La Proyección

viernes, 21 de noviembre de 2008
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En el camino de Dios queda ese horizonte de paz, de felicidad, del santidad al que estamos llamados. Fuimos compartiendo varios modos a través de los cuales nos vamos relacionando con los límites, con los defectos, con el mal, con el pecado. Estamos descubriendo el verdadero lugar que ocupan en nuestra existencia.
Al percibir esta realidad, podemos integrar sanamente y con paz esta parte oscura de nosotros mismos, a la que tenemos que aceptar. De esta manera y con la verdad de lo que realmente somos, vamos a reconocer una vez más nuestra amorosa dependencia del Señor, que, aúna sabiendo lo que somos, nuestra indignidad, nuestros errores, nos está dando, nos está brindando constantemente la ayuda para ser hombres y mujeres renovados en el Espíritu.
 Vamos a seguir dando otro paso más tratando de desentrañar los mecanismos que tenemos para vincularnos con nuestros límites, que en el camino de nuestra vida van apareciendo como si fueran una vegetación exuberante que tenemos que ir corriendo hacia los costados para ir viendo la luz de Dios.
Queremos comenzar con la iluminación de la Palabra porque desde allí parte la verdad, la vida y el camino. En el texto de Lucas 6, 41-42, el Señor nos dice lo siguiente:
"¿Y por qué te fijas en la pelusa que tiene tu hermano en sus ojos si no eres consciente de la viga que tienes en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano "hermano, deja que te saque la pelusa que tienes en tu ojo" si tú no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo para que veas con claridad y, entonces sacarás la pelusa del ojo de tu hermano".
A menudo nos pasa que juzgamos y condenamos a otros con el sólo fin de juzgarnos buenos a nosotros mismos. En la carta pastoral de Mons. Luis Stöckler, obispo de Quilmes, para la Cuaresma 2007 nos decía esta Palabra, nos invitaba a tratar de comprender a los demás antes de juzgar y condenar. ¿Por qué te admiras de la paja que está en el ojo de tu hermano y no te fijas en la viga que tienes en el tuyo?, nos pregunta Jesús. Muchas veces solemos atribuir nuestros defectos personales a los condicionamientos externos y reclamamos a los demás el cambio de las estructuras: que cambie lo que está fuera de nosotros. Pero da la casualidad que nosotros también formamos parte de las estructuras que estamos pidiendo que cambien. Y, si no estamos dispuestos a comenzar por nosotros mismos, nada va a cambiar.
En nuestro camino nos puede pasar estar mirando todo el tiempo en qué falla el otro o en qué puede cambiar, en lugar de mirarnos nosotros y, algo más delicado, que cada uno de nosotros se ponga y traslade en el prójimo sus propios errores, es decir, los proyecta hacia el otro.
Hoy Jesús nos invita a descubrir este último mecanismo con el que solemos defendernos de nuestro propio pecado proyectando en el hermano. "La viga en el ojo": aquello que tenemos nosotros dentro de nuestro corazón, que no queremos, no podemos, no nos animamos a asumir y nos estamos fijando en lo que el hermano tiene.
Te voy a contar algo. Los llamaban "niños de azote", vivían en las cortes reales inglesas del siglo pasado. Eran compañeros de juego del hijo del rey, pero también tenían esta extraña tarea. Cuando el joven príncipe cometía una falta, estos niños eran castigados con el látigo, en lugar del culpable. De esta manera, la culpa en algún modo era expiada, era purificada, borrada. Esto es realmente, algo absurdo, de otras épocas. Sin embargo, esta misma operación psíquica que lleva inconscientemente a una persona que comete un error o que constata el límite, que, sin embargo, no puede o no quiere aceptar y, ent