La Madre Teresa y su lucha por seguir siendo humilde

martes, 6 de septiembre de 2016
image_pdfimage_print

 

06/09/2016 – El domingo pasado el Papa Francisco canonizó a Madre Teresa de Calcuta. En la catequesis seguimos recorriendo la vida y obra de esta mujer inmensa, gran testimonio del siglo XX.

 

“Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura”.

Mt 6,25-33

¿Qué hacía que la Madre Teresa fuera totalmente inmune a las tentaciones del orgullo, inmodestia y vanidad que debió de tener a causa de los reconocimientos y honores, premios y distinciones, encuentros con importantes hombres de Estado y toda la serie de pequeños privilegios que le concedieron? ¿Por qué, a pesar de toda la parafernaria que generaba su presencia, nunca tuvo más aspiración que la de ser “un lápiz en la mano de Dios”, una humilde sierva Suya?

“¡Es obra suya!”, le dijo en una ocasión –señalando hacia arriba con el dedo índice- a un periodista que comentó que sus logros en todo el mundo eran más maravillosos. Sus reacciones eran muy parecidas cuando le preguntaban si todas las alabanzas y premios que recibía –y probablemente era la persona que más reconocimientos había recibido en todo el planeta- no había hecho que se sintiera ni siquiera un poquito orgullosa. Se señalaba los oídos con el índice y decía: “Por aquí entra y vuelve a salir por aquí. Y en el medio no hay nada. ¡Es obra Suya!”.

Cuando en una universidad india le concedieron a la Madre Teresa otro doctorado honoris causa, le dijo al obispo que viajaba con ella: “Nunca he estudiado ni obtenido ningún título. No sé mucho de leyes humanas; solo sé un poco de leyes divinas; y, de repente, no hacen más que darme doctorados…”.

El 26 de octubre de 1985, invitaron a la Madre Teresa a hablar ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York. El día del discurso, siguió la habitual rutina de la casa de las hermanas en Washington. Después de la Santa Misa y la hora de adoración de la mañana, venía la limpieza diaria: primero, lavar su sari; después, limpiar baños y suelos. Como cualquier otro día, dio ejemplo trabajando codo con codo con las demás hermanas. Solía centrarse en la limpieza de baños: “Soy una experta; probablemente, la mayor especialista mundial en limpieza de baños”. Después se subió al viejo coche que la llevaría a Nueva York y que conducía un voluntario que trabajaba para la congregación. Cuando entró en el edificio principal de la ONU, fue recibida con la ovación de los delegados y jefes de Estado allí congregados.

El Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, la presentó en los siguientes términos:
Es este un salón de palabras. Hace unos días tuvimos en este estrado a los hombres más poderosos del mundo. Ahora tenemos el privilegio de tener a la mujer más poderosa del mundo. Creo que no necesito presentarla. Ella no necesita palabras. Ella necesita hechos. Creo que lo mejor que puedo hacer es rendirle homenaje y decir que es mucho más que yo, mucho más que todos nosotros. Ella es las Naciones Unidas. Ella es paz en este mundo. Gracias.

La Madre Teresa atravesó el salón de la Asamblea General hasta la tribuna de oradores y comenzó su discurso:
Nos hemos reunido aquí para dar gracias a Dios por los cuarenta años de maravillosa labor que la ONU ha desarrollado para bien de la gente y, dado que vamos a comenzar un Año de la Paz, digamos la oración –tienen todos una copia-, decimos juntos la oración por la paz. Porque las obras de amor son obras de paz. La decimos juntos para conseguir la paz; Dios puede darnos la paz uniéndonos a todos.

Y allí estaba ella, dirigiendo la oración en medio de aquel escenario, testigo de las intrigas de la política mundial:

Haznos dignos, Señor,
de servir a nuestros hermanos
que mueren por todo el mundo en la pobreza y hambre.
Dales, a través de nuestras manos,
el pan de cada día,
y, por nuestro amor compasivo,
dales paz y alegría.

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:
que donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo armonía;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya oscuridad, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría;
Señor, haz que no busque tanto ser consolado
cuanto consolar;
ser comprendido cuanto comprender;
ser amado cuanto amar.
Porque es dando que se recibe,
es perdonando que somos perdonados.
Amén.

 

Comenzó su discurso con esta oración de San Francisco de Asís, y a continuación les dio a los políticos y diplomáticos allí reunidos una típica clase de catecismo, en la que –como siempre- desviaba hacia Jesús la atención de que estaba siendo objeto ella:

Le hemos pedido al Señor que nos haga instrumentos de paz, de alegría, de amor, de unidad; y es ese el motivo por el que vino Jesús: para darnos una prueba de ese amor. Tanto amó Dios al mundo que entregó a Jesús, su Hijo, para que viniera con nosotros a darnos esa buena noticia: que Dios nos ama. Y que quiere que nos amemos como Él nos ama a cada uno de nosotros. Que la única razón por la que nos ha creado es esta: para amar y ser amados. No hay otra razón. No somos un simple número en el mundo. Somos hijos de Dios.

En su discurso dijo que, cuando había estado en China, le habían preguntado: “¿Qué es para usted un comunista?”. Y que ella había respondido: “Un hijo de Dios; mi hermano, mi hermana”. Y, dirigiéndose otra vez a los delegados, dijo:
“Y eso es precisamente lo que ustedes y yo estamos llamados a ser: hermano, hermana. Porque la misma mano amorosa de Dios que les ha creado a ustedes me ha creado a mí, ha creado al hombre de la calle, ha creado al leproso, al que pasa hambre, al rico… A todos para lo mismo: amar y ser amados. Y esto es para lo que nos hemos reunido hoy aquí: para encontrar los medios para la paz”. 

En este emblemático discurso , la Madre Teresa describió al aborto como “el mayor destructor de la paz” y que insistió en la necesidad de la familia. No debemos pasar por alto el llamamiento que hizo a los jefes de Estado, embajadores y delegados presentes: “Así pues, hoy, aquí reunidos, hagamos en nuestros corazones un firme propósito: amaré. Seré un portador del amor de Dios. …Amemos de nuevo, compartamos, recemos para que nuestra gente se vea liberada de ese terrible sufrimiento… Rezaré por ustedes, para crezcan en el amor de Dios amándose unos a otros como Él les ama a cada uno de ustedes y, especialmente, para que mediante ese amor lleguen ustedes a ser santos. La santidad no es un lujo de unos pocos. Es una sencilla obligación para todos nosotros. Porque la santidad trae amor, y el amor trae paz, y la paz trae la unidad entre nosotros. Y no tengamos miedo, porque Dios está con nosotros si le dejamos, si le entregamos la alegría de un corazón puro”.

Concluyó su discurso ante la Asamblea General de la ONU con la siguiente reflexión:

“La oración nos da un corazón limpio, y un corazón limpio nos permitirá ver a Dios en los demás. Y, si vemos a Dios en los demás, podremos vivir en paz y, si vivimos en paz, podremos compartir con los demás la alegría de amar, y Dios estará con nosotros”.

Cuando acabó su intervención en la ONU –había indicado que no hubiera banquete y que se destinara ese dinero a los pobres- se subió al viejo coche que la había traído a Nueva York y volvió a casa de las hermanas en Washington, donde continuó con la rutina y el horario de la casa, como todas las hermanas.

Es posible que la Madre Teresa también tuviera que combatir tentaciones para poder mantener esa modestia y sencillez.

La limpieza de baños tenía también un valor espiritual. Durante un vuelo trasatlántico a Washington, donde iba a visitar al entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, una de las hermanas que la acompañaban se percató de un hecho extraño: la Madre Teresa había entrado en los baños que estaban en la parte delantera de la zona de primera clase, primero en el derecha y luego en el de la izquierda. Después se fue a los baños que estaban en la parte de atrás del avión. La curiosidad de la hermana pudo más que la vergüenza y le preguntó a la Madre Teresa por el motivo de aquellos repetidos viajes al baño. Su breve respuesta fue: “¡Exorcismo!” .La Madre Teresa había limpiado todos los baños; y parece ser que precisamente en la limpieza de baños donde encontraba el antídoto contra cualquier asomo de soberbia. Esto encajaba bien con aquella máxima que solía repetir: “ ¿Cómo se aprende humildad? ¡Solo con humillaciones!

 

Padre Javier Soteras