La intimidad, signo de la casa de Dios

lunes, 25 de mayo de 2009
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Te propongo abrir los oídos del corazón a esta hermosa oración en las palabras de Fray Nacho, sacerdote español, con esta oración-canción que se llama “Ahora”. Te propongo que puedas ubicarte junto al corazón de él como si fuera el mismo corazón tuyo que se dirige a Dios de esta manera:

“Ahora”

En el silencio, Señor, en la desnudez de esta soledad
cuando sólo queda el vacío, el eco, la verdad.
Ante la presencia del dolor que produce tu ausencia, Señor,
Cuando no quedan ni palabras, cuando no queda máscaras,
cuando ya no puedo más seguir dibujando sonrisas,
todas ellas malos bocetos de una anciana felicidad que no llega,
ahora que no puedo seguir disfrutando esa mentira
de quererme lleno fuera de Ti.
Ahora que me siento pródigo, hijo Tuyo.
Ahora que sólo queda de mí un pasaporte, una temblorosa mirada,
cuando sólo me queda un corazón frío que tirita de tristeza
por el hielo que me deja tu ausencia, por tanto tiempo fuera de Tu lejanía.
Ahora que ya no veo, ahora que ya no siento.

Ahora que ni siquiera queda lágrima para pedirte perdón.
Ahora, es ahora cuando siento con más fuerza Tu abrazo, grande, paterno.
Es en esta debilidad donde veo que me regalas la fuerza para seguir.
Es en mi necesidad de tenerte donde descubro tu rostro,
paciente, sosegado, amoroso.
Es en este misterio del amor gratuito donde me descubro a mí mismo
como hijo, como amado, como libre,
como mimado, como imagen de Tu Divinidad
y es el sentir la fuerza de Tu perdón que siento que sólo te ansío a Ti,
sólo te espero a Ti, sólo respiro por Ti,
sólo por Ti vivo, sólo por Tu amor vivo.

¿Qué te pareció? ¿Te gustó? Ahora es el momento en que, junto a Fray Nacho, vamos descubriendo en este lugar de lo profundo del corazón, donde descubrimos el dolor que produce la ausencia de Dios, en este lugar de intimidad, donde no puedo dejar de ver, no puedo negar que me creo lleno, cuando en realidad estoy vacío fuera de Él. Es en este lugar en el que me siento pródigo, donde puedo experimentar con más fuerza el abrazo paterno de Dios, puedo experimentar que, en esta debilidad, es Él el que me da una fuerza especial para seguir y descubrir que solamente vivo por Él y por Su amor. Esto sólo lo podemos ir descubriendo si hacemos la experiencia, en algún momento de nuestra vida, de la intimidad.
Por eso, a través de esta oración, queríamos iniciar este camino de la Intimidad. Cuando Jesús nos dice: “Hagan vuestra morada en Mí, como yo la he hecho en ustedes”, nos está ofreciendo un lugar de intimidad. Y la intimidad es ese espacio de lo interno, ese espacio de “muy interior” que está reservado a alguna persona o ese espacio reservado que tiene una familia.  Es ése lugar al que no todos tienen acceso, tal como pasa en el hogar: allí ingresan sólo familiares, amigos y aquello a quienes yo les permito pasar. Por eso, uno sufre tanto cuando ocurre algún tipo de incidente, como un asalto, ante la presencia de personas extrañas, estemos o no nosotros o lleguemos y encontremos todo revuelto. Y nos sentimos vulnerados, atropellados, avasallados, violentados, verdaderamente incómodos. La intimidad del hogar es este lugar en donde podemos reír, llorar, abrazarnos, bailar, dormir mucho, soñar, comer, leer, escuchar música, pero todo esto con una plenísima sensación de libertad, de naturalidad, de comodidad. El hogar es el lugar en el que somos nosotros mismos y nada más que eso.
Inclusive, aunque tengamos conflictos familiares, el hogar sigue siendo el símbolo de la felicidad, del descanso. ¡Qué lindo es llegar a casa! ¿No te pasa que estás en el trabajo o viajando varios días y decís: “Quiero llegar a mi  casa”? Y solemos decir esto con un anhelo que nos invade y que nos lleva a querernos ubicar en este sitio íntimo, un sitio que nos ofrece pertenencia: “Aquí pertenezco, aquí me quiero quedar”. Y también lo vemos, quizás, en la casa de algún amigo o pariente que nos hace sentirnos tan cómodos y vos podés decir: “Me siento como en casa en este lugar”. Pero, sin embargo, es una dura realidad que reconozcamos que también en nuestro mundo de hoy hay muchas personas sin hogar, nosotros también podemos estar en ese lugar por más que tengamos una casa donde ir y algunas porque se sienten angustiadas interiormente porque fueron desplazados de la ciudad. Y esto lo constatamos claramente en las cárceles, en los hospitales psiquiátricos, en las clínicas o también contemplando el rostro de muchos niños y adolescentes cuyos padres hoy no están juntos y sienten concretamente un hogar dividido. Por eso, esta situación del “sin hogar” resume gran parte del sufrimiento de nuestro tiempo. Esto va revelando esta condición limitada que tenemos y también necesitada de este sentido de pertenencia, un sitio donde nos podamos sentir seguros, cuidados, protegidos y amados, un lugar de auténtica intimidad.
Por eso, tomemos en cuenta qué evidente es que en el hogar vivimos la intimidad. Por lo menos, allí se da más claramente. La intimidad es el camino que te invito que podamos transitar para ir descubriendo cómo responder a esta propuesta que Jesús mismo nos hace: “Haced vuestra morada en Mí como yo la he hecho en ustedes”.

En el hogar es donde realmente somos lo que somos. Pensaba que, a veces, en el hogar, quizás, no podemos expresar o decir lo que somos porque aparece este fantasma del miedo, una dimensión natural de la vida que, desde la infancia vamos experimentando distinta formas, que vamos descubriendo que se van revelando como imaginarias y hasta luego desaparecen, sucesivamente van emergiendo otros miedos, que, mientras somos más grandes se van fundamentando más concretamente en la realidad. Y llega el momento en el que tenemos que afrontarlos, superarlos con esfuerzo humano, pero también con la confianza en Dios. Hoy en día, aparte de todos estos miedos, te habrás dado cuenta, que hay otra forma de miedo más profunda, de tipo existencial, que a veces se transforma en angustia y que nace de un sentido de vacío. Porque no importa si sos famoso, con dinero, con trabajo o si no tenés nada de eso, esta sensación de ausencia, de angustia, de algo que está faltando en la vida aparece sin mirar a quién, aparece en cualquier situación. He escuchado hace poco algunos testimonios, por ejemplo, un gran modelo, Eduardo Berástegui, que tiene un testimonio en internet, si pones youtube, vas a encontrar el hermoso testimonio de conversión, un joven de 36, 37 años, que a los 34 años en su vida tenía fama, estaba en Hollywood, un joven bien parecido, con “mucha facha”- como decimos nosotros-, cantante, con toda la fama encima, llegó un momento en el que descubrió que había un vacío en su vida, que no lo podía llenar nadie, que le produjo mucho miedo, hasta que el Señor tocó el corazón. Es este miedo el que, hoy en día, está muy presente en nuestra sociedad, quizás alguno de nosotros está pasando por situaciones similares, tengámoslo en cuenta, para poder enfrentarlo y ver cómo podemos superarlo.
Pero el tema no es el miedo, venimos hablando del miedo porque, por un lado, nos hace huir de los demás, provocando una distancia que nos pone a salvo o, al contrario, nos aferramos demasiado a los demás y estamos muy, muy, muy cerca, con la idea de que así estamos a salvo, pero no terminamos creando una auténtica intimidad del corazón. Es en estos dos casos en los cuales nosotros podemos que el miedo nos está atrapando y creemos que cualquiera de las dos salidas es la mejor, pero terminamos dando vueltas en un círculo vicioso.
Estamos compartiendo este tema del libro Signos de vida: intimidad, fecundidad y éxtasis de Henri Nouwen, trabajo muy lindo de este sacerdote que nos comparte en este tema del miedo su testimonio. El dice: “Mi propia experiencia de las relaciones con las personas a las que temo me ofrece una gran cantidad de ejemplos. A menudo, a estas personas que temo las evito, dejo la sala donde estoy reunido, donde está reunido el grueso de las personas, me voy hacia un rincón donde pueda pasar inadvertido o me voy expresando con frases anodinas, insignificantes, superficiales, que en realidad no me terminan comprometiendo para nada. A veces creo que una falsa cercanía con ellas, a través de estas palabras, hablo demasiado, me río tontamente de los chistes o les doy la razón demasiado pronto. Cuando creo que a mi alrededor una distancia excesiva, una distancia exagerada, siempre percibo una falta de libertad interior y un cierto resentimiento contra que poder que tienen algunas personas sobre mí”. Es el miedo el que te aleja o te hace creer que acercándote  podemos crear la intimidad. El miedo no crea hogar, al contrario, o crea una distancia excesiva o una proximidad absorbente y agobiante, exagerada. Ya ambas situaciones terminan siendo un obstáculo para desarrollar esta intimidad, que vamos descubriendo que es fecunda.
¿Por qué digo que me quedaba pensando en esto de la proximidad agobiante? Porque en la proximidad estamos tan cerca junto a otros que, quizás decimos que no hace falta que le cuente lo que siento en mi corazón, que podamos abrir el corazón y encontrarnos como hacía Moisés con Dios, “cara a cara”. ¿Cuántas veces en el día te animás a encontrarte cara a cara con otro? Cuántas máscaras ponemos, ¿no? ¡Cuántas distancias establecemos, en vez de acortarlas! ¿Y por qué? Porque aparecen los miedos. Estos miedos, como dice Henry Nowen, no nos permiten ser libres. Y, cuando no hay libertad, comenzamos a descubrir que experimentamos en el corazón una infertilidad, no hay fecundidad. Y, si no hay fecundidad, todo queda ahí nomás y no hay gozo. Y el Señor nos está proponiendo la vivencia de la intimidad para poder experimentar el sabor de la vida y el gusto mismo  de la vida.
Por eso, ya sea por la distancia o por la proximidad, el miedo nos va impidiendo formar una comunidad en la que se pueda dar esta intimidad, entendida como un clima de confianza y entrega mutua y libre, que no siempre tenemos con todos, porque no con todos tenemos intimidad. Si hay verdadera intimidad, va a haber una evidente fecundidad y un posterior gozo. Ésta es la experiencia de aquéllos que van intentando hacer el camino de la intimidad. Jean Vanier, un hermano que ha trabajado mucho con otros hermanos con disminuciones diferentes, nos grafica claramente esta dinámica del miedo. Él vivió más de veinte años con personas disminuidas física o mentalmente y observó que estas personas parecían seres extraños, enfermos que no podían valerse por sí mismos. Y vio que hacían surgir el miedo en los corazones de los que se consideran a sí mismos como “normales”. Y descubrió claramente que los disminuidos nos iban recordando la existencia de otra realidad, que, para muchos, tenía que ser evitada.
Vanier se dio cuenta de que, cuando estos hombres y mujeres disminuidos eran considerados como “los otros”, se convertían en víctimas de instituciones frías o sobre protectoras y entonces terminaban siendo rechazados como extraños y no acogidos como una propiedad personal y como un hermano. Así es que Jean Vanier en 1964, después de mucho pensar y rezar, decidió ofrecer un hogar a Rafael y a Filipe, dos hombres disminuidos que habían vivido durante años en una institución psiquiátrica y carecían de familiares o amigos. Y él llamó a este primer hogar “El arca” para indicar que quería que fuera como el arca de Noé: un refugio para las personas que están sumidas en el miedo. Y empezó a cuidar personas que no podían valerse sin la ayuda permanente de otro. Y así, llegaron personas de diferentes países para ofrecer su ayuda e iniciar nuevos hogares.
¿Por qué te cuento esta historia? Porque estos hogares fueron creados con la idea de ofrecer un lugar donde se den condiciones de intimidad para que estas personas con disminuciones, diferentes a las que tenemos nosotros, también puedan tener esta experiencia de intimidad, porque tienen también su propia dignidad. La intimidad es esta gran terraza que me permite tomar grandes bocanadas de aire fresco y renovador que te vuelven a encender el alma, que te consuelan, que nos permiten descansar, que nos permiten gozar, retomar fuerzas, rearmarnos interiormente, fortalecernos en el encuentro con el otro, desde allí desde el centro del corazón. Y el miedo nos detiene. Es como una tormenta que con tanta agua, viento y relámpagos me va impidiendo que pueda subir a lo más alto de la terraza, que nace del centro de mi alma y, al no subir, me quedo encerrado en mí mismo y me ahogo en mis propios pensamientos y sentimientos, que también son bastante confusos.
Estamos compartiendo el tema de la intimidad, Recién pensaba: ¿cómo está el tiempo que le dedicamos a este espacio de encontrarte con vos mismo y con Dios? ¿O con vos mismo y con el otro?

Compartimos el enemigo de la intimidad: el miedo. Ahora les propongo que reflexionemos sobre el verdadero enemigo de la intimidad: el amor. Ante este amplísimo y diversificado panorama de los miedos humanos la Palabra de Dios es clara: “Quien teme a Dios no tiene miedo”. ¿Cómo es esto? “Quien teme a Dios no tiene miedo”. El Temor de Dios, que sabemos bien que en las Escrituras está definido como principio de la verdadera sabiduría, porque temer a Dios coincide con la fe en Él. Este respeto sagrado, esta autoridad de Dios sobre la vida y sobre el mundo, porque aquél que no tiene miedo de Dios, que no tiene Temor de Dios equivale a ponerse en el mismo lugar de Dios y sentirse Señor del Bien y del Mal, de la Vida y de la Muerte. Este temor es un santo temor, es un temor sano, que descubre la grandeza y el respeto por este Dios Omnipotente. Quien teme a Dios siente dentro del corazón la seguridad que siente cada niño cuando está en los brazos de su madre. Cada vez que veo un niño y me acuerdo de mi ahijado Elián, en cómo se puede ubicar con tranquilidad y confianza cuando escucha la voz de la madre y allí en donde se siente tranquilo. Desde ese lugar es donde todo temor a estar con alguien que es extraño, que está fuera de su casa, que no ve siempre, todo eso desaparece, porque está en los brazos de su madre. Quien teme a Dios también permanece tranquilo en medio de las tempestades, porque Dios, como se fue revelando en Jesús, es Padre lleno de misericordia y de bondad, aunque me cueste creerlo por la experiencia que tengo, porque tengo el corazón ubicado en otro lugar. Quien lo ama no tiene miedo. “No hay temor en el amor”, dice San Juan, sino que el amor perfecto expulsa el amor. Porque el temor mira el castigo. Quien teme no ha llegado a la plenitud del amor. Quien tiene este miedo, esta inseguridad de que Dios lo está abrazando, no puede encontrarse con el amor. Por eso, querido caminante, cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, tanto más fácilmente vamos a poder vencer cualquier forma de miedo. Imagináte Pablo, cuando se le apareció en un momento de la noche, particularmente difícil de su predicación, le dice: “No tengas miedo, porque yo estoy contigo”.
Los que vienen experimentando la intimidad que Jesús nos invita a saborear saben que las personas, que cada uno de nosotros, no puede estar constantemente preocupándose si está demasiado cerca o si está demasiado distante. La intimidad que nos propone Jesús, este de “Haced vuestra morada en Mí como yo la hago en ustedes”, nos abre a un nuevo espacio en le que podemos movernos libremente. Ésta es la propuesta. Es ese lugar de la intimidad, donde reina el amor perfecto, divino, es un amor que sobrepasa nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestras pasiones y elimina todo miedo. El hogar donde se da la intimidad se va a transformar no en un lugar fabricado y preparado por manos humanas, sino en este lugar en el que Dios  viene a poner Su tienda. Yo le doy espacio de encuentro íntimo con Él y Él coloca Su tienda para que pueda gozar de Él. Ésta es la experiencia que han tenido todos los salmistas cuando manifiestan este deseo de vivir en la casa de Dios. Jesús se ha hecho nuestro hogar y así nos quiere posibilitar en poder construir nuestro hogar en Él, basados en Él.
Quería recordar esto de que el Señor ha entrado en la intimidad con nosotros en la Encarnación, porque Él, desde el seno de María, como Verbo de Dios, se ofrece en una relación de intimidad y amistad. Porque nos dice: “Ya no los llamo siervos, sino amigos”. Quiere ser más íntimo. Ya no somos unos meros trabajadores, somos amigos y eso tiene que ser novedad para nosotros.
Te invito a que puedas redescubrir este llamado del Señor a vivir la familiaridad con Dios, a vivir la intimidad y a la amistad con Él en la intimidad con Él en la oración y con el hermano, cuando me puedo encontrar. Él quiere hacerse cercano a nosotros, ¿nosotros queremos hacernos cercanos a Él?

Es importante poder descubrir la importancia de la intimidad, el valorar la intimidad, el espacio donde podíamos respirar y la oración es una manera muy concreta de poder edificar nuestro hogar en el corazón, donde poder tener un vínculo íntimo con Dios.
Quería contarte la importancia de la intimidad desde el testimonio de San Juan Crisóstomo.
San Juan Crisóstomo, llamado “boca de oro” por la elocuencia que tenía cuando predicaba, tenía este don tan grande de la predicación, se había retirado durante cuatro años entre los eremitas del cercano Monte Silpio, a vivir con ellos de una manera solitaria y en comunidad, aunque parezca raro, en un encuentro con el Señor. Ese retiro lo continuó durante dos años, en los cuales vivió en una caverna bajo la guía de un anciano. En ese período de decidió a meditar las leyes de Cristo, los evangelios y, especialmente, las cartas de Pablo. Él va a escribir que, ante la alternativa de elegir entre las distintas situaciones, vicisitudes del gobierno de la Iglesia que se le proponía y la tranquilidad de la vida monástica, mil veces prefería el servicio pastoral. Precisamente a este servicio se sentía llamando San Juan Crisóstomo y aquí es donde se da el giro y aquí es donde quiero que podamos rescatar algo importante: el giro decisivo en la historia de su vocación, que fue pastor de almas a tiempo completo, la intimidad con la Palabra de Dios que él cultivó durante años de vida eremítica había madurado en él la urgencia irresistible de predicar el evangelio, de dar a los demás lo que él había recibido en los años de meditación. Este ideal misionero lo impulsó, fue impulsado desde este lugar, desde el lugar de la intimidad, desde allí se encendió su alma, se llenó de fuego y desde allí fue motivado a ser solícito como un gran pastor de almas.
Es así como podemos descubrir en estos testimonios que encontrar el lugar íntimo donde nos ubicamos junto al Señor, podemos encontrarnos no solamente Él y yo, sino podemos descubrir la solidaridad, el envío a la misión como la otra cara de la moneda de la intimidad. Porque la intimidad nos es para que me quede yo con el Señor, los dos solitos, los dos allí cerrados, sino que la intimidad me permite la apertura. Es un muy buen signo de que esta intimidad ha sido fructífera, ha sido sana, cuando luego de la intimidad en la oración con el Señor, en el encuentro con otro, en el encuentro en tu matrimonio, en la intimidad del encuentro sexual también con tu cónyuge, en ese lugar importante podemos experimentar la fecundidad, un corazón que se entrega con todo, que luego esta dispuesto a amar porque en ese lugar ya está amando. No podemos vivir en comunión íntima con Jesús sin que nos sintamos enviados a nuestros hermanos, que también pertenecen a esa misma humanidad, porque Cristo ha dado Su vida en la cruz.
Por eso, la intimidad es el signo más claro de que Dios, por un lado, nos busca, nos llama a cada uno, a todos nos invita a la comunión de vida, a la experiencia del amor más que acumular conocimientos y saber sobre Él, más que a sentirnos bien en el encuentro de la oración, nos invita a la comunión de vida, primero con Él y, luego, con los hermanos y junto a Él con los hermanos. En la intimidad podemos descubrir también esta necesidad humana de estar con otros y con el Otro, que es el Señor. Lo venimos diciendo, esta necesidad de intimidad, de llegar a casa, el peregrino que camina como vos y como yo, busca la Morada Eterna, caminando para encontrarnos y descansar absolutamente en presencia del Señor. Cuánto bien nos hace poder dedicarle un momento a este espacio de intimidad de nuestra alma para que el Señor, quizás, adelantándonos aunque sea un poquito de esa Morada Eterna que, cuando estemos con Él en el Cielo, vamos a experimentar.
Para graficar eso, era muy fuerte la presencia de Dios que sentía San Agustín, que podía reconocerse y descubrirse en la propia intimidad sin salir a buscarlo afuera al Señor. Lo encontraba en su propio corazón. Él dice: “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón va a estar inquieto hasta que descanse en Ti”. En la intimidad también crecemos como discípulos en la oración y como misioneros en la acción.

LA VIANDA

Vamos a dejar en este momento que el Espíritu Santo, de alguna manera misteriosa como es una característica de Él, pueda enriquecernos alimentarnos con esta vianda que te proponemos.
Está junto a nosotros y va a estar junto a nosotros, si Dios lo dispone, durante estos martes previos al Domingo de Pentecostés, el padre Juan Miranda Cabero. Más conocido como el padre Juanito, vice-asesor nacional de esta corriente de gracia de la Renovación Carismática Católica. Está con nosotros desde la provincia de Mendoza.

“En camino a Pentecostés” quiero decirle a mis hermanos que ha habido  un gran momento en la Pascua de Resurrección y nos ha dejado un momento maravilloso con mucha fuerza para continuar en este tiempo y nos recuerda algo muy grande, un acontecimiento que ya el profeta Isaías empezaba a hablar que “reposará sobre Él el Espíritu del Señor. Espíritu de Sabiduría, Espíritu de Inteligencia, Espíritu de Consejo, Espíritu de Fortaleza, Espíritu de Ciencia y Temor de Dios. ¡Qué maravilloso cuando uno ha sentido la presencia viva de los dones que el Señor ha derramado! ¡Qué bueno poder seguir, ir descubriendo las maravillas de la Iglesia! También podemos recordar maravillosamente lo que en Hechos de los Apóstoles recibieron los amigos: “Hablaban llenos del Espíritu Santo y todos entendían en su lengua natal” y esto nos recuerda también hoy cuando uno encuentra esa gran amor de Dios, convencido de que hay algo más en el Iglesia, que este Espíritu Santo sigue conduciendo a la Iglesia en todo momento: en los momentos de tristeza, de alegría, lo reconocemos. En una palabra: este mismo Espíritu nos anima a la misión. Podríamos decir que confiamos plenamente en las palabras de Jesús: “Como el Padre me manda a mí a reconciliar, yo ahora les mando a ustedes. Basta de miedo, reciban mi paz. Reciban el espíritu y vayan a evangelizar, a reconciliar”. Por eso, podríamos hablar de que preparar los corazones para acoger al Espíritu Santo, para que nos dé una nueva vida, tanto en la comunidad para dar testimonio, pero también dejarnos guiar hacia la misión de cada comunidad, de cada familia. Y una propuesta concreta, que podríamos llamarlo: Cristo necesita que seas testigo valiente, que te esfuerces en todos los momentos de descubrirlo. Podríamos llamarlo que si te toca el Espíritu Santo, esa efusión ya está usando tus pies para evangelizar, para salir al encuentro; tus labios para que puedas hablar de tu experiencia ante Dios, pero también hablar del Amor de Dios en la Iglesia. Necesita nuestro corazón para seguir amando, expresando y, ante todo, para decir que vale la pena vivir ungidos por el Espíritu.
Querida familia que me escucha por este medio, le pido que esté atenta porque seguro que en su grupo de oración tiene que testimoniar. En su propia comunidad, con todos los grupos que le toca, seguro que tiene que mejorar en muchos ámbitos, pero es tiempo de profundizar los dones del Espíritu Santo. La próxima semana los vamos a tocar uno por uno, ¿usted se anima q pedirle alguno de los siete dones, a perfeccionarlo? Pedir para este Pentecostés que se viene para vivir con alegría y servir con fidelidad como María en su “sí”, que nos ha dejado ungida por el Espíritu aceptar ser la Madre de nuestro Redentor.