La religiosidad popular

miércoles, 12 de octubre de 2011
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En el día de la Virgen del Rosario celebramos su presencia en medio de este pueblo maravilloso de Radio María Argentina que sigue sus pasos a través de la oración que ella ama, la oración del santo rosario, te saludamos en nombre de la Virgen del Rosario, te bendecimos en nombre de ella. Que sea una jornada vivida desde el corazón de María.

 

Compartimos estas catequesis en nombre de la pastoral urbana y las reflexiones que vamos a compartir hoy vienen de la mano del Padre Jorge Seibold, sacerdote jesuita, Piedad popular y pastoral urbana, su vínculo en el documento de Aparecida.

 

El Padre Seibold nos dice en este artículo que el tema de la “piedad popular “o “religiosidad popular” es tratado en el Documento de Aparecida en el capítulo 6 titulado “El itinerario formativo de los discípulos misioneros”. Como ya es conocido el DA pone mucho énfasis en esta dupla “discípulo-misionero” como característica fundamental de los miembros de esta comunidad de fieles llamada Iglesia y que peregrina en Latinoamérica y el Caribe. Nuestro tema es desarrollado en su detalle en el apartado 6.1.3 del titulado: “La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo”. Ya el mismo título nos adentra en la naturaleza del fenómeno de la “piedad popular”, que no es un fenómeno meramente natural y externo, sino que brota del “encuentro con Jesucristo”, como expresión de una experiencia profunda donde el fiel no sólo se comunica con El, sino que todavía más se une y se transforma en El, en un verdadero y pleno encuentro personal y eclesial.   

 

En esta religiosidad popular se manifiesta el transparente modo de ser de nuestro pueblo que se sabe habitado por el Dios viviente. En el corazón del pueblo está, dice Benedicto XVI, este precioso tesoro de la Iglesia Católica en América Latina.

 

Nosotros queremos entrar en contacto con expresiones religiosas familiares, pueblerinas, de la misma ciudad, muy nuestras, muy cercanas, devociones, donde se expresa nuestro modo simple y sencillo, histórico y actual, de confianza en Dios a través de los símbolos religiosos que nos ponen en esa sintonía.

Cómo es que aprendimos a rezar las novenas y cuál es el santo de nuestra devoción, cómo es que realizamos peregrinaciones y cuál es nuestra costumbre de ir a uno u otro lugar donde nos sentimos convocados por el Señor a través de la figura de un santo, una devoción mariana o una celebración cristológica determinada.

 

En ese recuerdo y en esa memoria queremos rescatar lo que el Padre Jorge plantea como el corazón, siguiendo las enseñanzas de Benedicto XVI, el alma de la religiosidad en América Latina, el corazón místico, la mística de la piedad popular. Porque es en el reconocimiento de que se juega el misterio de Jesús en nuestros modos simples y sencillos de encuentro con él donde podemos fortalecer esa misma experiencia y abrirnos a otras que nos da el hecho de sabernos vinculados desde el corazón con el Señor para ser sus discípulos y misioneros.

 

Decía el Papa de diversas formas y desde todas las clases sociales, se vive esta experiencia en América Latina, por ello merece nuestro mayor respeto y cariño.

Refleja este modo sencillo de celebrar la fe, una sed de Dios, que solamente los que tenemos el corazón en clave de disponibilidad a lo que Dios quiera, en pobreza y sencillez, podemos llegar a conocer. Siempre esta experiencia de piedad es una experiencia espiritual, es Dios que sale al encuentro de los pobres y sencillos, y nosotros desde nuestra sencillez y nuestra pobreza intentamos a través de un gesto, a través de un peregrinar, a través de una devoción, dar respuesta.

 

La religión del pueblo latinoamericano es expresión de la fe católica, es un catolicismo popular, profundamente inculturado y compenetrado en los valores más propios de la cultura latinoamericana.

 

En el comienzo del siguiente número, el 259, el Documento de Aparecida enumera a toda una serie no exhaustiva de “expresiones” o prácticas características de esa “piedad popular”. Luego un poco más adelante hace una preciosísima descripción fenomenológica de una de esos “expresiones” populares como es la “peregrinación”. De la cual tuvimos una magnífica experiencia en el andar peregrino de 1.300.000 personas a nuestra patrona de Luján.

 

         “Entre estas expresiones de esta espiritualidad se cuentan: las fiestas patronales, las novenas, los rosarios y vía crucis, las procesiones, las danzas y los cánticos del folclore religioso, el cariño a los santos y a los ángeles, las promesas, las oraciones celebradas en familia, la bendición de la mesa”.

         Esta enumeración de estas prácticas es sólo indicativa, de ningún modo quiere agotar la variedad y cantidad de esas prácticas, tal como se dan en el rico e inagotable acervo religioso-cultural de nuestros pueblos.

 

Con ellos queremos encontrarnos en esta mañana como un modo de reconocer en lo concreto el valor que tiene esta mística y esta espiritualidad, allí se encuentra el corazón, el alma del sentir latinoamericano, ha dicho Benedicto XVI.

 

Son muchas las expresiones que acompañan nuestro camino de seguimiento como discípulos misioneros de Jesús para encontrar en ellas la manifestación del alma de nuestro pueblo, pero hay una que guarda una característica especial y que guarda una experiencia cercana a nosotros como ha sido la peregrinación a Luján, las peregrinaciones en general.

 

“Allí (en la peregrinación), el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el Santuario ya es una confesión de fe, el caminar un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual”.

 

Este hermosísimo texto 259 de Aparecida ilustra por demás la “espiritualidad” que anima a esta práctica devocional de la peregrinación. Ya puede verse allí que esa práctica no es meramente un hecho exterior llevado a cabo por el peregrino. Sino que al contrario es un acontecimiento de fe y fruto del accionar del Espíritu en el alma de los peregrinos que se expresa a través de innumerables signos sensibles, algunos de los cuales están excepcionalmente anotados en esta presentación. El peregrino al peregrinar “celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera”.

 

Está tan bien dicha esa expresión, uno se sabe pueblo, se sabe caminando con otro, y no se camina sin destino, no se camina como masa, se camina de una manera personalizada, donde el andar del peregrino con muchos en multitud, es capaz de generar en su corazón opciones y decisiones existenciales que marcan su vida para siempre.

En estos días escuchaba a un seminarista haciendo memoria de su experiencia en Luján y diciendo en un grupo de otros jóvenes que estaban con él, mi decisión de ser sacerdote la tomé caminando a Luján.

 

Aparecida claramente dice, no es una masa informe la peregrinante, es un pueblo que expresa la decisión de ir detrás del que marca su suerte en el andar y en el peregrinar, un modo de ser de quienes buscamos nuevos horizontes, “celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos” una expresión muy bonita y nos pone en contacto con aquel peregrino desconocido para los discípulos de Emaús, que en el andar enciende el corazón.

 

El documento plantea la peregrinación en etapas. La primera será la “partida” y todo lo que allí acontece, luego se prosigue en el mismo “caminar” y culmina en su “llegada” al Santuario. El texto califica a esos momentos del peregrinar como una “confesión de fe”. No es solamente un acto del ejercicio del andar y del peregrinar, no es un acto de camino, es una expresión creyente, es una manifestación de fe, es un canto de esperanza, es un encuentro con el amor. Las tres virtudes teologales expresadas en este caminar. Los que peregrinamos sentimos una inmensa vivencia interior espiritual, por eso decimos que este acto de piedad popular guarda el corazón y el alma.

 

En esta mañana queremos rescatar el alma de nuestra espiritualidad y lo hacemos al compartir los modos sencillos y simples que tenemos de vincularnos con el Señor.

 

Los peregrinos sienten intensas vivencias interiores y espirituales a lo largo de todo su peregrinar, desde su partida hasta su llegada. Pero el texto se detiene con peculiar interés en el “término” de la peregrinación cuando ya el peregrino ha entrado en el Santuario y se encuentra ante la imagen de su devoción. Allí la “mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios” y que valor de trascendencia tiene el cuidado de estos espacios sagrados, de hecho hay toda una pastoral de los santuarios, se cuida el ambiente, los objetos para bendecir, la música, porque allí se esconde un rico acervo de la conciencia de pertenecer a un pueblo y a un Dios que guía ese pueblo.

 

A través de sus sentidos espiritualizados por su fe y amor, frutos del Espíritu, el peregrino se siente transportar a lo más íntimo del Misterio que lo acoge. En ese momento tiene la certeza de que el “amor se detiene”. La presencia donante de Dios le hace “contemplar el misterio” y “disfrutar en silencio”. Todo ello hace que se “conmueva” hasta las lágrimas y que en ellas derrame “toda la carga de su dolor y de sus sueños”.

 

Es recién entonces que puede balbucear su “súplica sincera”, que le comienza a fluir “confiadamente”. Esta oración es la de un corazón que ha renunciado a si haciéndole reconocer que “solo nada puede hacer”. Y el texto se cierra con la importante constatación de que toda esa experiencia ha sido en su verdad una “viva experiencia espiritual”. Qué será de esta experiencia espiritual peregrina, ¿por qué se da esto? Lo veremos en el próximo bloque cuando aparezca la mística popular en Aparecida.

 

Cuando hablamos de mística en general hacemos referencia a una experiencia espiritual que vive uno al ser introducido dentro del misterio de lo sagrado, que se le concede por la bondad divina en su total gratuidad, es decir, quien participa de una experiencia del misterio de Dios lo recibe como don del cielo y de hecho de esto habla la peregrinación. La peregrinación multitudinaria es un regalo de Dios al pueblo, como decimos de esta Radio, un regalo de Dios para su pueblo. Es una expresión popular la nuestra también de ser misterio de fe celebrado compartido en el camino. Este misterio es misterio de amor de Dios que irrumpe con toda la fuerza y evidencia en la vida del creyente su capacidad de liberación, abrazándolo y haciéndolo suyo. Si se trabaja bien, la experiencia creyente en la piedad popular se puede hacer mucho bien, si en el ministerio pastoral aprovechamos este don que Dios nos regala, si no lo desperdiciamos, si le generamos el ámbito para crezca.

 

A partir de ese momento el creyente siente que se halla incorporado y conducido por ese Misterio. Es la experiencia de Abraham y de Moisés en el Antiguo testamento. Será la experiencia de Pablo en el camino a Damasco. La experiencia mística es rica en vivencias, que afectan a todas las esferas del sujeto, tanto lo corporal como lo espiritual, desde la sensibilidad hasta lo imaginativo, pasando por lo efectivo, lo intelectivo y lo volitivo. Esa experiencia es tan rica que no puede ser expresada adecuadamente y por tal motivo es inefable.

 

. El individuo, que vive a fondo esta experiencia espiritual, se torna receptivo ante lo Divino y sus potencias se vuelven “pasivas” a fin de que el Espíritu obre en él sin encontrar ningún obstáculo. Por eso, en realidad, esa “pasividad” del individuo se reviste ahora de una nueva actividad, movida y conducida por el Espíritu, que lo vuelve mucho más activo y creativo en orden a edificar al Reino. En esa experiencia mística el individuo se ve enriquecido por nuevas relaciones con Dios y con el prójimo. El fiel conducido por el Espíritu avanza en los caminos del amor, se hace menos discursivo y se dirige con la mayor de las simplicidades a las persona Divinas a las que sabe tratar familiarmente, como un amigo trata con un amigo. Adquiere una “sabiduría del amor”, que no es fruto del saber ilustrado, la cual lo permite vincular todos los acontecimientos humanos al Misterio de Dios, sabiduría que el mundo no puede dar ni comprender. Esa será la experiencia mística del indiecito Juan Diego en las apariciones de Guadalupe. Esa experiencia viene asociada muchas veces con experiencia senso-espirituales como son las que se expresan en el “derramar lágrimas de amor”, el de tener “hablas o el de escuchar palabras interiores”, el de experimentar “toques” y otros sensaciones ligadas a los “sentidos espirituales”, que son como las antenas del místico. Pero también el místico al lado de sus consolaciones por la presencia sentida y cercana de Dios, experimentará muchas veces su ausencia en el total desamparo de su soledad, que le hará gemir como lo describe admirablemente San Juan de la Cruz al comienzo de su “Cántico Espiritual”: “Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido, salí tras de tí y ya eras ido”.

 

El peregrino también experimenta esto que después de algún toque de la gracia o de algún encuentro se vuelve para reanudar la marcha de aquel que pasó y que invita a dar un paso más adelante.

 

El Padre Alejandro me recordaba ayer una frase de Galeano, ¿para qué sirve la utopía? Para dar algunos pasos hacia adelante y encontrarnos con que todavía no la hemos alcanzado y seguir dando pasos hacia adelante y descubrir que tampoco la hemos alcanzado. La utopía sirve para peregrinar, sirve para caminar. La experiencia de gracia no es una utopía, es más real que esta mesa, solo que es móvil y se corre hacia adelante, y el haber experimentado el don de la gracia en la paz, en la alegría, en la caricia de Dios, en el sentido espiritual profundo de conmoción nos invita a descubrir que Dios se encontró con nosotros en lo más íntimo y al mismo tiempo ha dado un paso mas allá, y por eso la expresión de San Juan de la Cruz, “Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido, salí tras de ti y ya eras ido”.

 

Las dos cosas se dan en el camino espiritual del peregrino, el encuentro y la invitación a seguir caminando.

 

Este es el camino de los peregrinos que lleva al final al encuentro casi del amor nupcial entre el amado y la amada tal cual lo dice el texto al final cuando habla en el 262 de la mirada que se entrecruza entre quien viene en el camino y quien lo espera en el final del camino.

 

En otros términos e imágenes lo expresaba Teresita del Niño Jesús en su “Historia de un alma” al proponer su “Caminito santo”, el de los pequeños, humildes y sencillos, que son transfigurados en Cristo y por Cristo en ese mismo caminar. 

La “mística popular” de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños no puede menos que inscribirse en esta historia de la mística cristiana con sus peculiares características, que el Documento de Aparecida esboza a través del concepto de “espiritualidad popular”.

 

 

los grandes lineamientos que hacen a la “espiritualidad popular” y la “mística popular” tal como se despliegan en la segunda parte de nuestro apartado 6.1.3 del DA desde el número 262 al número 265 inclusive.          El número 262 comienza con una importante observación. Se trata de la profundización de la fe encarnada en la cultura y en la “forma de vivir de nuestros pueblos” (Ibid.). El DA afirma que esa profundización de la fe sólo puede darse “si valoramos positivamente lo que el Espíritu santo ya ha sembrado”(Ibid.) . Allí se reconoce que la “piedad popular” es un fruto de la acción del Espíritu Santo que hunde su accionar en el alma inculturada de nuestros pueblos y que cualquier crecimiento posterior de esa fe debe tener en cuenta esos logros del Espíritu. Por eso si a veces se dice que esa vida en el Espíritu de nuestro pueblo fiel debe ser “evangelizada o purificada” no se quiere decir que esas formas de la piedad popular están desprovistas de la “riqueza evangélica” (Ibid.). Al contrario con ello sólo se quiere exhortar a que los “miembros del pueblo de Dios”, siguiendo los ejemplos de María y de los santos, “traten de imitarlos cada día más”. (Ibid.). De ahí la importancia de alimentar la fe popular con “un contacto mas directo con la Biblia” y con los “sacramentos”, en particular con la “Eucaristía”, todo lo cual será de gran ayuda para vivir el “servicio del amor solidario”. Y el número 262 se cierra con la ya conocida mención de la “mística popular” al decir: “Por este camino, se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y justicia que encierra la mística popular” (Ibid. ).

         El siguiente número del DA, el 263, va a hacer mayor hincapié en defender la riqueza que se encuentra en esta “mística popular”, expresada a través de la “espiritualidad popular” y de la “piedad popular” que viven nuestros pueblos y que de ningún modo puede ser considerada “un modo secundario de la vida cristina” (Ibid.) . Vale la pena atender a la totalidad de este texto para valorar la acción del Espíritu Santo en la vida de nuestro pueblo, presencia y acción que lo hace “místico”, “espiritual” y “devoto”. Lo hace “místico” al estar este pueblo inmerso en el Misterio divino que ha interrumpido en su vida y que lo transforma y lo eleva completamente. Lo hace “espiritual” en la medida en que este pueblo es “conducido por el Espíritu” y lo hace “devoto” en la medida en que este pueblo se expresa mística y espiritualmente por las expresiones de su piedad popular.

 

Es el peregrinar del pueblo, el peregrinar tan rico, dice Benedicto XVI, es la mística popular donde nos detenemos para compartir experiencias de devociones y de peregrinaciones, dones y gracias que en el peregrinar Dios regala grandemente a su pueblo.