La Madre Teresa y los buenos consejos

lunes, 26 de agosto de 2013
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“Otra vez Jesús les habló, diciendo:Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”
 
Juan 8, 12

 

Nosotros hemos recibido, a lo largo de la vida, de una mamá, un papá, abuela, tío, amiga, sacerdote, hermano, un consejo que nos sirvió para toda la vida. Los rescatamos para que tengan y recobren toda su fuerza.
 
La madre de Teresa de Calcuta le dejó un consejo a su hija cuando estaba en tiempo de definiciones vocacionales. Le dijo: Pon tu mano en su mano y camina sola con Él. Camina sola hacia delante, porque si miras hacia atrás, volverás. Estas palabras se grabaron profundamente en el corazón de Gonxha Agnes Bojaxhiu, la futura Madre Teresa de Calcuta, cuando dejó su hogar materno. Ésta fue la expresión de consejo con la que su mamá la invitó a caminar. Esta decisión tomó el corazón de Teresa y el 26 de septiembre de 1928 viajó a Irlanda para entrar en el Instituto de la Bienaventurada Virgen María, las hermanas de Loreto, una congregación de religiosas dedicada especialmente a la educación.
 
La historia de una llamada
 
Ella había pedido especialmente ir a las misioneras de Bengalá. Semejante aventura exigía gran fe y valentía, ya que ella y su familia sabían bien que en esa época, cuando los misioneros iban a las misiones, nunca regresaban. A pesar de lo joven que era Gonxha había necesitado seis años para decidir su vocación. Creció en una familia que fomentaba la piedad y la devoción en una fervorosa comunidad parroquial, que también contribuyó a su formación religiosa. En este entorno, según revelaría más tarde Madre Teresa, se sintió por primera vez llamada a consagrar su vida a Dios: Yo solo tenía doce años entonces. En esta época (1922) fue cuando supe por primera vez que tenía vocación hacia los pobres. Yo quería ser misionera. Yo quería ir y dar la vida de Cristo a la gente de los países de misión. Al principio, entre los doce y los dieciocho años, yo no quería ser religiosa. Éramos una familia muy feliz. Pero cuando tuve dieciocho años decidí dejar mi lugar para hacerme religiosa. Y desde entonces, en estos cuarenta años, nunca he dudado ni siquiera un segundo de haber hecho lo correcto; ésta era la voluntad de Dios, era su elección para mi vida.”
 
Su decisión, entonces, no fue un capricho de juventud sino algo razonado, fruto de su profunda relación con Jesús. Muchos años después ella develaría: desde mi infancia el corazón de Jesús ha sido mi primer amor.
 
Hizo clara su determinación en su carta de solicitud a la Superiora de las religiosas de Loreto:
 
“Reverenda Madre Superiora, sea tan amable de escuchar mi sincero deseo: quisiera entrar en su Congregación, con el fin de llegar a ser un día una hermana misionera y trabajar por Jesús que murió por todos nosotros. He terminado el quinto curso de la escuela secundaria. Hablo albanés, que es mi lengua materna, y serbio. Conozco un poco el francés, no sé nada de inglés pero espero que Dios me ayude a aprender lo poco que necesito y, entonces empezaré inmediatamente en estos días a practicarlo. No tengo otro requisito especial, sólo quiero estar y todo lo demás lo dejo completamente a disposición del Buen Dios. (28/06/1928).”
 
 
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Evidentemente estamos en presencia de una persona que, desde muy joven, en medio del combate frente al llamado que Dios le hace, tiene una gran determinación, a semejanza de lo que veíamos en Santa Teresa, quien decía que para seguir al Señor hace falta justamente una determinada determinación.
 
Ella relata que en su vida recibió una gracia excepcional de Dios en su Primera Comunión. Esto había avivado su deseo de dar este paso audaz hacia lo desconocido: “Desde los cinco años y medio cuando le recibí a Jesús por primera vez, el amor por las almas ha estado en mí. Creció con los años, hasta que llegué a la India con la esperanza de salvar a muchos.”
 
Navegando por el mar Mediterráneo, la apasionada y joven misionera escribió a sus seres queridos: “Recen por su misionera para que Jesús le ayude a salvar cuantas almas y mortales sean posibles de la oscuridad y la incredulidad.”
 
Su esperanza de llegar y de llevar la luz a los que estaban en la oscuridad llegaría a hacerse realidad, aunque de un modo que ella no podía ni imaginar mientras viajaba a su escogida tierra de misión. Ésta va a ser como la gran clave en torno a la cual el Señor la va a guiar a lo largo de toda su vida: ser luz.
 
Durante el viaje por mar, en momentos de soledad y de silencio, cuando la alegría y el dolor se mezclaban en su corazón, la Hermana Teresa reunió sus sentimientos en un poema:
 
 
 
Adiós
 
Dejo mi querido hogar y mi amada tierra natal,
a la cálida Bengala voy,a un lejano, distante lugar.
 
Dejo a mis viejos amigos abandono familia y hogar,
mi corazón me impulsa,a servir a mi Cristo.
 
Adiós, oh madre querida y, a todos vosotros, adiós,
una fuerza mayor me empuja hacia la tórrida India.
 
El barco avanza lentamente, surcando las olas del mar,
mis ojos por última vez observan  las queridas orillas europeas.
 
Valiente, en la cubierta del barco de plácido, feliz semblante
está la pequeña, la nueva prometida de Cristo.
 
En su mano una cruz de hierro de la que cuelga el Salvador,
el alma dispuesta ofrece este momento, su duro sacrificio:
“¡Oh Dios, acepta este sacrificio como signo de mi amor,
ayuda a Tu criatura, a glorificar Tu nombre!
A cambio sólo Te pido, Oh, nuestro buenísimo Padre,
dame al menos un alma una que Tú ya conoces.”
 
Y pequeñas, puras como rocío estival fluían suavemente las cálidas lágrimas,
confirmando y consagrando el duro sacrificio, ahora ofrecido.
 
 
 
Muchas cosas por Jesús y por las almas
 
Después de nueve años en Loreto, la Hermana Teresa estaba acercándose a un momento muy importante de su vida, estaba a punto de hacer profesión de votos perpetuos.
 
Sus superioras y sus compañeras ya estaban al tanto de su espíritu de oración, compasión, caridad y celo; también apreciaban su gran sentido del humor y su talento natural para la organización y el liderazgo. En todos sus quehaceres mostraba una inusual claridad mental, sentido común y valentía, como la ocasión en que ahuyentó un toro de la carretera para proteger a sus niñas o cuando consiguió hacer huir a unos ladrones que irrumpieron una noche en el convento.
 
Sin embargo, ni sus hermanas ni sus alumnas advirtieron la magnitud de la hondura espiritual que esta religiosa trabajadora y alegre había alcanzado en medio de sus actividades diarias. Su profunda unión con Jesús, fuente de su fecundidad espiritual y apostólica, sólo la compartía con sus confesores. Así, raramente aludía a sus sufrimientos y la alegría que irradiaba a su alrededor escondía con eficacia sus tribulaciones. En una carta al padre jesuita Franjo Jambrekovic, el que había sido su confesor en Skopje, ella le reveló el secreto de la poderosa acción de Dios en su alma:
 
“Querido Padre en Jesús,
Le agradezco de corazón su carta -realmente no la esperaba- le pido disculpas por no haberle escrito antes.Acabo de recibir la carta de la Reverenda Madre General en la cual me da el permiso para hacer mis votos perpetuos. Será el 24 de mayo de 1937. ¡Qué gran gracia! Realmente no puedo agradecer lo suficiente a Dios todo lo que ha hecho por mí. ¡Suya para el resto de la eternidad!.
Ahora me alegra de todo corazón ha-ber llevado con alegría mi cruz con Jesús. Hubo sufrimientos -momentos cuando mis ojos estaban llenos de lágrimas- pero le doy gracias a Dios por todo. Jesús y yo hemos sido amigos hasta ahora. Rece para que me dé la gracia de la perseverancia. Este mes empiezo mis tres meses de tercera probación. Habrá más que suficiente [para ofrecer] por Jesús y por las almas, pero ¡estoy tan feliz!
Antes las cruces me daban miedo -se me ponía la carne de gallina sólo de pensar en el sufrimiento- pero ahora lo abrazo incluso antes de que llegue y así Jesús y yo vivimos en el amor.
No piense que mi vida espiritual está sembrada de rosas. Ésa es la flor que casi nunca encuentro en mi camino. Todo lo contrario, más a menudo, tengo a la “oscuridad” por compañera. Y cuando la noche se hace más espesa -y me parece que voy a terminar en el infierno- entonces simplemente me entrego a Jesús. Si El quiere que yo vaya, estoy preparada, pero sólo con la condición de que de verdad le haga feliz. Necesito mucha gracia, mucha fuerza de Cristo para perseverar en la confianza, en ese amor ciego que conduce sólo hacia Jesús Crucificado. Pero soy feliz, sí, más feliz que nunca. (…)”
 
 
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La oscuridad, su compañera

 

Ésta va a ser una experiencia interior que la va a acompañar toda la vida. A ella, que en un momento determinado de su vida Dios le dice en el tren que la llevaba hacia Calcuta serás mi luz, la acompaña siempre alguna profunda oscuridad. En la carta precedente es la primera vez que la hermana Teresa se refiere a la oscuridad. Es muy difícil captar con precisión lo que esta palabra significa; implica un profundo sufrimiento interior, falta de consuelo sensible, sequedad espiritual, una aparente ausencia de Dios en su vida y al mismo tiempo un doloroso anhelo de estar con Él. La mayor parte del tiempo no disfruta de la luz ni del consuelo de la presencia sensible de Dios, sino más bien que se esforzaba por vivir en la fe, entregándose con amor y confianza a lo que Dios deseara. Abrazaba el sufrimiento: “ahora lo abrazo incluso antes de que llegue y así Jesús y yo vivimos en el amor” dice en su carta.
 
La oscuridad interior no es nueva, sino que está presente en la vida de todos los santos. San Juan de la Cruz es tal vez quien mejor la describe y habla de esta oscuridad, de la noche oscura de la fe. Madre Teresa de Calcuta va a vivir esta experiencia de oscuridad profunda en la fe a lo largo de casi toda su vida. Nosotros sabemos que hay distintas noches: de los sentidos, del espíritu y de la fe. En todas y cada una de estas noches Madre Teresa se ha visto como atravesada por la experiencia en Dios, ha sido casi como el pan de cada día. En torno a esa experiencia Dios le dice: sé mi luz.
 
 
Padre Javier Soteras
Catequesis del 24/08/2011