02/05/2025 – Esta vez el padre Javier Rojas y Paula Torres invitaron a la audiencia a aprender a elegir con el corazón y en paz para ser verdaderamente libres. “Vivimos en un mundo que pronuncia con fuerza la palabra libertad, pero pocas veces se detiene a contemplarla desde dentro. Muchos creen que ser libre es poder hacer lo que uno quiere, sin límites, sin rendir cuentas, sin depender de nada ni de nadie. Pero esa forma de pensar, tan extendida como frágil, nos deja muchas veces más vacíos que plenos, más desorientados que en paz. La libertad verdadera es otra cosa. Es silenciosa. Es profunda. No se mide por el ruido de las decisiones ni por la cantidad de opciones disponibles, sino por la calidad interior con que elegimos. Ser libre no es actuar desde el impulso o desde el capricho, sino desde la conciencia. No es dejarse llevar por el deseo inmediato,
sino poder discernir lo que da vida, lo que edifica, lo que me conduce a ser más yo mismo”, matizó el sacerdote jesuita nacido en Formosa.
“La libertad se conquista paso a paso, enfrentando los miedos que nos paralizan, las fidelidades mal entendidas que nos atan, los vínculos que nos condicionan, los apegos que nos frenan. No se trata de cortar con todo, sino de ordenar desde el amor. Como decía San Ignacio, “usar de las cosas en la medida en que me ayudan a alcanzar mi fin, y dejar lo que me impide”. Esa es la verdadera libertad: elegir lo que me ayuda a amar, aunque no siempre me guste. Jesús fue libre. Y no porque hiciera lo que quería, sino porque supo elegir siempre desde el amor. Su libertad no consistía en huir del sufrimiento, sino en abrazar su misión con fidelidad. No se dejó manipular por los aplausos, ni
encerrarse por las críticas. Su libertad brotaba de su comunión con el Padre. Por eso pudo decir: “La verdad los hará libres” Esa verdad no es solo una idea, sino una relación viva que nos afirma en nuestra identidad más honda: hijos amados de Dios”, acotó Rojas.
“Jesús fue libre para entrar a Jerusalén sabiendo lo que vendría, libre para lavar los pies de sus discípulos, libre para callar ante Pilato, libre para entregar su espíritu. Su libertad fue obediencia amorosa, no sumisión. Fue decisión libremente asumida de amar hasta el extremo. San Ignacio de Loyola entendió que la libertad se juega en el terreno del afecto: en lo que deseo, en lo que temo, en lo que me ata por dentro. Y por eso propuso la “indiferencia espiritual”: no aferrarse a lo que me agrada ni huir de lo que me incomoda, sino disponerme a elegir aquello que más me conduce a amar y a servir. ¿Cuántas veces decimos “soy libre”, pero seguimos atados a lo que los demás esperan de nosotros? ¿Cuántas decisiones tomamos por presión, por miedo, por inercia? ¿Cuánto nos cuesta dejar lo que nos da seguridad, aunque ya no nos haga crecer? ¿Cuántas veces posponemos lo importante por miedo a fallar o por estar ocupados en lo urgente? La libertad interior es un don y una tarea. Es gracia que se cultiva y decisión que se entrena. No nace sola: crece en el silencio, en la oración, en el discernimiento.