La roca que sirve de cimiento

jueves, 6 de diciembre de 2007
image_pdfimage_print
Jesús dijo s sus discípulos: “no son los que me dicen “Señor, Señor” los que entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Así todo aquel que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca, cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa, pero ésta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato que edificó su casa sobre arena, cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa, ésta se derrumbó y su ruina fue grande”.

Mateo 7; 21 – 27

Y a medida que las muchedumbres le siguen, que ven sus milagros y escuchan su predicación, esa fama va corriendo. En este mensaje, que para la época era el mejor y era el único, el boca a boca, el comentar las maravillas que hacía este hombre, que parecía ser el profeta de Dios. No fueron pocos los aduladores que, en estas ocasiones, se sumaban a sus apóstoles y discípulos más fieles, los oportunistas. Jesús en cambio, profetisa los períodos de prueba y de persecución. Jesús parece ver este futuro incierto para todos con la claridad del presente, sabe que seguirle comportará un riesgo personal grave, y también será una opción de vida.

No hay espacio aquí para los oportunistas o para los que buscan un favor de conveniencia. Aquellos que decían solamente “Señor! Señor!” No podrán mantenerse en pié en los momentos de la prueba. No basta decir “Señor, Señor”. Cuántas veces hemos repetido esta frase en nuestro interior, a veces masticándola con un poco de nervios, cuando oímos a alguien que ordena, que proclama, que se hace sentir indicando sobre lo que hay que hacer y no se aplica el cuento a sí mismo. Y es que cada uno tiene su cuento, su propia historia que vivir. Grande o pequeña. Pero podría ocurrir que se pase el tiempo, y no hayamos comenzado a vivir nuestra propia historia, o por falta de costumbre o por falta de voluntad.

No se si alguna vez te paso, pero a veces está como esa sensación en el corazón de estar viviendo en la inseguridad, de si es o no ésta la vida que Dios quiere para vos; si ésta es la vida única e irrepetible para la que hemos sido llamados a este mundo y si lo que te toca vivir es lo que realmente transformará la sociedad.

En el año 2002 se publicaba un libro de historias de misioneros en China. Un anciano misionero, narrando sus recuerdos, ya lejanos y medios olvidados, hacía memoria de uno de estos hechos: un día llegó a su remota misión un joven misionero, al que sacaban enfermo de una aldea del interior, donde todavía se encontraba aprendiendo la lengua china, ya que llevaba solamente un año en la misión. Y recuerda este hombre ya anciano la conversación con este joven misionero: “Agustín, me dijo, esto se acaba, yo presiento que me voy, y me pregunto si ha merecido la pena venir a china para acabar tan pronto, y sin haber evangelizado casi nada. Sí ha merecido la pena, le contesté, y ¡vaya! si ha merecido la pena! Ahora puedes contar en tu vida con el no pequeño sacrificio de haber dejado los tuyos en lejanas tierras, por amor a Dios y por amor a las almas, o ¿es que no te costó nada dejar a los tuyos? Sí me costó muchísimo, pero qué pena, no he podido dar casi nada a los demás. Eso no es verdad, le contesté, les estás dando mucho, les estás dando tu juventud, tus dolores, tus ilusiones, tu conformidad a la voluntad del Señor, es mucho lo que les has dado y lo que les estás dando, a pesar de tu juventud”. Pocos días después, dice la historia, aquella vida se apagaba definitivamente para la tierra, tenía veintisiete a los de edad. Su cuerpo sigue reposando en una pequeña y solitaria tumba en un lugar de la inmensa y remota China.”

Como esta sencilla historia, hay infinidad de otras también, que son esas pequeñas historias que vienen a rubricar esa vida que hoy vivís, que esta vida que el Señor me ha regalado vivir a mí, a medida que la construimos desde la generosidad al plan de Dios, es la vida que Dios quiere, por mas que tenga poca trascendencia, por mas que por allí parezca a nuestros ojos que es muy poquito lo que hacemos; pero recordá, esto en la medida  en que la vida la construimos desde Dios y para Dios.

“No todo aquél que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial”. Esta frase del evangelio de hoy, del capítulo 7 del evangelio de Mateo, la vas a escuchar unas cuantas veces en esta mañana. Primero me la quise y me la quiero repetir a mi mismo varias veces, Sí Señor, quiero escuchar varias veces esta frase, “no todo aquél que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial”. Pero también quiero que te la repitas y me la repitas a mi y la podamos compartir.

Sin embargo, se muy bien que tenemos necesidad de orar; es que Jesús esta diciendo con el “Señor, Señor” la actitud de oración, y sabemos que muchas veces no rezamos lo suficiente, pero también el Señor nos está diciendo “con el Señor, Señor no alcanza, hay que poner manos a la obra”.  Jesús, en tu espíritu la oración y la acción no se oponen. Nos dices, “no basta rezar”, pero hay que hacer, cuántas veces Jesús va a insistir sobre la importancia de la oración, “ahora es mi momento de oración” digo Señor, Señor, por lo tanto acepto todo lo que me reveles en este texto, en esta Tu Palabra que hoy aparece bastante exigente. Tu me envías de nuevo a mis tareas humanas, a mis responsabilidades de cada día.

Aunque nos cueste, y aunque a los largo de la historia de la Iglesia tanto ha costado descubrir esta realidad, se trata de pasar con naturalidad de la oración a la acción; de manera pausada, es procurar descubrir la voluntad del Padre en la oración, y luego decididamente, voy a hacer esta voluntad en la acción. Lo que interesa a Dios en tu vida y en mi vida no son únicamente los momentos de oración, no son únicamente, son fundamentales, pero también los momentos de mi jornada, de mi trabajo, de mis actitudes.

Qué bueno esta mañana poder hacerle esta pregunta a Jesús, “¿Qué esperás de mi, Señor, en el día de hoy?” y repetirla también cada día. “¿Qué esperás de mí, Señor, en el día de hoy?” Mirá qué breve, pero mirá qué profundo. Y la respuesta es siempre clara, quiere que practiques sus palabras, porque cualquiera que escuche las instrucciones y las practica, ése es el que construye sobre roca.

En el fondo, no es más que un ritmo de vida. Como en dos tiempos, escuchar y poner en práctica.

Le pedimos a Jesús en esta mañana que nos ayude a escuchar verdaderamente, que nos conceda estar siempre atentos a Su voz, que nos ayude para que nuestra obra, nuestros actos, siempre sean conformo a lo que Él quiere de nosotros.

Lo que nos pasa es que no siempre vemos la importancia que tienen las cosas que llenan nuestro día, aquello que vivimos desde que nos levantamos hasta que vamos al descanso de la noche. Las hacemos tantas veces, una después de otra, tantas veces porque hay que hacerlas, pero sin valorar. Entonces a veces resulta que se convierten en fanales, en vacío, sin embargo, tus días, mis días, los días de nuestra vida, podrían ser productivos y sólidos como la roca, aún desde lo sencillo y de lo pequeño.

Si yo supiera edificar esos días siempre sobre Tu Palabra, sobre el querer de Dios, podríamos estar edificando la gran ciudad, de la que también nos habla el profeta Isaías en torno a la Liturgia de este jueves de la primera semana del adviento, en este capítulo 26 que venimos día a día compartiendo en la Liturgia.

Edificar sólidamente, construir, la humanidad necesita hombres y mujeres sólidos y sólidas, constructivas, que edifiquen lo que es sólido con Dios.

Volvemos a las palabras de Jesús: “Pero cualquiera que oye estas instrucciones y las pone en práctica”. Ésta es la Palabra que debemos hacer reflexionar y debemos reflexionarla nosotros cuando decimos o cuando escuchamos a hermanos nuestros expresarse. YO soy creyente, pero no soy practicante. A lo mejor alguna vez vos lo dijiste, a lo mejor vos que sumaste esta mañana a la radio que providencialmente estas escuchando la Palabra y compartiendo la catequesis, tal vez también opines así, soy creyente pero no soy practicante, es verdad que hay muchas maneras de practica. Se puede practicar la caridad, la justicia, la oración, la bondad, practicar la Fe.

Pero Jesús parece decirnos que hay que ser honrado, y no contentarse con buenos sentimientos y buenas intenciones, si decimos creer, hay que aplicar la fe a la vida. Si decimos que realmente practicamos la caridad, tenemos que hacer que se note. De lo contrario, nuestra casa, se va edificando sobre arena, pura palabrería.

Este texto del Evangelio que hoy nos regala la Iglesia, Jesús lo presenta al final del sermón de la montaña. Es allí donde nos asegura que está edificando sobre roca aquel que vive el espíritu de las bienaventuranzas y por tanto el edificio de su vida está garantizado. Aquel que no solo oye la Palabra sino que la pone por obra.

Edificar sobre roca. Edificar sobre arena es exponerse a un derrumbamiento. El que se contenta con sus obras, o que se conforma con exclamar en sus oraciones Señor, Señor está en este peligro. Cuando Jesús compara la oración con las obras, la Liturgia con la vida, siempre parece que muestra su preferencia por la vida. Lo que queda descalificado en esto es la palabra vacía, el culto no comprometido, el culto que no toca el corazón, lo que quiero es que rasguen el corazón, no las vestiduras. Cuántas veces lo insiste la Palabra de Dios, no quedarnos en lo exterior, no quedarnos en el “Señor, Señor” sino pasar al otro punto. También vivir la voluntad de Dios.

Podemos preguntarnos en esta mañana entonces, cómo estamos construyendo nosotros el edificio de nuestra casa, de nuestra persona, de nuestro futuro. Cómo edificamos nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra Iglesia, nuestra sociedad, Cómo estamos construyendo a la luz de esta Palabra. Ésa es la condición entre el necio y el prudente. El necio construye sobre arena, es más rápido, no lleva tanto esfuerzo ni trabajo, pero ante la menor tormenta la casa se destruye.

El sabio y el prudente construyen su casa roca, va a ser más trabajoso abrir cimientos en la roca, pero van a soplar los vientos, van a sacudir la casa, y ésta no se va a derrumbar.

Cómo estamos construyendo nosotros el edificio de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra sociedad en la cual estamos viviendo. Tal vez ya lo venías pensado, porque es como que esta palabra te hace pensar en esto sin muchas vueltas.

En la construcción de nuestra propia personalidad o de nuestra comunidad si nos confiamos solamente en nuestras fuerzas, o en la fuerza de la institución o de la estructura o de una doctrina, nos exponemos a la ruina. Tal vez sería bueno recordar aquella experiencia de Jesús con los discípulos en el templo de Jerusalén, cuando la gente hablaba bien del templo, y se admiraba de lo que había les dijo: “un día no va a quedar piedra sobre piedra”. Estaba diciendo esto: si edificamos la vida, sobre las estructuras humanas, nos exponemos a la ruina. Sería algo así como que una amistad se basa y tenga sus cimientos en el interés. “Soy amigo porque me conviene”, imposible. O un matrimonio se apoyara solo en el amor romántico, imposible. El amor va mucho mas allá. O una espiritualidad que se dejara dirigir por la moda o por el gusto personal. O una vocación sacerdotal o religiosa que no se fundamenta en valores de fe profunda y de convicción del llamado que hace Jesús y que envía. Eso sería construir sobre arena.

La casa puede que parezca de momento hermosa y bien construida, pero es puro cartón que al menor viento se destruye.

No hoy duda de que debemos construir sobre la Palabra de Dios escuchada y aceptada como criterio de vida.

Seguramente ya todos tenemos experiencia y nuestra propia historia ya nos va enseñando la verdad del aviso de Isaías. Hoy a través del capítulo 26 que después te invito que lo leas en algún momento en tu casa, donde también habla de la edificación de la ciudad en tiempos del Mesías, una ciudad que va a estar bien fortificada, con doble muro.

Buscamos seguridades humanas o nos dejamos encandilar por mesianismos fugaces que siempre nos fallan, como tantas personas que no creen de veras en Dios, y se van refugiando sobre todo en este tiempo en el horóscopo, en la predicción.

Viste que es estos días aparece infinidad de         , así como aparece el almanaque aparece también la predicción, buscar seguridades humanas, dejarnos encandilar por estas falsas promesas, ir detrás de estos falsos Mesías que se van cruzando por el camino y que por allí sus luces son más fuertes, encandilan mucho más que la Palabra de Jesús, “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a si mismo y que me siga”. El único fundamento que no falla y da solidez a lo que intentamos construir es Dios.

Seremos buenos arquitectos si en la continuidad de nuestra vida volvemos continuamente nuestra mirada hacia Él y hacia Su Palabra.

Nos preguntamos cuál es Su proyecto de vida, cuál es Su voluntad manifestada en Cristo y a partir de allí lo vivimos. Si no sólo decimos oraciones y cantos bonitos, son necesarios, son fundamentales, pero no quedarnos en el “Señor, Señor” sino que nuestra oración nos comprometa, nos estimule, a lo largo del día, a lo largo de la jornada, a lo largo de nuestras vidas. Si no nos contentamos solamente con escuchar la Palabra sino que nos esforzamos porque sea el criterio de nuestro hogar, estamos construyendo sobre roca.

Entonces sí serán sólidos los cimientos y las murallas, serán sólidos las defensas de nuestra casa, será sólida la construcción que vamos haciendo de nuestra vida.

Tenemos un modelo admirable, sobre todo en estos días del adviento, en María, la Madre de Jesús. Ella fue una mujer de fe, totalmente disponible para Dios. Edificó su vida sobre la roca de la Palabra. Y ante el anuncio de lo que Dios le encomendaba, respondió con una frase que fue la consigna de toda su vida, y que también te invito a que la tomes vos por consigna, “hágase en mí según tu palabra”.

Por eso nuestra Madre, la Virgen, es también nuestra Maestra en la obediencia a la palabra.

¿Estamos dispuestos? ¿estaremos dispuestos a contestarle a Dios lo que un día le contestó la Virgen María al ángel, que en nombre de Dios le pedía ser la madre del Salvador? “Hágase en mí según tu Palabra”.

Volvemos sobre la pregunta que hacíamos hace un momento, ¿Cómo estamos construyendo nosotros el edificio de nuestra casa, de nuestra persona, de nuestro futuro? ¿Cómo estamos edificando nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra Iglesia, nuestra sociedad, como ciudadanos también de la tierra?

Qué importante entonces es hacer aquello que el Señor te regala hacer y hacerlo con el corazón, y que cada uno lo puede hacer desde Dios y cada uno en su lugar.

Una de las afirmaciones del sermón de la montaña que más nos puede cuestionar, es la del texto que acabamos de leer, “no todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos”.

Las prácticas religiosas entre nosotros están, muchas veces, llenas de repeticiones de palabras que no trasciende en el compromiso de la vida cristiana, pero el Señor nos exhorta, “no basta decirme Señor, Señor para entrar en el Reino de Dios, no, hay que poner por obra el designio de mi Padre del Cielo”. Hay que hacer notar, sobre todo esto, mi Padre del Cielo, ese Padre Nuestro que está en el cielo, que lo rezamos, lo proclamamos y lo hacemos padre nuestro cada día.

Jesús no quiere discípulos que cultiven sólo la relación con É, sino seguidores que, unidos a Él trabajen para cambiar la situación actual de la humanidad, cumpliendo así la voluntad de su Padre.

A Dios rogando, pero con el maso dando.

Al final de la vida, nadie podrá aducir en su favor el devoto reconocimiento de Jesús, llamándolo Señor, o alegando haber sido un activista religioso, profetizar, expulsar demonios, si se ha apartado de la exigencia fundamental del Reino. Si sus obras no nacieron del amor, si no contribuyeron a cumplir con el designio del Padre.

Termina el sermón de la montaña, en la que se contrapone el hombre sabio que edifica su casa obre cimientos firmes y el que edifica su casa sobre arena.

No hay duda de que ellos representan a los que han escuchado las Palabras de Jesús y han hecho de esta Palabra el modelo de su vida, éstos están en capacidad de sostenerse a pesar de los embates, a pesar de las persecuciones, han edificado su vida con bases firmes.

Entre otras exigencias del Reino, que aparecen a manera de mapa de ruta, en las bienaventuranzas, pero como solemos decir, hay de todo en la viña del Señor.

También existen otros que no ponen en práctica lo escuchado. Su vida está perdida desde el momento en que no se comprometen con las exigencias de la Palabra de Jesús.

Una empresa difícil parece la propuesta del Reino, pero nada podemos temer si confiamos en el Señor, Él es la roca segura y quien se acerca a Él está firme y mantiene la paz.

Empresa difícil como la que podemos imaginar estar en un lugar donde la tierra se hace roca , y donde se nos hace casi imposible pensar que podemos hacer allí cimientos, sin embargo la paciencia los puede alcanzar, los instrumentos adecuados pueden romper también esa roca para cimentar la casa.

Por eso es a partir de la opción fundamental en Jesús, la roca firme que es Él, que podemos tener actitudes y que podemos vivir en consecuencia lo que Él nos pide.

La prudencia es propio de aquellos que construyen sobre roca. La necedad en la característica sobresaliente de aquellos que construyen sobre cinismo. El fundamente elegido en el otro caso es distinto. La roca es la que fundamenta la seguridad; la arena es simplemente el momento pasajero.

Para citar las mismas palabras de Jesús: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado”.

Hoy puestos en la presencia de Jesús queremos decirle que lo queremos imitar, que queremos olvidarnos nuestros caprichos, queremos descubrir que es lo que Él está esperando de nosotros hoy, estoy seguro que te está diciendo mucho Jesús en esta mañana.

Hay un riesgo en todo esto. Caer como en un círculo vicioso. Viste cuando te ponés a pensar, cuando se arregle esta situación, cuando cambie esto en mi casa, cuando cambie esto en mi vida, tengo mucho trabajo, cuando esté un poquito más acomodado. Cuando acomode la economía en casa, cuando se arregle esto o aquello otro voy a comenzar a ser muy generoso con mi Dios. Cuando Dios me ve mucho, cuando vea que el Señor me da y yo pueda estar más tranquilo, ahí voy a estar.

Nunca te pusiste a pensar que Jesús, te está esperando para que seas generoso hoy, sin reserva. Hoy pongas tu vida en Sus manos. Porque el que quieras arreglar las cosas, no sos vos con tu fuerza, es Él, y Jesús quiere arreglar tus cosas, mucho mejor de lo que vos te podes imaginar o podes haber planificado.

Esto también es sencillo. Estamos llegando a fin de año, y el año pasado, cuando estábamos llegando al final del 2006 y comenzaste a pensar en el 2007, cuántos planes habrás hecho, cuántos de estos cuando cambie tal cosa, Jesús voy a estar, cuando pueda alivianar mi tarea me voy a comprometer con el Evangelio, cuando tenga un poquito más de tiempo, Señor, te lo voy a regalar.

Cuánto tiempo perdemos queriendo acomodar de manera humana, las cosas que Dios quiere arreglar de manera divina. Es que nos engañamos, no puedo, no tengo tiempo, cuando lo vea más claro, cuando tenga un poquito más de lucidez lo voy a decidir.

Por qué no empezar a hacer la voluntad de Jesús y que Él se encargue de acomodar nuestra vida.

Por qué no fiarnos más en Él cuando nos va pidiendo nuestra entrega.

Y volvemos a este círculo que se puede convertir en vicioso, no hago más por Ti, Señor porque no te quiero lo suficiente, al final del camino, Señor, Señor. Que estas palabras me ayuden a fortalecerme para hacer Tu voluntad.

No podemos ir detrás de excusas que ni siquiera nos convencen a nosotros mismos. Viste que a veces decimos y escuchamos “nos cuesta ir a Misa porque no lo sentimos”, “nos cuesta ir a confesarnos porque no lo sentimos”, rezamos cuando lo sentimos. A caso ¿no nos estará haciendo falta ir más a Misa, confesarnos más seguido, hacer un momento de oración cada día, para que a partir de esto me pueda enamorar más de Jesús? Y ahí comenzar a sentir más este amor.

Primero esta Dios. Primero está Él que lo colma todo, el resto es añadidura.

Animate, animate como solemos decir “a tirarte a la pileta”, no importa que la veas vacía, el Señor se encarga de recibirte, el Señor se encarga de que te sorprenda porque es mucho más grande Su amor.

¿Qué quieres que haga? ¿Te animás a preguntarle a Jesús?

A veces nos parece, por decirlo de alguna manera, que no damos en la tecla con lo que Dios quiere, cuando estamos así creo que lo mejor es contemplar un poco más la palabra, escucharlo más. Hay situaciones que nos mueven de manera más violenta, por ahí vemos que nuestra vida, más que un chaparrón, una tormenta, es un huracán, porque hay momentos en los que sentimos que todo se tambalea, que todo se cae, que todo se viene abajo. En el fondo es porque no somos la ciudad, la construcción que confía en Dios, sino que hacemos una construcción que confía solamente en nosotros.

Cuando vamos construyendo sobre nosotros mismos y no construimos sobre Dios, tarde o temprano nos damos cuenta que somos castillitos que se caen rápidamente. La verdadera seguridad de una ciudad no procede de los medios humanos, no procede de la defensa, en este tiempo lo hemos experimentado, no hay nada que no se pueda violentar, la verdadera seguridad la encontramos siempre en el apoyo en Dios. Dios es la roca verdadera, imagen de la solides de la piedra, de esta piedra que Jesús va a repetir varias veces en el Evangelio: “edificar su casa sobre roca, tú eres Pedro, tú eres roca, tú eres piedra y sobre esta piedra, sobre esta roca, edificará mi Iglesia”.

Esta comparación tan popular, la roca que sirve de cimiento. Y esa roca para nosotros también es nuestra madre, la Iglesia en la que vamos creciendo, nos vamos formando, nos vamos educando, vamos viviendo la misma fe, en esta Iglesia a la que nos llamamos, proclamamos y participamos como Iglesia católica, apostólica y romana pero que en el fondo es el mismo Cristo, en Él nos juntamos. Es el fundamento a partir del cual la comunidad se integra, la comunidad cristiana no esta formada por simpatizantes; la Iglesia no es un club de fútbol. La comunidad cristiana está ante todo formada por el Espíritu de Dios que congrega a los creyentes en torno a un Hombre Dios que nos ha mostrado el camino hasta Él.

Así como la imagen de la barca, también la imagen de la roca representa a la Iglesia, imagen de seguridad y de confianza, siempre y cuando estén cimentadas en la docilidad y la obediencia a la Palabra de Dios.

No porque la Iglesia haya sido siempre sin defectos, sino porque a pesar de sus pecados, el Señor la ha mantenido firmemente asentada, como signo universal de salvación, sobre la roca de los apóstoles, en medio de la corrientes y tormentas de la historia.

También nuestra fe, no es que se cimiente en la Iglesia, la vivimos, la compartimos y la fortalecemos en medio de todo aquello que la Iglesia como madre nuestra nos va regalando. Pero que sobre todo es fundamental la vida de los sacramentos en medio de una Iglesia que también es pecadora ya la que tenemos que construir cada día.

Siempre me impactó unas palabras que seguramente alguno ha escuchado alguna vez, de Carlos Carreto, este escritos cristiano, que ya bastante anciano decía. “Qué criticable que eres Iglesia; sin embargo, cuánto te amo, cuánto me has hecho sufrir, pero cuánto te debo. Quisiera verte demolida pero necesito de tu presencia; me has dado tantos escándalos y sin embargo me has hecho entender la santidad. Nada por una parte he visto en el mundo más oscuro, más comprometido y más falso; pero nada, por otra parte, he toca más puro y más bello. Cuántas veces he sentido deseos de estrellarte contra la puerta de mi alma, y cuantísimas otras veces, he pedido morir en tus brazos, los únicos seguros. No. No puedo liberarme de ti porque soy tuyo, aunque sin serlo por entero. Además, adónde iría, a fundar otra iglesia; el caso es que no sabría fundarla sino con los mismísimos defectos, ya que son los míos los que llevo dentro. Por otra parte sería mi iglesia y no la de Cristo. Soy lo bastante viejo como para poder comprender que no soy mejor que los demás” .

Nosotros, los cristianos de este tercer milenio, somos los responsables de mantener viva esta comunidad que se va edificando es la roca firme que es Jesús y que ofrece la salvación a todos.

Padre Gabriel Camusso