz, me ablando, me dispongo, quiero. Hay muchas personas que no son felices porque ellas desean, buscan, quieren, consciente o inconscientemente, ser infelices. Este querer puede ser totalmente inconciente, pero esta inconciencia se da en diversos grados, en diferentes niveles, hasta llegar al caso límite en que una persona puede llegar a elegir la infelicidad para su vida con toda claridad. Por ejemplo, hemos hablado con alguien explicándole la causa de su infelicidad, hemos llegado al punto en que reconoció que esa era la causa de su infelicidad pero no se decidió a abandonarla, a dejarla, como si estuviera consciente y libremente sometida a esa causa. O sea, prefería ser infeliz pero no abandonar eso que le provocaba infelicidad. Alguno dirá, esta persona está loca, y nosotros contestamos no y sí. No, porque era una persona común, que razonaba perfectamente, tenía su trabajo bien cumplido, instrucción suficiente, inteligencia en un buen nivel, pero al mismo tiempo si, porque toda persona que ha perdido su centro no es cuerda. Toda persona que ha perdido su paz, su equilibrio, no es normal, Ella ha puesto en el centro un hecho fortuito, secundario, como si fuera lo esencial en su vida. Ha roto la esencialidad, ha roto su vida, no puede ser feliz. ¿No hay acaso quienes por no ceder el resentimiento se oponen a una reconciliación que cambiaría sus vidas? ¿No están dispuestos a perdonar por ejemplo? ¿No es cierto que algunos viven acusándose a sí mismos para tapar la culpa de otros que pueden ser sus mismos padres o algún hijo? Y otros, ¿no es quizás que por no admitir un error no vuelven a su patria o a su hogar aunque tengan que ser parias para siempre? Bueno, esto es muy frecuente, más de lo que creemos.
¿Por qué  hay tantas personas que no son felices? Yo diría que las causas más frecuentes son:
• La Culpa
• El complejo de culpa
• El sentimiento de culpa
• El no quererse
• El no aceptarse
• El no asumirse
• El no amarse
• El no mirarse como te mira el Padre Dios Creador
• El no aceptar el propio proyecto de vida: mi pasado, mi identidad, mis raíces, mi historia personal, familiar, mi presente, mi trabajo, mi ocupación, mi figura, mi cuerpo.

En fin, la culpa. El pecado existe. Se trata de un hecho voluntario por el cuál yo elijo el mal en lugar de elegir el bien. Hago el mal, lo produzco, sea para otros o para mí. Doy la espalda al bien y a todo lo bueno. Doy también la espalda a mis semejantes y me doy la espalda a mí. En un hecho trascendente como un asesinato o intrascendente como un pequeño hurto, robo, chisme malediciente, es casi inevitable que yo lo haga alguna vez o muchas y esto trae por consecuencia un asilamiento, un sentimiento de desagrado, una impureza de conciencia que hiere en la medida en que esta continúa siendo pura. Hay quienes, para no sentir la herida de esa impureza matan todo lo puro que resta en el alma y entonces ya queda sin fuerzas para revelarse, para formular lo que sería una sana denuncia. Esto nos hace mal. Existe el pecado. Aunque también existe para los que lo buscan y simultáneamente el perdón, la reconciliación, la paz, la sanación, la liberación. La consecuencia de nuestra falla, que es falla, quebradura, en nuestro propio edificio, es que a veces aceptamos la infelicidad como un auto castigo. Creemos que debemos pagar de esa manera. Así me decía un moribundo de cáncer: “Quizás no entendemos que el perdón de Dios realmente perdona y por eso  tampoco nos perdonamos a nosotros mismos”. También podemos aceptar la infelicidad como una justificación. Sabemos que estamos actuando mal en nuestra vida, o que actuamos mal en el pasado pero la infelicidad nos proporciona un motivo de autocompasión por lo tanto la infelicidad nos da una vía de escape a la mala conciencia. Decimos: bueno, al fin y al cabo estoy sufriendo así es que no soy tan malo, mi sufrimiento lo prueba, mi dolor me hace bueno y me justifica. Por otra parte, la infelicidad nos ofrecer razones para actuar mal. Decimos: estoy nervioso, todo me sale mal, soy desgraciado, veo todo oscuro, tengo derecho a tener ataques de rabia o a tomármelas con alguien, o a no trabajar. Hay también acciones que son malas pero nos gustan. Preferimos perder todo con tal de no abandonarlas. Sucede con el alcoholismo, la drogadicción, la obesidad provocada por gula, todo tipo de acciones compulsivas, el adulterio, la infidelidad, la desidia, la pereza, la degradación sexual, etc.
Y también está el sentimiento o complejo de culpa, porque una cosa es la culpa auténtica, porque inevitablemente es compañera del pecado, de la mala acción voluntaria, y otra el sentimiento de culpa. Este pude actuar independientemente de la culpa verdadera y aparecer aún cuando no haya culpa. Significa simplemente que nos sentimos culpables. Siempre hay una marcada desproporción entre este sentimiento  y los hechos que lo provocaron, hasta un punto en que a veces es muy difícil determinar que hecho produjo en realidad ese sentimiento. Suele ser como un escozor flotante que persiste latente y amenazando y que en la primera oportunidad propicia, con razón o sin ella, hace su entrada en la vida. La infelicidad puede ser un medio de ahogar este sentimiento de culpa y un alivio para el mismo. Por ejemplo, hemos sido agredidos sexualmente en nuestra niñez. Al serlo, nuestra conciencia rechazó el acto horrendo pero nuestro cuerpo sintió los efectos placenteros y contradictorios del roce. Hemos supuesto que sin habérnoslo con confesado hemos consentido con ese acto malo, por tanto, si hoy somos sexualmente gozosos nos sentimos mal, preferimos ser desgraciados en esa área para certificarnos a nosotros mismos hoy que ayer era imposible que hubiéramos tenido placer porque nuestra conciencia no consintió con el acto malo. Otro caso, no queremos confesarnos un odio hacia nuestro padre o nuestra madre por tanto, mientras no nos lo hemos confesado, tampoco hemos perdonado y disuelto ese hecho que nos hizo odiarnos siendo niños. Nos sentimos culpables por odiar y no perdonar y nos contraemos sobre nosotros mismos. Hay una parte en nuestro interior que enmudece y se repliega lo cual nos quita alegría, paz y también amor pero preferimos seguir así, con una avería para ser felices, con tal de no sacar a luz que odiamos y vernos obligados a perdonar y amar y todo ello en forma a menudo inconciente.
 Otro aspecto también es el no quererse, no aceptarse, no asumirse. Si yo no me quiero a mi mismo no voy a ser feliz porque todo lo bueno empieza por el verdadero amor que me debo a mi mismo en forma ordenada, recta, y que expulsa de mí todos esos falsos amores perniciosos que se llaman amor propio, orgullo, pedantería, exhibicionismo, vanidad, egoísmo, egocentrismo. Si yo me amo es porque quiero ser feliz. Si yo no me amo es porque no quiero ser feliz o no quiero ser feliz porque no me amo. Amar es querer ser feliz tal cuál uno es. Compadeciendo eso que no está bien, alegrándose por todo lo que hay de bueno con la intención honesta y rápida de cambiar todo lo que se puede y debe cambiar. Amarse es buscar para uno lo mejor, lo más bueno, lo limpio, lo puro, lo recto, lo honesto, lo simple, lo vital.
Y también está el tema de no querer la propia vida, no querer, no asumir, no aceptar la propia vida, el propio proyecto de vida. A veces rechazamos la propia vida, lo cuál es casi como no quererse. Rechazamos nuestras condiciones de vida, el lugar en donde hemos nacido, la familia que tenemos, el físico, o toda otra cualquier circunstancia de las que rodean nuestra vida. No querer todo eso que nos circunda es casi como no querernos a nosotros mismos, porque no somos puro espíritu, somos una psiquis determinada, es decir, somos también un determinado temperamento. Hemos tenido unas precisas experiencias, algunas voluntarias otras involuntarias e inevitables por ejemplo la amenaza de guerra en un país en conflicto no la elegimos nosotros aunque hayamos podido elegir algunas acciones diarias malas o buenas, es decir malignas o benéficas que  cotidianamente hemos ido cumpliendo. Nacimos con tendencias claras sea a la actividad, al apasionamiento, al sentimentalismo, o a la reflexión asidua. Luego fuimos sobre estos cimientos construyendo el propio y personal edificio realizando hechos armónicos, algunos más y otros menos progresistas, pero al mismo tiempo hemos realizado también hechos contrarios a nosotros mismos, falaces, sea por inexperiencia, ignorancia o aún por la maldad que en todos está siempre al acecho. Esto ha ido haciendo nuestra personalidad, y lo deseemos o no, ella es tal cual es hoy. Es imposible que ella no sea así, la podremos modificar y hacer que poco a poco varíe y se torne más satisfactoria pero mientras tanto es así y ponerla en movimiento hacia otro sentido es una tarea hermosa pero cuyos frutos no se verán por completo así rápidamente. Es decir, somos espíritu, somos psiquis o alma pero al mismo tiempo somos cuerpo, con toda su belleza, su fragilidad, su vulnerabilidad, como así también con sus zonas enfermas, deterioradas, mal formadas. Esto es así, podremos corregirlo, quizás en todo, quizás solo en parte, pero mientras tanto es así, esto es lo que se nos ha dado para amar. Y finalmente somos nuestra circunstancia, nuestro idioma, la casa donde vivimos, la escuela donde asistimos, el país, el barrio, el trabajo, la situación económica, la familia, los años, la época. También como los demás, podremos cambiarlo, mejorarlo, quizás en todo, quizás en parte, mientras tanto es así. ¿Aceptamos que todo esto es así? Aceptar que todo esto es así es empezar a aceptarnos.  Aceptarnos es empezar a amarnos, es querernos, empezar a quererse es empezar a encontrar felicidad. Es cierto que a menudo preferimos no ser felices o no buscar felicidad. Es decir, a menudo no queremos ser felices con tal de no tener que aceptar toda esta realidad íntima y exterior en sus diversas capas de interioridad y exterioridad. Preferimos no pensar, no mirarnos, escapar, evadirnos, alienarnos, aturdirnos, no ser, no querernos, y esta conducta produce en nosotros un deterioro personal, nos incapacita en gran medida para mejorar lo que se puede mejorar, por eso entonces, es muy importante que realmente digas “Yo quiero ser feliz”. Mirate a vos mismo con el amor y la misericordia tierna con la cuál te mira el Dios creador. Mirá todo, la oscuridad y la luz, la tibieza y el frío, la tersura y el eczema. Todo es bueno hermano mío. Todo es bueno para aquellos que aman y se dejan amar. Todo es bueno para los que piadosamente, delicadamente, son capaces de dejarse amar por Dios, dejarse abrazar por Dios, dejarse mirar por Dios que no espera que seamos mejores de lo que somos para crearnos y amarnos. No es cierto que muchas veces no somos felices porque no amamos, porque no nos amamos. Amarse es empezar a ser feliz. Vinimos a vivir y no a morir. Ser feliz es vivir. Vivir es ser feliz. No ser feliz es preferir la muerte. Fuimos creados con el plan de vivir, para vivir y para vivir para siempre. No viviríamos para no vivir. Vivimos para vivir, vivimos para ser felices. Por eso, viví y sé feliz. Eso es como respirar, por lo tanto respirá bien, profundamente, tomá todo el aire que quieras y puedas y sé feliz profundamente.

Volvemos para seguir compartiendo esto de La felicidad, ¿una utopía? Y no hace mucho encontré en mi archivo personal un reportaje que le hicieron al célebre filósofo español Julián Marías, hace ya tiempo, sobre el tema de la felicidad. Y el llama a la felicidad “un imposible necesario” y le pregunta el periodista: “¿Es posible ser feliz o se trata de una ilusión?” Y el filósofo Julián Marías, que además es autor de un libro llamado la felicidad humana, un libro extenso, publicado ya hace muchos años, el responde: “Yo sostengo que es imposible que la felicidad se nos de en esta vida de un modo pleno y duradero, sin embargo, como nuestra intimidad no es precisamente eterna, no podemos evitar estar siempre buscándola. No podemos renunciar a ella, de ahí mi fórmula “El imposible necesario”. De apariencia paradójica, sin embargo me parece que corresponde perfectamente a lo que la felicidad representa. Digo imposible porque la felicidad no es perdurable, y digo necesario porque no podemos vivir sin ella. La vida humana es un compuesto de trayectorias muy diversas, una arborescencia de trayectorias que se inician, se desarrollan, se siguen, se abandonan, se frustran o se  interrumpen por razones exteriores. Un ejemplo práctico dice: Digamos que una persona se dedica a la abogacía o a la enseñanza. Es el camino que ha elegido, pero a la derecha o  a la izquierda del camino que esa persona recorre hay otros proyectos abandonados, y aún así suponemos que la elección de esa persona ha sido acertada y las circunstancias le otorgan respuestas favorables para realizar su carrera. Lo cierto es que esa persona siempre sentirá que existen otras cosas que querría hacer y no puede. Un médico, por ejemplo, a lo mejor también querría ser literato, o músico,  o actor, o todo junto, pero la realidad le impone otras condiciones. Pongamos mi caso personal, estoy en Madrid pero también me gustaría estar en Buenos Aires, París o Praga. Si me dedico a un trabajo querría ser otro. En fin, esto se lo podemos aplicar a todo el mundo. La vida implica la exclusión de muchas cosas que necesitamos, entonces, la felicidad plena, dice Julián Marías, no es posible. Esa felicidad plena, eterna, perdurable, casi intangible, de la cuál estábamos hablando, es sólo un aspecto del problema. Hay otros planos de los cuáles sí podemos hablar de felicidad completa, de situaciones felices. Podemos sentirnos felices, y esto le ocurre a diario a mucha gente, cuando obtenemos un diploma, cuando amamos y sabemos que nos aman, cuando tenemos un hijo, o más sencillamente cuando alcanzamos una meta que nos habíamos fijado. Y esto también es felicidad, sin duda alguna. Pero cuando alguien en algún momento dice sí a la vida, es feliz. Claro que siempre, más tarde o más temprano, aparecerá esa dificultad de la cuál hablábamos. La felicidad no es permanente. No se puede seguir siendo indefinidamente feliz. Por otra parte, hay algo que conviene tener muy en cuenta, la vida no significa solamente un balance vital y general de toda la historia personal, sino también un balance cotidiano, la vida empieza cada día y termina cada día, y vuelve a empezar cuando uno se despierta al día siguiente, y así. Un día puede ser un logro y al siguiente una frustración, por eso destaco la importancia del balance cotidiano, dice Julián Marías. Qué interesante esto de vivir día por día. Y le pregunta entonces el periodista: ¿Y esa idea tan repetida de que la felicidad es un estado de ánimo? Y responde el filósofo: “No, no es así, se podría decir que la felicidad va acompañada de un estado de ánimo, lo cuál no es lo mismo. La alegría, la tranquilidad, la seguridad, la serenidad, o manifestaciones exteriores como la risa e incluso las lágrimas, pueden acompañar a la felicidad, pero no son la felicidad. Le trazo un paralelo, si alguien le pregunta a cien personas sobre qué es el amor, el 95% contestarán que es un sentimiento que ….. y nadie podrá explicarlo con palabras exactas, y lo cierto es que el amor tampoco es un sentimiento. Y dice, a propósito del amor, ¿qué papel cumple la felicidad? El papel central protagónico. La felicidad consiste, precisamente, en la relación con las personas. Uno espera ser amado por otras personas, pero sobre todo es poder amar a otras personas lo que nos da felicidad. Por eso es una pena que mucha gente confunde la felicidad con el placer, el bienestar, la prosperidad, y cosas por el estilo. Todo eso pueden ser factores que ayuden a alcanzar felicidad pero no son la felicidad misma, y esto es así porque la felicidad es algo rigurosamente personal. Cada uno de nosotros necesita algo diferente a lo que necesitan otros para ser felices. Y al mismo tiempo cada uno entiende que su felicidad es algo diferente de la que otros piensan. Es cierto que hoy existe una cierta homogeneidad a cerca de la idea de felicidad proveniente del pensamiento inglés que todo lo explica a través del bienestar y del mayor número de cosas como el dinero, la profesión, los amigos, los halagos, los premios, la casa, y el bienestar, por cierto, no es algo desdeñable, pero insisto, la felicidad es un asunto absolutamente personal y no de conjunto, entonces, la gran mayoría de los seres humanos tenemos una cierta desorientación a cerca de lo que significa realmente la felicidad. Pero hay otra cuestión que me parece decisiva y yo subrayo especialmente en mi libro, son muchas las personas que no se atreven a ser felices. La ecuación sería así: son menos felices, o infelices, porque no se atreven a intentarlo. Y no se atreven a intentarlo porque tienen miedo, sospechan que quien intenta ser feliz se expone a ser infeliz y no son capaces de correr el riesgo, un hecho que obligatoriamente enfrentamos todos los días apenas nos levantamos de la cama. Y también hay otra cosa muy preocupante que se destaca en estos tiempos, la disminución aparente de la capacidad de amor que tiene el ser humano. Se trata de algo muy difícil de medir, y probablemente es consecuencia de una serie de condiciones nuevas, de modo que habría que extenderse en el análisis y ser más específico, pero globalmente me parece que nos estamos portando muy mal con el amor aunque hay filósofos y científicos que nos están alertando sobre el tema, tema que debería inquietar a todo el planeta en su conjunto, sobre todo porque la disminución de nuestra capacidad de amar es otra de las causas que nos aleja de la felicidad. Quiero decir, no es que la felicidad se aleje de nosotros, somos nosotros los que nos alejamos de ella”.
 Qué interesante lo que nos dice Julián Marías para ir resumiendo este primer programa que estamos dedicando al tema de la felicidad y que Dios mediante continuaremos el próximo sábado en estos programas pregrabados. El próximo sábado veremos el tema: Puedo ser feliz.
Pero ahora los invito a que nos concentremos en el trabajo de la semana, pidiendo la gracia de Dios en la oración final:

A vos, Padre Bueno, que nos haces hermanos, te pedimos el Espíritu de la Felicidad, el Espíritu del Amor, el Espíritu de la Unidad, el Espíritu de la Fraternidad. Cambia vos nuestros corazones para que seamos capaces de acoger y perdonar. Ayúdanos a ver un hermano en cada ser humano, verdadero templo vivo donde amarte. Danos el Espíritu que nos hace Comunidad, hermanos que comparten la mesa y la Palabra. Hacenos fermento de fraternidad entre hombres y mujeres cansados de estar solos, que seamos un signo sencillo de tu promesa, un Reino como un banquete donde todo ser humano está invitado y recibido ya desde ahora y para siempre. Creemos que tu Evangelio nos hace libres y hermanos, por eso nos aceptamos, y no aceptamos divisiones injustas entre esclavos y señores, pobres y privilegiados. Queremos vivir la liberación de Jesús que aún nos levanta de la miseria y  a otros derriba de sus privilegios. Aceptamos la corrección fraterna, la denuncia y el perdón como camino de verdadera liberación de nuestros grupos, familias, comunidades. Hacenos Señor personas de reconciliación, instrumentos de paz y fraternidad. Que tu Espíritu nos inunde y nos haga capaces de acercarnos al enemigo, de superar nuestras diferencias por amor, de renunciar al orgullo herido, al afán por imponer nuestras  ideas, criterios. Que allí donde vivamos podamos sentarnos en la misma mesa para buscar juntos la verdad, reconciliados unos con otros y de esa manera poder entonces caminar en la felicidad, en la búsqueda de esa felicidad eterna que no tiene fin. Amén.
Que por intercesión del Corazón Inmaculado de María, los bendiga el Buen Dios Todopoderoso, los sane, salve y libere el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.

Padre Rubén Francisco Bellante