La noche oscura de la fe

martes, 14 de febrero de 2023
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14/02/2023 – El Señor nos invita a reenamorarnos de Su pascua, de su cruz en fidelidad allí donde nos desafía a crecer en comunión.

 

Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les hacía esta recomendación: “Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes”. Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan. Jesús se dio cuenta y les dijo: “¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?”. Ellos le respondieron: “Doce”. “Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?”. Ellos le respondieron: “Siete”. Entonces Jesús les dijo:”¿Todavía no comprenden?”. 

Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen

 

La presencia luminosa de Jesús nos pone en un proceso de un cono de sombra con el que somos invitados a hacernos uno con Jesús abandonado en la cruz, y en comunión permanecer unidos a Cristo en los más pobres crucificados en Cristo
San Anselmo (1033-1109)
Benedictino, arzobispo de Canterbury, doctor de la Iglesia

«¿Y no acabáis de entender?»

Yo no puedo ver, Señor, tu luz: es demasiado brillante para mi vista. Y sin embargo, todo lo que veo, es gracias a tu luz que puedo distinguirlo, de la misma manera que nuestro frágil ojo ve, gracias al sol, todo lo que percibe y, sin embrago, no puede mirar al mismo sol directamente.

Mi inteligencia se queda impotente ante tu luz; es demasiado brillante. El ojo de mi alma es incapaz de recibirla, y no puede soportar estar largo tiempo mirándola fijamente. Mi mirada se queda herida por su resplandor, la sobrepasa su extensión; se pierde en su inmensidad y queda confusa ante su profundidad.

¡Luz soberana e inaccesible! ¡Verdad total y bienaventurada! ¡Qué lejos estás de mí y, sin embargo, me eres muy cercana! Escapas casi enteramente a mi vista, siendo así que yo estoy enteramente bajo tu mirada. Por todas partes reluce la plenitud de tu presencia, y yo no te veo. Es en ti que actúo y que tengo mi existencia y, sin embargo, no puedo lograr llegar hasta ti. Tú estás en mí, alrededor de mí y, sin embargo, no puedo verte con mi mirada.

¿En qué consiste «la noche oscura»?

En el recorrido espiritual, muchos santos como San Benito, San Ignacio, Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz han testimoniado que hay momentos de purificación de la fe, que se caracterizan por una sucesión de luz, aridez y sequedad. Es algo normal y sabido. Los místicos han hablado de ella a menudo. Esto se puede traducir por un sentimiento de ausencia de Dios, por la ausencia de sensibilidad de Dios en la oración.

El objetivo de la vida es el amor, en cuanto relación con el otro. Ahora bien, nuestro amor a menudo es posesivo, necesita purificarse. La noche espiritual, como también los sufrimientos de la vida, pueden llevar al crecimiento del amor. La adversidad puede ser la prueba de la revelación del corazón.

Santa Teresa de Lisieux vivió esta adversidad en los últimos meses de su vida. Ella habla de «noche oscura» de «tinieblas». Santa Teresita vivió una gran prueba de fe y esperanza que la llevaron a una misión apostólica. Conoció la unión con Cristo en Getsemaní y en la Cruz, por la salvación del mundo: «para que los que no creen reciban la luz».

Madre Teresa, siempre tan sonriente y disponible, haya conocido esta experiencia, no asombra. Nadie lo veía, pero estaba atravesando una tempestad. Ha sido en esta adversidad que esta mujer excepcional ha sacado su energía. Tenía una unión con Cristo muy fuerte.

¿Sólo los grandes santos, los místicos, pasan por esta prueba?

El padre Marie-Eugène, carmelita, decía que nuestros sufrimientos son noches que hay que atravesar unidos a Cristo. Mucha gente, en estos casos, dice que ha perdido la fe. Pero lo que a menudo han perdido es el sentimiento de la fe, que no es lo mismo. Esta prueba nos permite fortalecer la fe si la atravesamos con paciencia, confianza, en la oración y la caridad, fraternas, y acompañados.

Madre Teresa, su noche oscura

¿Qué es lo que sucedió realmente en la Madre Teresa después de dar su sí a la llamada que el Señor le estaba haciendo? En el año 42, es decir, cuando la Madre estaba todavía en la orden de Loreto, cinco años después de sus votos perpetuos, hizo el voto de “no negarle nunca nada a Dios”, bajo pena de pecado mortal. Cuatro años después, en el tren de Calcuta a Darjeeling recibió la inspiración para empezar su obra con los más pobres de entre los pobres. Según se desprende de estas cartas, todo empezó el 10 de septiembre. Jesús le habló por medio de una locución interior. Le pidió salir de Loreto y empezar su trabajo con los más pobres. Las primeras palabras que Jesús le dice se refieren al voto que ella había hecho cuatro años atrás: “¿No me vas a negar esto a mí? Te estoy pidiendo esto… no te vas a negar a hacer esto por mí”. Obviamente, no se podía negar a hacer lo que consideraba la voluntad de Dios para ella. Jesús continuó hablando con la Madre Teresa durante varios meses. Las últimas palabras fueron en agosto del 47, en que le dice: “Ven, sé mi luz, no puedo ir solo, ellos (los pobres) no me conocen, y por lo tanto, no me quieren. Tú, llévame a ellos. ¡Cuánto deseo entrar en sus agujeros, en sus oscuros e infelices hogares!”. Así, pues, la Madre Teresa, que por entonces tenía 36 años, experimentó durante varios meses una profunda unión mística. Ella dirá, hablando de esta experiencia: “Simplemente, Él se dio a mí en plenitud”.

Sin embargo, en el año 49, al empezar la obra que le había pedido Jesús comienza un período de oscuridad profunda en su alma. Curiosamente parece como si con el inicio del servicio a los pobres viniera sobre ella una oscuridad abrumadora. Una profunda prueba interior que le llevó incluso a decir: “Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan profundo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo… El cielo no significa nada para mí: ¡me parece un lugar vacío!”. Esta prueba interior tuvo en la Madre Teresa características especiales pues no fue un paso previo, una purificación del alma, como ha ocurrido en tantos santos, que la llevarían a una profunda unión mística después de algunos años, sino que fue su estado permanente, hasta su muerte.

A pesar de ello no se desalienta en sus actividades, y es capaz de escribir a sus hermanas: “Mis queridas hijas, sin sufrimiento, nuestro trabajo sería sólo trabajo social, muy bueno y útil, pero no sería la obra de Jesucristo, no participaría de la redención. Jesús deseaba ayudarnos compartiendo nuestra vida, nuestra soledad, nuestra agonía y muerte. Todo esto Él lo asumió en sí mismo, y le llevó a la noche más oscura. Sólo siendo uno de nosotros nos podía redimir. A nosotros se nos permite hacer lo mismo: toda la desolación de los pobres, no sólo su pobreza material, sino también su profunda miseria espiritual deben ser redimidas y debemos compartirlas. Cuando os resulte difícil, rezad así: Quiero vivir en este mundo que está lejos de Dios, que se ha alejado tanto de la luz de Jesús, para ayudarle, para cargar con una parte de su sufrimiento”.

Y no desfallece lo más mínimo en su fe y en su deseo de cumplir la Voluntad de Dios: “Jesús, oye mi oración, si esto te complace. Si mi dolor y sufrimiento, mi oscuridad y separación, te da una gota de consolación, haz conmigo lo que quieras, todo el tiempo que desees. Soy tuya. Imprime en mi alma y vida los sufrimientos de tu corazón. No mires mis sentimientos, no mires ni siquiera mi dolor”. En otra ocasión escribirá: “Si mi separación de ti permite que otros se acerquen a ti y Tú encuentras alegría y deleite en su amor y compañía, quiero de todo corazón sufrir lo que sufro, no sólo ahora, sino por la eternidad, si fuera posible”.

De las cartas se desprende que esta oscuridad acompañó a la Madre Teresa hasta la muerte, con un breve paréntesis en 1958, durante la cual pudo escribir jubilosa: “Hoy mi alma está colmada de amor, de alegría indecible y de una ininterrumpida unión de amor”. Si a partir de un cierto momento prácticamente no habla más de ella, no es porque la noche terminara, sino porque se adaptó a vivir en ella. No sólo la aceptó, sino que reconoce la gracia extraordinaria que eso encierra para ella. “He comenzado a amar mi oscuridad, porque ahora creo que ella es una parte, una pequeñísima parte, de la oscuridad y del sufrimiento en el que Jesús vivió sobre la tierra”.

Al leer estas líneas impresiona profundamente pensar que una mujer que se entregó completamente a los más pobres de entre los pobres, que parecía palpar a Jesús en todo lo que hacía, que transmitía a Dios por todos sus poros, viviera en una oscuridad y una desolación tan profundas. Y lo que la hace más extraordinaria aún, es que fuera capaz de vivir todo esto no un año o dos, sino 50 años, ocultándolo a la mirada de los demás. Este hecho, el silencio que guarda sobre ella misma, hace aún más bella la flor de la noche de la Madre Teresa. Tenía miedo que al hablar sobre su experiencia pudiera llamar la atención sobre sí misma. Incluso las personas más cercanas a ella no sospecharon nada de este tormento interior de la Madre hasta el final. Con la gracia de Dios consiguió ocultar todo este tormento bajo una sonrisa perenne. “Todo el tiempo sonríe, dicen de mí las hermanas a la gente. Piensan que lo más íntimo de mí esté pleno de fe, confianza, amor… Si llegasen a saber que mi ser alegre no es más que un manto con el que cubro mi vacío y miseria”. Y en otra ocasión dirá: “La sonrisa es una máscara, o una capa que lo cubre todo”.

Todo esto nos lleva a una profunda admiración de la fe y las obras de esta menuda religiosa, de esta santa que no siente, pero sabe del profundo Amor de Dios y actúa como si lo sintiese, amando con todo su corazón y haciendo el bien por donde pasaba, sin pensar ni un solo momento en sí misma.