La oración del Rosario

martes, 14 de noviembre de 2006
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María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!. Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Dio un golpe con todo su poder: Deshizo a los soberbios y sus planes, derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abrahán y a sus descendientes para siempre.
Lucas 1, 46 – 55

En la oración del rosario, en la repetición de cada una de las Ave María y la oración del Padre Nuestro, intercalando con el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo encontramos una metodología de oración que es válida dice Juan Pablo II es un método basado en la repetición.

En la Palabra que proclamamos están concentradas una serie de textos que están ligados al corazón de María, quien ha recibido la enseñanza de la Palabra de Dios en repetición de la tradición Judía, una tras otra fueron entrando en su corazón como ocurrió después en Jesús y en los profetas, los textos de la Palabra que se fueron impregnando interiormente en la contemplación del misterio de Dios, en la repetición del rosario ocurre algo semejante, Ave María tras Ave María, en la contemplación del misterio con María vamos entrando en la profundidad de lo que contemplamos, es una práctica que puede resultar árida, si lo hacemos lejos de mirar aquello por lo cual estamos con María rezando cada uno de los misterios que contemplamos, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse hacia la persona amada como manifestación que incluso puede parecer hasta ridícula, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira la misma Palabra que se repite una tras otra, cuando un enamorado o una enamorada dicen a la persona amada te quiero, te amo y no dejan de expresar esto una y otra vez, mi querido, amor, mi viejita, estas expresiones de cariño, de ternura que se dan en el vínculo humano entre las personas a las que amamos en el gesto del amor que se repite uno tras otro si de verdad están asistidas por un amor genuino que se purifica en el tiempo, estas expresiones por mas que sean iguales en su decir, en su gesto, cambia, varía por la intensidad con la que el amor opera en el corazón, por eso mas que atención está en la intención del amor con el que oramos, que con las palabras que decimos y la intención del amor con el que oramos está directamente vinculado con el misterio que contemplamos, el rosario es un camino de asimilación del misterio que contemplamos, dice Juan Pablo II, y la repetición deja de ser árida o aburrida cuando la intensidad del amor en las palabras repetidas renueva siempre la mirada sobre aquello en lo que nos estamos deteniendo, los misterios de gozo, de luz, los de dolor, los de resurrección de Jesús, los de gloria. 

Este repetir una tras otra el Ave María, uno tras otro el Gloria, el Padre Nuestro en la contemplación del misterio acrecienta la intensidad del amor si nos dejamos llevar por el Espíritu que nos pone de cara a aquello en lo cual nos detenemos para con María hacer un aprendizaje de lo que su Hijo nos revela en cada uno de esos misterios.

Te invito que en la oración del Rosario clames a Dios por un amor mas profundo, por aquello que contemplas como misterio y te dejes guiar por María en un Ave María tras otra para ir con ella hacia lo hondo de lo que Dios revela en cada misterio.

El amor crece en nosotros cuando se repiten los gestos que lo expresan, el amor se confirma en nosotros, seres de carne y hueso, que la elección por lo que amamos y lo que queremos tenemos que renovarlo en opciones que se van repitiendo una tras otra, cuando esta opción de amar se hace una jaculatoria y en un gesto, en una expresión, en una actitud, en un recuerdo en la memoria, en el detalle vamos diciendo que amamos a las personas con las que compartimos la vida y con la que nos hemos comprometido en el amor, un ejemplo de esto lo encontramos en el diálogo de Jesús con Pedro después de la Resurrección de Jesús allí a orillas del Río Tiberíades, “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”, tres veces le hace la misma pregunta y Pedro responde, “Señor tu sabes que te quiero, tu sabes que te amo, tu lo sabes todo, sabes que te quiero”, si lo sabe pero necesita que se lo digan, necesita que se lo expresen.

La expresión del amor cuando es genuino, cuando brota de las mas profundas entrañas de nuestro ser, cuando va acompañado de un gesto, de una palabra adecuada a la persona amada se transforma como en un vehículo de conocimiento de la persona, en realidad a las personas se las conoce mas desde el amor que desde la razón, del intelecto, desde la evaluación que podamos hacer de las actitudes que hay en los demás, es una ciencia, decía Santa Teresita del Niño Jesús, por el misterio del amor conocemos lo que Dios nos ha venido a revelar, de esto se trata el conocimiento en términos bíblicos, es un conocimiento sabio que nace del amor, así dice Jesús “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”, este vínculo de conocimiento entre el Padre y el Hijo es un vínculo de amor, este conocimiento mutuo entre ellos dos es en el amor que el Espíritu Santo y a quien el Hijo se lo quiera revelar, es en el derramamiento del amor en el corazón de nosotros, el Paráclito viene en nuestra ayuda para darnos a conocer todo aquello que el Señor nos ha dejado como enseñanza, “El les enseñará todo”, el Espíritu Santo como pedagogo del amor viene a nuestro encuentro para revelarnos lo que está oculto.

Por eso entrar en los misterios del Rosario con la repetición de un Ave María tras otra, si nuestro vínculo con la Madre es un vínculo sano, de amor, es un vínculo filial que va creciendo en y desde la fidelidad de María, la admiración por su entereza, su grandeza, la acción de gracias por su cercanía, su compañía en nuestra vida, si el amor se acrecienta a partir de la necesidad interior de donarnos como ella se dona en sí, tanto en Belén como al pie de la cruz, si crece y se acrecienta por esta constante presencia suya, silenciosa, pero eficaz como en las Bodas de Caná, entonces una tras otra en las repetición del Ave María expresadas en el amor filial a María nos va introduciendo junto con ella en aquel misterio que contemplamos y que rezamos en el Rosario y que repetimos solo desde esta conciencia clara y lo hacemos porque amamos, como decía Santa Teresa “En la oración no se trata de entender mucho, de saber mucho, sino de amar mucho”, a veces nosotros vamos a la oración con alguna pregunta nos acercamos al Señor con alguna inquietud, con algún peso, con algo que nos cuesta sobrellevar, con algo que necesitamos saber para descubrir por dónde seguir y en realidad lo primero que debemos hacer es buscar el Reino de Dios que no es otra cosa que presencia del amor de Dios en medio de nosotros, Dios es amor y el Reino es Dios mismo que se nos ha revelado en Jesús, todo lo demás viene solo.

También esto es para la oración, en la oración debemos entrar dispuestos ha dejarnos amar por un Dios que toma la iniciativa de encuentro con nosotros y aprender a amar respondiendo al amor con el que Dios nos ama, esto es orar, dejarse amar y amar. Cuando en la oración nosotros entramos desde esta dimensión las palabras que decimos ayudan para acrecentar el fuego que en el vínculo de amor Dios viene a establecer con nosotros, entonces un Ave María tras otro Ave María es sencillamente una leña que se tira a un fuego que está ardiendo, tu oración repetida del Ave María es como aquella declaración de Pedro a Jesús “¿Me amas?, Señor tu sabes que te quiero”, la persona amada necesita recibir del amado la expresión del amor en palabras y en gestos, somos de carne y hueso y nuestras opciones por el amor tienen que renovarse cada día, no basta decir yo ya me comprometí con mi esposo, mi esposa, yo ya me comprometí en la vocación a la vida consagrada en donde Dios me llamó y en la cual yo elegí, yo ya me comprometí con la comunidad con la que sirvo a la evangelización y de donde me nutro para alimentarme y poder ser verdaderamente un evangelizador, yo ya me comprometí, no somos ángeles, ellos optan de una vez para siempre, los seres humanos limitados en nuestra libertad estamos llamados a elegir y a renovar nuestra elección día tras día, una tras otra Ave María tenemos la posibilidad de repetir de cara al misterio que contemplamos cuánto amamos a ese Dios que allí se nos ofrece naciendo en un portal, obedeciendo a la voluntad del Padre, revelando su misterio en las Bodas de Caná anticipadamente, llamando a la conversión, entregándose humildemente para ser coronado de manera burlesca como rey siendo realmente el Rey, aceptando la humillación, este mismo que resucita de entre los muertos y su resurrección lejos de condenar, de reprochar, perdona y atraviesa con su perdón todos los lugares donde nosotros estamos encerrados para ir hasta los lugares donde Él sabe que necesitamos para ser sacados, para liberarnos de nuestras ataduras, de pecados y de muertes, contemplando tanta bondad y tanto amor de Dios hecho realidad entre nosotros.

En el misterio no podemos sino elegir la expresión del ángel a María y el saludo de su prima Isabel para vincularnos a la Madre como lo hace Dios, con ella y desde ella poder amar mas y mejor el misterio, nadie, ninguna criatura ha amado tanto a Jesús como María, para responder a tanto amor de Dios desde nosotros amantes de Dios nada mejor que hacer alianza con la Madre y aprender con ella a amar como ella ama, cuando no hay palabras ya para expresar el amor es bueno vincularse a alguien que tiene facilidad para expresar de manera pura, limpia, generosa, entregada, sin reservas el amor, como es María, con ella nosotros vamos aprendiendo a amar desde cada Ave María que se repite.

Dice Juan Pablo II, la oración del Rosario corresponde a un método de oración de repetición, no debe extrañarnos que la relación con Cristo se sirva de la ayuda de un método, Dios se comunica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos vitales, por eso la espiritualidad cristiana incluso conociendo las formas mas sublimes del silencio místico en el que todas las imágenes, palabras y gestos son como superados por una única inefabilidad del hombre con Dios, se caracteriza generalmente por la implicación de toda la persona en su compleja realidad psicológica, física y relacional, hace falta que participe todo nuestro ser en la oración, salvo que recibamos esta gracia de la que Juan Pablo II habla que es la gracia de la quietud, a la que hace referencia Santa Teresa explicando su experiencia mística donde el alma queda como estática delante de Dios, donde ya no hay palabra, no hay gesto, no hay imágenes, es solo su presencia, descubrir que Él está y uno está con Él y gozar de que está y seguir permaneciendo y gozando con Él sin que las palabras, ni las imágenes, ni los gestos, ni nada venga a intrometerse en ese modo de estar de cara a Dios, es como un anticipo del cielo donde el silencio es lo que prevalece, es lo que reina en ese modo y ese estilo de encuentro, son gracias que Dios puede dar a una persona en un momento determinado de la oración, cuando esto está ausente la oración bocal y la oración bocal repetida como en la oración del Rosario nos pone de cara a una metodología que responde a la naturaleza humana, esta de ser un espíritu encarnado que necesita de la repetición entre otros modos y otros métodos para hacerse a lo que quiere expresar cuando dice te quiero, te amo, Señor y Dios mío, como no encuentro otras palabras para decírtelo de una manera mejor elijo las del Ave María y te lo digo con María, te amo Señor de la historia, y allí nos metemos y desde esa perspectiva decimos el Ave María, se lo decimos a ella para decirlo con ella a Dios que lo amamos y que lo queremos.

En realidad aquella experiencia estática a la que hacíamos mención donde ni las palabras, ni los gestos, ni las imágenes, ni ninguna expresión puede terminar por entrometerse en el vínculo de la presencia está sostenido por el amor, es un vínculo de amor que hace que el corazón humano se sienta cerca de Dios y en Él permanezca sin que interfiera nada de cara a este misterio de estar con Él y de permanecer junto a Él.

La oración del Rosario puede conducirnos a eso mismo, puede llevarnos a ese lugar y de hecho puede que se vaya repitiendo un Ave María tras otro Ave María y nosotros sin detenernos en lo que decimos en una y otra Ave María nos estamos deteniendo y quedando con aquello que en la oración contemplamos, decimos, meditamos, es la gracia de la contemplación en el amor la que se requiere para meternos en esta experiencia de repetición de un Ave María tras otra, es una experiencia que igual se da en la Iglesia de Oriente, allí la oración mas característica de la meditación cristológica está centrada en estas palabras del Evangelio “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy pecador”, es la de la filocalia , es la de la oración del peregrino ruso que una y otra vez va repitiendo al ritmo de su respiración esta oración y en el ritmo vital de su respirar, de su peregrinar, de su andar, va ganando en el corazón la conciencia de la misericordia de Dios y la necesidad de redención que hay en el hombre “Señor Jesús, Hijo de David, Ten piedad de mí, soy un pecador” “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, soy un pecador”, en esta expresión va como ganado todo el corazón del que ora y al ritmo de la respiración se crece en la conciencia de quién es Dios en su misericordia y quien es el que se vincula con Él, el camino de la oración de repetición puede a priori ser como concebido como aburrido, como árido siempre y cuando no este el amor de por medio, cuando está el amor de por medio lejos de ser árido un Ave María, tras otro Ave María alimenta y acrecienta el fuego del amor.