19/04/2023 – En Juan 3, 16-21, Jesús aparece como aquel que nos invita a entrar en el cono de luz que deja atrás la sombra toda tiniebla él como luz disipa oscuridades.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
Juan 3, 16-21
La enseñanza del Evangelio de San Juan hoy es clara: Dios vino para salvar en Cristo no para condenar. La salvación es por la fe en el hijo de Dios que entregó la vida por nosotros. Así Dios el Padre pronunció el nombre del hijo único de Dios, su nombre y en ese nombre hemos venido a ser re significados. Es decir hemos venido como a encontrar un nuevo sentido desde la luz que nos ofrece su presencia.
Cuando uno anda a oscuras sin saber por donde ir sin duda la presencia de la luz marca el rumbo y el sentido. En esto consiste la salvación en Cristo. El trae la luz que ilumina nuestras vidas invitándonos a pasar de las sombras en la que nuestra existencia se va debatiendo intentando por la razón, por la buena voluntad en la convivencia cotidiana, en lo que acordamos y en lo que intentamos romper porque no es lo bueno para nosotros viene a traer una Gracia que va más hondo y muestra el sentido final, el último, el más claro.
Las razones del porqué y para que de nuestra existencia y así la sombra ya no tiene lugar como cuando al mediodía uno camina bajo el sol ni hay lugar para las sombras así El se hace nuestro medio de vida y todo El abraza luminosamente nuestra existencia. Así se re significa luminosamente la vida humana por la presencia de Jesús que trae claridad que permite diferenciarnos de lo que es sombrío y lo que es oscuro. Si por h o por b no damos lugar a esa luz no hay posibilidad de sentido y de permanecer en la claridad.
Vamos a las sombras, a las tinieblas. Todo se hace oscuro y monótono. Desaparecen los matices y los grises prevalecen sobre el colorido y la alegría de la vida. La presencia de Jesús es de luminosidad por Gracia de amor que se acerca a nosotros e impacta sobre nuestra vida como cuando una luz impacta sobre un prisma y se descompone esa presencia luminosa suya en miles de colores y matices y hace que la vida pierda monotonía y encuentre siempre nueva resignificación y sentido.
Cada mañana sea una nueva oportunidad de vincularnos con esa dimensión luminosa variada con la que Dios hace presente su don en medio de nosotros. Cuando un prisma descompone los diversos colores que se generan a partir de la luz que impacta en su volumen es claro que no está en la naturaleza del prisma la variedad de colores que brotan de el sino en el rayo de luz que le atraviesa.
Así también en nuestra vida la variedad de matices muticolórico que brota de nuestra mirada sobre la realidad está determinada por cuanto impacta la LUZ con mayúsculas, CRISTO, que llena de esperanza nuestro mirar haciéndonos pasar de la tristeza a la alegría permitiéndonos no errar en el camino y encontrar siempre un nuevo colorido matíz a nuestro andar.
Decía Martín Descalzo en razones para el amor: hace un tiempo me persigue una pregunta de Jean Rostan los que creen en Dios¿ piensan tan apasionadamente como nosotros que no creyendo pensamos en su ausencia? Jamás, dice Descalzo, yo he entendido que se pueda pensar en El sin tener y sentir entusiasmo. La fe, agrega, puede ser un termómetro no una siesta.
Un volcán no una rutina. Una herida no una costra. Una pasión, no un asentimiento. Cómo se puede pensar en Cristo sin que el corazón nos estalle.
La presencia de la luz es una presencia de amor. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio hijo y en ésta entrega hay pasión No es una tenue luz, es una apasionada luminosidad con la que Dios abraza nuestra existencia y la llena de color y de sentido y de vida. En la propuesta del Evangelio de hoy aparece veladamente ésta invitación: definir la vida en Dios o no. No hay alternativa.
Se va a la luz y se vive apasionadamente en Dios o se permanece en las tinieblas, en las sombras. Cuando la luz, Cristo, se acerca se enciende un fuego que arrasa, produce un sano desbarajuste propio de los enamorados O no pasa en el corazón del que está enamorado que se le da vuelta la cabeza, lo que tenía planificado, lo que había pensado, lo que había ordenado.
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El amor trae un nuevo orden que desordena lo antiguo o que pone en todo caso en crisis lo hasta aquí vivido. Es la presencia luminosa del Señor, es la presencia renovada del Señor que hace que lo hasta aquí vivido haya servido hasta aquí y de aquí en adelante haga más por buscar y encontrar la presencia viva del Señor.¡ Que hermosa expresión de Juan XXIII “ abramos las puertas y las ventanas de la Iglesia para que un aire fresco entre” Claro que muchos papeles vuelan, algunos se resfrían y de repente todo se muestra con mayor claridad lo que no está puesto en su lugar porque la luz entra.
La presencia de Dios es movilizante, viene a pintar de colores la vida, viene a sacarla de su monotonía, viene a romper con los temas grises, con los que nosotros pintamos de sombra la existencia viviendo en la rutina aburridos en un pasar la vida sin poder comprometernos con ella y ver la que nos pasa por delante sin subirnos al tren que nos lleva al puerto real vivida en gratitud. Ahí nos conduce Dios con su presencia luminosa, llena de amor y7 vida nueva. Es Cristo Luz que se acerca y enciende el fuego que arrasa, que produce un desbarajuste propio de la presencia de un amor que transforma.
Creer apasionadamente es creer amando y amando adherir inteligentemente es decir en discernimiento a la persona de Jesús, El que cree ,dice Jesús, hoy en la Palabra, ese ha alcanzado la vida. Pero es un creer al amor que se ha entregado. No es un adherir a un hervidero de ideas es un creer a una persona que nos ha amado. La fe que es una adhesión a una verdad revelada en realidad no es a una idea revelada es a un amor revelado que llena el corazón de una luminosidad que despierta la inteligencia y hace más honda en el discernir y en el ver y en el conducir.
Es el amor, el corazón de Jesús que se entrega y que trae esa luz a la que somos invitados a adherir. La luz que llega a nosotros y a la que somos llamados a adherir res fruto del amor de entrega de Dios que sdale a nuestro encuentro con la generosa ofrenda de su hijo.
Tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único para que todo el que cree en El tenga vida. La vida brota de la adhesión a una persona, la de Jesús, que cuando nos encuentra en el camino nos enamora y nos entusiasma, es decir nos mete en Dios y su dinámica de gratuidad y ofrenda es decir ahí donde la vida fluye, crece, madura en busca de plenitud, de eternidad, no para, es siempre más
A esto somos invitados, nuestra vida adquiere colorido, va tomando matices diversos que entusiasman y sorprenden cuando la cercanía de la presencia del Resucitado nos encuentra y ante la cual no hay motivo para esconderse.
Hay más razones para exponerse a su sol y su presencia que nos da un color diverso que razones para escondernos. En realidad no hay ninguna razón para esconderse porque el que va a la luz no es juzgado, dice la Palabra. Se juzga a si mismo bajo las sombras de sus ideas pobres y mezquinas quien permanece apartado de la luz. Ya encontró el juicio, dice hoy la Palabra, el que vive en la sombra y la tiniebla.
Que no es otro que el que no acerca a la luz. Acerquémonos al Señor, lo busquemos le digamos que lo anhelamos.¿ cual es el juicio que se encuentra sombriamente el que no se acerca a la luz. El juicio de las propias ideas, de la propia historia, de los propios mandatos. Un juicio pobre, mesquino. Una razón demasiada limitada, un motivo poco convincente, razones demasiado flojas como para entregar la vida. Lo más hondo del corazón humano está llamado a entregarse peropara entregarse hay que encontrar una muy buena razón. Te aseguro Jesús es una gran razón.
El que cree en El no es juzgado pero el que no cree ya está juzgado porque no cree en el nombre del hijo único de Dios
El no juicio brota de un nuevo paradigma, mandato, que marca el rumbo de la luminosidad en la vida. El nuevo paradigma es el amor. Creer en el nombre de Cristo es creer en el contenido de ese nombre que es el amor. El amor no enjuicia. El amor saca de nosotros lo mejor que hay de nosotros y lo mejor es bondad, misericordia, ternura, cercanía, compromiso, deseo de cambio del mundo.
En nosotros está escondido el nuevo mundo que Dios está queriendo poner en marcha y ha sido el amor el que ha venido a despertar los mil colores que permiten pintar de esperanza el tiempo que vendrá. El no amor, la oscuridad, la ausencia de luz trae un discurso acusador de no paz que conflictúa, que es insano y enferma y que es el no amor.
Es el apartarse, el esconderse, el no dejarse encontrar, el tener miedo a ésta luz que llega y pone al descubierto lo que somos y lo que tenemos y nos pone en marcha en paciente búsqueda de orden nuevo ante el desorden que genera o muestra una luz que muestra cuanto alboroto y cuanta necesidad de transformación hay en nosotros.
El que no cree va por ese camino de oscuridad perdiéndose en la sombra del no ser, clausurado en la mediocridad y haciendo que la vida pase sin demasiada posibilidad de colorido que demuestre la esperanza que se abre si se anima a caminar en la confianza en ese amor que guía como guiaba la luz y conducía la noche ésta columna de fuego que peregrinaba en el desierto.
El juicio que inclina la balanza de la vida para un lado o para otro lo determina el amor. ¿Cuál es el juicio de la Pascua de Resurrección? Un juicio de amor o un no juicio entendido como lo acusador, lo que viene a indicarnos lo que está mal, sin dejar de ver lo que en el proceso de madurez debemos seguir desarrollando invita y alienta a lo que vendrá con la esperanza que vamos a alcanzar lo que todavía no habíamos logrado porque saca a relucir de nosotros lo mejor que tenemos. Este es el juicio de la cercanía de la Pascua. Es un juicio de amor que pone en marcha lo mejor que hay en nosotros.
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