La melancolía y la espiritualidad

martes, 10 de agosto de 2010
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Espiritualidad para el siglo XXI (Cuarto y último ciclo)
Programa 18: “La melancolía y la espiritualidad”

Eduardo Casas

Texto 1.
 En la Antigüedad se pensaba que el cuerpo humano estaba compuesto esencialmente por cuatro sustancias básicas, llamadas “humores” las cuales eran líquidas y consistían en una secreción glandular de cuyo equilibrio dependía la salud. Las enfermedades y discapacidades resultaban de un exceso o un déficit de alguno de estos humores. Estos eran cuatro, identificados como bilis amarilla o simplemente bilis, bilis negra, flema y sangre. Era común la creencia que la pérdida de fluidos era una forma de muerte.
Se pensaba que el espíritu humano viajaba  por el cuerpo en estas secreciones. Los humores eran físicos pero condicionaban el estado de ánimo ya que dependía directamente de la variabilidad de estos fluidos. Hasta la personalidad estaba en relación a ellos dando origen a los distintos tipos de temperamento.
 Lo físico, lo anímico, lo emocional y lo psicológico estaba condicionado por estos fluidos. Esta concepción es la que hoy llamamos “holística”, una perspectiva de convergencia de la complejidad de las dimensiones de la realidad desde la unidad y la integración de  todos los aspectos.
 Por ejemplo, el humor de la sangre tenía que ver con el elemento aire, con la estación de la primavera en la cual se revitaliza todo nuevamente y con el órgano del corazón, por el que pasa toda la sangre y se distribuye. La característica de la sangre era templada y húmeda. Constituía el fundamento del temperamento sanguíneo, el cual se caracteriza por ser valiente, arriesgado, emprendedor, generoso, esperanzado y afectivo.
 El humor llamado “bilis” se relacionaba al verano y al elemento fuego. Concernía al hígado y la vesícula biliar. Era húmedo y seco. Configuraba el temperamento colérico, el cual es impulsivo y reaccionario.
 El humor llamado “flema” se vinculaba con el invierno y el agua. Era frío y húmedo, emparentado con el cerebro y el pulmón. Daba por origen al temperamento flemático, el cual es calmado, parsimonioso, indiferente, distante y abstraído.
 Por último, el humor llamado “bilis negra” se vinculaba al otoño y al elemento tierra, imprimía un espíritu cabizbajo y meditabundo, ligado a lo que tira hacia abajo. Se lo relacionaba con el órgano del bazo y era –a la vez- frío y caliente; por lo cual su oscilación anímica era muy variable. Podía pasar de un extremo a otro, de un vaivén de euforia a una depresión, en una constante bipolaridad. Generaba el temperamento melancólico el cual es abatido, somnoliento, apesadumbrado y triste.
 Ciertamente el avance de la medicina y de la psicología han modificado estos registros. Sin embargo, sobre esta base mucho se fue construyendo y avanzando. Las clasificaciones han ido variando aunque esta sabiduría de la Antigüedad de algún modo contribuyó.
 ¿Vos con qué “humor” te sentís más identificado?; ¿cuál es el temperamento más predominante en tu psicología?; ¿sanguíneo, colérico, flemático o melancólico?; ¿qué características de estos temperamentos y estado anímicos tiene habitualmente tu alma?; ¿qué hacés cuando sentís tu alma así?

Texto 2.

Al referirnos hoy a la melancolía tenemos que afirmar que su nombre nació como un término médico relacionado con el humor de la bilis negra. En general se vinculaba la melancolía con una cierta depresión, una angustia o dolor moral, un sentimiento de culpabilidad, de desmoronamiento, un “sin sabor” y “sin saber”.

Los ojos de melancolía contemplan el reino de lo invisible con la misma intensidad con que su mano toca lo impalpable, con una mirada perdida y vuelta hacia una lejanía vacía, cavilando tristemente con la sensación de no llegar a nada, como un espíritu taciturno, callado y lloroso, lánguido y quieto, silencio y grave,  con oscilaciones en las mareas del alma que suben y bajan, con alas que no se  despliegan, con una llave que no usa para abrir nada y con laureles marchitos en la frente, sin ninguna sonrisa de victoria

Hay que distinguir la melancolía del sentimiento de la angustia e incluso de la misma nostalgia. La angustia está vinculada con el futuro. Si nos angustiamos por algo pasado es porque nos asecha el temor de que pueda repetirse, haciéndose nuevamente futuro. 

La angustia es un estado que, a pesar de la desazón que implica, es capaz de ponernos frente a la propia soledad y desde ahí –si realmente lo deseamos y ponemos todo nuestro empeño-  podemos tener la posibilidad de recrear nuestras situaciones.

La angustia puede estar relacionada con la melancolía aunque no necesariamente. Hay temperamentos que no son para nada melancólicos y que –sin embargo- pueden caer en profundas angustias. El melancólico está más propenso a la angustia pero no necesariamente. Melancolía y angustia son –definitivamente- realidades distintas. 

Hay también diferencia entre la melancolía y la nostalgia, aunque muchas veces las nombremos como sinónimos. La distinción entre una y otra tiene que ver con la percepción del tiempo. La melancolía siente una suave tristeza hacia el presente. La nostalgia, en cambio, añora el pasado.

Cuando la fe o la esperanza decaen nos refugiamos en la ensoñación de la nostalgia que nos tira al pasado sin exigir demasiado, dejándonos anclados en lo que ya no es, ni volverá necesariamente a ser o si vuelve a ser, lo será de manera totalmente distinta a antes porque nada se repite exactamente igual. El temor al  futuro con todas las dudas, incertidumbres e inseguridades que genera nos pone al abrigo de la nostalgia y de los fantasmas de las ausencias que siempre la acompañan.

No existen las utopías de edades de oro y paraísos perdidos. Esas son fantasías que genera el pasado el cual, al no existir, ha quedado idealizado como todo aquello que ya está fuera de nuestro alcance.

A veces la nostalgia es como un viaje de vuelta, un “regreso necesario”, un recreo que nos tomamos recordando lo mejor de aquello que va quedando. El peligro es que ese recurso de la memoria y el corazón se vuelva permanente, constante,  sólo nos circunscriba a lo que ya se fue, permaneciendo fijos en el desarraigo, la añoranza y el anhelo. Hasta puede producirse lo que se llama una “hipocondría”, una especie de hartazgo y hastío de todo.

¿Vos podés distinguir en tu ánimo y en tu corazón entre la melancolía, angustia y nostalgia?; ¿qué frutos te dejan una y otra?; ¿tenés días nublados en el cielo de tu alma?; ¿qué sombras aparecen?

Texto 3.

La nostalgia nos trae a la conciencia las diversas pérdidas que hemos tenido, algunas irreparables e irrecuperables. Pérdidas de cosas, personas, afectos o relaciones. Pérdidas de lo esencial. Se puede perder una familia, una amistad, un país, un amor.

La nostalgia nos pone en el umbral de aquello que se ha despedido. Nos ubica en el límite de aquello que se fue. Nos coloca en el tránsito. En ese momento somos muy vulnerables, las fibras del alma están en la corteza, en lo más superficial. Las raíces quedan expuestas. Hay realidades que disparan la nostalgia: una música recordada, un aroma evocador, una foto que aparece, una carta que llega, una noticia que escuchamos…

 Hay nostalgias “hacia atrás” y nostalgias “hacia delante”. La persona madura que ya ha vivido un buen tramo de su existencia suele tener el impulso de una primera nostalgia “hacia atrás”, hacia su pasado: hablan de cosas pretéritas, abren el baúl de los recuerdos y el cofre añejado de los tiempos.

No hay que quedarse meramente en esa dirección de la nostalgia sino generar un movimiento creador hacia el impulso de la vida que siempre sigue, con su cadencia, hacia delante.

 También suele aparecer, en la medida en que se va avanzando la vida, una nostalgia “hacia delante”, hacia lo que va a venir. El horizonte de la existencia continúa; la fe nos abre a una sana nostalgia de ese futuro sin tiempo que es la eternidad. El cielo es un presente constante. La nostalgia de Dios es un suave anhelo que nos despierta la fe, la esperanza y el amor con su impulso hacia delante. Dios es nuestro futuro. Aunque en sí mismo es sólo presente.

 Hay que permitirse la nostalgia de vez en cuando. Partir cada uno de sus raíces para darle nuevas formas. Cada raíz se convierte en una nueva ala. La nostalgia –bien administrada- puede ser una resistencia que nos sirva para aprender. Siempre hay algo o alguien por extrañar en la vida. La nostalgia también tiene –como todas las cosas- su lado sombrío: puede producirnos  un anclaje de inmovilismo, de huída y de pérdida de vitalidad.

 Si bien podemos –en algún momento- darle cabida a la nostalgia, no hay que estancarse en ella. Hay que mirar hacia delante. Como dice Jesús, no es preciso poner las manos en el arado y ver para atrás.
              
Hay que disfrutar de la nostalgia pero también -a veces- es necesario cuidarse de ella ya que cualquier cosa puede despertarla en nuestras emociones. Hay paisajes y músicas que son muy nostálgicos. Basta pensar en alguna música oriental, la música celta o nuestro tango, melancólico y llorón que pone nombre a las penas de la vida y del amor, lo mismo que la milonga.

¿Hay alguna música que te evoque cierta nostalgia?; ¿qué paisajes abre en tu interior?; ¿qué viaje por las emociones te permitís?

 

 

Texto 4.

La melancolía y la nostalgia se acercan a menudo a la tristeza. Algunos hasta la confunden. Sin embargo, no toda tristeza es malsana. El mismo Apóstol San Pablo afirma que hay una tristeza que proviene de Dios y otra no.

La Palabra de Dios dice: “ustedes han experimentado la tristeza que proviene de Dios. Esa tristeza produce un arrepentimiento que lleva a la salvación y no se debe lamentar; en cambio, la tristeza del mundo produce muerte” (2 Co 5, 9-10).

La tristeza de Dios como don del Espíritu Santo nos lleva a la compunción y al arrepentimiento de todo lo que tenemos que cambiar. La tristeza que no viene de Dios da frutos de muerte. Aquella tristeza que nos cierra y nos estruja el corazón, la que no permite que respiremos la esperanza, la que se queda en el lamento y la queja, la que no siente ganas de nada y experimenta un pesimismo por todo. Esa tristeza no es buena y no hace crecer.

La melancolía cuando está impregnada de una cierta tristeza, como suave llovizna, humedece el alma para darle mejores frutos sino, de lo contrario, no es un don de Dios.  

 La tristeza que Dios nos permite pasajeramente mueve al arrepentimiento, a la contricción, a la compasión, a la serenidad y a la paz.

 ¿Vos has sentido alguna vez una tristeza profunda?; ¿te ha permitido reflexionar y crecer o –por el contrario- te ha cerrado solamente en ese sopor del alma que tiende hacia abajo?; ¿no has experimentado  la tristeza como una fuerza de gravedad interior que tira hacia el suelo?; ¿has permitido que Dios tome tu tristeza y la haga sutil y límpida, capaz de crear más belleza en el interior de tu corazón?; ¿qué cosas te ponen triste?

Texto 5.

Hay muchas personas que se han alimentando de la melancolía para nutrir sus creaciones. A veces se saca más luz de un desgarro y un desfallecimiento del alma que de cierto júbilo embotador y enceguecedor. Muchas obras de arte han nacido de esa lánguida, pálida y serena belleza del ángel de la melancolía, el cual nos recuerda que todas las sombras son -de algún modo- necesarias para la luz del acto creador. También esto sucede en la vida espiritual. Hay que integrar las propias sombras en una completa transfiguración de bellezas.

Los poetas se dejan tocar por el ángel de la melancolía. Dejan que sus almas sean rozadas por las alas del ese ángel que lleva una corona hecha de perlas de lágrimas. Una vez, el famoso filósofo Sören Kierkegaard dijo: “¿Qué es un poeta? Es un hombre que oculta profundas penas en el corazón pero cuyos labios estás hechos de tal suerte que los gemidos y los gritos, al exhalarse, suenan como una hermosa música”.

El maestro uruguayo, Mario Benedetti, cierta vez escribió este poema:

 

 

Nostalgia

¿De qué se nutre la nostalgia?

Uno evoca dulzuras,
cielos atormentados,
tormentas celestiales,
escándalos sin ruido,
paciencias estiradas,
árboles en el viento,
oprobios prescindibles,
bellezas del mercado,
cánticos y alborotos,
lloviznas como pena,
escopetas de sueño,
perdones bien ganados…

pero con esos mínimos
no se arma la nostalgia,
son meros simulacros.
la válida, la única nostalgia
es de tu piel.

La verdadera nostalgia surge del amor y de todo lo que se ha amado. Uno puede sentir nostalgia de todo: de personas, lugares, acontecimientos, tiempos que pasaron, de la infancia, la adolescencia y la juventud. Nostalgias de los amores, los ideales, los lugares de antaño, el barrio, la escuela, los que se fueron, el lugar donde fui feliz… Nostalgia de lo que aún no llegó. Nostalgias de lo que soy. Nostalgias de lo que quisiera ser. Nostalgias de ser mejor, de ser más bueno y más noble. Nostalgias del amor y nostalgias de Dios….

Una vez más, la pluma del maestro Benedetti, nos recuerda el nexo que existe entre la nostalgia y la esperanza

Ovillos

Mientras devano la memoria
forma un ovillo la nostalgia,
si la nostalgia desovillo
se irá ovillando la esperanza:
siempre es el mismo hilo1.

 

———————-

1 Mario Benedetti, las soledades de babel, Sudamericana, Buenos Aires, 2000, 33.

Siempre es el mismo hilo. Si devano hacia delante se llama esperanza. Si lo enrollo hacia atrás nace la nostalgia. Las distintas direcciones de un mismo curso. El corazón se debate con un solo hilo en la mano para hacer la trama de toda la existencia. Siempre el mismo y único hilo, trenzando la nostalgia o la esperanza.

¿Vos con ese único hilo de la trama: estás tejiendo?; ¿hacia delante o hacia atrás?; ¿hacia la memoria y la nostalgia o hacia el futuro y la esperanza?
 

Texto 6.

 

Oh, melancolía.

Hoy viene a mí la damisela soledad
con pamela, impertinentes y botón
de amapola en el oleaje de sus vuelos.
Hoy la voluble señorita es amistad
y acaricia finalmente el corazón
con su más delgado pétalo de hielo.

Por eso hoy
gentilmente te convido a pasear
por el patio, hasta el florido pabellón
de aquel árbol que plantaron los abuelos.
Hoy el ensueño es como el musgo en el brocal
dibujando los abismos de un amor
melancólico, sutil, pálido cielo.

Viene a mí, avanza,
viene tan despacio,
viene en una danza
leve en el espacio.

Cedo, me hago lacio
y ya vuelo, ave.
Se mece la nave,
lenta como el tul,
en la brisa suave
niña del azul.

Oh melancolía, novia silenciosa,
íntima pareja del ayer.
Oh melancolía, amante dichosa,
siempre me arrebata tu placer.
Oh melancolía, señora del tiempo,
beso que retorna como el mar.
Oh melancolía, rosa del aliento,
dime quién me puede amar.
Silvio Rodríguez