La Montaña

miércoles, 19 de enero de 2011
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Entre los simbolismos que presenta la montaña podemos destacar:

•    Solidez. La presencia de una montaña inspira la imagen de firmeza, de lo inconmovible y al mismo tiempo majestuoso. Desde el punto de vista de la anatomía, se identifica con la columna vertebral, como eje que sostiene.

•    Superación. Subir una montaña o cerro implica un esfuerzo; quien lo realiza, desafía sus propias capacidades; es un modo de vencer lo arduo, y por eso es símbolo de superación personal. Es ser capaz de seguir adelante aunque las cosas se nos hagan “cuesta arriba”.

•    Elevación espiritual, acceso a lo santo y comunión con los dioses. En muchas culturas y religiones existe algún monte que es el lugar donde habitan los dioses, o el lugar desde el cual  los humanos pueden dirigirse hacia ellos.
Los cananeos y otros pueblos de la medialuna fértil realizaban sus sacrificios a los dioses en los “lugares altos”.
Para los griegos, los dioses residían en la cumbre del Olimpo, a la cual no llegaban los seres humanos.
El cerro Copacabana, a orillas del lago Titicaca, era un santuario cuyo nombre significa “camino por las estrellas hacia el Padre”.

El monte Sinaí (altura 2285 mts.)
Este monte también es nombrado en la Biblia como el Horeb.
Al pie del Sinaí, por intermedio de Moisés, Dios hace la alianza con su pueblo: Ex 19. Allí Dios entrega su palabra, en los diez mandamientos: Ex 20 y Dt 5.
El profeta Elías, perseguido, se refugia en ese monte y allí Dios se le manifiesta en la brisa que pasa: 1 Re 19,9 ss.

La transfiguración de Jesús
Si bien el evangelio no especifica el lugar, la tradición ubica este hecho en el monte Tabor, un cerro de 588 mts. de altura en la zona de Galilea.
El relato se encuentra en Mt 17,1-8; Mc 9,2-8 y Lc 9,28-36

“En el monte de la transfiguración brilla la luz incandescente de la Gloria del Hijo. Es la luz de la zarza ardiente (Ex 3,2), el fuego divino que arde sin consumirse. Es la luz de la primera aurora (Gn 1,3), la luz teofánica que manifiesta la presencia de Dios y que encandiló el rostro de Moisés, “cuando bajaba del monte y no sabía que su rostro se había vuelto resplandeciente porque había hablado con el Señor” (Ex 34,29). La luz que resplandecía en Elías, el profeta “cuya palabra abrasaba como antorcha” (Eclo 48,1), que fue arrebatado en un carro de fuego (2 Re 2,1-13) y que ardía de celo por el Señor (1 Re 19,9). Estos dos hombres “de fuego” son los que acompañan a Jesús en esta teofanía suprema. Los dos profetas del Sinaí-Horeb: el que subió y estuvo cuarenta días y cuarenta noches y en medio de la gloria recibió la ley eterna (Ex 24,18) y el que caminó cuarenta días y cuarenta noches  para llegar a la montaña de Dios, el Horeb (1 Re 19,8). El amigo de Dios que le pidió “ver su gloria” (Ex 33,18) y el hombre que  escondió su rostro ante el paso de la brisa suave (1 Re 19,17ss). El representante de la ley y el padre de los profetas están junto a Jesús como testigos en el nuevo Sinaí. Ellos escuchan que Jesús es el Hijo amado del Padre.
En la transfiguración se manifiesta lo que dice San Juan en el prólogo de su evangelio: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y nosotros hemos visto su gloria” (Jn 1,14). La gloria es la manifestación externa, luminosa y trascendente de la presencia de Dios. En Cristo resplandece esa luz. O mejor aún, él mismo es la luz. “ (Sergio Briglia, Evangelio según San Marcos, Comentario Bíblico Latinoamericano, Ed. Verbo Divino)