La profecía de Simeón

viernes, 4 de abril de 2008
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Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre:  “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón.  Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”.

Lucas 2, 34 – 35

María recibe este anuncio profético de un anciano, de un sabio de su tiempo, de un hombre que podría ser de nuestro abuelo. De esos que miran la historia con un golpe de vista y atraviesan toda apariencia para quedarse con lo esencial y lo importante.

Simeón movido por el Espíritu Santo, que trabajó en la sabiduría del paso del tiempo en su propio corazón, ha podido ver más allá de las apariencias que esconde este niño, que iba como otros niños con su madre al templo, ocho días después de su nacimiento.

Viendo sobre el fondo del corazón de este niño y de lo que vendría para él; el viejo Simeón sentencia con su profecía que este Jesús será causa de que algunos se caigan y otros se levanten, quedando al descubierto los corazones de los hombres que se encuentren con él.

Jesús con sus gestos y con sus palabras; moviéndose en los márgenes entre los excluidos, los desplazados, los desposeídos, pone en crisis la realidad religiosa, política, social y económica de su tiempo. Lo hace con un mensaje renovador y transformador, marcado por el signo del amor, que marca el rumbo del tiempo nuevo que él viene a inaugurar.

Jesús amante de los pobres, comprometido por su causa, seguidor del camino que los profetas habían anunciado. Con gestos elocuentes y palabras transformadoras llama a la atención de todos los que han buscado detrás del disfraz de una determinada función, el esconder sus maldades alejados de lo que en verdad el pueblo necesita.

El primado de la Argentina, el cardenal Jorge Bergoglio, hablándole a los sacerdotes en el jueves santo, les decía: “ hay que ir a la periferia. La periferia tiene que ver con la realidad de lo que el pueblo nuestro vive. Salgamos de la abstracción. No nos dejemos llevar por el gnosticismo espiritual ni por actitudes de latas de conservas. No nos dejemos atrapar por el funcionalismo y animémonos a la novedad del evangelio de Jesús vivido entre los desplazados de su tiempo”.

Esto pone en crisis todo el sistema que hasta aquí había como predominado en el pueblo de Israel vinculado lo religioso con lo político. Emparentado, Pilato y el sanedrín, Herodes y su descontento; Barrabás, un loco que busca la reinvindicación del pueblo por el ejercicio de la fuerza; y Judas Iscariote, que igualmente parece ser un revolucionario pero de capa caída. Simón de Cirene representa la buena voluntad de muchos que en el pueblo se solidarizan con los que más sufren y ayudan de buena gana, aunque a veces con mucha queja a cargar el peso de los que no pueden. La cobardía de Pedro que tiene mucho para dar pero no se anima a entregar lo que le está llamado a ofrecer, y entonces, se quedará a mitad de camino.

El pueblo que tiene actitudes ambivalentes; la fidelidad de las mujeres que lo siguen muy de cerca de Jesús, el piadoso y profundamente amigo de Jesús, José de Arimatea. Y nosotros al pie de la cruz con María para que quede al descubierto lo que hay en nuestro corazón.     

No para vivir culposamente ni para autojustificarnos, sino para que de verdad aquello que decía Simeón se dé también en nuestra vida. Que quede al descubierto como estamos sin temor. Que la entrega de Jesús nos lave la cara.

Benedicto XVI dijo: “Jesús viene a lavar nuestro rostro. Jesús limpia con su lavado de pies a los discípulos, todo lo que en nosotros está para ser transformado. Por eso no interesa tanto como estemos sino como vamos a empezar a estar si sabemos permanecer sin temor y traídos por el amor de Jesús al pie de la cruz. Podemos hacerlo dándonos un tiempo para reflexionar. Podemos hacer dándonos un tiempo más largos para rezar. Podemos hacerlo siempre dándonos todo el tiempo para amar, para salir de nosotros como Jesús encontrándonos con los que están en la periferia”.

El cordero de Dios clavado en la cruz, que está allí entregando su vida por nosotros como lo hizo a lo largo de todo su peregrinar, deja al descubierto un montón de intensiones que hay en los corazones de los que lo rodean. Descoloca, de alguna manera, Jesús a los otros.

A quedado al descubierto que Pilato es un cobarde, que es uno que no está dispuesto a comprometerse con lo que tiene por delante como servicio. Pilato pertenecía a la nobleza romana aunque no era de un rango muy elevado. Gobernaba la provincia de Judea en nombre del emperador.

Los historiadores de la época, como en el evangelio de Lucas en 13,1 nos hablan de las atrocidades cometidas durante el gobierno de Pilato. Tenía como un corazón omnipotente.

A tantos kilómetros del poder de Roma, unido a un gran desprecio de los Judíos, hacía que no perdiera oportunidad de ensañarse con sus gobernados y burlarse de ellos.

Varias veces, dice la historia, se quejaron delante del César, los habitantes de aquella tierra. Hasta que seis años después de la muerte de Jesús, Pilato fue depuesto de su cargo. Lo que sucedió después no se conoce.

La leyenda ha querido llenar esta laguna de información. Algunos hablan de un suicidio, otros de que fue ejecutado, y no faltan también, algunos piadosos que dicen que se hizo cristiano.

Durante el gobierno de Pilato, en la provincia de Judea, se dieron un montón de atrocidades, pero éstas, no se comparan con la que ocurre con Jesús.

Es la pascua del año treinta. Pilato está en Jerusalén cuando de pronto irrumpe ante él, los sacerdotes judíos trayendo a un acusado, a Jesús de Nazaret.

Decían que alborotaba al pueblo, que lo quería hacer rey y que se negaba a obedecer al César.

Pilato no es tonto. Sabe que le están tirando un muerto y se corre. No deja que le tiren un muerto delante de él. Les dice: “Tómenlo ustedes”.

Pero había que actuar de manera urgente porque la presión del pueblo sobre el ejercicio de su gobierno se hacía más fuerte a través de ésto. Los judíos habían buscado la manera de presionar con artilugios y arreglos sobre el poder de Pilato. Además, Pilato ya tenía unas acusaciones en Roma.

¿Qué hizo Pilato? Se lo sacó de encima por falta de valentía. Se lo mandó a Herodes quien era gobernante del territorio vecino de Galilea. Pilato no tiene otra que sacárselo de arriba, así. Se lo manda a Herodes, pero al poco tiempo, lo tiene a Jesús delante de él en el tribunal.

Herodes no había encontrado ninguna cosa para acusarlo a Jesús. Era necesario sacarse este problema de encima. La solución más rápida era declarar inocente al acusado pero podía provocar el descontento de los sacerdotes, quienes irían inmediatamente a llevar las quejas al César. Es decir, Pilato corría el riesgo de encontrarse una vez más acusado.

¿Por donde Pilato va a solucionar el problema? Por otro camino. En la fiesta de pascua entran al tribunal de Pilato, unos cuantos judíos que habían encontrado una salida de la cual, Pilato se hace cargo.

Hay uno que está encarcelado. La fiesta de los judíos contemplaba la posibilidad de dejar en libertad a un malhechor. Se llamaba Barrabás.

Barrabás dicen que era ladrón. Pero en realidad la palabra que se usa para decir “ladrón” es la que en ese tiempo se usaba para designar a los sediciosos, a los que venían a revelarse contra el sistema de los romanos.

Barrabás había elegido el camino de la violencia para ésto. Se reunía en lugares desiertos. Formaba pequeños grupos ejércitos. Eran guerrilleros que se lanzaban sobre las poblaciones haciendo actos de vandalismo. Asesinando a los romanos y a todos los que colaboraban y simpatizaban con ellos, particularmente los publicanos.

La intensión de Barrabás y de los que más o menos se emparentaban bajo este sistema de guerrilla popular tenía una sola intensión, al menos así declarada. Poner a Israel bajo el gobierno del propio Israel.

Para estos sediciosos, revoltosos y guerrilleros, Roma había encontrado una forma de solucionar el problema. Tenían que ser crucificados.

Entonces ¿Qué hace Pilato? Pone a este Barrabás y a Jesús de Nazaret, para que la gente elija.

¿Que hacen los seguidores de Barrabás? Estos guerrilleros de aquel tiempo reunidos delante del pretorio donde está siendo acusado Jesús, comienzan a movilizar al pueblo. Ellos mismos comienzan a gritar que lo dejen en libertad a Barrabás y que lo crucifiquen a Jesús. Es decir, empiezan a darle al cobarde y descomprometido Pilato la manera de zafar. Le dan la ocasión para decir: “Ustedes lo acusaron y han elegido la muerte de este hombre, del cual Herodes dijo que no ve nada que sea raro en él y lo declara inocente”.

La Palabra dice que Herodes hubiera querido que Jesús se haga algún milagro. Ante la requisitoria payasesca de Herodes de querer ver un espectáculo en su omnipotencia desproporcionada y la cobardía de Pilato, Jesús queda a merced de la suerte que determinan los revoltosos del tiempo confabulados con los poderosos del tiempo. 

Cualquier parecido a la realidad es una mera casualidad. Pareciera por allí, que los que son opuestos se juntan para ir detrás de una misma causa. En este caso es la muerte de Jesús.

La muerte de Jesús la determina la cobardía de Pilato, la locura de Herodes y los sediciosos encabezados por Barrabás, que se confabularon con el poder religioso de su tiempo, que quería la muerte de Jesús. Declaraban que Barrabás sea liberado y que Jesús sea crucificado. 

Jesús, ya condenado, camina con la cruz a cuestas. Siente el dolor que le han generado los golpes que ha recibido: de desprecio por parte de Herodes y de Pilato, por la negación de Pedro, por la traición de Judas. Golpes que son muchos más duros que los azotes, aunque éstos también se sienten en la carne del Maestro.

Mientras todo esto ocurre, Jesús cargando con la cruz se cae. Siente el peso de todo lo que ocurre. Va sintiendo el abismo que el pecado genera con Dios Padre. Él quería escapar justamente de esta suerte de encontrarse bajo las sombras del pecado, apartado de la luz, del encuentro con el Padre, y cae.

Cae tres veces y en su levantarse profundamente abatido, aparece uno que es obligado a cargar con la cruz de Jesús. Se llama Simón de Cirene. La Palabra, nos dice que éste era el padre de dos cristianos conocidos en la comunidad de Roma, Alejandro y Rufo.

De Simón sabemos muy poco. Solamente que volvía del campo cuando se encontró con este acontecimiento. Venía del trabajo y se encuentra con este hecho. Jesús, al que posiblemente él tenía referencias, va a ser crucificado. Los soldados romanos viendo el agotamiento de Jesús, llamaron a Simón y le obligaron a llevar la cruz. A cargar con la cruz de Jesús.

¿Por qué lo obligaron los romanos? Porque este era un derecho que tenían. Podían detener a un judío en la calle y obligarlo a hacer cualquier tipo de trabajo.

Simón se encontró en una situación muy extraña, sin saber de que se trataba, y ante la obligación de hacerlo, no hace otra cosa que cumplir con que le mandan. El Señor le retribuyó muy bien su gesto de cargar con la cruz de Jesús, aunque al principio obligadamente y seguramente, después enamoradamente. Lo premió con su familia que se hizo cristiana. En Roma aparecen sus hijos, Alejandro y Rufo, comprometidos con la suerte de que el padre a cargado con su cruz.

Los evangelios al contar el episodio de Simón, lo hacen usando palabras que a los cristianos le hablan de algo mucho más profundo que de la prepotencia de los soldados romanos.

Dice el texto: “Simón de Cirene cargó con la cruz y la llevó detrás de Jesús” con lo cual están indicando el camino discípular y están recordando la condición que Jesús ha puesto para que los que quieran ir detrás de él: “El que quiera venir detrás de mí, que cargue con su cruz y me siga”.

Además; de la cobardía, del descompromiso, de la omnipotencia, de la traición, de la facilidad con que a veces nos enganchamos para hacer lo que nos dicen como hicieron los amigos de Barrabás para liberarlo al amigo, armaron la revuelta y lo crucificaron a Jesús. A pesar de todo esto que posiblemente esté en nuestro corazón, Simón de Cirene rescata un costado nuestro sano y bueno. La capacidad de cargar con la propia historia. Aun con estas flaquezas, cobardía, locura de la omnipotencia, el desvarío de la negación, las traiciones. Simón de Cirene nos invita a cargar con todo esto detrás de Jesús. Porque toda la miseria que ha quedado al descubierto de la realidad humana es que como en Simón de Cirene, se reacomodan. Hasta aquí toda la sombra del corazón del hombre está clara, manifiesta, concreta y palpable.

Da realmente nauseas ver como somos capaces de tanta barbaridad. Simón de Cirene, también nos muestra que somos capaces de lo mejor. Somos capaces de lo peor y somos capaces de lo mejor. Y lo mejor está aquí parece. Tiene que ver con la posibilidad de cargar con nuestra propia historia, con nuestra miseria, con nuestros desvaríos, con nuestra cobardía, con nuestras ofensas, con las heridas que traemos en el camino y ponernos detrás de Jesús. Porque la fuerza que brota de su entrega asumiendo nuestro dolor para que nos hagamos cargos de nosotros mismos. Comenzar a recorrer un nuevo camino de vida, de resurrección, de transformación. Simeón de Cirene nos dice que es posible cargar con la cruz e ir detrás de Jesús.  

 “Te seguiré a donde quieras que vayas, yo jamás te abandonaré”, certificó Pedro con la vehemencia que lo caracteriza, movido por el impulso interior de su forma de ser.

Sin embargo, Jesús le había advertido: “Simón, antes de que cante el gallo, tres veces me habrás negado”. Y así fue. Pero Jesús no le había dicho que iba a pasar después de que el gallo cantara. No dijo que ocurriría después del canto del gallo. Lo tenía reservado para ese momento clave de la vida de Simón donde terminaría de devastarse toda la armadura de prepotencia con la que él se ha movido permanentemente en relación con Jesús. 

Dice la Palabra: “Jesús se dio vuelta y le miró” y que a partir de ese momento: “Pedro rompió en llanto”. El llanto de Simón es el quiebre interior que se produce por la conmoción que genera el amor de Dios cuando clava su mirada sobre nosotros y no nos quita los ojos por encima de todo lo que podremos haber hecho de mal en la vida, todas las equivocaciones que podemos haber cometido. Es como si traspasara todo aquello y se metiera en lo más hondo del corazón y se quedara clavada allí, la mirada de Jesús. No duele esa mirada, hace llorar de agradecimiento. Es el perdón de Dios que se nos ofrece en la mirada de Jesús y que perfora nuestra rebeldía manifestada a veces en esta característica propiamente petrina de omnipotencia. 

Pedro lo lloró pero con la amargura de las lágrimas que limpian el alma. Pedro es uno de aquellos que alrededor de Jesús representa en el camino, el dolor que genera el propio pecado. De alguna forma podríamos decir, que aquel deseo de Pedro de querer ir con Jesús hasta el final del camino se dio. Porque así como Jesús en sus lágrimas, en sus llantos, en los golpes sobre su rostro, sobre su espalda, en los ultrajes, burlas, va cargando con nuestros pecados. Pedro ha tenido la “suerte” de cargar con su propia incoherencia. Con su incoherencia que nace de su omnipotencia y de creérsela demasiado, y a partir de una mirada de Jesús sin ninguna acusación, sólo una mirada profunda de misericordia.

Pedro queda crucificado en su propia historia y como siguiendo el camino de Simón de Cirene. Pedro comienza a recorrer un camino de hacerse cargo de sí mismo.

Evidentemente por lo que relata el evangelio de él y de los otros discípulos, esto se fue entremezclando con la culpa que encierra y mantiene enclaustrado, que no nos hace salir de nosotros mismos. Sin embargo, Jesús se la arregla después de su crucifixión y resucitado va a mostrarle a Pedro todo un camino nuevo, de confianza. Pero hasta aquí, Pedro está como sacudido. Es la cruz de Jesús que deja al descubierto, como decía el viejo Simeón, al que citábamos al principio del evangelio. Él será una señal que muchos van a rechazar y así se va ha saber lo que cada uno tiene en su corazón. Pedro tiene en el corazón, detrás de esa aparente fortaleza, decisión y valentía, mucha contradicción. Tiene una gran contradicción y es cobarde cuando le preguntan si conoce a Jesús.

Pedro va a decir: “No, no lo conozco”. – “Pero vos estabas con ellos”. -“No, no sé de quien están hablando”. Pero al tiempo, cantó el gallo y Jesús pasó por delante de él, lo miró y Pedro quebró. Jesús le puso una mirada tierna, llena de misericordia, también del dolor que va cargando sobre sus espaldas.

Con un llanto, Jesús corrige a las mujeres que siguen de cerca lo que está ocurriendo. Algunas son individualizadas por el evangelio: María Magdalena, María, hermana de Lázaro, Juana, Salomé, la esposa de Pilato. Otras son recordadas como formando grupos: las que habían venido con Jesús desde Galilea, las que lloraban al ver a Jesús camino al calvario, a las que corrige Jesús. “No lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos”.

Que es un poco lo que hace Pedro. Él llora su incoherencia, su cobardía y su pecado. El llanto de Pedro viene un poco mezclado con culpa pero lo llora porque la mirada de Jesús lo atravesó.

Las mujeres a pesar de este costado un poco lastimoso con el que se vinculan a Jesús, tienen valentía. Ellas no tienen miedo. Se atreven a confesar a quien siguen. Los otros dispararon todos, no quedó ninguno. Las mujeres están allí, no como los discípulos de Jesús.

En vísperas de la pasión cuando Judas está tramando su traición, María, la hermana de Lázaro le hace un homenaje a Jesús rompiendo un frasco de perfume muy caro, derramando su contenido sobre el cuerpo del Señor. Por eso, merece un reproche de Judas, y posiblemente también, de los otros apóstoles. El Señor, en cambio elogia esto.

Pero ¿qué elogia, Jesús? No se pone en el detalle de cuanto vale el frasco o si lo podrían haber usado para otra cosa. Ve la intensión del corazón.

Mientras los discípulos tienen el corazón estrecho, no se han dado cuenta de lo que está por pasar. Esta mujer a entrado en vínculo con la suerte de Jesús y está anticipando de que Cristo va a morir porque este perfume dice Jesús: “Ella lo tenía guardado para mi sepultura”, como diciendo “ella está anticipando mi suerte”.

Mientras Jesús es llevado a la crucifixión y todos sus enemigos se ensañan con él, un grupo de mujeres piadosas manifestó su dolor. Lloran amargamente.

Al final como relata el evangelio de Juan estaban al pie de la cruz: María, su madre; María Salomé, María Magdalena, y otras mujeres. Al lado de ellas como redimiendo el género masculino, está el discípulo amado, que es una figura que habla de todos nosotros al pie de la cruz. Rescatando a los discípulos que en realidad se las habían tomado y habían desaparecido del lado del maestro, al que le habían dicho que iban a acompañarlo hasta el final, expresado en la boca de Pedro.

¿Por qué no lo acompañan hasta el final? Por que Jesús ha ido como desbaratando las expectativas de mesianismo con su compromiso de caridad. Sobre todo lo vivido, ellos lo han podido soportar pero que estuviera padeciendo la cruz su líder y maestro, esto no lo soportaban, haciendo que desaparecieran del lado de Jesús.

El acontecimiento de la crucifixión de Jesús es claramente, lo anticipado. Va a atraer a todos hacia él y como quedan al descubierto sus corazones. El de las mujeres, el de Pedro, el de Simón de Cirene, el de Judas Iscariote, el de Barrabás y los que están con él, el de Herodes Antipas, el de Pilato, y nuestros corazones.

¿Cómo estamos frente a lo que nos pasa? Estamos tristes, agobiados y quejumbrosos.

¿Cómo estamos frente a la vida que nos toca vivir todos los días, donde se esconde la VIDA con mayúscula, que se entrega en la cruz, el viernes santo? ¿Estamos en búsqueda, con preguntas y a oscuras?

También nuestro corazón está al descubierto y es bueno, que quede así. Sin culpas pero con el dolor que brota de la mirada de Jesús que atraviesa el corazón. Dejémonos llevar por la presencia del Señor que desde la cruz nos atrae y dejémonos descubrir como estamos. No tengamos miedo de aparecer delante de Jesús como estamos. El Señor desde la cruz tiene una palabra frente a nosotros.

El Señor desde la cruz tiene una palabra frente a todo lo que nos ocurre, que en realidad, la dirige el Padre para nosotros. 

 “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Este clamor de Jesús por nuestros desvaríos le cuesta la vida. Al final Jesús, recibe la repuesta por parte del Padre. Cuando expira derrama su espíritu sobre nosotros. Nos reconcilia con nuestra propia historia a partir del amor que pone dentro de nosotros. Por eso debemos animarnos a ver como estamos desde la cruz, porque en ella hay garantía.

Hay garantía de redención del amor de Jesús que se entrega por nosotros para rescatarnos de cualquier lugar distinto del proyecto de vida que Dios tiene para nosotros.