27/08/2021 – En el Evangelio de hoy Mateo 25, 1-13 aparece la parábola de las vírgenes prudentes y las necias. Las primeras tienen la lámpara encendida y sus frascos llenos de aceite, las segundas no. Éstas quieren acceder al aceite que tienen las prudentes porque el esposo está llegando, éstas se niegan a compartir porque no va a alcanzar. ¿De qué habla el Evangelio? De estar atentos, de tener el corazón alerta, despierto porque Dios viene siempre y solo hace falta tener el corazón encendido.
“Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: “¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!”. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: “¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?”. Pero estas les respondieron: “No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado”. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, señor, ábrenos”, pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora. Mt 25,1-13
“Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: “¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!”. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: “¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?”. Pero estas les respondieron: “No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado”. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, señor, ábrenos”, pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.
Mt 25,1-13
La invitación de la Palabra es a no bajar los brazos, a estar atentos y confiados que lo esperado llega, de la mano de lo que Dios nos tiene prometido, si en fidelidad esperamos en sus promesas. En la espera de que llegue el instante de lo que Dios nos regala por momentos estamos preocupados y desorientados, se nos oscurece el panorama, y no sabemos para donde ir, la oración en común aparece como un poderoso instrumento para descansar esperando en el cumplimiento de las promesas de Dios sobre nosotros. Cada vez que nosotros nos acercamos al Señor a través de la oración, el Señor está listo para oírnos.
El libro del Génesis nos narra una experiencia muy particular; Abraham aparece “implorando” a Dios un perdón para las ciudades de Sodoma y Gomorra, y lo consigue, después de “regatear” largamente.
Lo que más llama la atención del texto, es que Dios asume cada una de las peticiones de Abraham, con mucha misericordia. Es impresionante saber que Dios tiene una misericordia que es ilimitada: la oración de intercesión que Abraham realiza es más que efectiva. Este texto nos muestra que la perseverancia en la oración alcanza aquellas cosas que necesitamos. No aflojes, no te detengas, orá, orá y orá y esperá. Puede ser que Dios se demore un poco, pero te aseguro que llega a tiempo.
La oración de intercesión hecha con constancia hace crecer en nosotros el deseo de Dios y nos capacita para la recepción de los dones de Dios mas allá de la medida de lo que nos imaginamos. Mientras más se demora mejor es, aunque sea una “cachetada” a nuestra ansiedad. En esa espera Dios nos capacita para recibir eso que esperamos. Nuestra súplica confiada adquiere fuerza arrolladora capaz de cambiar el curso de los acontecimientos, de llevarnos mas allá de lo imaginado, poniéndonos en sintonía desde caridad fraterna.
En la oración de intercesión comunitaria tenemos posibilidad de aprender una doble dimensión de la oración; por un lado al pedir por los demás (intercesión), vamos aprendiendo a estar pendientes de las necesidades de los demás, y por otro lado, vamos formando comunidad (comunión) con Dios y los demás hermanos, haciéndonos misterio de comunión.
Orar, orar y orar y tener con qué orar. En ese sentido es importante traer a la oración a tantos rostros y situaciones que están en tu corazón. Son como los leños que llevamos al fuego, no para quemarlos, sino para traer la luz que sale del corazón de Dios.
Cada discípulo debe saber que al hacer oración se corre el riesgo de que nuestra oración pareciera no dar fruto inmediato: no hay que desesperar. La necesidad de ser perseverante es parte de la enseñanza del Evangelio: las mujeres prudentes que esperan la llegada del esposo, y más de aquel del amigo que llega a media noche a solicitar el auxilio del vecino, nos lo muestran. La enseñanza de este último está en cómo debemos hacer esta oración de petición: pedir, buscar y tocar, porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. De ese modo el discípulo hace de su oración una constante, que no se quedará sin respuesta.
Así pedimos y clamamos con paz, con confianza, sabiendo que lo pedido ya está llegando. Y hay un proceso de vaciamiento interior en este proceso. Nos vaciamos de nuestras expectativas, de nosotros mismos, de nuestras proyecciones y nos llenamos como niños de las expectativas de que Dios como buen Padre nos va a dar lo mejor. Y desde allí volver a insistir y clamar. “Mis caminos son distintos a los de ustedes” dice el Señor, quizás si desde allí partiéramos nuestra petición sería diferente. Que podamos rezar desde lo profundo del corazón “lo que Dios quiera, como Dios quiera, donde Dios quiera”.
¿Qué espera el corazón humano que tanto espera? ¿Hacia dónde se dirigen los deseos que del corazón salen como un gemido? Nuestra oración cristiana no tendría sentido si no confiáramos que podemos alcanzar lo que pedimos. La osada confianza de Abraham lleva a arrancar de Dios la misericordia por las ciudades condenadas; la insistencia del amigo, que confía en que la amistad con su vecino será garante para cubrir su necesidad, le lleva a ir a “molestarle” en plena noche; la oración aparece en estos textos como la llave para mirar con confianza lo que viene para adelante. “¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”. Eso es lo que anhela y espera nuestro corazón. Así de confiada es la oración del discípulo, a la espera no de recibir algo de Dios, sino al mismo Dios.
Cuando en la búsqueda de lo que esperamos nos vaciamos y nos ponemos en las manos del camino de Dios recibimos el don de lo alto, el Espíritu que colma nuestros corazón. Allí ya no anhelamos más nada, sólo que el Espíritu haga su obra en nosotros: que todo sea carne de Cristo y que nosotros podamos ser reflejos del corazón de Cristo para los demás.
1. “Vete al Señor mismo, al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será Él como el amigo de la parábola: se levantará y te socorrerá; no por aburrido de ti: está deseando dar; si ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando que está deseando dar. Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse lo aprisa concedido”. (Sermón 105).
2. “Tiene El más ganas de dar que nosotros de recibir; tiene más ganas El de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias”. (Sermón 105). 3. “La oración que sale con toda pureza de lo intimo de la fe se eleva como el incienso desde el altar sagrado. Ningún otro aroma es más agradable a Dios que éste; este aroma debe ser ofrecido a él por los creyentes”. (Coment. sobre el Salmo 140).
4. “Si la fe falta, la oración es imposible. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe”. (Catena Aurea).
5. “Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos mal porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros”. (La ciudad de Dios, 20, 22).
6. “Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Dilatad vuestro corazón”. (Carta 130, a Proba).
7. “Con objeto de mantener vivo este deseo de Dios, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que de algún modo nos distraen de él, y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal; no vaya a ocurrir que nuestro deseo comience a entibiarse y llegase a quedar totalmente frío, y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabe por extinguirse del todo”. (Carta 130, a Proba).
8. “Lejos de la oración las muchas palabras; pero no falte la oración continuada, si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas: orar mucho es mover, con ejercicio continuado del corazón, a aquel a quien suplicamos, pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras.” (Carta 121 a Proba).
9.”Haz tú lo que puedas, pide lo que no puedes, y Dios te dará para que puedas”. (Sermón 43, sobre la naturaleza y la gracia).
10. “Si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical (Padrenuestro)”. (Carta 130, a Proba).