La santidad perfecta de María

jueves, 24 de noviembre de 2016

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24/11/2016 –  María en medio de nosotros con la gracia de la santidad que brota de su imagen inmaculada, que transparenta a Jesús y que nos acerca a Dios y nos invita a desear y anhelarlo. Como hijos pequeños y pobres, dejarnos alcanzar desde María por la gracia de amor de su hijo Jesús. 

 

“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad”.

Efesios 1,3-5

 

 

En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la “toda santa, libre de toda mancha de pecado, (…) enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular” (Lumen Gentium, 56). Nosotros hijos de María, estamos llamados a renacer en su identidad en santidad a la santidad que trae su Hijo que es quien la hace santa. Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción.

El término “hecha llena de gracia” que el ángel aplica a María en la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedido a la joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pero indica más directamente el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo “llena de gracia” tiene un significado denso, que el Espíritu Santo ha impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.

En el saludo del ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a un nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según la costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las personas y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llena de gracia es un hombre que identifica a María, de tal manera colmada de gracia que es objeto del amor divino. Decir llena de gracia es decir María; decir María es nombrar a aquella que ha sido colmada en plenitud por la gracia de Dios. Llena de gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalidad de la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia y era objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predilección especial.

 

Contemplar a María es contemplar algo del Señor. María es transparente y revela lo que lleva adentro desde siempre, la gracia de Dios y luego al mismo Dios dentro suyo. Hay algo que a cada uno de nosotros nos llega desde María que nos trae a Jesús y ahí queremos poner la mirada.

El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres de la Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al mismo tiempo que era “una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo” (Lumen Gentium, 56).

La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que lleva a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creación, haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios. Tal vez una de las realidades que más transparenta María es esta aspiración a la santidad. En ella aspiramos a la plenitud de gracia, es decir a la santidad.

A esta pureza original parece que se refería un obispo de Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos de Livias. Presentando a María como “santa y toda hermosa”, “pura y sin mancha”, alude a su nacimiento con estas palabras: “Nace como los querubines la que está formada por una arcilla pura e inmaculada” (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6).

Esta última expresión, recordando la creación del primer hombre, formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuye al nacimiento de María las mismas características: también el origen de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún pecado.

Dios revela a María que “no hay nada imposible para Dios” incluso concebirlo al Hijo de Dios. Lo mismo lo podemos referir para nuestra vida, Dios es capaz de todo, y lo que resulta a tus ojos imposible Dios lo puede hacer. Por eso María es la medianera de toda gracia, ella experimentó el poder de Dios obrando en su sencillez. La gracia de la redención en Cristo plantea la redención de la humanidad. Los primeros frutos de esa redención están dados por Dios en María.

 

En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que ve en el nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: “Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y el atractivo de la naturaleza humana; pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia, esta naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios, y es formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios. (…) Hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, que sufre una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación” (Sermón I, sobre el nacimiento de María). Toda gracia de Dios que recibimos tiene este hacia dónde nos conduce el Señor, una nueva creación. Es sabernos de barro y frágiles y al mismo tiempo hijos de esta Madre, lo que nos permite en sintonía con ella pedirle a Dios que nos haga de nuevo, que nos renueve. Esa es nuestra aspiración, ser recreados. Venimos al mundo con un llanto casi como entendiendo que el dolor formará parte de nuestra vida, pero le pedimos a la Virgen que no demore el canto del Magníficat en nuestro corazón. Necesitamos presencia materna que llene de alegría y gozo en medio del dolor de nuestro peregrinar cotidiano. 

La Concepción pura e inmaculada de María aparece así como el inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio personal concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, que inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios para la humanidad entera. Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por san Germán de Constantinopla y por san Juan Damasceno, ilumina el valor de la santidad original de María, presentada como el inicio de la redención del mundo. María en su corazón nos trae gracia de su Hijo, capaz de redimir y de hacer nuevas todas las cosas.  

De este modo, la reflexión de la Iglesia ha recibido y explicitado el sentido auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribuye a la Virgen santa. María está llena de gracia santificante, y lo está desde el primer momento de su existencia. Esta gracia, según la carta a los Efesios (Ef 1, 6), es otorgada en Cristo a todos los creyentes. La santidad original de María constituye el modelo insuperable del don y de la difusión de la gracia de Cristo en el mundo.

 

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base a una catequesis de Juan Pablo II en la audiencia general del 15 de mayo de 1996