03/07/2025 – «Cuando quitamos a Dios del horizonte, ese deseo de infinito, que solo puede ser colmado por lo trascendente, busca saciarse con el consumo de objetos y lo material.» Esta profunda reflexión de Fray Eduardo Agosta, sacerdote carmelita y experto en variabilidad y cambio climático, nos invita a mirarnos por dentro para entender la crisis ecológica que hoy nos desafía. ¿Te imaginabas que la raíz de los problemas ambientales estaba tan ligada a nuestro corazón y a nuestras decisiones más íntimas? En el ciclo «Laudato Si, la Creación como don y tarea», Fray Eduardo nos ilumina sobre la encíclica del Papa Francisco y nos ayuda a ver cómo podemos enderezar el camino hacia una relación más sana y sagrada con nuestra Casa Común.
Fray Eduardo arranca con una noticia que nos llena de esperanza y alegría: el Papa acaba de hacer pública la «Misa pro custodia creationis» (Misa por el cuidado de la creación). Esto es un paso enorme, porque a partir de ahora, el Misal Romano va a incluir una misa votiva propia, con sus oraciones y lecturas específicas, dedicada de lleno a la oración y preocupación por el cuidado de nuestra Casa Común. Fray Eduardo nos explica que esto no es un detalle menor; es la continuidad de un deseo del Papa Francisco, y es fundamental porque «lo que la Iglesia celebra es lo que ora y es lo que cree». Al integrar el cuidado de la Creación en el corazón de la liturgia, la Iglesia lo arraiga en nuestra fe, haciendo que la justicia ambiental, el bien común y la preocupación por el cambio climático sean parte esencial de nuestra oración.
Después, Fray Eduardo se mete de lleno en el Capítulo 3 de la Laudato Si’, que habla de la raíz humana de la crisis ecológica. El Papa Francisco nos advierte que no sirve de nada quedarnos en los síntomas si no reconocemos que hay una forma de ver la vida y de actuar que se desvió y que está dañando nuestra realidad. Acá es donde entran en juego el paradigma tecnocrático y el antropocentrismo desviado. Esta visión nos hizo creer que los humanos somos superiores a todo, sometiendo las cosas a nuestro antojo, sin límites, convirtiéndolas solo en materia prima para nuestro uso inmediato. Fray Eduardo nos cuenta que este modelo, que se afianzó en el siglo XVII, llevó a una fe ciega en el progreso material y en la acumulación sin fin, perdiendo de vista el valor intrínseco de cada criatura.
El gran problema, nos dice Fray Eduardo, está en nuestro deseo humano de lo infinito. Cuando sacamos a Dios de nuestra vida, ese deseo, que solo puede ser llenado por algo trascendente, intenta saciarse con el consumo de objetos y cosas materiales. Pero el mundo material es limitado, y un corazón con deseos infinitos no se puede satisfacer con bienes finitos. Esto nos mete en una «máquina permanente» de producir y consumir, donde la publicidad y los medios manipulan nuestros deseos. La crítica de la encíclica es contundente: este modelo de crecimiento ilimitado es depredador y destructivo.
Fray Eduardo nos propone recuperar un antropocentrismo situado: vernos como seres humanos ubicados entre el Creador y las criaturas, con la responsabilidad de cuidar y cultivar la creación. La ecología integral busca devolverle al ser humano su dignidad infinita y reconocer la bondad intrínseca de cada criatura, recordándonos que todo nos lleva a Dios, su Creador. Nos anima a buscar signos de esperanza en nuestro día a día, a prestar atención a «todo lo bueno que hay en el mundo» para que la mirada no se nos oscurezca por lo negativo. Es un llamado a ser «contemplativos en la acción», a ver más allá de lo superficial y a reconocer que Dios camina con nosotros, transformando nuestra vida con esperanza.