18/05/2022 – Esa vid es la humanidad la viña plantada para que den fruto en abundancia. Somos una vid y siempre está la oportunidad de un injerto de sabía que nos ponga en el lugar que nos merecemos estar, dando buenos frutos. Estar injertados en él es poderlo todo, estar fuera de él es igual a no ser nada.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.» San Juan 15,1-8.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
San Juan 15,1-8.
No somos seres aislados. La humanidad es una viña plantada para dar uvas dulces que por la pandemia del virus del pecado comenzó a dar uvas agrias por todos lados. Pero somos una vid y siempre está la posibilidad del injerto que salva, el injerto en la cepa noble y santa que es Jesús: Yo soy la Vid, ustedes los sarmientos. El que el Padre injerta en mí y luego permanece en mí de corazón y Yo en él, lleva mucho fruto.
A Jesús todo lo que se le injerta, si está enfermo, lo sana, y si es bueno, lo potencia y lo mejora en lo suyo propio.
La imagen que da de sí el mismo Jesús es una imagen que nos integra estrechísimamente. La Vid es una, en todo el mundo y en todas sus variedades, y Él es la vid entera santa y sana y de frutos selectos.
Estar injertados en Él es participar de todo y poderlo todo “todo lo que pidan se les dará”. Estar desintegrados fuera de él es igual a no ser nada, “sin mí no pueden hacer nada”.
El entra como parte individual en este mundo pero con la virtud escondida que llegará “a ser todo en todos”. Tiene esa fuerza de una Vid poderosa de “recapitular todas las cosas en sí como cabeza”. Después de Jesús no somos ya seres aislados. En Jesús pasamos a ser Viña-Iglesia, en ese entrecruzamiento lindo que tienen las viñas en las que no se sabe de qué tronco viene la rama que da el racimo más grande ya que todo es entrelazamiento común, fruto de la cepa y de cada injerto, del suelo, del agua y del sol, del trabajo del viñador y luego de los que elaboran el vino.
Sentirse así, Viña común trabajada por las manos del Padre, da paz en medio de un mundo que nos quiere consumidores aislados y números sin rostro de estadística funcionales al poder, es un gozo que se siente en la raíz, allí donde uno experimenta su identidad como pertenencia. “Somos suyos, a Él pertenecemos”.
Sentir que los golpes y los cortes de la vida no son hachazos violentos dados al azar sino podas en las manos buenas del Padre, que precisamente nos limpia allí donde damos fruto para que demos más, sentir los golpes como podas hace vivir de otra manera las cruces y los sinsabores de tantas injusticias de este mundo. “Nada de lo bueno se pierde”. “El Señor escribe derecho con parras torcidas”. “No tengan miedo. El que permanece en mí, da mucho fruto”.
Dar fruto
Una cara del miedo y de la angustia provienen de nuestra resistencia a “dar fruto” allí donde la savia del Espíritu quiere. Es un resistir a la gracia porque poda y no confiar en que estamos en las manos del Padre. El jugarse por el Evangelio siempre toma la forma de una elección en la que experimentamos que “dar fruto es sufrir una poda”. Dar fruto es abandonar una posición cómoda y arriesgarnos a quedar en una posición evangélica de indefensión o de riesgo creativo en el que el fruto depende no de nosotros sino de Jesús. A medida en que nos vamos animando a estas mini-elecciones y experimentamos el gusto de esta “poda fructuosa”, vamos “permaneciendo más en Cristo” voluntariamente y no forzados. Experimentamos que “donde damos fruto hay paz y fluye la vida”, que “dar frutos libera, porque el amor quita el temor”. El don de sí es este dar frutos, esa es la gloria del Padre y de esos frutos brota la paz.
Sentirse “sarmiento”, sentir que uno puede reinjertarse en un instante en la Vid que es Cristo, desde la más pequeña parte libre y sana que uno siempre conserva, y desde allí ser totalmente sanado y poder comenzar a dar los mejores frutos, los que Dios siempre soñó para uno y uno soñó en Él (casi sin atreverse, pero soñó), es una esperanza tan fuerte que no puede no llevar al sacramento de la reconciliación con un deseo y un gozo como los del Hijo pródigo. Basta injertarse en El, para serlo Todo, para entrar en comunión con todo lo de Dios y lo de los hermanos. Los santos nos alientan, nos tienden la mano, a integrarnos con ellos en esta comunión de la viña que viene de lejos y se extiende por todo el mundo terreno y celestial.
Injertarse en él. Esa es la palabra fuerte de hoy. “Enkentrizai” como dice Pablo en Romanos: “Si la raíz es santa también las ramas” (11, 16-24). Dejar que el Padre nos injerte y nos enraíce en la Raíz santa que es Jesús. El Padre nos enraíza amorosa y libremente, haciéndonos sentir atraídos por la Palabra de su Hijo “Este es mi Hijo amado, escúchenlo” para que luego su Hijo nos haga sentir lo lindo que es permanecer adheridos a él por la Fe y la Amistad que dialoga y comparte la vida. Fuera de esa raíz nada da fruto: “« Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz” (Mt 15, 13).