La promesa del Espíritu Santo

lunes, 5 de mayo de 2008
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“El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”.

Judas –no el Iscariote- le dijo: “Señor, ¿Por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?”.

Jesús le respondió: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. 

El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.

Juan 14, 21 – 26

Recibir los mandamientos, ponerlos en práctica, es expresión del amor. El que ama es amado por el Padre y recibe el amor de Jesús.

El amor de Jesús es una revelación, según nos dice hoy el evangelio. Que quiere decir que es una revelación, que allí hay luz, que allí se nos brinda conocimiento, que allí aprendemos a encontrar el arte para vivir. El cuerpo de los mandamientos de Jesús, su enseñanza, el camino que El ha venido a mostrar se sintetiza en amar al prójimo a su estilo, por amor a Dios y hasta dar la vida, hasta el extremo. Este amor hasta el extremo, al estilo de Jesús, hasta entregar la vida por las personas que se nos confían en Dios, es un amor que verdaderamente no solo transforma la vida de los otros sino que se transforma en una revelación para nosotros. 

Cuando uno hace un ejercicio físico y llega hasta un punto en donde parece que no tiene mas aire, que no tiene mas pierna, ni mas brazo, siente que en su cuerpo ha habido un desgaste energético importante dice en un momento determinado, surge un discurso del cuerpo: basta, como hago para seguir, no doy mas, hasta acá llegué. Con el amor pasa algo parecido, en la exigencia de la caridad, hay veces en las que nos encontramos frente al mismo fenómeno, hay algo que dice dentro nuestro yo hasta acá, como diciendo lo quiero, la quiero, los quiero, pero a mi me da y justamente en el proceso que supone el camino de seguimiento de Jesús en la caridad, esto también se da, se da así, hay entrega, hay servicio y en un momento determinado uno dice hasta acá llego. Pero justamente en el ámbito de lo físico, la posibilidad de generar una mayor capacidad aeróbica o una mayor destreza o una mayor posibilidad, mucho tiene que ver cuanto se supera ese momento. También en la caridad pasa lo mismo, si superamos esos momentos de límite en el ejercicio de la caridad prontamente empezamos a ver acrecentadas nuestra capacidad de amor.

Es el modo de amor al estilo de Jesús, es un camino de revelación que para el discípulo es claridad y que por la presencia del espíritu paráclito, del espíritu santo, viene a completarse en nosotros. Cuando El venga les va a terminar de mostrar todo. El amor en la claridad de su manifestación, de su vivencia, es claro, clarifica, pone luz. El amor en Jesús y para los hermanos es revelador y el Espíritu Santo viene clarísimamente a poner aún mayor claridad sobre aquella que el amor viene a reflejar.

El Espíritu Santo que el Padre envía desde el cielo y que va a enseñar todo, en un maestro interior, porque revela los caminos. Si sabemos tener vínculo con él, conversar con él, si nos dejamos llevar por sus mociones, si aprendemos a distinguir sus inspiraciones, si nos arrojamos a su criterio, con los que las Cartas Paulinas particularmente nos dicen como es que actúa, entonces nosotros podemos ir encontrando esa luminosidad con la que el espíritu va llenando de claridad toda nuestra vida. Lo escuchamos de la boca del mismo Jesús: “Yo soy la luz del mundo” y lo sabemos por la experiencia de la primera comunidad cristiana, esa luz no se ha apagado después de la muerte y resurrección de Jesús, por el contrario se ha acrecentado a partir de la presencia del Espíritu Santo, que ilumina con esa misma claridad que había en Jesús a la comunidad de los doce.

Sin embargo, el modo concreto para saber que es así, que esta siendo El, el que ilumina, para no confundirnos, para no sentirnos luminosos sin serlo o en todo caso a veces queriendo imponer el propio criterio o queriendo hacer valer nuestro parecer desde la supuesta luminosidad, la cosa se define en un lugar, en la caridad.

Como dicen: a los buenos caballos se los ve en la pista y los buenos jugadores aparecen en la cancha.

Claro, porque es sobre lo concreto, sobre lo que podemos discernir, todo puede ser amague, pueden ser buenas promesas, pero la realidad de la historia se juega en el aquí y ahora.

Este es el mensaje que nosotros hemos oído de El, dice Juan en la primera de las cartas en el capítulo 1 en el verso 5 y les anunciamos: Dios es luz y en El no hay sombra, no hay oscuridad, no hay tinieblas.

Si decimos que estamos en comunión con El y andamos en las tinieblas, estamos mintiendo.

No es un discurso solamente el de la luminosidad de Dios en nuestra vida, es una verdad que viene a querer ganar el corazón y cuando nosotros mentimos porque decimos que estamos en la luz, pero en realidad no lo estamos, obramos alejados de la verdad.

Ahora que define la verdad, de que estamos o no estamos en la luz, Juan lo va a decir claramente, la caridad. El que ama anda en la verdad, es decir está en la luz, el que no ama, está en las tinieblas, es un mentiroso

Esta es como la combinación en torno a la cual el apóstol Juan habla de la verdad y de la luz de la mano de la caridad y de la mentira, la oscuridad de mano del desamor.

La doctrina de verdad es la del espíritu de Dios derramado sobre nosotros que nos compromete en realidades concretas de caridad. En realidades palpables de caridad.

El que dice que ama a Dios, pero no ama a su hermano va a decir Juan, miente, no dice la verdad, esta enganchado en algún discurso, tiene algún sueño místico, cree auto justificarse, pero no está en lo cierto. La verdad corre por la caridad. Es en la caridad donde la verdad se define y es más hay verdades, como dice Martín Descalzo, que solamente son verdades cuando son vividas en la caridad, cuando no son media verdades, por no decir grandes mentiras.

Vivir en la verdad, vivir en la caridad y podríamos decir que solamente que la verdad bien dicha es tal, cuando se la expresa con caridad.

Cuantas veces escuchamos decir a algunas personas y nosotros mismos a veces lo hacemos, pero no dije la verdad, no se por que se ofende, al final no se puede decir nada, si dije las cosas como eran porque se ofendió. Pregunta que hay que hacerse frente a la ofensa del otro ante la expresión de la caridad, ¿cómo la dije? ¿ en que momento la dije?.

Oportunidad y modo definen el estilo de expresión de la verdad y cuando esto no está presente, la más clara de todas las verdades con las cuales podemos argumentar nuestro parecer o demostrar nuestras razones pasa a ser una gran mentira.

La verdad solamente es verdad cuando se la vive en caridad, cuando se la dice con caridad.

El problema está en decir la verdad o en decirla con un poco de vinagre, parece que con un poco de vinagre cuando la decimos, lo único que hacemos es apartarnos y apartar a otros de la verdad.

Pensemos las veces que hemos sostenido la verdad a rajatabla y no nos fue bien, y pensemos si el modo como hicimos nuestra argumentación era la mejor forma y en el momento en que ocurrió fue el gran momento para hacerlo.

La verdad dicha con dulzura, la verdad expresada con misericordia, la verdad expresada con la justicia, la verdad sostenida con firmeza y con ternura al mismo tiempo, es la verdad que penetra, que va más allá, que transforma, que convierte.

José María Escudero en un ensayo suyo contaba los grandes esfuerzos que tuvo que hacer un Menéndez y Pelayo para descubrir esta realidad, en sus obras mas juveniles escribió, muchas cosas verdaderas, pero lo hizo, como él mismo va a confesar, con mucha intemperancia en la expresión y fue ese modo, ese estilo, ese radicalismo que le dio al escritor una fama de intransigente, que realmente iba a superar de a poco con los años. El mismo Menéndez Pelayo en 1909, llega a esta conclusión, todo puede decirse con caridad y cortesía, la razón expuesta con malos modos no convence, sino que enfurece, encona, nadie es infalible y según nuestro dicho vulgar, todas las cosas las sabemos entre todos. Todos necesitamos de indulgencia y el que no la otorga a los demás difícilmente la va a encontrar con él mismo. Con la vara con la que medimos, se nos va a medir.

Por eso no es que hay que callar el parecer, no es que no hay que expresar la propia convicción, no es que hay que hacer blandas nuestras razones y darnos vuelta como el panqueque ante las primeras contradicciones que nos llegan de afuera respecto de lo que son nuestros argumentos, sino que es aprender a sostenerlos con firmeza, con verdadera convicción, con razones que lo justifican a lo que decimos, a lo que creemos, dándole vuelta una y otra vez a lo que queremos expresar y a lo que queremos aportar, pero con caridad. Como decía San Francisco de Sales “una gotita de miel atrae mas moscas que un barril de vinagre”.

Si yo lo que digo lo digo con dulzura, lo digo con claridad, lo digo con serenidad, lo digo no queriendo herir, sino queriendo poner de pie al otro, lo que digo construye y esta es verdadera caridad, por eso la verdad es verdad reveladora de la vida, cuando esta vivida en caridad.

Una de las ideas mas claras de Juan 23 y la que está en todo el Concilio Vaticano 2, es que es tan importante el modo en que se dice la verdad, como la verdad en si misma.

Cada 10 veces que una verdad es rechazada, tal vez, dos o tres lo sea porque quien la escucha no quiere recibirla, pero entre siete u ocho veces tiene que ver con el modo con el que la propone la quiere imponer a la fuerza, la quiere manejar sin el suficiente amor, sin la suficiente caridad.

Le pasa y pasa en la familia, cuantas veces, pero si te dije que las cosas eran así, pero como me la dijiste, y uno dice pero oh bueno también hay que tener mas cuidado para decir las cosas acá; que lo que importa el fondo de la cuestión o la forma. Todo importa, porque el otro no es un libro que registra un dato de información. La verdadera comunicación, el lugar donde se revelan las cosas que nos pasan, nos es un cruce de informaciones y de datos. Ustedes saben que a través del sistema de Internet la demás de las cosas que recibimos, hay información de datos, que son números que si uno sabe leer, no tiene la forma de interpretarlos. Y aún cuando lo puede interpretar es bastante aburrido.

Pero lo que quiero decir es que no es una comunicación de Internet la que sostenemos en el vínculo. No hay un tráfico de información en la relación, los matices y los modos hacen al fondo. Es como cuando te sirven una buena comida, puede estar muy rica en su contenido, pero sino está bien preparada, y no está bien presentada, quizás vemos que primero entra por los ojos. Es la dificultad que tiene a veces nuestra comunidad eclesial para comunicar sus verdades, y tenemos que aprender y mucho del mundo de la comunicación, para expresar más bellamente, más artísticamente, con estética nueva, lo que sabemos es verdadero pero que es nuestro modo de repetirlo y es nuestra manera de decirlo, hemos perdido el encanto de la expresión, por qué?, porque no hemos encontrado el amor en la adicción, en la representación, en la puesta en escena, es solo el amor el único capas de devolvernos eso que hemos perdido, el gozo, la alegría, la pasión, la determinación, la creatividad, que hay que tener para no solamente decir cosas que sean ciertas, sino que sean ciertamente transformadoras y dichas con amor.

El momento, el tono, la oportunidad, el tiempo, el modo de construir el relato, como se introduce, como se va a cerrar lo que uno va a decir, tenemos que considerarlo para que como decía Bernanus, y que lo ha citado también en otros cuadernos de reflexión, Martín Descalzo, hay que atreverse a decir no solamente la verdad entera, sino que no hay que añadir en ella, el placer de hacer daño, porque si lo que queremos, con nuestras razones aplastar, imponer, demostrar que listo que somos, que esperanza tenemos de que alguno nos abra la puerta, para entendernos, ninguna. No es el enojo, no es la crítica, no es quién gana en la discusión, que suele ser a veces en la conversación familiar, el punto más álgido, porque se pone en juego la autoridad, porque los papás sienten que si no dicen las cosas con cierta firmeza, con cierta dureza, aún cuando eso hiera a los hijos, y los muestra a ellos mismos contradictorio, porque lo que quieren sostener ni ellos mismos lo viven, si todo eso no lo hacen pierden autoridad, y si se pierde el principio de autoridad, se pierde el principio de organización y todo se derrumba y no hay quien marque el camino.

Todo eso ocurre en un segundo, en una reacción, donde el papá o la mamá, para una corrección no se dan el tiempo que se necesita para el diálogo, sino creen mejor cortar por lo sano y esgrimir un no, o hablalo con tu papá o hablalo con tu mamá, que evita lo otro que supone más tiempo, diálogo largo, oportuno, bienvenido, donde se ha trabajado el tiempo, los modos y no por ser “educados” o “gente urbanamente ubicada” , sino porque lo exige la caridad, que es donde se juega la verdad, quien dice que anda en la verdad y no ama a su hermano miente, la verdad es un lugar de ejercicio de la caridad.

A veces nosotros, hemos afirmado o hemos querido sostener la verdad como alguna doctrina, desde donde poder defender lo que creemos, y hemos puesto demasiado esfuerzo en sostener el evangelio, desde ese lugar olvidándonos de la raíz misma, de la vivencia evangélica que es la caridad, no es que este mal dar razón de nuestra fe, como dice el apóstol Pedro, sino que las grandes razones de la fe nacen de un corazón transformado, de una vivencia evangélica clara, de una adecuación de la propia vida, de la propia existencia, de las propias opciones con lo que Jesús propone en el camino de su seguimiento.

No solamente decir la verdad sino decirla con oportunidad, decirla con una sonrisa, decirla con mansedumbre, decirla en el tiempo oportuno. Nosotros suponemos que el otro lo que hace, en lo que hace, donde sabemos o creemos que esta equivocado lo hace a propósito, puede que alguna situación media histérica, quiere llamar la atención, haga que la persona obre así, pero eso mismo es ya toda una comprensión de porque hace lo que hace, dice lo que dice, no es que estén de acuerdo con lo que está haciendo, ni sea ese el punto más importante a revisar, está histeriqueando, decimos, y a partir de la histeria es que es como un llamado de atención a que me tengan en cuenta, esgrime lo contrario, como para poder diferenciarse y que alguien lo vaya a buscar allí, donde esta parado con su motivo, con su razón, que no es otra cosa que no me siento querido, no me siento amado, atiéndanme. Por eso en el trato vincular, en la relación es donde se define muy fuertemente, donde se definen las verdades.

Nosotros por el espíritu de la competencia, por haber quién gana, por haber quién triunfa, por haber quién tiene razón, quién maneja la autoridad, y entendemos a la autoridad como justamente el que tiene la razón, lo cual no es un mal concepto de autoridad, el que hace la razonabilidad, pero la hemos puesto sobre un lugar que la hemos como achicado, la hemos como reducido, sin entender que es mucho mas que eso, aunque eso debe estar presente, para poder guiar, acompañar, indicar, mostrar, tiene que haber mas de lo otro, tiene que haber mas desarrollo, no tanto intelectual cuanto afectivo que nos permita rápidamente acortar las distancias que nos impiden llegar juntos a aquel lugar que buscamos, al que llamamos la verdad de lo que nos esta pasando.