26/05/2021 – “Dios nos habla. A Dios no se lo puede ver, hay que escucharlo. En el pasaje de la zarza ardiente, Moisés descubre a Dios no por la vista, sino por el oído. Nuestra fe, tanto la judía como la cristiana, es una religión de la Palabra; porque Dios habló. Uno puede oír con el oído, pero el que escucha es el corazón; entonces uno tiene que escuchar a Dios con el corazón”, dijo el Padre Eduardo, monje trapense, con quien dialogamos en el ciclo “Oración, trabajo y vida comunitaria”, en el programa “Hoy puede ser”. En este ciclo descubrimos de qué manera la espiritualidad monástica, nos ofrece herramientas que nos ayudan a transitar nuestra fe y nuestra vida cotidiana.
La oración tiene un padre y una madre “La oración tiene como un padre y una madre: el padre es el silencio y la madre es la soledad. Jesús en el Evangelio nos enseña que, si nosotros queremos orar a Nuestro Padre, tenemos que ir a nuestro cuarto y cerrar la puerta. Lo importante es tratar de hacer un cierto silencio para poder hablar con Dios. El silencio lo que permite es escuchar; escuchar esa presencia secreta de Dios que habita en nosotros. En el fondo de nuestro corazón, Dios nos habla. También es necesaria la soledad. Si la oración es una expresión de amor, cuando uno está enamorado, quiere estar solo con la persona que ama. Es propio del amor buscar un ámbito en el cual el otro se pueda dar y descubrir plenamente”.
¿Cómo distingo la voz de Dios de mi propia voz, o de la voz del enemigo? “Para discernir si un pensamiento o mi oración es de Dios, ese trabajo arduo propio de la oración, se llama discernimiento. Un signo propio del corazón es la paz y la alegría. Si en mi oración o en mis pensamientos siento paz y alegría, ese es el camino que nos indica que Dios está. De lo contrario, cuando hay perturbación, ese es un signo que no es de Dios”.
Ora et labora… ¿se puede hacer en forma simultánea? “No hay que olvidar una cosa: que Dios está en el corazón. Yo puedo hacer todas mis cosas, las cosas ordinarias, y encontrar a Dios allí. ¿Cómo lo encuentro? Esto nos remite a algo más profundo con respecto a la oración: si yo creo que Dios está en mi corazón, yo ya estoy en oración con Él, haga lo que haga. Es muy importante desarrollar un hábito que es de esa presencia de Dios en nuestro corazón, porque allí la vida con sus limitaciones no perturba, no nos saca de la oración. Los monjes oramos y trabajamos; esa conciencia de la presencia de Dios queda como en un segundo plano, como si fuera un telón de fondo, que está detrás de las cosas que tenemos que hacer. Las manos trabajan, pero el corazón vela y ora”.
¿Y si no tengo ganas de orar? “Hay no ganas, y no ganas… Hay unas no ganas que son como una sequedad, en la lectura espiritual se le dice aridez. Un cierto disgusto, donde el corazón no se aplica, no tiene ganas. Hay otras no ganas que constituye una tentación que es la acedia; es un estado en el cual la persona tiene una desmotivación radical en todo lo que hace. En la aridez lo que uno tiene que hacer es simplemente aplicarse; nos ayuda la disciplina que es el hábito de rezar. La persona que reza, se forma en si misma con cierto hábito. En la desolación es bueno mantener el hábito de rezar.”
La oración agradable a Dios “Dios es Padre y se encanta de estar con sus hijos. La oración tiene ciertas formalidades, pero junto con eso está la oración de corazón a corazón, la oración filial para con Dios Nuestro Padre. No hay que limitarse, ni tampoco autocuestionarse por las formas y las maneras, uno ora a Dios como puede. En definitiva, el Evangelio enseña que la oración no es nuestra; la oración se da en nuestro corazón y se la inicia Dios y la realiza el Espíritu Santo; ésa es la oración agradable a Dios Nuestro Padre”.
No te pierdas de escuchar la entrevista completa en la barra de audio debajo del título.
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