La promesa de Dios: la efusión de su Espíritu que hace nuevas todas las cosas

martes, 2 de septiembre de 2008
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La esperanza no queda defraudada porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.

Romanos 5; 5

Pablo está hablando de lo que los textos del Antiguo Testamento, particularmente en Isaías, Ezequiel, Jeremías, se habla de la efusión del Espíritu Santo sobre el final de la historia, la promesa de Dios estaba centrada en esto en los tiempos mesiánicos, en la efusión de un Espíritu que haría nuevas todas las cosas.

Esta promesa no ha sido defraudada, al contrario, ha llegado el tiempo donde el Espíritu ha venido a tomar los corazones de todos, para verdaderamente hacer del desierto en el que vivimos un lugar muy habitable, un vergel. Ese desierto es nuestro propio corazón, contrito, humillado, que Dios se ha detenido para mirarlo y allí, como dice Ezequiel, donde “todos solo huesos” comienza como a habitar en carne, con nervios y con vida, la vida de todos los que hemos esperado la llegada de este Espíritu como promesa.

En los textos del Antiguo Testamento referentes a los tiempos finales, se encuentra el anuncio de la efusión universal del Espíritu de Yahvé. En Isaías. 32, 9-14, se describe una situación de destrucción que durará “hasta que sea infundido en nosotros un Espíritu de lo alto.” La efusión del Espíritu producirá un cambio que se describe con figuras tomadas de la vegetación: el desierto se convertirá en un vergel. Hasta este punto pareciera que se refiere al Espíritu en su obra creadora, pero en realidad es el Espíritu que vendrá en los tiempos mesiánicos.

En la época del exilio, cuando Israel pierde toda referencia que da seguridad a su camino, es donde más toma auge y fuerza esta presencia de Dios que promete un tiempo nuevo que vendrá y donde el pueblo es alentado a caminar en el consuelo de la promesa de Dios. Y son dos profetas claves que nos conducen al tiempo del cumplimiento de la efusión del Espíritu Santo, sosteniéndonos en la promesa: Jeremías, y Ezequiel.

Ellos son los que tienen los textos más importantes en este sentido. La restauración del pueblo que se encuentra en la cautividad será obra del Espíritu. En la tremenda visión que nos acerca Ezequiel en el cap. 37 aparece un campo lleno de huesos y el pueblo cautivo en Babilonia es equiparado a estos muertos que han dejado allí sus restos: “se han secado nuestros huesos y se ha desvanecido nuestra esperanza. Estamos perdidos.” Ante esta situación de perdición, de muerte, de desesperanza, Dios responde anunciando una resurrección de esos muertos. En Ezequiel 37, 12-14, dice: “yo voy a abrir las tumbas de ustedes, pondré mi Espíritu en ustedes y vivirán.” Es Palabra de Dios, que lo que dice lo realiza.

A continuación el profeta Ezequiel recibe la orden de invocar al Espíritu para que vuelva a entrar en esos cadáveres y les dé una nueva vida. El Espíritu se manifiesta allí como un viento, como un soplo vital. Cuando uno echa una mirada observante de lo que está ocurriendo en el mundo en el que vivimos, cuando particularmente hacemos foco en nuestra República Argentina y a través de una observación detenida de lo que acontece tomamos contacto ya directo –no por lo que nos cuentan sino porque hemos podido hacer una propia constatación de los acontecimientos más importantes de lo que ocurre- uno se encuentra con un escenario semejante al del exilio, en nuestro propio territorio.

Son los indicadores de la pobreza, de la amenaza del desempleo, de la injusticia, de la falta de cuidado de la salud pública, de la constatación de una política que no termina de transformarse en una política de Estado sino que son más bien  políticas partidarias que se ponen en práctica según interese personal o corporativos, de pequeños grupos a los cuales se representa, pero no el interés de la Nación a la cual debe gobernarse. Estas constataciones que hacemos y otras más que podríamos referenciar sobre el ámbito de la vida juvenil y el vínculo con la droga dependencia, la educación y todo lo que nos queda por caminar, incluso la misma comunicación social y la emisión de un mensaje único sostenido por los medios más poderosos del país, que poseen más del cincuenta por ciento de los medios importantes que dan lugar a la construcción de la opinión pública de la Argentina.

Todo esto nos hace pensar realmente que estamos frente a una situación de exilio. No podemos decir que el territorio en el que vivimos nos da la bienvenida y que es nuestro. Por el contrario, y con mucho dolor, podemos decir que hemos maltratado el territorio en el cual estábamos invitados a vivir y ya no nos resulta familiar vivir en esta tierra. De allí que, por ejemplo, una cantidad importante de jóvenes de Mar del Plata haya decidido, desde hace un tiempo, buscar su espacio en otro lugar del mundo porque éste es como cualquier otro, no les resulta propio ni cercano. Eso es el exilio. Como decían en una película, el exilio es no tener con quien tomar un café, no tener alguien al lado que te resulte cercano.

El territorio en el que nosotros vivimos nos resulta un tanto exiliante. El sistema en el cual hemos entrado es expulsivo. Eso es el equivalente al exilio. Y en medio de este exilio hay una promesa. En nuestro propio territorio en que nos sentimos como exiliados, hay una promesa, de la llegada del Espíritu que viene a hacer nuevas todas las cosas. Y hay una orden: invoquen al Espíritu, está cerca.

Ésta es nuestra invitación hoy, en la constatación de los huesos que vemos por todas partes en nuestro propio exilio; en la constatación de tanto dolor de muerte con que nos encontramos frente al doloroso escenario en el que nos toca vivir, nosotros creemos realimente en la orden que Dios nos da y lo hacemos extendiéndonos por todos los rincones del país. Esta obra tiene esta misión. Te sumamos a ella, de clamarle al Espíritu que venga y tome nuestros huesos, que nuestro pueblo pueda ponerse de pie, dejando de ser simplemente habitante de esta tierra para pasar a ser ciudadanos comprometidos en la construcción de una Argentina nueva.

El cambio que se produce cuando Dios saca del exilio a su pueblo nace de un corazón y de un espíritu nuevo que Dios pone en el interior de cada uno de los israelitas. “Les quitaré el corazón de piedra, les daré un corazón de carne, infundiré mi Espíritu sobre ustedes, serán mi pueblo; yo seré el Dios de ustedes.”

Éste es el lugar que Dios ha elegido para hacer el cambio: el corazón. El corazón es el centro de la vida humana, allí confluyen sentimientos, pensamientos, afectos, voluntad, decisión. Allí está todo. Bíblicamente el corazón es la centralidad de la vida de la persona. Y es justamente esta mismidad, esta vida de la persona concentrada en lo que denominamos corazón, lo que Dios viene a cambiar. Viene a quitar lo que está endurecido, viene a emblandecerlo, a darle un corazón nuevo con un nuevo Espíritu para crear situaciones diversas en el propio territorio.

Hará que se sigan los preceptos de Dios, que se observen y se practiquen sus leyes, para pasar a ser nosotros pueblo de Dios; y Dios, nuestro Dios. Será una alianza nueva entre Dios y su pueblo. Al término “alianza”, Jeremías y Ezequiel lo traen desde el Libro del Éxodo, que se construye en tiempo de exilio. En Ex. 6, 7, cuando el pueblo en el exilio hace memoria de cómo actuó Dios con ellos y la fidelidad que tuvo conduciéndolo por el desierto a una tierra de promesas y allí le entregó la alianza, en el recuerdo de aquel acontecimiento, el pueblo toma fuerza para ir hacia delante, yendo hacia las promesas.

No se puede vivir sin promesas en el corazón. Cuando las promesas vienen de lo alto, transforman la vida. Cuando la promesa cala hondo en el corazón, hemos alcanzado el término sin haber llegado al final del camino. Tenemos la certeza de haber llegado al final, aunque todavía estemos caminando hacia donde las promesas nos conducen. En la teología tomista se dice que el fin es lo primero que se concibe pero lo último en alcanzar. Por eso en la vida hace falta planificar el andar, tener una orientación, hacia dónde caminar. Si no, la vida es como un barco a la deriva, sin timón, sin una decisión hacia dónde conducirse.

Por eso es tan importante en la vida tener un proyecto que hable de los fines, que no son algo externo a nosotros mismos sino que están dentro de nosotros, son las promesas que Dios ha grabado en lo profundo del corazón, donde dice quiénes somos y qué estamos llamados a ser. El proyecto, primero es personal y luego familiar, comunitario, nacional.

El Dios en el que creemos es un Dios concreto, actúa en nuestro presente, cura el pasado y nos hace vivir con esperanza el futuro. Hay que ser obedientes para llegar hacia donde Dios nos conduce.

El Espíritu hace nuevas todas las cosas. Cuando en Romanos 5, 5 se habla del amor de Dios, se está hablando del Amor con mayúsculas, es el amor que nos habita interiormente y renueva todo. Es el Espíritu de Dios en nosotros. Es el “arrabón”, algo así como el pago que Cristo hace por nosotros para que luego alcancemos la eternidad. Es el pago anticipado de gracia que recibimos de Dios, para que podamos llegar a la eternidad. Hacia allá vamos, guiados por el Espíritu Santo, que marca en nosotros un sello, está instalado en nuestro corazón. Y por eso tenemos certeza en el corazón del futuro que nos espera.

Padre Javier Soteras