20/05/2016 – Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, al Horeb. Allí se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego que ardía en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse Moisés pensó, voy a observar éste grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume? Cuando el Señor vio que el se apartaba del camino para mirar lo llamó desde la zarza diciendo: -“Moisés, Moisés”. –“Aquí estoy” respondió él. Entonces Dios le dijo:-“No te acerques hasta aquí, quítate las sandalias porque el suelo que estás pisando es una tierra Santa”. Luego siguió diciendo:-“Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios.
Éxodo 3, 1 – 6
Dios interviene llamando a Moisés desde la zarza ardiendo. Para llegar a este lugar de encuentro, dice el texto que “fue más allá del desierto” y llegó a la montaña de Dios. A veces para encontrar al Dios vivo en las cosas nuestras de cada día tenemos que animarnos a dar un pasito más allá. Mas allá de nuestras expectativas, de nuestros límites en la salud, de lo ya conocido, aún más allá de las caídas. En ese ir más allá se produce el encuentro entre Dios con su grandeza y su poder, y el hombre que es pobre y frágil. Moisés se cubre el rostro e intenta tomar distancia ante la presencia de tanta luminosidad y grandeza de Dios. Se descalza porque está en lugar distinto, un lugar santo y sagrado. Dios ha hecho sagrada esa tierra con su presencia.
En la historia de cada uno de nosotros, mientras intentamos cruzar nuestros desiertos, también Dios hace santo el lugar. Dios santifica nuestros espacios. En el momento mismo en que se nos acerca a nosotros, lo hace lugar sagrado y lugar suyo. Entonces lo que parece inhabitable como es el desierto, o nuestros escenarios, se constituye en lugar sagrado y santo. Allí podemos descubrir en medio de nuestros desiertos que el Dios viviente se manifiesta, y descalzarse sería como abandonarse y dejarse llevar por su mirada.
Tu desierto puede ser la familia, tu trabajo, tu preocupación sobre la situación social, o las enfermedades, o el encuentro con tu más dolorosa realidad de pecado. Cual sea tu desierto, Dios te invita a descalzarte y dejar que su amor te ilumine.
¿Qué hace Moisés frente a lo nuevo, esto del desierto inhóspito que se hizo lugar donde poder estar?. Se descalza. Es decir, se quita la ropa vieja para dejarse iluminar por el Dios viviente. Nadie fue tan amigo de Dios como Moisés. Hablaban cara a cara. Esto supone cercanía, encuentros e intimidad, pero también desafíos.
Moisés se deja tomar por Dios que le dice “Moisés, he escuchado el clamor de mi pueblo”. Me han llegado los gritos de mi pueblo, por eso te mando. Y allá va Moisés, de la intimidad del encuentro con Dios, al encuentro liberador con los hermanos. Él que venía huyendo, vuelve a ese pueblo de donde se fue, ya no con la armadura del guerrero sino con la pobreza. Dios lo revistió de humildad. Le fue quitada su ropa de formarse en la corte del Faraón, para tomar una forma nueva. Es la humildad que le da la bienvenida al que todo lo puede y que tiene un plan desconcertante para Moisés. Ese primer encuentro que lo sorprendió será el comienzo de grandes sorpresas.
Ansel Grün, dice que este texto nos muestra que la humildad no es una virtud moral sino teologal. Es decir, a la humildad la da Dios y no alcanza con humillarse ni con decidirse a recorrer el camino de los sencillos. Solo Dios hace humilde el corazón. Y se produce esa transformación cuando Dios muestra su grandeza y aparece la pobreza del hombre. Así Dios se le mostró gigante a Moisés y Él después de mostrarle su pequeñez de hombre lo engrandeció. Es el encuentro entre Dios, su grandeza, su poder, su misterio, y el hombre pobre, frágil , que se siente despojado y desvalido frente a sí mismo, de cara a la luz de Dios que en la zarza ardiendo se manifiesta rodeando al hombre todo de su presencia. “Descálzate porque estás en un lugar que es Santo”. Este descalzarse, en la presencia de Dios por parte del orante es entrar en la dimensión de la grandeza, de la omnipotencia, del poder, de la cercanía, la familiaridad, la presencia amiga de Dios con una actitud confiada.
Despojo y camino es lo que queda por delante. Es como Jesús cuando les dice a los discípulos “Vayan y anuncien el evangelio por todas partes”. Vayan sin nada.
Moisés sabe lo que Dios le ha dicho y a pesar que tiene que desprenderse de todo, esa certeza le hace no temer. De hecho el Faraón no va a entender a pesar de que una y otra vez Moisés en nombre de Dios le pide que deje salir al pueblo. Tiene que moverse hacia el lugar de la promesa. Hay un despojo de lo conocido, de lo ya sabido.
Moisés habla con Dios cara a cara. Dios le dice “tu pueblo” y Moisés le retruca “es tu pueblo”. Mientras Moisés es despojado de todo y es invitado a la alianza nueva, debe ir al pueblo para encontrarse con el Dios vivo. La Iglesia misma está invitada a despojarse de lo transitado y aprendido, para ser una Iglesia en exilio en marcha, una iglesia del pueblo. Ojalá así lo podamos vivir y nos sintamos invitados a avanzar por el camino.
Padre Javier Soteras
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