La oración, eje central de la espiritualidad Teresiana

viernes, 16 de octubre de 2015
image_pdfimage_print

Rezar (4)

16/10/2015 – “Cuando oren, no hagan como los hipócritas; a ellos les gusta orar delante de las sinagogas, en las esquinas de las casas, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos porque tu Padre que está en el Cielo sabe bien lo que les hace falta, antes de que se lo pidan”.

Mt 6, 5-8

Cuando Teresa de Jesús nos invita a ir por el camino de la oración, en el que ella ha hecho un aprendizaje en carne propia, transformándose en maestra que nos conduce a la fuente de Agua Viva, primero nos introduce en el desprendimiento de sí mismo y en la humildad. Todo receptividad, todo apertura a la iniciativa de Dios, porque ciertamente la oración no es qué voy a decirle al Señor, sino qué voy a responder a lo que me diga. Es un trato de amor, y siempre lo que el Señor me vaya a decir viene con amor, sea un llamado de atención, un alentarnos o sostenernos, siempre abrazando. ¿Qué confrontamos en oración con el Señor? La vida. Cuando decimos estar “desasidos de nosotros mismos” es poner la vida delante del Señor, ver y sentir interiormente qué es lo que Dios está diciendo, y pidiendo gracia, dejarnos conducir y llevar por Él. Dios como pedagogo, nos va domesticando como dice el Principito, que es sentirse en casa, como cuando estamos con un buen amigo. 

Cuando uno ora desde la vida y se pone en la presencia del Señor con humildad, se siente en casa. La verdadera oración nos da sentido de pertenencia, nos hace sentirnos en casa, estemos donde estemos. 

Dice Teresa “si alguien quiere saber el camino para llegar a la contemplación, puede estar seguro que no hay otro que el indicado. Todo lo que dije y diré más adelante parece de poco valor pero, sin embargo, no deja de tener mucha importancia. El camino indicado es éste: el del deshacimiento de sí mismo y el del encuentro con la propia verdad y realidad en humildad. Para llegar a la oración de contemplación se requiere de todas las piezas. Todas tienen su función y todas sirven para dar jaque mate al gran Rey”. De esta forma, Teresa compara la vida del peregrino que va detrás de Jesús, en seguimiento discipular, con las jugadas que se hacen en un tablero de ajedrez. Deshacirnos de sí mismo es no creerselá, tampoco meterse abajo de la alfombra, sino la verdad sobre sí mismo. Sin embargo, ésto es lo que Dios necesita para obrar en el propio corazón. 

En el camino de seguimiento de Jesús, en la oración, darnos cuenta que hay un Alguien que nos mira. El Señor nos mira amando. Así como cuando el papá o la mamá mira embelesado al niño entre sus brazos o cuando duerme. Así Dios nos mira a nosotros y así nos contempla. La contemplación no es un movimiento nuestro a Dios, sino la captación interior de Dios que nos está mirando. Es Dios quien toma la iniciativa. Por tanto, en cada movimiento orante y misionero, no depende tanto cuánto hagamos sino cuánto le dejemos hacer al Señor. 

Santa Teresa, dice que “la medida verdadera de nuestra proximidad a Dios, es la dama humildad. El humilde se contenta con lo que le toca: si se trata de servir, sirve; si se trata de trabajar fuerte, lo hace; y si le dan regalos (contemplación) con admiración y agradecimiento, los recibe, aunque piensa que no le corresponden. Todas sus acciones y pensamientos le parecen insignificantes para tan gran Señor”.

Cuando entramos en espíritu de contemplación, Dios nos parece todo y todo nos parece nada. “Para ver qué actividad y cuál forma de oración nos es más apropiada para llegar a Dios, hay que probarlas a todas. El Señor nos hará sentir lo que nos conviene y lo que le conviene a Él y lo que no nos permite estar cerca de Él”. Lo que sí es seguro es que, sea por el camino de la meditación, de la oración vocal o solamente estar en silencio ante la presencia de Dios, Él quiere llevarnos a todos a la contemplación, que es la experiencia transformante que viven los discípulos cuando, en el Monte del Tabor, vivencia la transfiguración. Es allí cuando Pedro dice: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Cuando uno se encuentra en espíritu de contemplación en medio de la acción, de la oración vocal o de la meditación, deja todo para quedarse sólo en la presencia de Dios. La presencia divina lo llena todo y nada más nos hace falta.

Pero la oración y la vida sin esfuerzo no van de la mano. El camino de la contemplación en su más alto grado y las gracias que Dios regala por el camino de la humildad, llevándonos a la oración profunda de encuentro con Él, de poder engolfarnos en Él, sumergirnos dentro del océano de vida que es la presencia de Dios, trae consigo sus trabajos. “Dios da grandes trabajos a sus preferidos. Reparte entre sus más íntimos amigos el peso del Calvario. Parecería que Dios emborrachara con sus gustos espirituales -no con vino- a sus amigos, para que no entiendan los sufrimientos que les sobrevienen, y los puedan soportar. O dicho de otra manera, no son verdaderos contemplativos, aunque digan lo contrario, los que no están íntimamente decididos a padecer”. Esta es la experiencia que hace Teresa delante del Señor cuando sufre muchísimo al emprender una gran reforma en el Carmelo. Nuestra amiga se queja ante Jesús por los padecimientos por los que le hace pasar, siendo que es su amiga. Y Jesús, en una manifestación mística, le dice: “Así trato Yo a mis amigos”. Y ella le contesta, en una escena que nos despierta una sonrisa: “Con razón que tenés tan pocos”.

 

Padre Javier Soteras