La oración, compasión y celebración en la comunidad

viernes, 22 de noviembre de 2013

22/11/2013 – En la Catequesis de hoy compartimos la experiencia de la fe que vivida en comunidad se acrecienta. Además la comunidad se convierte en lugar de oración desde donde brota la compasión.  Así, la comunidad es el lugar de la alegría y la celebración, donde podemos decirnos unos a otros: “¡Anímate! El Señor ha triunfado sobre el mundo. El Señor ha vencido a la maldad. ¡No temas!”

La oración: lenguaje de la comunidad


La oración es el lenguaje de la comunidad cristiana. La oración crea una comunidad y también la expresa. La oración es, ante todo, la realización de la presencia de Dios en medio de su pueblo y, por tanto, también la realización de la propia comunidad. Son muy claras y comprensibles las palabras,  gestos y silencios que conducen a la formación de la comunidad. Si aceptamos la palabra en nosotros, no sólo adquiriremos una visión de la obra sanadora de Dios, sino que también percibiremos un nuevo vínculo que nos une. Si nos reunimos en torno al altar para comer pan y beber vino, para estar de rodillas en la contemplación o para participar de una procesión, no sólo recordamos la obra de Dios en la historia de la humanidad sino que también somos conscientes de su presencia creadora aquí y ahora. Si estamos sentados en ronda en una oración silenciosa, creamos el ambiente en el que percibimos que Aquel a quien esperamos ya nos toca del mismo modo que tocó a Elías cuando estuvo frente a la cueva.

 

Como el momento en que los Macabeos enfrentan el martirio y su madre, que habla en lenguaje materno, los consuela. Así como lenguaje de la comunidad, la oración es para nosotros como la lengua materna. Del mismo modo que un niño aprende a hablar imitando a sus padres, hermanos, hermanas y amigos, y desarrolla su propia forma de expresión, así  se desenvuelve nuestra vida de oración en la protección de la comunidad que reza. A veces resulta difícil remitir a una determinada forma de organización que podamos llamar “nuestra comunidad”. Nuestra comunidad es, a menudo, una realidad casi intangible, compuesta de presentes  y ausentes, de seres cercanos y lejanos, de ancianos y jóvenes, de los que están por llegar y de los que ya partieron. Pero sin alguna forma de comunidad no puede nacer ni desarrollarse ninguna oración personal. Aunque más no sea, rezar de a dos.  La oración comunitaria y la oración privada se corresponden como dos manos plegadas. Sin una comunidad, la oración privada se degenera fácilmente hacia una conducta egocéntrica y excéntrica; pero sin la oración personal la de la comunidad se convierte rápidamente en una rutina vacía. Es imposible separar la oración personal de la comunitaria sin provocar daños.

 

Una nueva forma de vida


En el camino de oración en la comunidad no nos motivan las ideas, sino el encuentro con Dios que nos ensancha el corazón. Damos fe de la presencia compasiva de Dios en el mundo a través del modo en que vivimos y trabajamos los unos con los otros.


Los primeros cristianos que fueron convertidos a la fe por los apóstoles, no hicieron visible su conversión a través de brillantes servicios personales, sino por medio de una nueva vida en comunidad sostenida en la oración: “Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario al Templo, partían el pan en sus casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo” (Hch 2,44-47). La compasión de Dios se hizo evidente en una forma de vida básicamente nueva, que  sorprendía y asombraba a los que los veían y los hacia decir: “Miren cómo se aman unos a otros!”. Estando unidos los hacía explotar yendo tan lejos con el mensaje del evangelio como nunca creyeron. Muchos se sumaban por ésta razón sin razón: el amor que los unía. Volvamos por el camino del compartir fraterno y la vida comunitaria para redescubrir la fuerza con la que el Señor obra en medio nuestro.


Una vida compasiva es aquella en la que la comunión con Cristo se revela como una nueva solidaridad de aquellos que la siguen. Tendemos a menudo a ver la compasión como un sentimiento personal, y fácilmente perdemos de vista que está esencialmente ligada a la comunidad. Si nos acercamos a la herencia de Jesucristo que se abandonó a sí mismo, que fue igual a las demás personas y se humilló hasta la muerte en la Cruz, también viviremos una nueva relación entre nosotros. La nueva relación con Cristo y la nueva relación entre nosotros nunca pueden separarse. No es suficiente decir que una nueva relación con Cristo conduce a una nueva relación entre nosotros. Debemos decir mucho más: que la actitud de Cristo es la que nos reúne en la comunidad. Vivir en comunidad  es una manifestación de la actitud de Cristo.

 

Compasión y comunidad


Seguir a Cristo significa ser entre nosotros un corazón y un alma en la actitud de Cristo; significa ser entre nosotros un corazón y una alama, del mismo modo que Jesús lo fue con nosotros: en el servicio y en la humildad. Ser discípulos significa transitar juntos el mismo camino. Mientras vivimos totalmente en el mundo, nos reconocemos como compañeros en el  mismo camino y creamos una nueva comunidad. Estando aun sujetos al poder de este mundo y enredados en la lucha humana por la existencia, somos un pueblo nuevo con un nuevo pensamiento, una nueva forma de ver y de escuchar y una nueva esperanza, ya que estamos todos juntos en comunidad con Cristo.


Por lo tanto, no es posible separar la compasión de la comunidad. La compasión se muestra siempre en comunidad, en una nueva forma de estar unos con otros. La comunidad con Cristo es la comunidad con nuestros hermanos y hermanas. San Pablo lo expresa muy claramente cuando llama a comunidad cristiana “el cuerpo de Cristo”.


La presencia de Jesucristo, cuyo dominio radica en su servicio obediente, se nos evidencia en la vida de la comunidad cristiana. Precisamente, en la comunidad cristiana podemos estar abiertos y ser receptivos frente al dolor del mundo y ofrecerle una respuesta compasiva. Ya que donde las personas se congregan en nombre de Cristo. Él está presente como el Señor compasivo, misericordioso (cf. Mt 18,20). El mismo Jesús es y continúa siendo la manifestación más pura de la misericordia compasiva de Dios.


Comunidad: lugar de alegría y celebración


La comunidad es el lugar donde los hombres se encuentran unos a otros. La comunidad es el lugar de la alegría y la celebración, donde podemos decirnos unos a otros: “¡Anímate! El Señor ha triunfado sobre el mundo. El Señor ha vencido la maldad. ¡No temas!”


En este sentido, el triunfo ya está logrado. Es el triunfo de la Cruz, un triunfo sobre la muerte. El amor es más fuerte que la muerte y la comunidad es el lugar donde vos y yo podemos hacer saber constantemente al mundo que existe algo para celebrar, algo de lo que nos alegramos. La comunidad es el lugar desde el cual proclamamos al mundo la buena noticia: “¡No teman! ¡Miren, ya ha sucedido! ¡Cristo ha resucitado!”

 

Padre Javier Soteras