La ofrenda un camino de cielo

lunes, 23 de noviembre de 2020
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23/11/2020 – Madre Teresa tenía una frase con la que solía invitarnos a mirar con esperanza los momentos difíciles que atravesamos como humanidad, ella decía “Más vale encender una luz que maldecir la oscuridad”. Esto hace Jesús en el Evangelio de hoy.

En este tiempo de pandemia, de tanta ocuridad y de amenaza de muerte, no maldigamos la oscuridad, bendigamos la vida que se ofrece, se entrega.

En estos días que queremos porponer la vida, bendigamos a la vida naciente, a las madres. Cuidemos la vida y digamos que la luz que encendemos es para ampliar luces en medio de la sombra y oscuridades de muerte que rodean la vida por nacer.

 

Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo.
Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, hay dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir.”

San Lucas 21,1-4.

 

 

 

La ofrenda de la viuda nos invita a hacer de la vida un camino de ofrenda. Esto es lo que ocurre cuando en Dios nos entregamos nosotros en sencillos actos de ofrenda y amor en profunda comunión con El y los hermanos a los que somos invitados a amar dando lo que tenemos y lo que somos. Se abre un camino. Un camino de cielo, un camino de eternidad como el misterio trinitario se va haciendo eterno porque es un acto de ofrenda en la comunión donde las personas se entregan sin reservas. El hombre, vos y yo, solamente somos fieles a la imagen de Dios que hay en cada uno de nosotros cuando no dejamos de entregarnos como lo hacen ellos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Vivir la vida en clave de ofrenda es posible si hay un amor que la impulsa, motiva y sostiene. Ese amor siempre tiene un rostro concreto en donde la ofrenda de la vida creyente va yendo hasta donde Dios nos guía, se refleja en un contexto, en una geografía, en historias, en rostros de hermanos con los que compartimos el camino. Ahí es donde somos invitados a darlo todo silencioso, profundo e intensamente a dar la vida, a entregarnos sin reservas a ofrendar la existencia con la certeza de que ese es el lugar desde donde se construye lo de todos los días.

Dios nos regale la gracia de hacer de nuestra vida una ofrenda de eternidad movidos desde aquel lugar desde donde el cielo se nos acerca y las tres personas: el Padre, Hijo y Espíritu Santo ofrendándose eternamente una a otra nos impulsa en esa dinámica y esa corriente a entregar la vida. Quizás estés pensando pero a mi no me sale, es una gracia de Dios que hay que pedir. Esto de dar y darse, de dar la vida como Jesús hasta el extremo tiene mucho que ver con la cosa nuestra de todos los días en comunión con Jesús y dejando que nuestra vida toda en las cosas más simples y sencillas en lo cotidiano sean tomadas por el Señor.

¿Quién no ha oído hablar de la Madre Teresa de Calcuta? Siendo aun muy joven, se consagró al Señor y se fue a la India, una tierra de todos conocida por la gran miseria que mata cada año a millones de habitantes. Una vez allí, quedó todavía más impresionada por los millones de personas que morían por año en la calle en la más absoluta pobreza. Y no le bastó con haber dejado su patria, con indianizarse, iniciándose en las costumbres y en la lengua, con adquirir la nacionalidad india para acercarse más aquella gente para llevarlas a Dios. Necesitaba además permiso de sus superioras para ir a vivir entre ellos, trabajar como ellos, alimentarse como ellos, para darles la prueba suprema de su amor.

Y su ejemplo arrastró tras sus huellas, a imitación suya, a otras almas, decididas a dar dándose por entero, sirviendo a los pobres y a los desvalidos asemejándose a ellos. Su convento se convirtió en hospital, en hogar donde los pobres tienen todos los derechos: derecho de entrar, de alimentarse, de ser servidos y cuidados, asistidos en la hora de la muerte.

Esa mujer pobre y humilde sólo conoció una palabra, la de la bondad, que conmueve los corazones porque sale de un corazón abrasado de bondad y de amor.

Al servicio de los demás

Cuando ayudas a los demás a olvidarse de sí mismos, les estás ayudando a hacer que surja en ellos mismos la imagen de Dios.

Dándote aprenderás lo que es la oblación. Contrariamente a lo que se piensa, darse es difícil. Se puede hablar sobre ello interminablemente, pero los momentos para ponerlo en práctica de verdad son de corta duración. Muchos te exhortarán al don de ti mismo. Pero pocos perseverarán en hacerlo.

Cada día te ofrecerá ocasiones de entregarte a los demás. No las consideres como fuente de sufrimiento o de molestia, sino como invitaciones de Dios a elevarte hacia él.

La leprosería de Qui Hoa (en Vietnam) es bien conocida por los que se preocupan por los enfermos más abandonados de la tierra, los leprosos.

Pero lo que es menos sabido es que fundada por un misionero de las Misiones Extranjeras de París, el P. Maheu. Al igual que sus hermanos era misionero por medio de la evangelización y del apostolado de la prensa, y llegó a interesarse por los leprosos al ser testigo de sus insoportables sufrimientos, de su agonía prolongada y de su muerte lenta y dolorosa: llagas abiertas, rostros desfigurados, miembros apuntados año tras año.

A diferencia de otros testigos el P. Maheu se sintió atraído por la necesidad de ocuparse de ellos, de ser para ellos una presencia amiga que ama y consuela cuando todos se alejan, alguien que ama como un padre a sus hijos, que no los abandona, que vive en medio de ellos y los cuida en sus males corporales y en sus necesidades espirituales.

Detrás de su vivienda, estaba colgado un gong con un mazo metálico. Era el grito de angustia cuando uno de los leprosos ya no podía más. El Padre salía de su casa y se enteraba de las necesidades del que acababa de llamar. Todos los días el gong sonaba docenas de veces. Y docenas de veces el P. Maheu encontraba la palabra y el gesto de consuelo. “Padre, ¡me duele mucho! El P. Maheu respondía ¡Ánimo, hijo! Sigamos luchando, sigamos con el tratamiento…”.

A nadie quería más que a los leprosos. Hablaba de ellos como de hijos queridos: “¡Miren estas legumbres plantadas por ellos! ¡Ved estos huevos de gallinas de sus gallineros…!”. Mientras, el visitante sentía hasta repugnancia de respirar aquel aire con los leprosos.

Un día, compartió sus sufrimientos y se convirtió en uno de ellos: en leproso hasta el momento de ser enterrado en medio de ellos en la tierra de su misión y de su entrega.

Encender luces de esperanza

El don de vos mismo es lo que justifica tu presencia en el camino de la esperanza. Dándote invitas a los demás a darse. Esa es la mejor forma de servirlos. Así los ayudas a parecerse a la imagen de Dios que nos revela Cristo.

Tendrás que llegar a ser “tú mismo” según la voluntad de Dios, limpiando la imagen de Dios que hay en ti del polvo que la cubre y la desfigura y trabajándola como un escultor que moldea un bloque de mármol, para que poco a poco vayan apareciendo los rasgos amados de tu Dios.

En esto hemos conocido el amor: en que él, Jesús, ha dado la vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos (1 Juan 3,16). Si preguntas. ¿Hasta dónde debe llegar mi entrega?, sólo puedo responderte: Haz como Jesús. Da tu vida”.

Si haces grandes proclamas y te cruzas de brazos, si tu vida interior es poco profunda, si tienes miedo al sufrimiento, a la muerte, a la pobreza, si tu compromiso se parece al de los que van en ayuda del vencedor, entonces detente inmediatamente, cierra la tienda y abandona ese compromiso que no es más que fachada y pura apariencia.

Si no queres asumir un compromiso solo sino que tratas de que otros te acompañen. Pues no acapares para ti solo la corriente de simpatía que suscites: induce a tus amigos a ensanchar el círculo de amistad hacia otros más. Y entonces nuestro amor se parecerá al impacto de la piedra arrojada al agua, que se propaga en círculos concéntricos cada vez más amplios. Así los librarás de su ego y se convertirán en los hombres que el Señor quiso que fueran desde toda la eternidad.

Mira a tus hermanos, a toda esa humanidad que avanza tambaleándose en medio de la oscuridad del camino. Tu vida debe ser una ofrenda para que pueda tenderse el puente de la esperanza que los lleve hacia Dios. Dios es la meta, Dios es amor, Dios lo es todo.

En Dios, ya no habrá extraños: todos serán hermanos.

Cuanta una historia :
-Apaga la luz, dijo una voz al oído del encargado de la iluminación. E inmediatamente el lugar se sumergió en la oscuridad. Acá y allá se escuchaban gritos de terror. La misma voz se dirigió a la multitud:

 

-Estad tranquilos. Y contestad a mi pregunta: ¿Está oscuro?
-Sí, está totalmente oscuro. Una completa oscuridad.
-Que los que tengan una fuente de luz -cerillas, mecheros, linternas-, la enciendan.
Pasaron unos minutos… Y el lugar se salpicó de una multitud de luces temblorosas.
-¿Tenemos ya luz?
-Sí, hay un verdadero mar de luces.
-Encended los faros
Y el lugar se inundó de una claridad cegadora… Y brotó un gran suspiro de alivio.
– Vivimos en un mundo de tinieblas. Tinieblas de injusticia y desigualdades. Tinieblas de ignorancia y crueldad. Necesitamos luz. Pero la luz que puede dar cada uno por sí solo es una luz pálida. Si todas esas pálidas luces se alzan juntas, habrá un océano de luz. Y haremos que se alejen las tinieblas.

Una cosa es vivir la vida en Dios y otra es vivirla alejada de Dios. En Dios todo lo vivido en El lo sufrido, lo gozado, lo laborioso, lo difícil, lo complejo, lo distinto tiene un sentido distinto a lo que no es en El.