La nueva Jerusalén es una ciudad magnífica y hermosa, libre de injusticias y de vicios

miércoles, 3 de octubre de 2018
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03/10/2018 – En el inicio, la profesora María Gloria Ladislao destacó que “el simbolismo de las ciudades tiene aspectos positivos y negativos, ya que son lugar de encuentro y celebración, pero también de concentración del poder y de riqueza (muchas veces mal utilizados)”. La especialista indicó que “el simbolismo de la ciudad de Jerusalén es el más significado tiene en la Biblia”. Asimismo, definió a la ciudad “como un lugar con mucha población, donde la política, la economía y la religión tiene una gran presencia”.

Por otra parte, Ladislao agregó que “la Biblia hebrea tiene distintos términos para designar las calles. Esto nos indica que había tres variedades de calles: la calle usual era larga, angosta y sinuosa; mientras que las calles cerca de las puertas de la ciudad y aquellas frente a edificios públicos o donde la una cruza con la otra, eran anchas plazas; y había una tercera clase de calles que eran semejantes a nuestras callejuelas. Por regla general las calles en Oriente en la actualidad son angostas, y todo indica que también fueron angostas en los tiempos antiguos. En las ciudades, algunas se encontraban pavimentadas, generalmente de piedras, pero en las villas raramente se pavimentaban”.

Hablando de las ciudades, la especialista en sagradas escrituras indicó que “la calle es, por excelencia, el lugar de los asuntos públicos y sociales. En varios textos bíblicos se hace mención a la ceremonia del cortejo de bodas, que se realizaba por las calles. Poéticamente, la amada del Cantar de los Cantares busca a su amado por las calles. La calle es también lugar de exhibición, por eso Jesús condena a aquellos que quieren hacerse ver en el pasaje del evangelio de Mateo, en el capítulo 6 y en el versículo 2. Y como en todas las sociedades patriarcales, también en el judaísmo del siglo primero, la preferencia era que la mujer no se dejara ver en las calles”.

Finalmente, Ladislao manifestó que “en la Biblia, Jerusalén es la ciudad donde Dios habita, y donde está el tribunal de justicia. En el Antiguo Testamente, los profetas le anuncia a la ciudad un futuro donde todos sus habitantes serán justos y gozarán de seguridad. Será el lugar de reunión de todas las tribus, e incluso de los extranjeros. También Jesús, durante toda su vida, participó de las procesiones a Jerusalén para las grandes fiestas. El libro de los Hechos de los Apóstoles muestra el itinerario evangelizador desde Jerusalén, centro del mundo judío, hasta Roma, centro del mundo pagano. Importantes ciudades del mundo grecorromano son evangelizadas en este período, como Antioquía, Corinto o Atenas. Y el libro del Apocalipsis finaliza con la visión de la nueva Jerusalén, engalanada como una novia, que se encuentra con Dios. Como ocurría en las ciudades helenistas, tampoco el centro de la nueva Jerusalén está ocupado por el área del templo, sino por una avenida principal dedicada a procesiones, el comercio y lo público. Sus ciudadanos tienen capacidad de gobernar, pero este gobierno no consiste en dominar a los demás, sino en promover la autodeterminación. Su vida es sagrada como la de los sacerdotes. La ciudad ideal de Dios no es sólo una ciudad universal e incluyente, con una población integrada por gente de todas las naciones, sino también un lugar magnífico y hermoso, que refleja el brillo del oro y de las perlas, de los tesoros de los reyes y de las naciones. En la ciudad de Dios, la vida está libre de injusticias y vicios, de maldiciones y de los poderes demoníacos del mar. Ya no habrá en ella lágrimas, gritos, dolor, desgracias, hambre, sed o muerte”.