La justicia de Dios: su misericordia

miércoles, 6 de noviembre de 2013
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06/11/2013 – ¿Creés en el misterio de la cruz? No en el crucifijo que tenés arriba de tu cama o en la puerta de entrada. Esa en todo caso te recuerda la otra. ¿Creés en esa cruz que tiene que ver con la presencia en tu vida de lo que aparentemente no tiene ni solución ni salida, donde la vida está siesta puesta a prueba? ¿Creés que en ese misterio de cruz se esconde una vida nueva?


La misericordia de Dios: su justicia, nuestra vida


Lo que dice Jesús de forma gráfica y concreta en la parábolas y cuando habla de Dios Padre, lo que tan claramente formula en los vaticinios de la pasión y en las palabras de la última cena, es reflexionado en toda su profundidad por Pablo. La cruz ocupa el centro del anuncio del apóstol. Pablo no quiere reconocer nada más que a Cristo; y a este, en su condición de Crucificado (cf. 1 Cor 2,2). La teología de Pablo es teología de la cruz. Pero en la predicación  del apóstol la cruz no se puede separar del mensaje de la resurrección de Jesús.


Sin esta resurrección, la cruz de Cristo sería la rúbrica de su fracaso. Pero gracias a la resurrección, la cruz se convierte en signo de la victoria y fundamento de la fe, sin el cual todo lo demás se tambalearía y carecería de sentido.


A la luz del mensaje pascual, Pablo reflexiona con mayor profundidad sobre el acontecimiento de la cruz y la idea de representación, que encuentra ya presente en sus comunidades en forma de profesión de fe. En sus cartas repite la fórmula: Jesús ha muerto por nosotros (cf. Rom 8,3). Con ello quiere decir Pablo que Jesús ha cargado con la exigencia y la maldición del pecado y la ley, según la cual el pecador merece la muerte. Es más, Pablo formula esta idea con extrema radicalidad y afirma que Jesús fue hecho pecado por nosotros (cf. 2 Cor 5,21). Él, que era inocente, consumó voluntariamente en lugar nuestro y en aras de nuestro bien la exigencia de la justicia (cf Rom 8,3; Gal 3,13). No hay forma de pasar a lo nuevo sin atravesar la cruz, que supone muerte y resurrección.


Esta comprensión de la muerte y resurrección de Cristo es básica para la manera en que Pablo entiende la justicia de Dios. Conforme a la lógica humana, la justicia habría comportado la sentencia de muerte para nosotros en cuanto pecadores. Sin embargo, ahora la justicia significa absolución para la vida. Con ello, la exigencia de la ley no queda revocada; antes bien, Jesucristo ha satisfecho por nosotros y en lugar nuestro la exigencia de la justicia. Pagó por nosotros, va a decir el apóstol. Nos ha librado de la necesidad de la autojustificación ; él mismo ha devenido justicia para nosotros. La justicia de Dios en la cruz que paga nuestra deuda, se llama misericordia.


Nuestros actos de fe en la cruz, es porque creemos que Dios nos mira con misericordia. Creele. Jesús nos justifica por pura gracia, sin mérito nuestro. Vos dirás “pero no me lo merezco” Ni vos, ni yo, ni nadie lo merece… todo es únicamente por gracia de Dios. Si con nuestro pecado y durezas me pongo de cara a la cruz, Dios me dice “yo te amo y pago mi deuda por vos”. ¿Y por qué? Nos preguntaríamos nosotros. “Simplemente porque te amo”.

Te invito a que hoy te pongas frente a la cruz de Jesús y que puedas entender en el silencio cuánto amor de Dios. Que recibas esa ofrenda del Señor ahí donde la vida se te complica, no entendés, estás a las oscuras…. en ese lugar permitite que el Señor te diga cuánto te ama y cuánta misericordia tiene para vos. No preguntes mucho, simplemente dejate amar y dejate empapar por el misterio de amor de Jesús que entrega su vida por vos.


La misericordia y la cruz, nos hacen libres

Así, la misericordia de Dios, revelada de una vez por todas en la cruz, nos revive y revitaliza inmerecidamente, a nosotros, que merecíamos el juicio y la muerte. Esa misericordia suscita en nosotros esperanza en contra de toda esperanza. Hace sitio para la vida y para la libertad del ser humano. No reprime ni suprime la libertad humana. Antes, al contrario, sólo la nueva justicia vuelve a dar consistencia a nuestra libertad, que es gratis porque nos viene como regalo de la cruz de Jesús.


La justicia de Dios no es una justicia castigadora, sino una justicia que justifica al pecador. La justicia de Dios es su misericordia, y su misericordia es justicia. Ella nos libera de todo miedo existencial conduciéndonos a una nueva vida, a una nueva esperanza, a una vida que nace del amor y es para el amor. Allí donde parece que está tu peor momento se esconde el secreto de algo nuevo que está por nacer si en Cristo confiás y te entregás.


Pablo explica qué significa y qué no la nueva libertad de los cristianos,ésta que nace de la gracia de una nueva liberación, la del Crucificado. No debe ser confundida con la arbitrariedad, que quiere decir: todo me esta permitido. La libertad cristiana nos libera de la presión de la ley, a través de cuyo cumplimiento creemos poder justificarnos a nosotros mismos, aunque nunca podemos estar por entero a su altura y, de ese modo nos exigimos demasiado. No es que haya que borrarla, sino que no alcanza con la ley. El Señor viene a liberarnos de ese peso tremendo del “deber ser”. A veces el cristianismo con sus mandatos ha olvidado el mandato mayor que es el de la caridad. Sólo Dios puede ponernos a su altura, cuando le damos lugar a decirle que todos nuestros esfuerzos, sacrificios y luchas, están en sus manos. Él da plenitud a lo que no alcanza con nuestro esfuerzos.


También nos libera de la carga del pecado, que arrastramos con nosotros y de la que somos incapaces de deshacernos por nuestras propias fuerzas. Nos libera de la angustiosa y nunca lograda autojustificación por medio del éxito, el dinero, el poder, el prestigio, el placer o el atractivo sexual. La libertad nos libera  de la esclavitud respecto de estos tiránicos bienes terrenos. Y del miedo al sin sentido de la existencia, así como del miedo a la muerte. Pero como libertad de, siempre es también libertad para y, en concreto, libertad para Dios y para los demás. Es activa por el amor. El amor es tan libre que es libre incluso frente al propio yo y se revela capaz de superarse a sí mismo. El amor es el cumplimiento de toda ley.


Pablo plasma su comprensión de la justicia en la imagen de un intercambio: “Al que no supo de pecado por nosotros lo trató como pecador, para que nosotros, por su medio, fuéramos inocentes ante Dios” (cf. 2 Cor 5,21). “Pues conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. No somos nosotros los que nos reconciliamos con Dios, sino él quien, a través de Jesucristo, se reconcilia con nosotros. Pero lo hace de tal modo que, en virtud de tal reconciliación, nos convertimos en Cristo en nuevas criaturas (cf. 2 Cor 5,17-19).


Los padres de la Iglesia hicieron suya a menudo esta idea de un intercambio sagrado, que encontró en ellos abundante eco. Sin cesar afirman que el justo muere por los injustos, a fin de que estos lleguen a ser justos; Él muere para que nosotros vivamos. Algunos padres van incluso más allá y dicen: Dios se hizo hombre, a fin de que nosotros fuéramos divinizados.

 

Padre Javier Soteras