La redención en el evangelio de Marcos

miércoles, 24 de febrero de 2010
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La semana pasada estuvimos compartiendo acerca de la mirada de la redención en el Antiguo Testamento y comenzamos a recorrer el camino que hace Mateo, que nos va mostrando cómo es la imagen de la redención que él nos presenta.

Recordarás que Mateo entiende la redención en la misma línea que el Antiguo Testamento. Es el perdón de los pecados el que constituye el núcleo esencial o central de la redención a lo largo de todo el Evangelio de Mateo. Por ejemplo, en la curación del paralítico donde se va estancando cómo Jesús le persona los pecados. También cuando se encuentra con publicanos y pecadores. Jesús va acogiéndolos y va transmitiendo la misericordia de Dios, haciendo realidad la redención, en estos casos, como perdón de los pecados.

Lo decíamos también, en la celebración de la Eucaristía nosotros confesamos que la muerte de Jesús perdona los pecados y que derrama su sangre para borrar nuestra culpa. Y reflexionar esto, nos lleva, a veces, a pensar cuántas veces, en cuántas ocasiones creemos que, si nosotros no transgredimos los mandamientos, no somos pecadores. Y sin embargo, vivimos con mucha frecuencia en desacuerdo con nuestro mundo interior y nos cerramos a la vida y desoímos la llamada de la voz interior, incluso vivimos torturados por sentimientos de culpabilidad.

En este círculo en el que entramos con nosotros mismos, en el que es como si nos “rompiéramos la cabeza” pensando si hemos hecho todo bien o que pensarán los demás o qué van a decir los otros. O estamos pendientes si presentamos una buena o mala imagen de nosotros mismos ante los demás. Y nosotros estábamos parados en este lugar de creer que, si nosotros no transgredimos los mandamientos, estamos bien. Es decir para todas estas situaciones, para todos estos lugares Mateo nos trae esta Buena Nueva, esta alegre noticia de la liberación de nuestras culpas.

Mateo va resaltando que la redención es que Dios está siempre dispuesto a perdonarnos. En Su Hijo, en Jesús, Él vuelve el rostro misericordioso y el hecho más claro está dado en la cruz. En la cruz nos muestra Él que nos ama. Así nos expresa Su amor incondicional y absoluto. Y a través de este hecho concreto, que es la muerte de Su Hijo, nos transmite el perdón de nuestros pecados.

Y este perdón de los pecados que manifiesta la redención en el Evangelio de Mateo no da libertad para mirar al futuro pensando en Dios. La redención nos libera de este peso de la culpa que traemos por tantas cosas que hemos cometido a lo largo de nuestra vida, nos va a liberar de este peso y nos va a hacer libres para poder comenzar de nuevo, para poder colaborar en la obra, en el misterio del Señor también nosotros con nuestra vida, por más poca cosa que nos sintamos. La redención en el Evangelio de  San Mateo es el perdón de los pecados. Te lo está diciendo a vos: el Señor nos perdona los pecados y, como al paralítico, nos invita a que nos levantemos y tomemos nuestra camilla y sigamos en camino.

 

Antes hablamos del Antiguo Testamento, la imagen de redención y de Mateo, ahora vamos a compartir, a poner en la mesa la imagen de la redención que nos presenta el Evangelio de San Marcos.

En el Evangelio de San Marcos la redención aparece como el rescate de los demonios. El rescate del maligno, de las cadenas de fuerzas impuras como lo marca, por ejemplo, en el capítulo 1, del versículo 21 al 28, en el que se relata el comienzo de la actividad de Jesús, en el cual inicia su ministerio público con un exorcismo.

Así es que Jesús al lo largo del Evangelio de Marcos, que nos va presentando un Jesús muy humano, que manifiesta claramente la encarnación del bien. Él ve en las enfermedades una acción directa del mal. Por eso, la expulsión que Jesús hace es, al mismo tiempo, curación de los enfermos. Y va a mostrar el evangelio que esta acción directa del mal, no solamente puede darse en las enfermedades, sino también en otras cosas que el hombre experimenta fuertemente en su interior.

Es así que el Señor con sus obras, con sus enseñanzas, va infundiendo esta confianza que les permite a los hombres perder el miedo al demonio, recobrar el valor para aceptarse. Quizás nuestros propios límites, nuestras propias falencias constituyan nuestros demonios también. El Señor en Marcos va mostrándose como Aquél que permite que los hombres recobren este valor para aceptarse. Es así que se levantan los paralíticos, abren los ojos y miran de frente la realidad aquéllos que están ciegos. Así vemos cómo la redención comienza a aparecer justamente en la liberación. No sólo nos rescata, sino que también nos libera y nos salva el Señor. Y esa victoria de Cristo sobre el mal se va a ver consumada en la muerte en la cruz.

 

Del Evangelio de Marcos estamos compartiendo la imagen de la redención que nos presenta. Decíamos que el Señor la presenta como liberadora. Este Jesús que va curando, que va liberando y la mayor expresión de curación y liberación se da en la cruz. ¿Cómo puede la muerte de Jesús librarnos del poder del mal? Esta expresión no se refiere solamente a la posesión del demonio. Se refiere también para el evangelista a una situación de necesidad, a una experiencia de falta de libertad, de falta de dependencia de Dios. El ser humano, nosotros tenemos conciencia de no ser siempre libres para pensar y sentir porque nos sentimos arrastrados por ideas fijas, por obsesiones, por conflictos. Y queremos buscar el bien, sin embargo, nos encontramos como limitados y, a veces, sentimos que no podemos llegar a concretarlo. Nos sentimos verdaderamente oprimidos.

A veces nos sentimos metidos en situaciones de las que creemos que no podemos salir. O estamos como implicados en estructuras sociales que vemos que no podemos cambiar. Experimentamos todo esto como ataduras, amenazas. Por ejemplo, la incapacidad de aceptarse, como le pasaba a los leprosos en la época de Jesús. Sin embargo, Jesús a ellos se acercaba y los sanaba. En la época de Jesús nos encontramos con que hay mudos y Él los sana. Y también hay mudos sin posibilidad de manifestar sus sentimientos. Somos mudos, a veces, sin la posibilidad de comunicarnos con otros de corazón a corazón porque hay algo que nos está obstaculizando, que se está interponiendo con los demás. En la época de Jesús nos encontramos con sordos y Él con el “efetá” le abre el oído. Hoy también somos sordos y cerrados en nosotros mismos, incapacitados a veces para escuchar lo que el otro está queriendo decir, incapacitados para entender qué es lo que siente el corazón del otro.

Éste es el Señor que también toca el corazón, más que los ojos, de aquéllos que están ciegos y que tienen la mirada turbia y que no pueden distinguir la realidad de lo que ellos están poniendo en la realidad, de aquéllos que, por miedo al desorden interior, optan por cerrar los ojos, negando esta realidad y lo que verdaderamente sucede en el mundo. Paralíticos, mudos, ciegos, sordos son hermanos que también en la época de Jesús estaban presentes y el Señor, a través de los milagros, especialmente en el Evangelio de Marcos, los va liberando. A través de los milagros, el Jesús de Marcos viene a presentarse como “portador de libertad para los hombres”. Así aparece como el vencedor final sobre los demonios, como el hombre que libera a todos los que se hallan oprimidos sobre la tierra. Y allí estás vos, y allí estoy yo. En esta perspectiva los milagros tan marcados en el Evangelio de Marcos son signos de una esperanza escatológica, que está dada en “el más allá”. “El tiempo de la libertad final a comenzado”, esto es lo que nos dicen los milagros, “Ha comenzado a despuntar sobre la tierra. Está vencido el diablo, la mentira y la confusión”. Se halla el hombre abierto hacia la gracia y este Jesús de los milagros también es el Mesías de la muerte, es el Hijo de Dios que entrega su vida.

Para agregar y podamos pensar cuál es el milagro que nosotros necesitamos que el Señor haga en nuestra vida, abiertos nosotros a este lugar de redención, más de que venga el Señor a sacarnos algo que nos molesta. Es un lugar de liberación. El milagro principal es el único milagro verdadero: el camino pascual de Jesucristo, su muerte como un malhechor más en el calvario y la experiencia y esperanza misionera de su Resurrección. Éste es el más grande milagro: que Él en cada milagro que realiza, lo expresa, la redención, el paso de la muerte a la vida. Escuchaba en “La catequesis” alguien que decía:”Muchas veces, Dios viene y no cura, pero sana”. Quizás hay cosas que no terminemos de curar nunca, pero sí el Señor sana y eso lo vas a poder descubrir en lo profundo del corazón, en el misterio que hoy te quiere regalar y decirte “Yo quiero liberarte. Yo vengo en este día, en esta tarde, en esta noche, a hacer de vos una criatura nueva. Quiero redimirte”.

 

En todas las situaciones de liberación el Señor nos invita a dar un paso. No es que nosotros nos vamos a quedar sentados con los brazos cruzados. Él Señor espera y quiere, más que todo, nuestra participación en este proceso de liberación, nuestro “sí”, nuestro abrirle la puerta para que Él, con el hecho que realizó y que ya consumó, que su muerte, pueda liberarnos del maligno y sacarnos de nuestras dependencias y, hasta podríamos decir, de nuestras esclavitudes.

Claro que Él puede liberarnos de nuestras violencias interiores que experimentamos todos los días, de estas esclavitudes, de este “ya no puedo más, hasta acá llegué, no hay más”. Eso en el camino del Señor no existe. No hay “ya no puedo más”. En el Señor podemos más, en Él, sólo en Él. Yo solo por supuesto que no puedo. Si no nos quedamos viviendo en la cautividad de nuestras propias opiniones, nuestras propias pasiones, en la presión de las angustias, los complejos porque esto nos va llevando a la experiencia de la incapacidad para amar y vivir prisioneros de nosotros mismos. Y nuestro corazón en esta situación desea encontrar alguien que le responda, que haga algo a favor suyo, que esté dispuesto a dar su vida.

Éste es el Jesús que está con nosotros y que nos manifiesta la redención como liberación de toda forma de coacción, como forma de vida en la que podemos vivir libres e independientes de todos los influjos extraños. El mal es un influjo extraño porque no pertenece al corazón del hombre, aunque está a veces. Los celos, la soledad negativamente vivida, el odio, la rabia, el rencor son influjos extraños porque no pertenece al corazón del hombre, aunque están, aunque aparecen, aunque están pululando por allí, aunque le damos cabida. El dueño del corazón del hombre es Dios que ha impreso la imagen suya en nuestra vida y nos ha dejado la libertad para aceptarlo, para darle entrada todos los días. El problema es cuando nosotros le abrimos la puerta a estos elementos extraños que no pertenecen a nuestra vida de gracia y de fe.

Cuando dejamos que el Señor nos traiga el regalo de redención es cuando nosotros, a ejemplo de Jesús, nos interesamos por la vida de los otros. Ahí también se hace actual la redención. Cuando nosotros nos interesamos por la vida de aquéllos que se sienten incapaces de valerse por sí mismos, ciegos porque no ven su propia realidad, no la quieren ver, sordos porque no saben oír, porque no pueden oír nada más que su propia voz. La redención puede tener lugar también en una charla con otro hermano, en una charla terapéutica, en una conversación espiritual, en el proceso de atención a la voz de mi corazón, de mi conciencia. O también, la redención se puede hacer actual dentro de mi comunidad, donde puedo compartir mi vida: allí en tu parroquia, en el grupo de oración, en mi familia, donde yo acepto a los demás como son y los demás me aceptan también a mí como soy, sin condiciones. En estos lugares se va concretando la redención.

 

Cuando vamos experimentando en el camino la redención, nos vamos dando cuenta de la que liberación nos va llevando a la vida. Cuando hay vida, cambia todo: ya no hay opresión, ya no hay miedo. Hay vida y el Señor es la vida. Él, al liberarnos, nos hace formar parte de Él, de su camino, de su proyecto. Te propongo que nos podamos alimentar en “La vianda” para ir descubriendo y gustando un poco más la vida que nos propone el Señor.

En camino a la Pascua, en esta vianda que vamos degustando cada martes con el padre Luis Albóñiga, párroco de la Parroquia “Santa Ana”, en Mar del Plata. Nos trae justamente el tema de la vida, teniendo en cuenta esta frase del Señor: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.

 

– He elegido esa frase del Evangelio de Juan (Jn. 10, 10). Seguimos en el camino a la Pascua, ¡qué lindo camino! No se desanimen, falta poco. Estamos viendo la montaña santa de la Pascua donde nos vamos a nutrir de la vida que brota de la cruz de Jesús. Esta semana hay una fiesta tan linda que no podemos dejar pasar: la Solemnidad de la Anunciación del Señor. Se nos invita a contemplar esa escena entrañable del Evangelio de Lucas: en una casita en la aldea de Nazaret, el ángel Gabriel se aparece a la Virgen María y le anuncia que dará a luz un hijo, que es ni más ni menos que el Hijo de Dios. Y este relato nos presenta el momento de la concepción de Jesús en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Se trata del misterio de la Encarnación. La Palabra, el Hijo eterno de Dios viene a visitarnos, asume nuestra naturaleza, nuestra carne. Dentro de nueve meses, que es el período de gestación humana, vamos a celebrar la Navidad, el nacimiento de Jesús. La concepción es el momento en que comienza la vida de toda persona. En este caso es el comienzo de la existencia de Jesucristo, que, en tanto Dios, ha sido engendrado antes de todos los siglo, pero que ha asumido nuestra naturaleza humana en el tiempo. Nosotros normalmente contamos el inicio de nuestra vida con el nacimiento, celebramos el cumpleaños, hacemos fiesta por el don de la vida, pero tendríamos que ir un poquito más atrás y llegar al momento de la concepción porque ahí comenzó la aventura de nuestra vida, en ese primer instante en que el óvulo de nuestra madre se encontró con el espermatozoide de nuestro padre, no importa cuáles hayan sido las condiciones de ese encuentro. Pero si tenés que estar seguro de algo: que en ese instante el amor de Dios te abrazó y te sopló el aliento de vida para que seas a su imagen y semejanza. Esta fiesta, que celebramos en Cuaresma, tiene un significado muy especial porque nos invita a reflexionar sobre tres aspectos que tienen que estar muy presentes en nuestro proceso de conversión en el camino hacia la Pascua.

En primer lugar, la pregunta es: ¿Valoro mi vida? ¿Valoro la vida que Dios me regaló como don? El hecho de que el Hijo de Dios asuma mi carne, mi naturaleza es un mensaje claro que tiene que conmover mi corazón. Nos dice que somos muy valiosos para Dios, que nuestra humanidad, nuestra naturaleza es un tesoro para Él. Muchas veces nosotros nos valoramos nuestra vida como un tesoro, como un don maravilloso. Es más, muchas veces la descuidamos, abandonamos y no nos dejamos maravillar y sorprender por eso misterio maravilloso que es nuestra vida. ¿Estás cuidando esa vida que Dios me regaló?

En seguida viene otra pregunta: ¿Cómo estamos cuidando y valorando la vida del que camina junto a nosotros? De los que están cerca y de los que no lo están tanto. Es una pregunta que toca la realidad particular que cada uno está viviendo. Es la pregunta que se hacés, vos, mamá que lleva una vida en tu seno. Aunque algunos digan que son sólo células, son mucho más, es tu hijo, es una persona desde la concepción. O vos, papá, que tenés que asumir con amor esa vida que está en el seno de tu mujer o que ya ha nacido, que está creciendo y da trabajo. O vos, hijo, que tenés a tu padre o a tu madre mayor. O vos, que tenés un familiar que está enfermo. Tal hay situaciones difíciles en la vida de nuestros hermanos o compañeros de camino y a veces verdaderamente son situaciones de cruz. Tenemos que escuchar en esta Cuaresma la llamada de Jesús a cuidar la vida de los demás. ¿Estás cuidando la vida del otro?

Finalmente, la tercera es la gran noticia, la Buena Noticia: el Hijo de Dios viene a visitarte, no sólo a mostrarnos el gran valor que tiene nuestra vida, sino, sobre todo, a comunicarnos Su Vida. “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Aquí Jesús no se refiere a la vida humana, sino a Su Vida, a la vida divina, a la gracia. Se trata de la misma vida de Jesús que brota de la cruz y que hace nueva nuestra existencia. “He venido para que tengan vida”. ¡Qué hermosa afirmación te regala Jesús en esta Cuaresma! ¿Valorás la vida que te trae Jesús? ¿La alimentás con Su Palabra? ¿La cuidás con los sacramentos? ¿La ayudás a crecer con la oración?

Queridos hermanos, todavía falta camino hasta la Pascua. Hay que aprovecharlo, hay que ponerse en marcha, a reflexionar sobre la vida, a renovar nuestro cuidado y aprecio de la vida y abrir el corazón a la vida nueva que vamos a recibir en la Pascua. Recordamos tres preguntas para que te hagas esta semana en la oración:

-¿Cómo estás valorando y cuidando tu vida?

-¿Cómo estás valorando y cuidando la vida de las demás?

– ¿Cómo te estás disponiendo para recibir la vida en abundancia, la Gracia de Dios que trae Jesús?

Quiero que terminemos con una oración. Quiero sumar la voz de todos ustedes en mi voz, unir todos nuestros corazones en una sencilla oración al Padre:

Padre Nuestro, te damos gracias por el don de la vida,

ayúdanos a redescubrir que somos tu tesoro,

que hemos sido creados por Ti a Tu imagen y semejanza.

Ayúdanos a reconocer y cuidar la vida de los demás como un don.

Danos la fuerza de comprometernos con toda vida humana,

en especial con la más frágil y desamparada,

con la más dolorida y amenazada.

Envíanos Tu Espíritu Santo,

que nos visite hoy como visitó

 a la Virgen María aquel día en Nazaret

para que podamos descubrir a Tu Hijo Jesús,

que camina con nosotros hacia la Pascua

y que ha venido para que tengamos vida

y la tengamos en abundancia. Amén.

 

 

 

Nuestro mensaje ha sido llevarte a tu corazón esta otra imagen de la redención, la imagen del Señor que viene a rescatarte, que viene a rescatarnos, que viene a liberarnos a través de los milagros cotidianos en cada instante de nuestra vida, a sacarnos de nuestra sordera, de nuestra ceguera, de aquel lugar en el cual hemos caído hace tanto tiempo por el rencor, por el odio, por esas cosas que no termino de cerrar en mi corazón. El Señor ha venido a decirte: “Yo estoy queriendo la redención en el hoy de tu vida”.