01/06/2017 – Con su pascua y resurrección, Jesús inaugura una nueva etapa de la humanidad. La muerte ha sido vencida y en el Hijo todos hemos sido redimidos. ¿Por qué eligió Jesús la pascua judía para el desenlace de su Pascua? ¿Era necesario pasar por la cruz?
“Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él”. Hechos 10,37-38
“Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él”.
Hechos 10,37-38
El Padre quería manifestar ya en la vida terrena de Jesús la gloria divina de su Hijo. La Transfiguración de Cristo tenía que ayudar después a los discípulos a comprender su muerte y resurrección. [554556, 568]
Tres evangelios relatan cómo Jesús, en la cumbre de un monte, a la vista de sus discípulos, comienza a brillar (se “transfigura”). La voz del Padre celestial llama a Jesús “el Hijo amado”, a quien hay que escuchar. Pedro quiere “hacer tres tiendas” y retener el momento. Pero Jesús está en camino hacia su Pasión. Se trata sólo de fortalecer a sus discípulos.
Sí. Jesús había anunciado en tres ocasiones su Pasión y su Muerte, antes de dirigirse consciente y voluntariamente (Lc 9,51) al lugar de su Pasión y de su Resurrección. [557-560,569-570]
Jesús eligió la fiesta de la Pascua de su pueblo como símbolo de lo que iba a suceder con él en la Muerte y Resurrección. Al igual que el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto, así también nos libera Cristo de la esclavitud del pecado y del poder de la muerte. [571573]
La fiesta de la Pascua era la fiesta de la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Jesús subió a Jerusalén para liberarnos a nosotros de un modo aún más hondo. Celebró con sus discípulos el banquete de la Pascua. Durante esta celebración él mismo se convirtió en cordero pascual. Como “nuestra víctima pascual” (1 Cor 5,7b) ha sido inmolado, para, de una vez para siempre, establecer la reconciliación definitiva entre Dios y los hombres. ?171
Jesús colocó a su entorno ante una cuestión decisiva: o bien él actuaba con poder divino, o bien era un impostor, un blasfemo, un infractor de la ley, y debía rendir cuentas por ello según la ley. [574576]
En muchos aspectos Jesús fue una provocación única para el judaísmo tradicional de su tiempo. Perdonaba pecados, lo que sólo puede hacer Dios; relativizaba el mandamiento del sábado; se hacía sospechoso de blasfemia y se le reprochaba ser un falso profeta. Para todos estos delitos la ley preveía la pena de muerte.
Nadie puede atribuir a “los judíos” una culpa colectiva en la muerte de Jesús. Lo que la Iglesia confiesa con certeza, por el contrario, es la responsabilidad de todos los pecadores en la muerte de Jesús. [597598]
El anciano profeta Simeón predijo que Jesús llegaría a ser “signo de contradicción” (Lc 2,34b). Existió el rechazo decidido de Jesús por parte de las autoridades judías, pero entre los fariseos, por ejemplo, hubo también partidarios secretos de Jesús, como Nicodemo y José de Arimatea. En el proceso de Jesús estuvieron implicadas diferentes personas y autoridades romanas y judías (Caifás, Judas, el Sanedrín, Herodes, Poncio Pilato), cuya culpa individual sólo Dios conoce. La tesis de que todos los judíos de entonces o los que viven actualmente sean culpables de la muerte de Jesús es absurda y no se sostiene según la Biblia. ?135
No se llegó a la muerte violenta de Jesús por desgraciadas circunstancias externas. Jesús fue “entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto” (Hch 2,23). Para que nosotros, hijos del pecado y de la muerte, tengamos vida, el Padre del Cielo “a quien no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro” (2 Cor 5,21). La grandeza del sacrificio que Dios Padre pidió a su Hijo corresponde sin embargo a la grandeza de la entrega de Cristo: “y ¿qué diré?: ‘Padre, líbrame de esta hora’. Pero si por esto he venido, para esta hora” (Jn 12,27). Por ambas partes se trata de un amor que se demostró hasta el extremo en la Cruz. [599-609, 620] Este amor, la única manera que tiene de rescatarnos es enfrentando al pecado mismo y las consecuencias que dejó en la humanidad.
Para librarnos de la muerte, Dios se lanzó a una misión arriesgada: introdujo en nuestro mundo de muerte una “medicina de la inmortalidad” (san Ignacio de Antioquía): su Hijo Jesucristo. El Padre y el Hijo eran aliados inseparables en esta misión, dispuestos y deseosos de asumir sobre sí lo máximo por amor al hombre. Dios quería llevar a cabo un intercambio para salvarnos para siempre. Quería darnos su vida eterna, para que gocemos de su alegría, y quería sufrir nuestra muerte, nuestra desesperación, nuestro abandono, para estar en comunión con nosotros en todo. Para amarnos hasta el final y más allá. La muerte de Cristo es la voluntad del Padre, pero no su última palabra. Desde que Cristo murió por nosotros, podemos cambiar nuestra muerte por su vida.
Padre Javier Soteras
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