La vida cristiana como lucha contra el tentador

lunes, 22 de octubre de 2012
image_pdfimage_print
 

Continuamos reflexionando sobre el libro Mente abierta y corazón creyente del Cardenal Bergoglio, el tema “la vida cristiana como lucha contra el tentador”. La expresión “lucha” o “combate” es típicamente ignaciana, jesuítica, y la Iglesia la utiliza mucho, sin connotaciones bélicas ni de violencia humana. Por ejemplo, San Pablo en la Carta a Timoteo dice he combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que depositaron en mis manos. Solo me queda recibir la corona de toda vida santa con la que me premiará aquel día el Señor.

Hoy estamos luchando contra aquel que no quiere que se haga presente el Reino del amor. Por eso dice Pablo: lleven con ustedes todas las armas de Dios para que puedan resistir las maniobras del diablo.

 

El Card. Bergoglio nos advierte que la adhesión al llamado de Cristo será tentada: a veces con un susurro apenas audible, otras veces como un desafío; pero en el fondo, la frase siempre será la misma: ha salvado a otros ¿y no puede salvarse a sí mismo? Que baje ahora de la cruz y creeremos en Él. La ceguera de esta tentación es tanto más fuerte cuanto nuestro corazón pecador se aferra a otras vías de salvación, distintas a las que quiere el Señor. Y a veces el Señor nos quiere colgados hasta el extremo, como Él, de la cruz. ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo, y a nosotros. A veces incluso tenemos compañeros de camino que también nos invitan a decirle al Señor bájanos de la cruz y entonces te seguiremos y creeremos.

Nosotros necesitamos reafirmar el camino de salvación del Señor: el que quiera ser mi discípulo, que tome la cruz y me siga. Pero el demonio, que es inteligente, sabe donde tentar. San Ignacio de Loyola lo describe como un caudillo inteligente que quiere vencer y robar lo que desea, que anda rondando por todas partes, sobre todo nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, para ver por dónde estamos más flacos y más necesitados para nuestra vida eterna, y entonces por ahí avanza y ataca. Su modo de tentar tiene distintas estrategias: a veces se hace fuerte, otras veces se hace seductor. Pero él ataca, porque reconoce el peligro de que ese cristiano permanezca en Dios. Por eso la tradición cristiana suele decir que el lugar de la tentación es también lugar de gracia; es un tiempo difícil, de prueba, pero como tal, pertenece también al designio del Padre y es esencialmente tiempo de gracia y de salvación. La tentación tiene un nombre: el tentador, el demonio, que es inteligente y estratega.

La lucha contra el tentador no es solamente algo personal, sino que también alcanza dimensiones comunitarias, pues son los momentos de turbación y de prueba que también amenaza nuestra comunión fraterna. Por eso debemos estar atentos, debemos discernir comunitariamente. Si las enfrentamos en el Señor, serán lugares de gracia. A la tentación hay que desenmascararla, hay que ponerle nombre, hay que ayudar entre todos a descubrirla. Por eso los Ejercicios Ignacianos invitan de un modo especial, cuando el que se ejercita va descubriendo las mociones espirituales en su alma, como consolación o desolación, y así puede discernir y despejar lo que acontece en su interior. Por eso, hacer los Ejercicios, dice el Card. Bergoglio, supone el coraje de decidirse a ver la verdad sobre aquello que más duele: el pecado y la tentación. La tentación tiene siempre rostro concreto, gestos concretos y hasta lo que hacemos cuando somos tentados son concretos.

Y la tentación tiene su estilo propio en la Iglesia: crece, se contagia y se justifica. Crece dentro de uno, subiendo de tono; contagia la enfermedad a la comunidad, tiene siempre una palabra a mano para justificar su postura. El tentador pretende transformarnos en enemigos de la cruz de Cristo.

 

La vida entonces se plantea como un combate. La lucha que debemos emprender es fundamentalmente pedirle al Señor que podamos trabajar, defender y construir en valores. Estamos llamados a hacer presente al Cristo vivo en la sociedad de hoy.

 

El Card. Bergoglio nos invita a tener presente que nuestros padres en la fe también conocieron la tentación. Abraham fue tentado en su fe (cfr Gén 22,1), cuando el Señor le pide sacrificar a su hijo. Pero Abraham dio a Dios todo lo que tenía, porque la fe se vuelve obediencia. El pueblo judío fue tentado durante cuarenta años en el desierto. La tentación del desierto es grande porque no solo devela el interior pecador de sus corazones, sino porque también allí se nos revela la fidelidad de Dios. Dice el apóstol Pablo que la santidad del justo consiste en esperar contra toda esperanza, es atreverse a creer en las promesas, aún sin poseerlas.

La tentación también va a estar presente en nuestro camino, en la Iglesia; pero no tengamos miedo, porque Dios es fiel, y Dios hará misteriosamente de la tentación una prueba evidente de su presencia, de su amor y de su fidelidad.

La tentación, dice el Card. Bergoglio, es una prueba de la condición humana. No se la debe asimilar siempre al castigo. Fuimos acrisolados por el polvo y la ceniza (cfr. Job, cap 42); cuando hemos experimentado la cruz, ahí nos hemos unido de un modo muy particular al Señor Jesús, que también experimentó la prueba en su vida: al comienzo, en el desierto, ya es tentado; y seguirá, porque el demonio se alejó de Él hasta el momento oportuno -nos señala Lucas-; Jesús sufre la prueba hasta la agonía. En Getsemaní dirá: mi alma ahora está turbada, ¿y qué diré, Padre líbrame de esta hora?, si para eso he llegado a esta hora. Jesús experimenta la prueba de sus parientes, en Pedro, a quien no duda en llamar Satanás. Por eso la Iglesia ha de seguir el mismo camino de Cristo. La Iglesia en Pedro será zarandeada en su perseverancia; pero luego, convertido, Pedro podrá confirmar a sus hermanos. También el cristiano debe andar en ese camino, será sometido a la prueba, pero consciente de que no ha sufrido tentación superior a la medida humana. Sabemos que es preciso que seamos afligidos con diversas pruebas para que, como dice la Carta a los Hebreos, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero, purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo.

En el fondo, nos señala Card. Bergoglio, el meollo de la tentación está en la fidelidad o infidelidad. Dios nuestro Señor quiere una fidelidad que se renueve con cada prueba; pero allí entra el demonio, el seductor; Satán busca la infidelidad, busca llevar al pueblo al adulterio. Pero Satán es vencido por el Señor.

Y María, nuestra Madre, también estaba presente en esa gran guerra. María estaba de pie en la cruz, en la prueba de su Hijo. La Madre, que no dejó a su Hijo, no nos dejará a nosotros, también hijos de Ella. Y sabe como aconsejarnos en la tentación.

Por eso te invito que pongamos nuestra mirada en la Madre, en la Virgen, la que pisó la cabeza del tentador -esa serpiente que no nos puede hacer daño porque hemos sido curados en las llagas de nuestro Salvador-.

Padre Alejandro Puiggari