La ternura que nos llega de mamá

viernes, 16 de octubre de 2015
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16/10/2015 – En el espacio de “Palabras de vida” de Entre Nosotros, el P. Ángel Rossi, dedicó su reflexión a las mamás en las vísperas a celebrarse el día de la madre. Hubo lugar para todas, mamás biológicas, adoptivas, tías, hermanas mayores y aquellas figuras maternas que el Señor nos puso ante la ausencia de la propia.

 

 “En todo momento damos gracias a Dios por todos ustedes, cuando los recordamos en nuestras oraciones, y sin cesar tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia”

I Te 1, 1-3

 

Creo que sería difícil encontrar un texto bíblico más adecuado para celebrar a nuestras madres. El corazón de una madre es fe con obras, amor con fatigas, y esperanza con constancia.

En primer lugar, dar gracias a Dios, y alegrarnos  por la madre que nos trajo a la vida. La que nos hizo creer que esto de ser queridos era natural, algo que venía adherido al hecho de vivir, la guió nuestra mano en el primer signo de la cruz y que con ella nos abrió a la trascendencia y nos entregó a Alguien que esta encima de ella y de nosotros; la que nos dio las primeras muestras de ternura sin saber que con ello ponía el cimiento más firme de todo lo que después pudiera construir con su vida el hijo. Esa ternura que de niño nos cobijó, que quizás en nuestra adolescencia creíamos no necesitar y la rechazamos con nuestras rebeldías o nuestras indiferencias, pero que pasado el tiempo, en su debilidad, aquel reservorio de gestos y de palabras, aparentemente tan frágiles, tan “inútiles” termina siendo nuestra fortaleza en las horas cruciales de la vida. Esas respuestas que no se encuentran ni en las más completa de las enciclopedias ni en la más sofisticadas computadoras.

Phier Giar, jesuita belga, capellán en la I Guerra Mundial, decía que que cuando recorría los campos después de las batallas, en medio de muertos y moribundos, en aquel rejunte de gente que moría la palabra que más se escuchaba era “mamá”. En el  momento del dolor reaparece la necesidad de la ternura.

Sabemos también que no todos han tenido la suerte de tener la madre a su lado, porque partió antes de tiempo, o por esas vueltas misteriosas de la vida que no les permitió gozarlo todo lo que hubieras deseado o necesitado. Aún en estos casos dolorosos, Dios siempre se encargó de ponernos al lado alguna figura materna buena que nos adoptó, alguna abuela, tía, hermana más grande o incluso alguna empleada de la casa que nos dio más afecto y fidelidad que muchos familiares, y que significaron esa imagen de madre que todo hombre y  mujer necesita. 

En el ícono que el Papa ha puesto como símbolo del Sínodo de la familia, por su puesto aparece el niño en el centro, María y José custodiando a Jesús, pero más atrás, también aparecen Joaquín y Ana, los abuelos de Jesús. Recordar agradecidos a nuestras abuelas, especialmente a aquellas que cuando podían disfrutar de sus frutos tuvieron que volver a sembrar los surcos, arremangarse y cambiar pañales, renunciar al silencio de ese tiempo de la vida por una casa nuevamente llena de ruidos y griteríos.

Que podamos disfrutar, agradecer y reverenciar la maternidad. Olegario Victor Andrade, poeta del siglo XVI, nacido en Brasil casi accidentalmente, hijo de padres argentinos quienes vivieron siempre en Gualeguaychú.

El consejo maternal

Ven para acá, me dijo dulcemente mi madre cierto día. (Aún parece que escucho en el ambiente de su voz la dulce melodía)

– Ven y dime qué causas tan extrañas te arrancan esa lágrima, hijo mío, que cuelga de tus trémulas pestañas como gota cuajada de rocío.

Tú tienes una pena y me la ocultas; ¿no sabes que la madre más sencilla sabe leer en el alma de sus hijos como tú en la cartilla?

¿Quieres que te adivine lo que sientes?
ven acá pilluelo, que con un par de besos en la frente disiparé las nubes de tu cielo.

Yo prorrumpí a llorar. Nada le dije.

– La causa de mis lagrimas ignoro, ¡pero de vez en cuando se me oprime el corazón y lloro!…

Ella inclinó la frente pensativa, se turbó su pupila, y enjugando sus ojos y los míos, me dijo más tranquila:
– Llama siempre a tu madre cuando sufras, que vendrá muerta o viva; si está en el mundo, a compartir tus penas; y si no, a consolarte desde arriba.

Y lo hago así cuando la suerte ruda, como hoy, perturba de mi hogar la calma, invoco el nombre de mi madre amada, ¡y entonces siento que se me ensancha el alma!

Olegario Víctor Andrade