La Tarea de Dirigir

miércoles, 24 de febrero de 2010
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Queremos transitar a través de las cualidades de quien está a cargo. ¿De qué se trata el tema? Te cuento de esta manera:
Cuando vamos transitando en al vida, siempre nos toca, de alguna manera, ser dirigidos o dirigir. Por eso, este tema nos puede ayudar mucho, más en este tiempo en que la dirección o la representatividad o nuestro rol de padres está como en una situación de crisis y, a veces, no encontramos salidas. Por eso, queremos introducirnos en el modelo de dirección que nos propone Anselm Grümm en el libro Orientar personas, despertar vidas. En este libro nos propone sugerencias que están inspiradas en la regla de San Benito. Grün, monje benedictino, ha tomado un capítulo en el cual se habla del mayordomo y en otro capítulo ha tomado elementos sobre el abad.
Hoy en día las empresas ponen un especial empeño e invierten en cursos de formación, de capacitación para sus directivos, para que sepan realizar con mucha más eficacia su tarea de dirección, para fijar metas claras y aprovechar atinadamente a cada uno de sus colaboradores, como también los recursos disponibles, reduciendo los costos y maximizando las ganancias. ¿Te suena esto?
Antes de comenzar concretamente con el tema, quería prender la luz de la Palabra. En Ecli. 10 (Eclesiástico, capítulo 10) dice:
El gobernante sabio instruye a su pueblo
La autoridad inteligente esta bien consolidada
Según el jefe de estado así será sus ministros
Según el gobernador de la ciudad así serán sus habitantes.
Un rey sin instrucción arruina a su pueblo.
Los gobernantes prudentes hacen prosperar la ciudad
En manos del Señor está el gobierno de la tierra
Y a su debido tiempo suscitará a la persona conveniente.
En manos del Señor está el éxito del hombre,
Él otorga su gloria al legislador.
Con este texto de la Palabra queremos ir abriendo la luz a lo que San Benito nos va presentando como “la tarea de dirigir”. En el caso de la Palabra que recién compartíamos nos habla del gobernante, pero no vamos a dejar solamente ubicado allí nuestro pensamiento, sino que lo vamos a abrir. Vamos a pensar en todos aquéllos que tenemos el rol o función o lo hemos tenido o lo vamos a tener de dirigir a otros. Ésta es la tarea de dirigir.
San Benito dice que lo más importante es dirigir mediante la influencia de la propia personalidad, no perdiendo nunca de vista la finalidad de la dirección, no se ve en la máxima obtención de beneficios, sino en el trato respetuoso con las cosas de la creación y con las personas.
San Benito nos va remarcando que esta tarea de dirigir es la realización de una labor común en la que las personas puedan vivir en paz y alegría y den testimonio de la cercanía salvadora y amorosa de Dios. A primera vista parecerá que este ideal es extraño al mundo, pero si examinamos las cosas más de cerca, nos vamos a dar cuenta de que este ideal nos va a mostrar una nueva actualidad.
San Benito va fijando principios según los cuales tanto el abad- que es el que preside la comunidad monástica- como el mayordomo- que es el administrador de los bienes del monasterio- deben cumplir y tratan de mostrar de qué maneras la labor de dirección puede hacer justicia a las personas satisfaciendo las necesidades, considerando esta tarea de dirigir como algo difícil, pero también muy placentero.
Las ideas que nos propone San Benito no están formuladas a espaldas del mundo, es decir, como algo meramente teórico, sino que pueden impulsar que personas que hoy van a buscar nuevas formas de dirección. Pero atención: no sólo una empresa, sino cualquiera de nosotros que tenga que ver con personas cotidianamente somos, al mismo tiempo, un dirigente y un dirigido. Por ejemplo, los padres, el docente, cuando hay que organizar una fiesta o preparar un local. Vemos que en todo grupo hay miembros que están dirigiendo y miembros que son dirigidos. Y se pueden intercambiar los papeles de dirigente y de dirigido. Por eso, podríamos preguntarnos: ¿Qué relación tenemos unos con otros cuando asumimos un papel de dirección? ¿Cómo nos compartamos? ¿Cómo somos unos con otros en la familia, en la parroquia o en la organización política, en los negocios, en el hospital, en el grupo de estudio o en nuestra sociedad?
Hacíamos referencia a los modelos de dirección que se van inculcando hoy en día. Las empresas van impulsando un modelo que roza, más que roza, se transforma en un modelo mecanicista, en donde todo está estructurado por máquinas. Se desarrollan planes de organizaciones precisos, se establecen criterios rígidos para evaluar el rendimiento de cada persona. La actividad de dirección tiende a menudo a reducir el número de trabajadores o trasladan la producción al extranjero para ir abaratando la mano de obra y elevar la obtención de ganancias, pero están desprovistos de algo muy importante: carecen de alma.
Con esta mirada que hace Anselm Grün sobre esta realidad de las empresas de hoy, en día y tomando a San Benito, nos propone un modelo diferente. San Benito habla de un monasterio que ha de ser la casa de Dios. Y, por otro lado, un destacado administrador de empresas estadounidense habla actualmente de que la empresa tiene que ser como un santuario, pero no lo entiende como un lugar determinado, sino como una actitud. ¿Qué significa? Dice este empresario: una comunidad de personas que movilizan recursos espirituales, que formulan preguntas relevantes, que se quieren, que confían unos en otros, que se respetan, que hablan un lenguaje común. Entonces vemos cómo este modelo benedictino de hace mil quinientos años hoy lo están tratando de llevar a las empresas, principalmente en los EEUU.
Yendo un poco más concreto y específicamente el punto, San Benito dice que la persona que está a cargo tiene como primera tarea la formación de sí mismo. Esto significa que sepa dirigirse a sí mismo. Es obvio: yo no puedo dirigir a otros si no puedo dirigir mi vida. Entonces, tengo yo que arreglar mis propias necesidades y pasiones, conocer qué afectos me impulsan y qué necesidades surgen en mi interior, qué pasiones me están condicionando o, quizás, me están determinando. ¿Por qué tengo que ir formándome a mí mismo? ¿Por qué tengo que ir conociendo mis pasiones y necesidades? Porque si no, en esta tarea de la dirección, voy a mezclar constantemente mis necesidades no confesadas con las pasiones reprimidas y esto lo voy a proyectar sobre mis dirigidos. Por eso, es que si el directivo no ha logrado un equilibrio interno en su persona y se halla falto de dominio de sí mismo, es muy posible que en el desempeño de su cargo logre, por un lado, a corto plazo, ahorrar costos, aunque a largo plazo va a enviciar su actividad con su falta madurez y va a frenar las motivaciones de sus colaboradores. Ejemplos vos tendrás muchos. Nosotros mismos cuando nos sentimos o estamos desbordados. Imagináte en la familia cuando hay cosas que van pasando por tu corazón y tenés a tus hijos que también reclaman sus propias necesidades. Es difícil llevar la propia vida y, por otro lado, más todavía dirigir, acompañar, guiar la de otros. Por eso, es tan importante que tengamos un tiempo en el que nosotros mismos podamos ir siendo dueños de nosotros, ir conociéndonos porque en esa medida vamos a poder ir acompañando y guiando a otros. Si no guiamos nuestra vida, si no, por lo menos la vamos conociendo cada día más, vamos a ser como ciegos que quieren guiar a otros ciegos.
San Benito propone las siguientes cualidades para la tarea de dirección:
Que tenga la experiencia de ser sensato. Esta palabra está relacionada con sapiens, que en latín viene de supere y quiere decir “gustar, tener gusto, saber entender”. Justamente, “el que degusta las cosas tal como son” es aquél que es sensato. La sabiduría siempre tiene que ver con la experiencia de entrar en contacto con las cosas y saber apreciarlas bien con sus sentidos, ése es el sensato. Este mirar la realidad tal cual es, este ser sensato hace referencia a que el saber está relacionado con el ver y mirar a fondo. No es mirar algo que pasa, sino a fondo, hallarse en contacto con la realidad. Por eso, el ser sensato brota de la experiencia consigo mismo y con los demás.
Un ejemplo de sensatez: “En el área de la empresa de telefonía celular en que yo estaba hubo un cambio de jefe y quien llego nuevo en dicho cargo no sabía absolutamente nada acerca de esa área, no tenía experiencia en esta área ni conocía a fondo su funcionamiento. Esta persona, en lugar de tomar decisiones o de realizar cambios de manera precipitada, solicitó a varios de nosotros a que participáramos de varias reuniones con ella y con personas de otras áreas a fin de ir conociendo el funcionamiento de esta área”. Para esta persona fue muy buena esto porque sintió que su experiencia, su opinión, su saber acerca del área en la que ella trabajaba era valorada, tenida en cuenta, reconocida y lo sintió como un verdadero servicio. Dice esta persona: “Pienso que esta jefa actuó con verdadera sensatez”.
Otra de las cualidades es ser maduro de costumbres. Cuando algo está maduro es porque está listo para recogerse. Si tenés en tu casa un árbol con duraznos, con higos, te fijarás que algo está maduro cuando está listo para recogerse y también tiene buen sabor para que pueda ser gustado. Justamente dice San Benito que es ser maduro de costumbres para que los demás puedan gustar de lo que tiene él- el dirigente- para poder entregarle a los demás.
Por eso Anselm Grün nos invita a que podamos mirar cuáles pueden ser los criterios para que podamos conocer la madurez humana. Uno de ellos es la paz interior. Otro, la serenidad. Otro, la manera integral de ser, la armonía con uno mismo. En el interior del inmaduro se deslizarán formas de conducta que no hacen bien a las personas. San Benito dice que es propio de una persona madura la sobriedad, que significa no estar entregado a los placeres. De otra manera: tener cierto equilibrio, no estar yendo de un extremo a otro, ser razonables, obrar con reflexión. El que hace justicia a las cosas, es el que es capaz de juzgar objetivamente y no se deja llevar por sus emociones. Podés descubrir cuántas empresas se han caído, cuántas empresas se ha destruido porque aparecen estas luchas entre los directivos, entre los que tienen esta tarea de servir a los demás dirigiéndolos, a través de celos y rivalidades buscando la vanidad personal. Ha habido casos de quiebras en empresas cuyos directivos se habían dejado absorber por este tipo de pasiones que no manifiestan un equilibrio o una sobriedad.
Otro ejemplo muy claro y más cercano es cuando un presidente o un gobernante no posee un carácter maduro y no se entrega a su tarea, sino que gasta sus energías, esfuerzos y tiempos en sofocar las coaliciones que están dirigidas contra él y fomentar actitudes insoportables entre los colegas. ¿Por qué? Porque está preocupado todo el tiempo por lo que pueden llegar a decir. No hay un equilibrio, hay un extremismo muy concreto. Esta persona, en ese lugar de inmadurez, no tiene la posibilidad en ese momento concreto, si no puede ordenarse a sí misma, de dirigir a otros porque va a ir constantemente destruyendo aquello que quiere construir.
Otra característica es la templanza. Una señal de que una persona es madura es que sepa comportarse como un hombre en el uso de las cosas, como un ser racional. Por ejemplo, quien sepa saborear los manjares como dones buenos que Dios nos da no se hinchará comiendo, dice San Benito. Este saborear es saber entrar en contacto con lo que se come. Y en este saborear también podríamos decir que el dirigente tiene que aprender a saborear en el encuentro con los demás y no dejarse llevar por todas las ansiedades que tienen su desequilibrio o su desorden interno. San Benito dice que nuestra manera de comer dice mucho de nosotros, por eso, quien devore los alimentos va a devorar también a las personas y las va a utilizar para su propio provecho. Las utilizará para su exclusivo provecho, para sus propios fines y va a sentir también la misma avidez de dinero y para eso va a echar mano de todas las cosas con el fin de acrecentar sus éxitos personales, en vez de ponerse al servicio de las otras personas desempeñando su propia actividad de dirección. No le va a importar nada el bien común, va a contagiar su descontento interior que claramente es parte de su necesidad interior insatisfecha. Esto lo va a trasladar a los colaboradores y va a estar ciego para la verdadera tarea de dirigir.
Por eso, San Benito para poder encauzar este lugar nos invita a que nos demos cuenta que lo que nos importa finalmente es Dios y no el éxito del beneficio de los ingresos económicos que, a veces, no está marcado por esta característica de la templanza, del saborear, poco a poco, aquello que está alrededor nuestro, el poder compartir, el poder disfrutar de la presencia, en el caso del dirigente, el sus colaboradores y sus dirigidos.
La humildad es otra de las cualidades. Nos habla San Benito de no ser altivos, es decir, que no nos alcemos por encima de las personas con este aire de arrogancia. Quien actúa de esta manera al otro, lo empequeñece para revalorizarse a sí mismo. A veces pasa esto, hundimos a otro, lo despreciamos para poder revalorizarnos nosotros. Queremos hacer una hoguera de la leña que ha caído y aprovechamos, lo hundimos, lo despreciamos y podemos nosotros revalorizarnos porque creemos que no valemos nada. El problema no está en el otro sino en nosotros mismos.
Por el contrario, la humildad va a significar este aceptar la fragilidad y la inestabilidad. Reconocer que uno es un ser humano que puede caer constantemente. Tenemos que reconocer con coraje este descender hasta la propia humanidad y, por ende, tratar a los demás humanamente, respetando su dignidad, comprendiendo la situación que viven los colaboradores, que viven los dirigidos, ayudándolos cuando tengan problemas. San Benito decía: “el abad debe desconfiar de su propia debilidad”.
John O’neill, un psicólogo americano, propone una lista de control, una lista en la que podemos ir descubriendo si nosotros caemos en el lugar de arrogancia, que nos va a servir como una alarma para descubrir ya al inicio cuando la arrogancia empieza a aparecer en nuestra vida: 
Un punto es cuando nos atribuimos facultades especiales de ser infalibles. Este famoso “yo nunca me equivoco”.
Otro es si encontramos personas que piensan diferente a nosotros, decimos que son intrigantes, que no saben nada.
Este psicólogo ve en la arrogancia el mayor peligro para los directivos de una empresa. Dice: “el éxito es el semillero de la propia arrogancia”. Quiere decir que tenemos que estar atentos en los momentos de éxito para no entregarnos de lleno a la arrogancia y esta arrogancia conduce a las personas a no querer ver sus propios lados de sombra. La arrogancia nos lleva a que vayamos dejando de aprender cada día.
Le toca el turno a otra cualidad: no ser perturbador. Esta palabra hace referencia a aquél que está lleno de confusión en sí mismo. Es una persona que nunca puede tener sosiego porque esta determinada constantemente por el ruido alborotador de sus sentimientos. Es como zarandeada de un lado para el otro por todas las emociones diversas que hay en su interior. Termina no siendo capaz de pensar con claridad. Es una persona que a todo lo que vaya haciendo le va a poner en juego estas propias emociones. Esto, a veces, pasa en una empresa cuando en torno al director de un departamento hay como un pantano de emociones que hace difícil que los trabajadores y colaboradores realicen bien su trabajo. ¿Por qué? Porque él constantemente les exige presionándolos que trabajen precipitadamente creando una atmósfera de sosiego, presión constante y, en vez de dirigirlos, los está acosando, en vez de acompañarlos, los impulsa hacia la inquietud y a la confusión. Y una persona que está empujada a la inquietud y a la confusión no puede trabajar de manera eficiente. No aparece la serenidad que necesitan para poder trabajar. El encargado de una actividad sólo va a poder tener serenidad y paz interior cuando no eluda, cuando no busque evitar su propia verdad. Este zarandeo de las pasiones y emociones internas que tiene el dirigido va a poder llegar a tener serenidad y paz interior cuando, en presencia de Dios, sea capaz de aguantar lo que brote en su interior en medio del silencio, ¿Por qué? Porque Dios lo acepta tal cual es y él va a experimentar esa serenidad y esa paz. Y esto lo va a poder extender, proyectar con sus dirigidos.
Nos dice el Libro del Eclesiástico:
“No te dejes arrastrar por tus pasiones,
refrena tus deseos.
Si quieres satisfacer todos tus caprichos,
serás el hazmerreír de tus enemigos.
No te aficiones a la buena vida
ni te dejes atrapar en sus redes.
No te arruines festejando con dinero prestado
cuando tienes la bolsa vacía”.
Otra de las cualidades es ser justo. El que lleva la tarea de dirigir a otros no tiene que herirlos. Es cierto que cada uno de nosotros sufre heridas en el transcurso de nuestra vida y pueden ser una oportunidad para que crezcamos  y para que, gracias a estas heridas, tratemos con delicadeza y sensibilidad a otros. Pero quien no se sitúa ante sus propias heridas para verlas conscientemente va a estar ofendiendo constantemente a otros o se va a herir a sí mismo. San Benito exige que una persona que esté a cargo de otras se sitúe para ver cuáles son sus propias heridas para podernos ocupar de nuestra propia historia y esto sea una condición previa para poder dirigir acertadamente a otros.
Muchos piensan que dirigir es, ante todo, ejercer poder, hiriendo y ofendiendo a otros.  Cuando hiero a otros, no estoy suscitando vida en ellos, sino que estoy impidiendo la vida. Por ejemplo, heridas de los superiores: el recorrer las dependencias de las oficinas, en vez de mirar a cada uno y saludarlos, se quedan viendo las faltas que le llaman la atención. Entonces, se infringen muchas heridas y ofensas que se van guardando en el corazón. Y cuando se van guardando en le corazón, uno se va enfermando y esto va enfermando empleados y esto produce muchas bajas por enfermedad. No hablemos en lo que ocurre en cada una de nuestras familias con esto.
¿Por qué decimos que debe ser justo? Porque la justicia presupone que todo colaborador, todo dirigido tiene sus derechos que deben ser respetados. Entre esos derechos, el de ser él mismo, el de tener las características que tiene diferentes, hacer las cosas de un modo distinto, el de la libertad, el de la dignidad. El encargado de la dirección va a ser justo únicamente cuando deje a un lado sus propios prejuicios. Y cuando los reconozca, va a poder distanciarse de estos prejuicios. Es este respeto al otro, porque el otro se merece respeto, aquí es la justicia. Ella significa también que yo debo tratar como dirigente a todos los demás por igual y que no prefiero a ninguno y que reservo los mejores cargos y beneficios para mis parientes y amigos, porque eso engendra división y celos. Los colaboradores aprecian que su jefe sea justo e incorruptible en su manera de juzgar.
Otra cualidad es decidir claramente. Hay personas que son lentas en su manera de obrar porque su alma está bloqueada por problemas. Están demasiado ocupadas consigo mismo. Conducen como si fuera con el freno de mano puesto. ¿Te fijaste cuando quisiste arrancar el auto con el freno de mano puesto? Parece que hay algo que no funca, que no se puede arrancar del lugar, que no se puede tomar esta decisión. Estas personas gastan demasiadas energías en sí mismas, entonces no les queda energía para fluir hacia el exterior. Están preocupados de qué van a pensar los demás.
Hay otras personas que tienen miedo de conocer errores, entonces prefieren no decidirse y vacilan en todo hasta que no tienen la libertad para poder hacer. Justamente, quien tiene que dirigir otros va a tener que decidirse de una manera clara y rápida. No va a poder aguardar todo para que esté claro. La decisión clara- para San Benito- es una virtud espiritual y procede del sentido interno que hace que estemos atentos a la voz del Espíritu Santo, la escuchemos y podamos confiar en ella. Quien teme tomar decisiones no está pensando en las personas ni en la empresa ni en el negocio, sino que se está preguntando egocéntricamente cuáles van a ser estas posibles consecuencias de cualquier acción para uno mismo. Es decidir claramente, teniendo prudencia. Cuando se aplazan las decisiones, por ejemplo, en una empresa los colaboradores y los dirigidos se van sintiendo descontentos y, por lo tanto, van a frenar su impulso para el trabajo.