En el mundo mediterráneo, igual que entre nosotros, la comensalía – ser comensales en la misma mesa – es signo de compartir mucho más que la comida. Se come con los seres queridos, con los amigos, y con aquellas personas que uno elige invitar en ocasiones especiales.
Esto ya era así desde la época patriarcal, en que siendo nómades, no tenían mesas ni muebles. La comida se disponía en el piso sobre una estera de cuero o de piel.
Incluso en tiempos de Jesús continuaba esta costumbre; también, por influjo de la cultura greco-romana, se incorporó al mobiliario una especie de mesa baja, de 40 cm. de alto, para comer sentados en el suelo o apoltronados en almohadones. Los romanos utilizaban butacas, mesas y triclinios (pequeñas mesas de tres patas).
La hospitalidad se refleja en aquello que se ofrece en la mesa, aunque se tengan pocos recursos, como refleja este relato de la mitología.
Filemón y Baucis. De la obra Las Metamorfosis, de Ovidio (43 a.C. – 18 d.C.), versos 611-724
La historia cuenta que dos dioses bajaron a la tierra en forma humana a buscar hospedaje; tocaron en mil puertas y nadie les abrió. Sólo encontraron respuesta en la casa de la piadosa anciana Baucis y su esposo Filemón, un matrimonio pobre que habitaba una cabaña. Ellos, sin saber que recibían la visita de dioses, les dan abrigo y comodidad.
“La vieja, remangada y temblorosa, pone la mesa; pero el tercer pie de la mesa era más corto; un ladrillo lo niveló. Ella, una vez igualada y suprimida la inclinación de la mesa, la fregó con menta verde. Pone allí el fruto bicolor de la casta Minerva [aceitunas], frutos de otoño, conservados en salmuera líquida, achicorias, rábanos silvestres, pasta de leche cuajada y huevos ligeramente girados sobre ceniza no muy ardiente, todo en platos de barro. Después de esto, cincelada en la misma clase de plata, trae una crátera y copas hechas de haya, cuya cavidad va untada con dorada cera. Poco después llegan del hogar los manjares calientes, sirviéndose también un vino de no muchos años. (…) En el centro hay una bresca blanca de miel; por encima de todo esto se aprecian unos semblantes afables y una voluntad que no es negligente ni pobre.”
Puede compararse esta escena con la hospitalidad de Abraham en Gén 18.
Con quiénes comparte la mesa Jesús:
A lo largo del evangelio, vemos que Jesús no respeta algunas de las tradiciones sobre la comida (lavarse las manos Mc 7,1ss; cumplir el ayuno M 2,18), pero además, se sienta en la misma mesa con gente impura, pecadora. Esta comunión de mesa con los pecadores era vista como una transgresión muy grave: sentarse a comer con los pecadores significaba tener algo en común con ellos (cf. Salmo 1,1).
13 Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. 14 Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió.
15 Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. 16 Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?». 17 Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». (Mc 2,13-17)
En la parábola del banquete (Lc 14,15-24), Jesús dice que la invitación está abierta a toda la gente que pasa por el camino.
“Hay una persona que ofrece un banquete, aparentemente sin anunciarlo, y envía a un sirviente a llamar a los amigos, pero descubre, tarde, que cada uno tiene una excusa bastante válida y expresada con bastante cortesía. El resultado es una cena lista y una sala vacía. El anfitrión reemplaza a los invitados ausentes por cualquiera de las calles. Si uno trae a “cualquiera” puede tener mezcla de clases, sexos y jerarquías. Cualquiera puede encontrarse reclinado junto a cualquiera, la mujer al lado del hombre, el libre al lado del esclavo, el de rango social superior junto al de rango inferior y el ritualmente puro junto al impuro. Lo que la parábola de Jesús proclama, es entonces una comensalía abierta, un comer juntos sin que la mesa sea una representación en miniatura de las discriminaciones verticales y las separaciones horizontales de la sociedad”. Crossan, John Dominic; Jesús, una biografía revolucionaria, Bs. As, Planeta, 1996
Los banquetes (Lc 7,36-50 y Lc 14, entre otros)
La celebración de un banquete de estas características implicaba determinadas normas.
En primer lugar, debemos considerar que este tipo de comidas se realizaba entre personas de un mismo rango social, ya que “una comida en común implicaba compartir una serie de ideas y valores” (B. Malina y R. Rohrbaugh, Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I, Navarra, Ed. Verbo Divino, 1996, pág. 331). Con respecto a las pautas de recepción y cortesía, se procedía de este modo: luego de recibir y saludar al huésped, durante la primera parte del banquete, algún sirviente lavaba los pies y las manos de los invitados, ofreciendo agua y perfume para contrarrestar el olor corporal. Tratándose de una comida en casa de un fariseo, este lavado se correspondía con las normas de pureza (cf. Mc 7,3-4).
Se debe considerar también el sentido que tenía compartir la comida. “La comunidad de mesa es algo más que una simple reunión social; (…) indica el otorgamiento de la paz, la confianza, la fraternidad, el perdón. Comunidad de mesa es comunidad de vida.” [1] Mediante la bendición de la mesa, la comida quedaba elevada a un acto religioso. Por esta razón las personas piadosas no compartían la mesa con pecadores o personas que desconocieran la ley (J. Jeremías, ABBA, el mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca, Ed. Sígueme, 1993, págs. 259-260.)
Desde el punto de vista del género literario, estas comidas son calificadas como “escenas de banquete” (symposium).
“Por su formación literaria, [Lc] aprecia este escenario, que obedece a unas reglas precisas y permite exponer un mensaje filosófico o religioso. (…) El género literario del simposio utilizaba a menudo un incidente imprevisto para hacer que se entablara la conversación”. (F. Bovon, El Evangelio según San Lucas, Salamanca, Ed. Sígueme, 1995, T I, pág. 551. )
Si bien otros evangelistas también narran comidas de Jesús, se aprecia en Lc esta particularidad de presentar esas comidas como “escenas de banquete”; esto equivale a decir que las comidas aparecen como uno de los ámbitos predilectos de Jesús para dar su enseñanza sobre el Reino. Esto, no sólo por el género literario usado por el evangelista, sino también porque deja en evidencia que Jesús comparte la mesa tanto con justos como con pecadores, con estrictos cumplidores de la ley y con aquellos considerados impuros. Esta realidad, que proviene de la experiencia histórica de Jesús, es ampliada por el evangelista. Bovon, comentando el symposium del cap. 14 afirma: “Es a lo largo de un banquete cuando se solucionan los problemas de comensalidad y donde se establecen las relaciones entre la vida cotidiana y el banquete del Reino de Dios”.[2]
Domingo 2 de junio de 2013 Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo ( Corpus Christi )
Lecturas:
& Gn 14, 18-20; Sal 109, 1-4; 1Cor 11, 23-26;
Lc 9, 11-17
En el episodio de la “multiplicación” de los panes en Lucas, los discípulos le dicen a Jesús:
“Despide a la gente, para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado.”
La mención del alojamiento no se encuentra en Mt ni en Mc; esta particularidad de Lucas nos permite relacionar toda la escena no sólo con el tema de la comensalía sino también con el de la hospitalidad. Para resolver la situación, la tarea de los discípulos será organizar a la gente en grupos más pequeños, y luego, ponerse a servir, es decir, realizar la tarea de esclavos y de mujeres, la tarea que no tenía compensación económica ni reconocimiento social.