La Muerte

viernes, 2 de noviembre de 2007
 

En el día de los fieles difuntos es muy lindo pensar sobre la muerte porque en realidad la muerte nos lleva a pensar sobre la vida.

Nos hemos acercado a diferentes testimonios de gente que ha tocado la muerte o se ha dejado tocar por ella para ver cual es su experiencia y ver si la experiencia es tal como para tenerle tanto miedo y en torno a estos miedos construir a veces, tanta insanidad de mente, de cuerpo y de espíritu.

 

Comenzamos con un relato que el Padre Juan Manuel Gonzalez ha extraído de don Ernesto Sábato .

Ustedes saben que Ernesto Sábato perdió un hijo en un accidente, fue por todos conocido, él era ministro en la época de Alfonsín, si mal no recuerdo, y este es el relato que hace en algunas de sus obras.

 

Gabriela Lasanta: ¿Cómo te va Juan Manuel?

 

Padre Juan Manuel Gonzalez: Buen día Gabriela.

 

GL: Te escuchamos.

 

PJMG: Está tomado del libro que se llama “Antes del fin” de 1998, algo parecido cuenta en “La resistencia”

Ha muerto su hijo, entonces don Ernesto va a hacer algunas reflexiones. Cuando muere su hijo no es creyente, hoy en día va a misa todos los días con el Padre Hugo Mujica.

 

GL: ¿En serio?¿don Ernesto?

 

PJMG: Si, con el Padre Hugo Mujica, pero antes, cuando escribe este texto es un agnóstico, es la experiencia de un hombre profundo, es un poeta, es alguien que dibuja, es un hombre muy profundo y le ha pasado un drama terrible.

Leo el texto:

“Desde que Jorge ha muerto, todo se ha derrumbado. He pasado varios días, no logro sobreponerme a esta depresión que me ahoga, como perdido en una selva oscura y solitaria busco en vano superar la invencible tristeza.

La tarde desaparece imperceptiblemente y me veo rodeado por la oscuridad que acaba por agravar las dudas, los desalientos, el descreimiento en un Dios que justifique tanto dolor.

Los tonos de la tarde me invaden con extrañas presencias que antes no las percibía, ya los cantos de los pájaros son otros, o ninguno. Una luz crepuscular se derrama sobre cada objeto, como si los elevara a una realidad nueva ahora transfiguradora por el sufrimiento.

Sobre mi escritorio puse una fotografía de Jorge y ahora lo miro, lo miro con añoranza de un abrazo que me parte el pecho. El pensamiento se me hunde en un desgarro, ¿hacia dónde se han vuelto las palabras?

Daría todos mis libros, mi prestigio, los honores, las condecoraciones, que precarias son esas cosas. Daría todo por recuperar la cercanía de Jorgito.

Nunca he sufrido tristeza igual, en este atardecer de 1998 continúo escuchando la música que él amaba, aguardando con infinita esperanza el momento de reencontrarnos en ese otro mundo, en ese mundo que quizás exista.

Cuando murió Jorge Federico, la concepción que entonces tenía del tiempo resultó inválida, ya no fue vertiginoso su pasar ni agobiante su pasado, sólo quedó suspendido en un vacío desgarrador.

En mi imposibilidad de revivir a Jorge busqué en las religiones, en la parapsicología, en las habladurías esotéricas. Pero no buscaba a Dios como una idea, como la afirmación de si existe o no existe, sino como a una persona que salvara, que me llevara de la mano como un niño que sufre.

Lo que antes había leído con juicio crítico, ahora lo absorbía como un sediento. ¿Cuántas veces, hundido en las negras depresiones, en las más desesperadas angustias, el acto creativo había sido mi salvación y mi baluarte?  

Ahora siento que a pleno límite de la vida, el dolor ha detenido el tiempo en un ardor eterno. Puedo decir que el tiempo de mi vida se quebró, después de la muerte de Jorge ya no soy el mismo, me he convertido en un ser extremadamente necesitado, que no para de buscar un indicio que muestre esa eternidad donde recuperar un abrazo.”

 

Me parece que es un relato profundo, lo que buscamos es reencontrarnos con una persona. La buena noticia de la fe es eso. La muerte no existe.

 

GL: Así es.

 

PJMG: Algunos estamos vivos acá, otros están vivos allá y los que están en las manos de Dios están mejor que nosotros, están más vivos que nosotros.

Quien me diga que mi mamá y mi papá están muertos, ese es un ateo. No cree en Dios. Entonces, mi mamá y mi papá están más vivos que yo mismo y si están en manos de Dios, están inimaginablemente felices y yo disfruto y celebro el saber que ellos están en buenas manos.

 

Creo que esta experiencia de don Ernesto es profunda por dolorosa, triste, pero profundamente esperanzadora.

Era un hombre muy profundo, por eso encontró la esperanza. Lamentablemente en una situación trágica y triste.

 

Si a alguien le pasa algo parecido, yo le diría :

“Si hay un golpe de suerte a contrapelo, a contra sol, a contra luz, a contra vida, abrí los ojos y tragate el cielo, sentite fuerte y empujá la vida. ¿Por qué caerse y entregar las alas? ¿Por qué rendirse y manotear el ruinas? Si es el dolor al fin que nos iguala y la esperanza que nos ilumina.”

 

Gabriela, pidamos para que el Señor a todos ayude a recuperar la paz y la esperanza de encontrarse en un gran abrazo con aquellos que ahora no tienen cerquita, pero si están con Dios los tienen más cerca que nunca.

 

GL: Te mando un abrazo.

 

PJMG: Que Dios bendiga a todos.

 

 

Hay un libro muy conocido, se llama “Paula” de Isabel Allende, escritora chilena, famosa y conocida. Ha escrito en este caso, sobre una materia autobiográfica, la muerte de su propia hija.

Creo que de todos los libros de Isabel Allende ha sido éste el más vendido, el más leído y el que más repercusiones ha tenido. Lo escribió con sangre, diría yo, y con lágrimas.

Dice ella que escribió para no volverse loca, escribió para que el dolor no la enloqueciera. Ha transitado por los pasillos del infierno de la angustia y del dolor, esta mujer que en menos de tres días perdió a su hija en la oscuridad de la sin memoria, quedando ésta prácticamente descerebrada.

 

Paula tenía una enfermedad, una mala praxis desencadenó esta situación y quedó postrada por casi dos años en una cama, en un estado prácticamente de inconciencia, derrumbándose poco a poco.

La mamá, Isabel, la escritora, finalmente logra llevársela a su casa. Paula estaba en España e Isabel vivía en Estados Unidos. Fue un trabajo arduo poder trasladar esa enferma hasta su casa y monta algo así como un hospital en su casa y la tiene allí, hasta que muere.

 

Lo que voy a leer es el relato que hace Isabel Allende de la visita que su hija hace en sueños mientras ella está durmiendo, viviendo realmente un verdadero infierno de desesperación, pidiéndole a medio mundo oraciones, buscando hechiceros, brujos, médicos para lograr recuperar a su hija todavía vivía pero prácticamente muerte, sin memoria, sin mente, sin inteligencia que se iba deteriorando día a día hasta su final desenlace.

Entonces, en varias ocasiones, Paula su hija, le hablaba en sueños y esto es lo que dice Isabel:

 

“Paula vino de nuevo anoche, la sentí entrar a mi pieza con su paso liviano y su gracia conmovedora, como era antes de los ultrajes de la enfermedad, en camisa de dormir y zapatillas.

Se subió a mi cama y sentada a mis pies me habló en el tono de nuestras confidencias.

Escucha mamá, despierta, vengo a pedirte ayuda. Quiero morir y no puedo, veo ante mi un camino radiante pero no puedo dar el paso definitivo, estoy atrapada. En mi cama sólo está mi cuerpo sufriente, desintegrándose día a día, me seco de sed y clamo pidiendo paz y nadie me escucha.

Estoy muy cansada ¿por qué todo esto? Tú que vives hablando de los espíritus amigos, pregúntales ¿cuál es mi misión?¿qué debo hacer todavía acá? Creo que no hay nada que temer, la muerte es sólo una puerta, como el nacimiento.

Lamento no poder preservar la memoria, pero de todos modos ya me he ido despidiendo de ella, cuando me vaya estaré desnuda, el único recuerdo que me llevo es el de los amores que dejo, siempre estaré unida a ti de alguna manera.

¿Te acuerdas de lo último que alcancé a murmurar antes de caer en esta larga noche? “Te quiero mamá”, eso te dije, te lo repito ahora y te lo diré en sueños todas las noches de tu vida, lo único que me frena un poco es partir sola, contigo de la mano sería más fácil cruzar del otro lado, la soledad infinita de la muerte me da miedo. Ayúdame una vez más mamá, has luchado como una leona para salvarme, pero la realidad te ha vencido, ya todo es inútil, entrégate, dejáte de médicos, hechiceros y oraciones porque nada me va a devolver la salud, no va a ocurrir un milagro, nadie puede cambiar el curso de mi destino y tampoco quiero hacerlo. Siento que ya he cumplido mi tiempo y es hora de despedirse.

Todos en la familia lo entienden menos vos, no ven las horas de verme libre, sos la única que no acepta que nunca voy a volver a ser la de antes.

Mirá mi cuerpo, está dañado, pensá en mi alma que anhela evadirse y en los nudos terribles que la detienen.

Hay mami, esto es muy difícil para mi y se que también lo es para ti, ¿qué podemos hacer? En Chile los abuelos rezan por mi y mi padre se aferra al recuerdo poético de una hija que ya es un espectro, mientras del otro lado del país, Ernesto, mi esposo, flota en un mar de ambigüedades sin entender todavía que ya me perdió para siempre. En verdad ya es viudo, pero no me puede ni llorar, ni amar a otra mujer mientras mi cuerpo respire en esta casa. El breve tiempo que estuvimos juntos fuimos tan felices.

También los 28 años que tu y yo compartimos fueron muy dichosos, no te atormentes pensando en lo que pudo ser y no fue, en lo que debiste hacer de otro modo, en las omisiones, en los errores, sacate eso de la cabeza, después de mi muerte estaremos en contacto tal como lo estás con tus abuelos, la grannie, me llevarás por dentro como una constante presencia, acudiré cuando me llames, la comunicación será más fácil cuando no tengas ante ti las miserias de mi cuerpo enfermo y puedas verme de nuevo como en los mejores momentos.

Quiero que me veas ahora, y de ahora en adelante como íntimas amigas, como dos mujeres contentas desafiando la lluvia, tuve una nueva vida, como cuesta despedirse del mundo. Pero no soy capaz de llevar una existencia miserable, necesito liberarme y necesito que me sueltes.”

 

 

 

En la vida tenemos miedo a muchas cosas, como hablar en público, acudir a una primera cita, a admitir que estamos solos, miedo a hacer un viaje, a muchas cosas.

En muchos casos no resulta fácil dejar de hacer algo que puede traer como consecuencia ser rechazados, enfrentarnos a los sentimientos que nos provoca ese rechazo.

 

Pero los miedos son engañosos. Están muy bien colocados uno encima de otro, son como un edificio de propiedad horizontal, sobre un miedo crece el otro y luego el otro. Así podemos ir eliminando cada una de las capas preguntándonos por qué le tengo miedo a tal o cual cosa y vamos a descubrir que en el fondo hay un gran miedo que sirve de fondo a todos los demás.

Habitualmente, generalmente, es el miedo a la muerte.

 

Supongamos que estamos muy preocupados por un proyecto de trabajo. Tenemos mucho miedo, tenemos miedo a no hacer bien ese trabajo. Si debajo de ese miedo vemos que hay, descubrimos diferentes capas sucesivas de miedo. Por ejemplo, si no hago bien este trabajo tengo miedo de no conseguir un aumento de sueldo, o a que me despidan. Si me despiden se abre una nueva capa de miedo, tengo miedo a no sobrevivir, tengo miedo a la pobreza, a la miseria que es en esencia el miedo a la muerte.

El miedo a no sobrevivir es el fundamento de muchos de nuestros miedos económicos y laborales.

 

Supongamos que tenemos miedo a pedirle una cita a alguien, debajo de ese miedo está el miedo a ser rechazados y debajo del miedo a ser rechazados el miedo a que no haya nadie para nosotros. El miedo a no merecer ser amados y si nadie nos ama no podemos sobrevivir. El ser humano necesita del amor para sobrevivir, es la tensión, la energía vital, si no hay energía amorosa, hay miedo. Miedo a la muerte que es la causa de buena parte de nuestra infelicidad.

 

Sin saber hacemos daño a nuestros seres queridos debido a ese miedo, por la misma razón, muchas veces nos limitamos personal y profesionalmente puesto que todos los miedos tienen su origen en el miedo a la muerte. Si aprendemos a mitigar ese miedo podemos enfrentarnos a todos los miedos con mucha mayor tranquilidad. Esta es la experiencia de los moribundos y esta es la experiencia de los que han enfrentado literalmente ese miedo.

 

Y sino díganmelo ustedes, los que han enfrentado la muerte, los que le han tocado y se han dejado tocar por ella y ¿después que? Y después son mucho más felices porque todos los miedos se relativizan, se licuan, se tornan ineficaces, dejan de tener el efecto o poder sobre nosotros porque hemos enfrentado al miedo definitivo que es el miedo a la muerte.

Y cuando lo hacen, se dan cuenta que la muerte no puede con ellos, no existe, que no tiene más poder.

 

Los moribundos, entran antes de morir, en una fase de mucha paz, serenidad y hasta de mucha alegría.

Yo recuerdo que una hermana de comunidad nuestra, Alicia Martínez, momentos antes de morir estaba en ese estado de inconciencia, de sopor frente a la muerte y se despertó para despedirse de todos y cada uno de sus amigos y seres queridos. Pidió que le trajeran fotos que esa era una fiesta de despedida, y antes de irse le dejó un mensaje a cada uno y le preguntó a cada uno que quería que hiciera ella desde el cielo. Es increíble, está la foto que ella se ha querido sacar horas antes de morir con sus seres queridos, sonriendo, agonizante y dijo que había que traer, además de las fotos, una torta y un champagne para brindar por su despedida.

Las enfermeras pensaron que había perdido la razón, pensaron que estaba loca. No estaba loca, estaba viendo la puerta, estaba viendo la luminosidad que tras esa puerta había y quería celebrar su partida.

 

Los que enfrentan la muerte y logran quedarse de este lado por una u otra razón, después dicen que no tiene sentido hacerse tanto problema y preocuparse tanto por tantas otras cosas.

Por eso, con San Francisco digamos “Bienvenida Hermana Muerte” porque en realidad nos enseñás mucho de la vida.

 

Si literalmente pudieras entrar en tu interior y con una goma borrar todos los miedos absolutamente, ¿cómo cambiaría tu vida?¿qué harías?¿qué harías si no tuvieras miedo?

Si nadie impidiera realizar nuestros sueños, que distinta sería nuestra vida. Estoy diciendo nada interno que impida realizar nuestros sueños.

La muerte hace que afloren nuestros peores miedos, para que nos enfrentemos a ellos de una forma directa.

La muerte nos ayuda a vislumbrar que es posible una vida diferente, y al verlo los demás miedos, al ver a la muerte, desaparecen.

 

En muchos casos, cuando el miedo se desvanece, por desgracia, la mayoría de nosotros ya estamos demasiado enfermos o somos demasiado viejos para hacer las cosas que habríamos hecho antes si no hubiéramos tenido ese miedo a la muerte.

 

Muchos de nosotros envejecemos y enfermamos sin ni siquiera haber intentado hacer realidad nuestros deseos más profundos, encontrar nuestro trabajo preferido o ser la persona que quisimos ser.

Si hiciéramos las cosas que anhelamos hacer, también envejeceríamos y también nos enfermaríamos, pero no nos arrepentiríamos, no terminaríamos una vida a medio vivir.

 

Dice Erich Fromm “Es destino de cada uno nacer y morir, pero es destino cruel de algunos morir sin haber nacido nunca.” Morir sin haber completado las cosas que soñamos y lo más triste es no haberse animado por miedo.

 

¿Cómo hacer para superar el miedo y sobre todo el miedo a la muerte?

Hay que instalar en el miedo al amor. El miedo es un vacío, el amor es una presencia. El miedo es un anticipo, el amor es un presente. Felicidad, ansiedad, alegría, resentimiento, en el fondo, nuestro interior más profundo sólo alberga dos básicas emociones, el amor y el miedo.

Todas las emociones positivas vienen del amor y las negativas vienen del miedo y es esencial resolver el tema de la muerte, hacerse cargo de nuestro pánico a la muerte para de esa manera derribar, como en una cascada de naipes, todos los otros miedos que se hilvanan al miedo de la muerte.

 

Morimos tantas veces a lo largo de la vida, ¿qué duelo hacemos? ¿qué aceptación hacemos? ¿qué proceso de aceptación hacemos de esas pequeñas muertes que nos van enseñando en definitiva a no tenerle miedo a la muerte?

 

Nosotros creemos que el tiempo es nuestro, que es un capital que se nos ha dado para ser propietarios del tiempo. Hablamos de “mi tiempo”, “yo hago con mi tiempo lo que quiero”, y la muerte nos recuerda que el tiempo no es nuestro.

El Señor lo quiso decir de otra manera: estén atentos porque así como uno nunca sabe en que momento entra el ladrón en la casa, de la misma manera uno nunca sabe en qué momento, el tiempo, en esta vida se termina.

 

Creemos que podemos ahorrar tiempo, perder tiempo, alargar tiempo, gastar tiempo. Sin embargo, no podemos hacer eso.

Todos tenemos una dosis de tiempo que se nos ha dado, pero no sabemos cual es. No sabemos cuanto tiempo es. Es un gran capital que no podemos administrar demasiado, porque nadie puede administrar un gran capital que no sabe lo que es. De manera que vamos a tener miedo de hacer determinadas inversiones porque en realidad no sabemos con cuanto capital contamos. Hay que tomar lo necesario para cada día, hay que tomar el capital necesario para cada día.

Es como si tuvieras una caja fuerte oscura y negra, nadie sabe cuanto hay y entonces puedo gastar muy poquito y mezquinando el tiempo para que dure más por las dudas y fijate vos, si viviendo así a medias y miserablemente resulta que vivo hasta los 100 años y allí me doy cuenta que podría haber vivido con un poco más de holgura y bienestar, sin miedo al placer, al gozo, a la plenitud.

 

Y que tal si por el contrario, dilapidamos ese capital derrochando nuestro tiempo, llenándolo de basura y vanalidad, pensando que tenemos un montón de tiempo más por delante, y sin embargo, un buen día, de buenas a primeras el capital se agotó y en el cajero del tiempo no hay un solo minuto más que aquel que pone el punto final para este tiempo en que vivimos.

 

Ahora bien, Einstein dijo que el tiempo no es constante sino que es relativo respecto del observador.

 

En Estados Unidos, se hizo un viaje para comprobar que lo que decía Einstein era cierto, fue en 1975, y la Marina comprobó, utilizando dos relojes idénticos, uno en la tierra y otro en un avión.

Durante 15 horas, el avión estuvo volando y se comparó que el tiempo de ambos relojes, a través de rayos laser, era diferente. Como dijo Einstein, el tiempo transcurrió más despacio en el avión en movimiento.

 

En este sentido el tiempo depende también de nuestra percepción. Hay tiempo que transcurren muy rápido y hay tiempos que transcurren muy lentamente. Los tiempos en una terapia intensiva son eternos, los tiempos en los momentos de felicidad son tremendamente rápidos. Nuestra sensación es mucho más rica que aquella que transmite el reloj según el que creemos sincronizar y controlar nuestro tiempo.

 

El tiempo es un intervalo que separa dos puntos en un continuo, y nos parece que el nacimiento es un punto y la muerte es otro punto del continuo.

El nacimiento es el principio y la muerte es el final. Pero no es así, son sólo dos puntos de un continuo porque después de la muerte sigue continuando la vida.

 

Con el tiempo todo cambia, cambiamos por fuera, cambiamos por dentro, también se dice que el tiempo es la medida del cambio y aunque estemos preparados para el cambio, con frecuencia nos resistimos a eso.

Mientras tanto el mundo cambia a nuestro alrededor y no lo hace al mismo tiempo que nosotros.

 

Los cambios acontecen en nuestra vida y al final nos intranquilizan, nos van dando la experiencia y la posibilidad de adaptarnos a esos cambios que no podemos controlar ni gobernar y cuando hacemos esa experiencia, vamos perdiendo miedo.

Nos gusten o no, los cambios ocurren y como la mayoría de las cosas en la vida, no podemos controlarlos.

El cambio es decir adiós a una situación vieja, el cambio es despegarse de una vieja situación familiar y enfrentar a otra nueva y desconocida.

 

Hay una autora que se llama Rony Cae, que ha escrito un libro “Convertir la paja en oro.”, que superó en dos ocasiones el cáncer de mama y escribe así:

“En la vida, cuando una puerta se cierra, hay otra que se abre, pero los pasillos son un infierno”
 

Así es como funciona el cambio, normalmente empieza con una puerta que se cierra, al final también hay una puerta que se abre. Una puerta que se cierra es una muerte, otra puerta que se abre es un aprendizaje, es una nueva vida, es un nuevo estilo, es una nueva forma.

Entonces, pasamos por un período muy incómodo de la puerta que se cierra a la que se abre y lloramos durante días o meses, algunos años y otros lamentablemente toda la vida porque vivieron ese pasillo infernal de la incertidumbre.

Vamos caminando en la oscuridad de un pasillo sin que todavía veamos la otra puerta que se va a abrir. Este período es muy duro, es el período que relata Ernesto Sábato, hoy seguramente, si Ernesto Sábato tuviera que escribir su experiencia tras la muerte de Jorge, escribiría cosas diferentes.