La Palabra consignada a los hombres

miércoles, 22 de febrero de 2012
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Estamos compartiendo la primera parte de la profesión de fe en el Catecismo de la Iglesia Católica, la primera sección: Creo, creemos. Ayer, en el capítulo segundo salíamos al encuentro de lo que el catecismo nos muestra como Dios que toma la iniciativa para ir en búsqueda del hombre a través de la comunicación y de la revelación que de sí mismo hace Dios por la vía de la tradición. La tradición que no es la repetición de una serie de ritos, normas, comportamientos en los cuales nos aferramos en el pasado y los traemos al presente sino como transmisión viva del mensaje con el que Dios en la Buena Noticia se da a conocer a sí mismo. Decíamos que la tradición tiene como dos modos de estar presente, oralmente es el primer modo de comunicación en torno al cuál una determinada vivencia se da a entender, se da a conocer a otros y después, a la hora de dejarla fijada en el tiempo para que no se las lleve el viento a las palabras es bueno ponerlas por escrito. Y por eso hablamos de la tradición oral y la tradición escrita. La tradición escrita se viene a concretar en torno a la Palabra de Dios. La revelación que Dios hace de sí mismo encuentra esta fuente que tiene dos vertientes, la tradición oral y la tradición escrita y es recibida, por así decirlo, en el corazón de la comunidad eclesial a la cuál, en la figura de los pastores en comunión entre sí, junto al sucesor de Pedro, ejercen el magisterio, velan por el cuidado de este depósito de fe confiado en el corazón mismo de la Iglesia y es en y desde la Iglesia donde nosotros profesamos nuestra fe y ejercemos nuestro ministerio de ser profetas en el tiempo, anunciando y dándole continuidad a esta rica transmisión del mensaje evangélico y es desde allí como nosotros nos hacemos, junto a nuestros pastores, intérpretes de ese depósito de la fe, velamos por él y también en el ejercicio de nuestro ministerio, en el ejercicio de nuestra caridad pastoral, vemos como crece este depósito, como en la fidelidad al mismo vemos como el mensaje de Dios llega cada vez más allá, en el espacio y en la profundidad también de la interpretación del mismo.

 

Consigna: Hoy queremos detenernos, después de haberlo hecho ayer en torno a la tradición oral, en las Sagradas Escrituras y por eso la Consigna de hoy tiene que ver con esto: ¿Cómo la Palabra de Dios vino a tu encuentro? ¿Cuál fue el mensaje en el que Dios sacudió las entrañas de tu ser? ¿En qué Palabra Dios te despertó a creer de una manera nueva y distinta? Tal vez vos sos de los que tenías una fe vivida en la costumbre de la familia, de la tradición, en cuanto a una vivencia casi de costumbre social del acontecimiento religioso y de repente te diste cuenta que todo aquello que podía ser un rito, un comportamiento de sociedad en cuanto a Bautizarse, hacer la Comunión, Confirmarse, Casarse por la Iglesia por costumbre familiar o por costumbre social, te viste sorprendido por la Palabra que te reveló el verdadero sentido de lo que estabas viviendo en un momento tal vez hasta alejado de la vida de la Iglesia donde Dios te sacudió en lo más hondo de tu ser. ¿Qué significó esa palabra para vos? ¿Cómo marcó tu rumbo? ¿Qué sentido le dio a tu peregrinar? La palabra que irrumpe en el corazón y en la vida, ¿qué mensaje te dejó? La Palabra trae consuelo, trae luz, trae alegría, corrige, la palabra al mismo tiempo nos pone de pié, la Palabra nos descansa, en ella encontramos nuevas fuerzas, nuevos horizontes, la Palabra es capaz de reconciliarnos, de aunar lo que está separado. La Palabra de Dios y su protagonismo en nuestra historia.

 

Juan 1, 1-14

“Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios, todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de lo que existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan. Vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que al venir a este mundo ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo y el mundo fue hecho por medio de ella y el mundo no la conoció. Vino a los suyos la Palabra y los suyos no la recibieron, pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el poder de llegar a ser Hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre ni por obra de la carne, ni de voluntad de hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.

 

 

La Palabra de Dios se expresa en un lenguaje humano, se hace semejante a nosotros. Como la Palabra del Padre Eterno asumió nuestra débil condición humana y se hizo semejante a los hombres tomando nuestra carne, así también el mensaje que Dios deja en el texto escrito de la Palabra adquiere lengua humana para que nosotros nos hagamos cercanos a su modo de estar con nosotros. A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura Dios dice sólo una palabra, su verbo único, en quién él se da a conocer en plenitud: Cristo Jesús. Toda la Palabra de Dios expresada en las Sagradas Escrituras tiene una única palabra que las concentra, Cristo, la Palabra hecha Carne. Recuerden que es una misma Palabra de Dios la que se extiende, decía San Agustín, en todas las escrituras, que es un mismo verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados. El, que siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo dice San Agustín. Por esta razón, la Iglesia, ha venerado siempre las sagradas escrituras como venera también el Cuerpo de Jesús en el Santísimo Sacramento, de hecho, la Celebración Eucarística tiene como dos grandes pilares que la construyen además del Rito de iniciación y el Rito de conclusión, están la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. De un mismo peso dice el Sacrosanto Concilium, el documento de renovación de la vida litúrgica en la Iglesia, la Palabra y la Liturgia Eucarística, y de una misma veneración. No deja de estar presente a nosotros este pan de vida que es la Palabra de Dios así como se nos hace presente el cuerpo de Jesús sacramentado. Nosotros, sencillamente, en esta mañana, queremos encontrarnos con esta fuente de revelación, de darse a conocer de Dios en Cristo, la Palabra hecha carne.

 

Si bien es cierto que Dios elige palabras humanas para darse a conocer, esta palabra que Dios utiliza para hablar de sí mismo es palabra divina y por eso la Iglesia encuentra allí su alimento, su fuerza, su identidad, su misión. Es Palabra de Dios. En los libros sagrados el Padre que está en el cielo sale con amor al encuentro de nosotros sus hijos para conversar con nosotros, y lo hace desde su hijo, quién establece un puente entre el Padre Dios y el misterio trinitario con nosotros.

¿Quién es el autor de las Sagradas Escrituras? Esta es la pregunta que surge cuando uno se encuentra con cualquier libro. Las Sagradas Escrituras son esto, un libro, ¿quién lo escribe? Las verdades que están reveladas por Dios que se contienen y se manifiestan en la escritura, son consignadas por inspiración del Espíritu Santo y la Iglesia, según la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo testamento, todas sus partes, son sagradas y están constituidos como canónicos en cuánto que escritos por inspiración del Espíritu tienen a Dios como autor y como tales son confiados a la Iglesia. A Dios que escribe en lenguaje humano y utilizando al escritor inspirándole el mensaje que quiere Dios dar a conocer de sí mismo en el conjunto del texto escriturístico. Dios ha inspirado a los autores de los libros sagrados; en la composición de estos libros Dios se valió de hombres elegidos que usaban de todas sus facultades, de sus talentos y de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y solo lo que Dios quería que fuera puesto por escrito. ¿Quién es el autor de la Biblia? Dios. Y en cierto modo los autores de los libros inspirados ellos por Dios. El último autor, podríamos decir Dios, los que coparticipan con Dios en la escritura de esta bella bibliografía, esta biblioteca puesta en un solo libro, son los distintos autores de los libros sagrados.

¿Qué hacen los libros sagrados? ¿Cómo es que actúan en medio de nosotros? Los libros sagrados que están inspirados por el Espíritu de Dios traen la verdad del misterio. Como todo los que afirman los autores inspirados lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que estos libros enseñan sólidamente, fielmente, sin error, la verdad que Dios quiso consignar en estos libros para salvación nuestra. ES fuerte la afirmación. Cuando uno confronta el avance de la ciencia con algunas expresiones contenidas en los libros sagrados uno se pregunta: ¿Y cómo se puede sostener esto de que todo lo dicho allí es verdad por ejemplo cuando aparece el relato de la creación y uno confronta con la hipótesis de una explosión cósmica como primer punto de partida de la aparición de todo lo creado, claro, aquella materia que explota seguramente alguien la creó, o por ejemplo si uno toma la teoría de la evolución, ¿cómo es que se puede hablar de verdad revelada y todo lo dicho en ella como verdad cuando se la confronta a la expresión del libro del Génesis en el acto creador con todo lo que la ciencia ha avanzado respecto de los orígenes del universo y del mundo. Claro, cuando hablamos de que todo lo dicho es verdad hablamos en un sentido muy amplio y aquí hay que introducir un elemento que nos ayuda a interpretar lo que estamos queriendo afirmar, se llama texto bíblico y la utilización el él de distintos lenguajes para expresar una verdad. Eso que en la escritura llamamos, damos a conocer, como modos de puesta de la escritura, como se escribe un libro. Hay como distintos lenguajes para decir una misma verdad, hay como distintas formas para expresar una misma verdad. Por ejemplo, si nosotros hacemos un relato periodístico esta mañana de cómo es que viene el río Suquía según sea si lo filmamos y lo subimos a You Tube para después desde allí repartirlo en las redes sociales con una pequeña esquela que indique básicamente de cómo viene el río, depende de quién lo vio, como lo vio, qué fue lo que dijo, lo que se pueda por terminar por expresar en ese modo de manifestar. Si lo ponemos por escrito lo estamos mostrando de otra manera. Si ponemos sólo el sonido del agua, para que se entienda la diferencia de cómo venía antes y como viene ahora, es otro modo de hacerlo presente. Lo que está claro es que ese río viene con un caudal de agua distinto a cómo venía antes, y esa verdad es incontrastable. El modo como la presentamos es lo que se diferencia. Cuando en las Sagradas escrituras hablamos de modos de hacer presente la verdad revelada, ropajes distintos en torno a los cuáles la verdad revelada viene a ser puesta de manifiesto, estamos en presencia de lo que llamamos géneros literarios, es decir, distintas maneras de expresar la verdad de Dios que se da a conocer a sí mismo según un contexto social al cuál pertenece la persona que es utilizada como instrumento para dar a conocer la verdad, según sea lo que quiere decir, según sea la manera de decirlo. Lo importante es que este modo de expresión pueda ponernos de cara a lo central de lo que Dios nos quiera decir. Volviendo al ejemplo del libro del Génesis y en confrontación con el avance de la ciencia en el descubrimiento del acto primero de aparición de los seres vivos en el universo y en el mundo tenemos que decir que independientemente de cómo haya sido lo importante es que alguien tuvo un acto primero de creación, que alguien intervino para que de la nada aparezca lo que hoy es. Que hay una inteligencia, voluntad superior que para nosotros es un ser personal, trinitario, que en su acto de amor comienza a hacer ser lo que no era, el universo entero en el concierto del mismo al mundo al que pertenecemos, al hombre creado a su imagen y a su semejanza. ¿Cómo fue? El texto bíblico utiliza un género literario, un modo de dar a conocer para ese tiempo y desde las posibilidades que el autor tenía en ese tiempo para expresarse a quienes quería dejarles la enseñanza del acto creador de Dios. Si así fue seguramente que con un poco de inteligencia a la hora de interpretar lo que dice uno puede entender que hay una expresión alegórica detrás del modo de decirlo. Lo importante es que en ese lenguaje utilizado Dios intervino directamente en el acto creador. En un momento determinado lo que no era comenzó a comenzar a ser, por así decirlo. Comenzó a ser.

 

Según la antigua tradición se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual. Este último se subdivide en sentido alegórico, moral y analógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda la riqueza a la lectura viva de la Sagradas Escrituras en la Iglesia. El sentido literal es el sentido significado por las palabras de la escritura y descubierto particularmente por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación. Todos los sentidos de las sagradas escrituras se fundan en este sentido literal y por eso es tan importante el estudio exegético de la Palabra de Dios. Cuando exegéticamente se lee un texto, se lee en su contexto, se lee desde donde el autor escribe, se lee en el sentido particular que se da a conocer a una comunidad que da a una cultura determinada y allí se puede percibir el valor y peso de cada una de las palabras puesta por escrito, casi hasta llegar a captar el lugar desde donde el autor dice lo que dice. El sentido espiritual se da gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la escritura sino también las realidades y acontecimientos de los que hablan pueden ser signos. En el sentido alegórico podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significado en Cristo. Así, el paso del Mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del bautismo. Es decir, en el sentido alegórico es como que se abren los sentidos de interpretación de la palabra en el aquí y en el ahora espiritualmente hablando. Un texto bíblico, como por ejemplo el paso del Mar Rojo que nos habla del triunfo sobre la esclavitud del faraón y de la liberación del pueblo nos pone en contacto con ese otro sentido pascual de la muerte de Jesús que vence el pecado, que nos regala el bautismo y nos permite también a nosotros hoy por la gracia bautismal saber de que jamás seremos tentados por encima de nuestras fuerzas y que también en el hoy nosotros en Cristo podemos vencer y encontrar para otros camino de liberación. Este es el sentido alegórico amplio en torno al cual la Palabra nos viene a iluminar. El sentido moral, los acontecimientos narrados en la escritura pueden ayudarnos a encontrar un obrar justo. Fueron escritas estas palabras para darnos instrucción, entonces se nos marca un deber ser que nos habilita para poder ir caminando progresivamente hasta alcanzar aquél modo de conducta “ideal” o ajustado a nuestra verdad moral más cierta en torno a la cuál la Palabra nos guía, nos inspira, nos conduce. El sentido anagógico podemos ve realidades y acontecimientos en su significación eterna. Anagoge en griego quiere decir hacia nuestra patria, hacia lo definitivo. Así la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén Celestial, y la Palabra de Dios tiene esa capacidad de orientar toda nuestra existencia para que cada paso que demos desde ella tenga un sentido de eternidad. Jesús en muchas de las palabras que utiliza la Sagrada Escritura aparece reflejando esta perspectiva. Cuando habla del Reino particularmente Jesús tiene esta perspectiva anagógica de ponernos en contacto de un modo muy simple con lo eterno, con lo que permanece para siempre.

Estamos compartiendo el catecismo de la Iglesia Católica en nuestra catequesis, nos estamos concentrando en la perspectiva de Dios que se da a conocer. Dios se da a conocer a través de su Hijo Jesús y la Iglesia Apostólica ha dado a entender este acontecimiento, los apóstoles, a los cuáles primero les llegó la revelación de Dios en Cristo por dos vías, por la comunicación oral y también por la comunicación escrita. Le llamamos a este modo de comunicación Tradición, tradición oral y escrita. Ayer compartimos la tradición oral, hoy queremos comenzar a arrimarnos a la tradición escrita, las Sagradas Escrituras, el valor y el sentido de transformación que ellas nos regalan en la Palabra, Cristo Jesús.

Una enseñanza medieval enseña estos cuatro significados a los que hacíamos referencia siguiendo la enseñanza que nos deja el Catecismo de la Iglesia. Hablábamos de una enseñanza de la Palabra en términos literales, alegóricos, moral y anagógíco. Este dístico medieval dice: “La letra enseña los hechos, la alegoría lo que has de creer, el sentido moral los que estas invitado a hacer y la anagogía a donde has de tender”. Estas cuatro orientaciones que se nos propone desde la enseñanza de la Iglesia para abordar el texto bíblico de manera creyente son importantes a la hora de encontrarnos con la Palabra y descubrir si estamos, en la lectura que hacemos, frente a los hechos que allí se está diciendo a lo que nos invita a creer aquello que se relata en la palabra, al sentido de lo que debemos hacer en orden a aquello mismo que se revela o al sentido hacia donde orienta el texto bíblico en lo que hace a lo personal, a lo social, a lo comunitario. Y por eso, leer la Palabra supone leerla desde esta diversa perspectiva, para que sea una experiencia fiel a lo que el texto dice y allí particularmente una lectura exegética del texto, para que sea una lectura creyente de lo que estamos invitados a creer en lo que allí se dice más allá de lo dicho y del contexto en el cuál se dice, para que de ese creer surja en nosotros un determinado comportamiento, es decir una actitud moral, una ética que orienta nuestro modo de hacer y de ser a lo que Dios nos invita a vivir y al mismo tiempo que ese hacer, ese quehacer nuestro tenga la orientación definitiva hacia donde Dios nos llama a caminar, la orientación de nuestro andar. Es importante esta perspectiva para que nuestra lectura del texto bíblico sea completa, exegética, creyente, al mismo tiempo ética y por así decirlo con relación a un fin hacia donde se orienta nuestra vida. La tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escrito constituían la lista de los libros Santos. Esta lista integral es llamada Cánon de las escrituras y comprenden, para el Antiguo Testamento cuarenta y seis escritos, y veintisiete para el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Ruth, los libros de Samuel, los libros de los Reyes, los libros de las Crónicas, Esdras, Nehemías, Tobías, Judith, Esther, los libros de Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amos, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ajeo, Zacarías, Malaquías, son los que constituyen el texto del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento los Evangelios de Mateos, Marcos, Lucas, Juan, el libro de los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de Pablo a los Romanos, a los Corintios, a los Gálatas, Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, a los Tesalonisenses, a Timoteo, Tito, Filemón, la carta a Hebreos, la Carta de Santiago, las cartas de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis para el Nuevo Testamento constituyen todos textos canónicos. Dicho esto tenemos que hablar de Antiguo y Nuevo Testamento o Antigua y Nueva Alianza. La Primera prepara la segunda. La primera Alianza, la que Dios celebra con su pueblo con el Monte Sinaí como lugar emblemático donde se le entrega el testamento y donde Moisés tomará el rol protagónico de guía y conductor de su pueblo, y esto alcanza su cumplimiento con la venida de Jesús donde ya es Dios mismo quién escribe sobre el corazón de los hombres la Nueva Alianza en Cristo Jesús.

 

El sentido de estar concentrando nuestra mirada sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, porque como compendio de la fe encierra todos y cada uno de los elementos esenciales en torno a los cuales la enseñanza que la Iglesia nos propone está allí concentrado y aunque muchos de nosotros a las cosas dichas las sabemos, volverlas a decir, volverlas a repasar, tomar nota de ellas nos hace bien y fortalece nuestro camino y reaviva, nos concentra en lo esencial, nos reubica en el lugar en torno al cuál Dios nos llama a dar testimonio y razón de nuestra fe y esperanza. Así es que en este sentido tienen un valor increíble las enseñanzas que estamos compartiendo en torno al Catecismo de la Iglesia Católica.

 

 

 

 

Padre Javier Luís Soteras

Director Radio María Argentina