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La oración contemplativa
martes, 25 de julio de 2006
Somos débiles, pero el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda, a socorrernos en nuestra debilidad. Porque no sabemos pedir de la manera que se debe, el propio Espíritu intercede por nosotros con gemidos que son inefables y no se pueden expresar, Aquel que penetra los secretos más íntimos conoce los anhelos del espíritu cuando ruega por los santos según la manera de Dios.
Romanos 8, 26 – 27
Dice San Agustín “El gemido es propio de las palomas, como todos saben, y es gemido del amor. Escuchen lo que dice el Apóstol Pablo, no les causa extrañeza que el Espíritu Santo haya querido mostrarse en forma de paloma, no sabemos pedir en la oración lo que nos conviene más, el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos inefables. Cómo, mis hermanos, se puede decir que el Espíritu gime, siendo así que goza con el Padre y el Hijo de una perfecta y eterna felicidad porque el Espíritu Santo es Dios como es Dios el hijo y es Dios el Padre, tres veces Dios he dicho, no tres dioses, mejor es decir tres veces Dios que tres dioses ya que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son único Dios. Como es bien sabido de todos nosotros el Espíritu Santo no gime pues en sí mismo ni dentro de sí mismo en aquel misterio de Trinidad, en aquella felicidad, en aquella eternidad de sustancia, gime en nosotros porque nos hace gemir, no es pequeña cosa la que nos enseña el Espíritu Santo nos insinúa que somos peregrinos y nos enseña a suspirar por la patria y los gemidos son eso mismo, suspiros de eternidad”.
A lo largo de nuestra vida vamos siendo conducidos por el Espíritu del Señor a pasos que avanzan y arretranca, que genera en nosotros la naturaleza que no entiende el lenguaje del Espíritu y que resiste a la obra de Dios en nosotros mismos, sin embargo el Espíritu nos va trabajando, anhelando y gimiendo por dentro y desde fuera de nosotros, el gemido no es gemido del Espíritu sino presencia del Espíritu en nosotros y en nuestra naturaleza que gime por su propia presencia que es un deseo de plenitud, de eternidad, de fraternidad, de liberación, anhelo de gozo, anhelo de libertad, anhelo de fortaleza y de templanza son gemidos que el Espíritu genera en nosotros por su sola presencia, nos va liberando Él mismo de la resistencia que le ofrecemos y va abriendo en nosotros espacios para una nueva libertad de tal manera que vamos aprendiendo poco a poco a participar en la vida del Espíritu y en el trabajo de Dios en el mundo, estando con Él y permitiéndole a Él estar con nosotros, para aprender a dejarnos llevar por el Espíritu es preciso pararse de vez en cuando, es decir orar contemplativamente, al hacerlo en el silencio y en el recogimiento no solo vamos escuchando su voz sino sobre todo reconociendo su forma de conducirnos, la pedagogía del espíritu para con nosotros. Intentemos descubrir cuál ha sido la pedagogía del Espíritu en Jesús para que entendamos la pedagogía del Espíritu en nosotros, la historia de Jesús es la que nos pone de manifiesto la pedagogía de Dios para con nosotros, por eso es indispensable la contemplación no de cualquier realidad sino de la vida de Jesús.
El detenernos contemplativamente frente al misterio de Dios supone de frente a nosotros la carne de Jesús, dejémonos modelar por la vida y la historia de Jesús bajo la inspiración actual del Espíritu en nosotros y nos vamos a ir introduciendo poco a poco en nosotros mismos, en nuestro obrar, en nuestro sentido con una mentalidad que vive de una nueva, libertad la que da la verdad de Jesús. Nos encontramos permanentemente ofreciéndole resistencias, miedo, instinto de poder, conciencia de autonomía a Dios, lo cual tiene como efecto la impermeabilización del corazón que impide la presencia de Dios para que penetre en lo más hondo de nosotros, en el fondo le tenemos miedo al Espíritu, hay una parte nuestra que resiste porque le teme a su obra, tal vez porque no sabemos ni de dónde viene ni a dónde va y lo que nos genera temor siempre resulta ser lo mismo, lo desconocido, lo no aprendido, donde para nosotros no hay seguridades sino incertidumbre en la certidumbre de que Dios está con nosotros, abrirnos a la contemplación del misterio de Jesús existencialmente, esto es, con nuestra propia historia en su historia y dejar que sea el Espíritu Santo el que ahonde nuestra vida en suavidad y al modo como el Espíritu actúa, es ir sobre lugares no explorados, no conocidos, sobre lugares nuevos, a esto el corazón le teme porque la naturaleza busca acomodarse, hacerse a lo conocido, el Espíritu en cambio abre nuevos caminos.
La contemplación de la vida y la historia de Jesús y el dejarse transformar por su Espíritu que trabaja y vive actualmente en Él y en el mundo llama al ejercicio del discernimiento, el Espíritu nos pone en comunión con la presencia de Jesús en medio de los hombres, para que ese discernimiento no se convierta como en un simple ejercicio puntual de reflexión prudencial, en un momento particular hace falta abrir horizontes que no siempre habita en nosotros con la suficiente fuerza y claridad, es la vida y la historia de Jesús actualizada ahora por la fuerza del Espíritu, ir poco a poco dejando que este orinzote se vaya formando en nosotros, ir poco a poco sintiéndolo y gustándolo como nuestro, ir sintiendo y gustando, que no solo es un pasado sino una realidad presente la vida de Dios, ir poco a poco sintiendo y gustando que transformándonos da sentido el Espíritu a nuestra vida, todo esto es fruto de una oración que contempla a Dios en la realidad del presente por la vida del Espíritu al modo y al estilo de la vida de Nazareth donde las cosas ocurren entre la cocina y la carpintería y sin embargo el misterio de la redención actúa en el silencio de una casa donde el trabajo y la oración son el pan de cada día, así Dios nos quiere a nosotros en este tiempo, en actitud de contemplación, mirando al cielo con los pies puestos aquí en la tierra.
Para hacer un camino de aprendizaje en los gemidos que el Espíritu nos hace dar desde dentro mientras se va gestando la vida nueva en nosotros y vida que el mismo Espíritu forja en nuestro corazón hace falta una actitud contemplativa existencial de la presencia de Dios en el corazón del mundo y de Jesús actualmente viviendo en medio nuestro.
La oración contemplativa centra la mirada en Jesús, en su historia, con y para nosotros ya que toda la historia de Jesús es la pedagogía del Espíritu que va enseñándonos ahora a polarizar toda nuestra vida en torno al Padre y a vivir para los demás, para el reino, esta atención contemplativa es doble, por una parte la mirada contemplativa se fija atentamente en la historia de Jesús y por otra el corazón se va abriendo al misterio de esta historia a la que tenemos acceso a través de las narraciones testimoniales del Nuevo Testamento, allí se encierra y se centra y se nos revela lo que está escondido, el misterio de un Dios que en el Espíritu viene a hacer nuevas todas las cosas, en la medida en que vamos contemplando la historia de Jesús vamos abriendo el corazón al misterio, vamos aprendiendo a dejarnos transformar por Él porque la historia de Jesús es en sí misma la revelación de los caminos de Dios para con nosotros y la revelación de nuestros caminos hacia Él, en la contemplación del Dios que se hace hombre, nosotros nos abrimos a la obra de Dios para con nosotros y al mismo tiempo aprendemos a descubrirnos de una manera distinta, a reconocernos en Dios que es un modo de acceso a lo que somos, que mientras Dios no nos revela su rostro aparece oculta a nuestros ojos.
Mientras nuestros ojos se posan en la historia de Jesús y el Espíritu viene a asistirnos para darnos vida nueva en Cristo vamos descubriendo que hay Palabras de Jesús pronunciadas sobre nuestra historia que guardan un significado especial y que de verdad nuestra historia puede hablar de un antes y de un después de la aparición de ese mensaje del Señor en nuestra vida, cada uno de nosotros está prendido a un mensaje de Dios que en la Palabra marca el ritmo de la historia entre antes y después.
“Para aquellos que guardan mi Palabra vendremos con el Padre y moraremos en Él y habitaremos en Él”, la Palabra de Dios no es una palabra muerta, palabra viva y como tal cuando la contemplamos viene a habitar en nuestro corazón y a revelarnos el rostro de Dios aquí en el presente, mientras transcurre nuestra vida en todo lo que vamos haciendo, la Palabra tiene fuerza interpeladora, tiene fuerza seductora, transformadora, la Palabra de Dios a la que contemplamos, la que nos da vida, aquella que en algún momento de nuestra vida nos marcó un antes y un después en nuestra propia historia es una Palabra que guarda en sí misma una fuerza de semilla que con el tiempo cuando produce fruto lo multiplica en treinta, en el sesenta, en el ciento por uno, es la Palabra de Dios con todo su poder que actúa en tu historia, si te detenes a contemplarla, desde ella reflexionas en tu propia vida y te descubrís que la Palabra hace historia, historia de redención, historia de salvación. No hay historias sin palabras, siempre la historia es un relato interpretativo de los acontecimientos y de los hechos que muestran un sentido, que leen un pasado y abren a un horizonte desde algún lugar y desde alguna perspectiva, cuando la Palabra se mete en nuestros acontecimientos cotidianos, cuando la Palabra de Dios se mete en nuestros acontecimientos diarios la historia es historia de salvación, es historia de redención, la Palabra rescata, la Palabra no solamente muestra sentido sino da el verdadero sentido, por eso la mirada contemplativa en Jesús y su Palabra es una mirada que tiene dos signos de pregunta en cada uno de nuestros ojos, es la pregunta por el sentido ultimo, no por los pasitos que tenemos que dar sino por nuestro proyecto de vida en Dios y desde Dios para hacer de nuestra historia una historia de salvación.
En la oración contemplativa hay una doble dimensión, por un lado confrontamos en nuestra vida y nuestra historia con la de Jesús, a esto le llamamos acción y por otro lado esperamos que el Espíritu descubriendo el misterio que la historia de Jesús se encierra y se nos revela convierta tal confrontación en nuestra transformación y pasamos entonces de la acción a la pasión que es el lugar adonde aprendemos a morir a lo que fue para abrirnos a lo que vendrá, nada se impone, nada ocurre automáticamente es cuestión del tacto interior de ir aprendiendo a escuchar, a ver interiormente, de sentir y gustar esa presencia de Dios que ahora, aquí, nos revela el misterio de Jesús, su modo de ser y nos mueve a ser como Él pasando de lo que éramos a lo nuevo que se nos propone, de este modo suavemente somos como invitados a recorrer los caminos de nuestra vida desde el horizonte de la vida y la historia de Jesús, somos invitados a eso por los movimientos interiores, las mociones que el Espíritu va poniendo en nosotros, Él va dando relieve y actualidad a la vida y a la historia de Jesús tanto en la historia y en la vida de los hombres como en la historia y la vida de cada uno de nosotros, de este modo vamos sintiendo poco a poco, si no ofrecemos resistencia, como se va acrecentando nuestra libertad, la aventura mas libre y liberadora que podemos vivir, se inscribe no solo en referencia a Jesús sino en nuestro interior como camino, poco a poco vamos pasando de vivir de cara a Dios a vivir con Dios, de vivir con los hombres a vivir para los hombres.
Hay en la oración contemplativa como una doble dimensión, por un lado confrontamos nuestra vida y nuestra historia con la de Jesús a esto le llamamos acción, por otro lado nos dejamos ir transformando por la obra del Espíritu en nosotros para que pasemos de lo que éramos a lo que Dios nos llama a ser, este proceso nos hace ser peregrinos en el corazón del mundo y mientras nos vamos insertando en el corazón del mundo nuestro proceso de transformación que nace de contemplar a Jesús y su obra y dejar que ese actuar del Señor vaya haciendo de nuestra vida una vida nueva pasando de lo que éramos a lo que estamos llamados a ser, el mundo se transforma en lo que Dios obra a través de nosotros y somos sal y somos luz, aquello que la Palabra nos invita a ser luz y sal de los hombres, no nace de la estrategia de una determinada acción sino que es la vida del Espíritu que quema el corazón de los hombres que nos permite ser testimonio del mismo Espíritu en el corazón de la humanidad, el ser luz y fuego que transforma el mundo, el ser peregrinos en el corazón del mundo brota de la vida del Espíritu en nosotros pasando desde el proceso de la acción de Jesús en nosotros a la pasión que supone el morir a lo que ya no es, para comenzar a vivir en lo que Dios nos quiere en su proyecto de vida para nuestra historia, todo nace de un mirar en que Dios tiene un proyecto para nosotros, que nuestra vida no transcurre entre sombras como sin sentido, ese sin sentido suele ser la desvalorización que nosotros hacemos de nosotros mismos o que el mundo y su espíritu hace de nosotros, no contamos, somos un número, un anónimo, nuestra vida no es espectacular, es simple, es sencilla por lo tanto según este espíritu propio del mundo no tiene demasiado valor, lo tiene a los ojos de Dios si en Él ponemos nuestra mirada y penetramos en su Palabra dejando que esta penetre en nosotros y nos muestre todo lo que valemos, tanto que Pablo dirá “Aquel que murió en la cruz no lo hizo porque si, lo hizo por mi” así Dios te quiere en este tiempo, mirando y contemplando el misterio y particularmente el de la pascua hasta llegar a decir desde los gemidos que el Espíritu genera en tu corazón ese que está en la cruz que es el Dios vivo hecho hombre ha entregado su vida por mi, porque valgo y mucho, así me lo ha declarado, es declaración de amor la que Dios hace de su persona en mi historia y esto es en definitiva lo que llena de luz y de fuego, lo que nos permite pasar de la acción de Dios en nuestra historia a la pasión que supone la transformación de su acción de lo que éramos a lo que estamos llamados a ser.
Padre Javier Soteras
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