La respiración

martes, 22 de mayo de 2012
image_pdfimage_print
Cuando respiramos, el aire penetra por la nariz, pasa por el conducto nasal, atraviesa la faringe, llega a la laringe, a la tráquea, a los bronquios, y por último, a los alvéolos pulmonares. Es aquí donde se realiza el intercambio gaseoso: se toma oxígeno que luego viajará por las arterias, y se expele el exceso de oxígeno junto con el dióxido de carbono, producto de los procesos vitales.

 

Respirar es para el hombre una necesidad y un misterio. Vemos en esta función el secreto de la vida. Por eso diversas religiones han visto en el aire y la respiración un símbolo de la energía creadora y reparadora, donde el ser humano descubre la reserva inagotable de su propia existencia.

 

El aire se asocia, básicamente, a tres factores: el espacio como ámbito de movimiento y de generación de procesos vitales; el viento, que en muchas narraciones míticas aparece fuertemente ligado a la idea de creación; y el hálito vital que posibilita la existencia y la palabra.

 

Diógenes de Apolonia, filósofo griego presocrático (c.460 a.C.) declaró que el aire, la fuerza primera, poseía inteligencia: “el aire, como origen de todas las cosas, es necesariamente eterno, una sustancia imperecedera, pero como alma está necesariamente dotado de consciencia”.

 

Mito guaraní de la creación:

Mientras nuestro Primer Padre creaba, en el curso de su evolución, su divino cuerpo
existía en medio de los vientos primigenios: antes de haber concebido su futura morada terrenal.

 

Para los yoguis, prana es la energía que sustenta el universo. Es el aliento, el soplo del Ser Supremo que nos permite vivir. Hay que hacer ejercicios de inspiración y de espiración profunda, lenta y ritmada. Entonces “se abre el velo que cubre la luz y la mente está preparada para la concentración”. La respiración se denomina pranayama.

 

En el Antiguo Testamento

 

El hálito de vida o respiración es nefesh. Neshamá significa “ser viviente” (ser con respiración): Gén 2,7

Los salmos invitan a que toda Neshamá, es decir, todo ser viviente, alabe al Señor: Salmo 150.

 

El soplo de Dios también aparece nombrado como ruaj. Este soplo levanta y da vida a los huesos muertos, según la profecía de Ezequiel cap. 37.

 

Jesús nos da su aliento

 

“[En el Evangelio según San Juan] la primera aparición del Señor resucitado a los discípulos está narrada en Jn 20,19-23. El autor incluye en el comienzo la nota cronológica: “el primer día de la semana”, posiblemente por la referencia litúrgica que este día ya tenía para los primeros cristianos. Pero también porque el primer día de la semana es el recuerdo del comienzo de la creación.

(…) En ese contexto, el autor introduce la donación del Espíritu. Comienza con las palabras del envío de los discípulos: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Los que hasta ese momento eran llamados discípulos se convierten en apóstoles, enviados. El Enviado del Padre es por antonomasia el mismo Jesucristo. Con palabras solemnes, Jesús los constituye enviados de una manera semejante a la que El tiene como enviado del Padre: “Como el Padre me envió a mí…”. Ellos son enviados como fue enviado Jesucristo.

El gesto de soplar sobre ellos recuerda la escena de la creación del hombre (Gén 2,7). El mismo verbo soplar (en griego enefísesen) se encuentra en dos lugares. Otros usos del mismo verbo en el Antiguo Testamento son muy significativos. En Sab. 15,11, un texto referente a la creación del hombre, se describe a Dios como “el que sopló (emfisésanta) un espíritu vital”. El mismo verbo aparece en la escena de los huesos secos de Ezequiel 37,9: “Ven Espíritu y sopla (emfíseson) sobre estos muertos para que vivan”.

En el contexto del primer día de la semana, que conmemora el comienzo de la creación, se produce la nueva creación del hombre mediante la infusión del Espíritu Santo. La vida eterna que viene de Dios, anunciada por los profetas, se ha hecho presente.”

(Extractos de “El Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras”, Luis Rivas, Ed. Paulinas)