La vida espiritual de los sueños

martes, 27 de abril de 2010
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Eduardo Casas

Texto 1.

    El sueño es una función vital. Sin ella, los seres humanos no podríamos sobrevivir. Desde el punto de vista neurológico, la función del sueño es una consecuencia de la actividad cerebral y orgánica. Una persona sueña entre cuatro o cinco veces –aproximadamente- durante ocho  horas de sueño. El hecho de no ser conscientes de nuestros sueños no quiere decir que no soñemos; lo que sucede es que sólo recordamos una pequeña parte de los sueños que se producen cada vez que dormimos.

    Desde tiempos inmemoriales, los sueños han sido considerados una forma de contacto con el mundo de lo misterioso, incluso una manera predictiva de vaticinar eventos futuros. Se consideraban portadores de mensajes divinos. Soñar era el pasaje secreto para entrar en el santuario de alguna divinidad que hablaba y desempeñaba una función pedagógica, comunicando anuncios que enseñaban, iluminaban, prevenían, advertían y guiaban a los mortales, cumpliendo una función profética, premonitoria y anticipadora de los hechos.

    La irrupción del psicoanálisis a principios del siglo XX,  los movimientos artísticos -como el surrealismo-  y el avance de las neurociencias dieron importantes progresos sobre la naturaleza y la interpretación de los sueños. El psicoanálisis moderno no fue el primero en cuestionarse sobre esto. En culturas milenarias -como la babilónica, egipcia, israelita, persa, india y china- esta cuestión ya había sido planteada, incluso antes de la aparición de la escritura.

    La interpretación de los sueños siempre utilizó el lenguaje de los signos, símbolos, mitos, leyendas  y creencias. Los sueños -por su característica espiritual y misteriosa- han convivido con el  substrato común de todas las religiones. Para la religión islámica, la oniromancia –así se llama técnicamente a la interpretación de los sueños- fue un arte adivinatorio aceptado.

    Los sueños nos llevan a universos insólitos, personajes enigmáticos, visiones infernales o angelicales, episodios maravillosos y viajes fantásticos que no podríamos vivir nunca despiertos. Son emanaciones de un mundo sutil que nos abren una misteriosa puerta de la mente, una vía de acceso a realidades que están más allá del alcance de nuestra lógica racional. Todas las esperanzas, ambiciones, deseos, miedos, fantasmas, ángeles y demonios residen allí. Los sueños nos transportan hacia universos inimaginables de extrañas geografías, historias extraordinarias, aventuras que jamás hemos vivido durante la vigilia. Todo se mezcla y se confunde con los detalles más sencillos, domésticos y concretos de nuestra vida cotidiana.

    Tenemos que acercarnos con respeto a las orillas del mundo de los sueños, para así sumergirnos en el mar de sus secretos y conocer mejor la complejidad del alma humana. Nuestros sueños son portadores de mensajes simbólicos cuya interpretación nos permite un mayor autoconocimiento.

    No son sólo expresiones de deseos reprimidos o miedos que asechan. Revelan también   verdades, ilusiones, anhelos, fantasías, recuerdos y proyectos. Constituyen un “reordenamiento” mental inconsciente que nos da indicios de nuestra personalidad y conducta, favorecen además tomas de conciencia mediante mensajes simbólicos que se manifiestan en forma de advertencias y avisos para ciertas situaciones, circunstancias y acontecimientos: ¿te acordás de algún sueño que hayas tenido?; ¿hay alguno que te ha marcado en tu vida?; ¿cuál es el último sueño que recordás?; ¿qué imágenes tenía?…

Texto 2.

    Los sueños de cada persona son un universo único ya que ninguna otra puede tener iguales emociones y experiencias. Los sueños nos conectan con nuestra "realidad" personal. Unifican cuerpo, mente y espíritu. Proveen información y conocimiento sobre nosotros mismos y nos otorgan claves para la exploración de nuestro yo. 

    Los sueños nacen del inconsciente. No es que carezcan de “lógica” sino que tienen otra “lógica” que no es la “lógica formal” del pensamiento abstracto y racional sino la “lógica simbólica”, la cual necesita ser decodificada. Para interpretar un sueño –de esto se ha hecho toda una ciencia- hay que conocer -o al menos tener cierta información- de la persona que sueña. La mejor interpretación es la puede hacer la persona que ha soñado.  Esto técnicamente se llama “idiosincrasia onírica” cuando la propia persona es el principal agente para desentrañar el significado del sueño ya que la interpretación tiene cabida en el contexto de una vivencia histórica concreta de la persona.

    Los sueños se caracterizan por la aparición sucesiva de imágenes que suelen escenificar hechos que tienen algún significado y que no sólo se presentan cuando uno duerme. En estado de vigilia también se sueña, ocurre durante esos cortos instantes de evasión en el que la mente deriva, se desconecta, divaga y es como si se “tildara”. Esas son las “ensoñaciones o sueño diurno”. Es la actividad del inconsciente  manifestándose en estado de vigilia. De hecho el inconsciente siempre está activo, nunca descansa. No se desconecta, ni duerme.
   
    Dada la dificultad que presenta el recordar los sueños nocturnos -ya que la mayoría se desvanecen de la mente a los diez o quince segundos después del despertar- el método más sencillo y recomendado para recordarlos consiste en redactar un diario en donde se consignen los sueños, inmediatamente después de despertar. Esto ayuda a que los símbolos importantes sean registrados. Al escribir,  el sueño se libera y se da tiempo para decantar y reflexionar más cómodamente, buscando nexos comunes entre sueños anteriores. También se puede descubrir si hay símbolos repetidos o temas recurrentes. Al recordarlo y al interpretar el contenido latente, se lo lleva al nivel consciente, convirtiéndolo en un  contenido manifiesto y accediendo así -a través de la interpretación- a su significado subyacente, a lo que estaba oculto.

Hay sueños cuyo análisis lleva su tiempo de interpretación, la cual no tiene que ser necesariamente compleja. Hay interpretaciones que se reducen a simples mensajes que se pueden “traducir” en frases cortas. No necesariamente el análisis tiene que ser un relato detallado de cada símbolo. El sueño es propiamente el símbolo. Todo lo demás forma parte del “argumento” que requiere ser interpretado: ¿vos te has preguntado alguna vez que significa eso que soñaste?; ¿se lo contaste a alguien?; ¿le preguntaste a otro qué podía significar?…

Lo bueno de los sueños, sobre todo de los buenos sueños es que no requieren alas para alzar su vuelo. No es necesario demasiado para construirlos, armarlos y atesorarlos. Basta con el corazón y con las manos, con el pecho y el empeño. No hacen falta alas para ser más bellos y buenos y para alzar –hacia lo alto- el vuelo.

Texto 3.

    La mente graba -en distintos niveles psicológicos- todo lo vivimos, lo que hacemos y lo que experimentamos. Esta especie de “depósitos” de la mente en el que todo queda registrado -aunque no siempre nos demos cuenta- se denominan: el consciente,  el preconsciente  y el inconsciente.

    El consciente es el nivel reflejo en el cual se da la  percepción de la realidad. El preconsciente es el nivel que registra las cosas que se han olvidado temporalmente y que con un poco de esfuerzo se pueden volver a recordar. El inconsciente es el nivel más profundo, donde están innumerables experiencias que no son posibles de recordar.

    El mundo espiritual está muy vinculado a este nivel inconsciente. Un método para conocer el inconsciente -aparte de la interpretación de los sueños- es el llamado “imaginación activa”, en el cual los elementos pasivos del inconsciente -que salen en alguna forma de autoexpresión- permiten la asimilación de contenidos inconscientes.

    Los sueños forman parte de lo que en la psicología se llama el “inconsciente” el cual se estructura por tres elementos básicos: los complejos, los instintos y los arquetipos.

    Los complejos son una  red de pensamientos, sentimientos y actitudes que funcionan activamente fuera del control conciente y permanecen en torno a una idea dominante que tiene poder de nuclear sensaciones y experiencias que alimentan dicha idea que actúa como núcleo.

    Los instintos o pulsiones son condicionamientos de estructuras rígidas. Existen básicamente dos instintos primarios: los impulsos o pulsiones de vida y los impulsos o pulsiones de muerte. Los impulsos de vida  tienden a la reunión, integración, fusión, conservación y creación; los de muerte, en cambio, impulsan  a la destrucción, desintegración, aniquilamiento y envejecimiento.

    Las pulsiones de vida pertenecen al mundo de eros y las de muerte al mundo de thánatos. Estos dos nombres –eros y thánatos– vienen de la mitología griega. Eros era una deidad que encarnaba la fuerza atractiva del amor erótico, el impulso creativo de la naturaleza y sus ciclos, la luz primigenia de la creación y el orden de todas las cosas en el cosmos. Eros se enamora de Psique, el cual cuando ella está dormida, la rapta llevándola -en vuelo hacia lo alto- junto a él. Desde entonces, la elevación más profunda de la psiquis humana se alcanza cuando experimentamos la ascensión del amor.

    Thánatos, por su parte, era la personificación de la muerte no violenta. Su toque era suave y delicado, como el de su hermano gemelo Hipnos, el sueño.

    Mucho antes que el psicoanálisis utilizara la mitología griega para nombrar estas pulsiones del alma, la Biblia ya daba su testimonio de lo mismo. En el libro del Cantar de los Cantares, la mujer enamorada dice a su amado: “grábame como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo porque el amor es fuerte como la muerte” (Ct 8,6). 

    Aquí aparecen las dos fuerzas del espíritu: el amor y la muerte, eros y thánatos. Ambas tienen el mismo nivel de fuerza e intensidad. El texto dice que el “amor es fuerte como la muerte”, uno y otro son rivales y empujan parejo. El amor tiene a la muerte como amenaza y la muerte posee en el amor al único contrincante verdaderamente digno de entablar una lucha. La existencia está entretejida del entramado de estas dos pujantes y primitivas fuerzas. A veces vence el amor; otras, la muerte. Ambas son las  tendencias principales y antagónicas del juego dramático de la existencia.

    El inconsciente está estructurado por complejos, estas pulsiones o instintos y por los arquetipos, los cuales son predisposiciones innatas y heredadas que se representan a través de imágenes y símbolos. Generalmente la religión y otras tradiciones culturales han sido la expresión externa de los arquetipos a través de  ritos y acciones. Los arquetipos constituyen los elementos más espirituales del inconsciente.

    ¿Vos has sentido alguna vez la lucha pujante entre pulsiones de vida y de muerte, de luz y de oscuridad, en ese campo de batalla en el que se transforma el escenario de tu alma?; ¿experimentás que a veces vence la pulsión oscura de la muerte y otras la fuerza irresistible de la vida?

Texto 4.

    Al inconsciente sólo se lo conoce de un modo indirecto, mediante los sueños, los actos fallidos o “lapsus”, los test proyectivos, algunos síntomas profundos de la psiquis, las fobias, las obsesiones, las percepciones subliminales o a través de la práctica terapéutica de la hipnosis.

    El inconsciente está cargado de energía psíquica y en constante evolución. Se encuentra estructurado por los instintos y las representaciones simbólicas. Su modo de actuar es primario y primitivo.  Literal, no analiza. No tiene sentido del humor. Las más grandes ridiculeces las  presenta de una forma solemne o -al contrario- trivializa cuestiones importantes. No tiene registro de intensidad. Para él todo es igual. Lo mezcla según su antojo. Tampoco distingue entre pensar y hacer. Además no capta el “no”, ni los límites. Tiene una ausencia absoluta de cronología ya que no reconoce pasado, ni futuro, tan sólo advierte el presente. Para él no existe el tiempo, ni la memoria, ni la historia sino el momento actual. De allí que puede combinar imágenes del pasado con las del presente en una sola representación.

Tampoco conoce el concepto de contradicción: puede juntar sucesos antitéticos, contradictorios e imposibles. No posee un lenguaje abstracto, reflexivo o conceptual. Sólo tiene un lenguaje simbólico. No utiliza la lógica formal. Maneja su propia lógica simbólica expresada en el relato narrativo que se presenta en el “argumento” de los sueños. De allí que uno puede contar a otro un sueño ya que los mismos otorgan, desde esta lógica, un relato o argumento.

El inconsciente tampoco hace diferencia entre realidad interna y externa. Se rige por el principio del placer y el deseo. No soporta el displacer. Los elementos reprimidos –aquellos que son olvidados adrede- se encuentran en el inconsciente. Los miedos, fobias, fantasías y traumas se depositan en él. No están “anestesiados”, ni “dormidos”. Al contrario resultan bien vivos y despiertos, operantes y actuantes aunque nosotros no nos debemos cuenta. En general se reflejan en nuestra conducta sin que nosotros seamos conscientes de ello. 

    En el inconsciente no sólo está placer sino también el temor, alimento de pesadillas y miedos profundos. El goce y el horror se encuentran allí. No son dos inconscientes distintos sino una misma realidad psíquica considerada desde diversos ángulos. 

    En general  los contenidos del inconsciente -sobre todo los contenidos reprimidos- pueden volver a ser conscientes a través de su reconocimiento y de la implementación de distintas técnicas. 

    Existe además un inconsciente colectivo que es un conjunto de imágenes simbólicas y  predisposiciones compartidas en todas las culturas que se manifiestan en la conducta personal y social,  propagándose a lo largo del tiempo, de forma universal. Así como hay un inconsciente personal, hay también un inconsciente común, compartido, impersonal y colectivo: es el “alma del mundo”.

Este inconsciente incluye símbolos e imágenes comunes a toda la humanidad. Por eso hay símbolos que no necesitan ninguna explicación y que cualquier persona, de cualquier edad y condición, de cualquier cultura e idioma los captan y comprenden como un lenguaje universal.

Texto 5.

La Biblia no es un manual de psicología o de psiquiatría y nunca menciona la palabra "inconsciente" específicamente -ya que éste es un término técnico de la psicología profunda- sin embargo, existen pasajes que, de alguna manera, aluden indirectamente a él o lo presuponen; por ejemplo cuando habla del “corazón” o del “alma” (Cf. Mt 12, 34; 17, 9; Hb 12, 15).

    En la Biblia, por otra parte, son muy frecuentes los sueños. No me refiero a los sueños naturales de los cuales hemos estado hablando sino de “sueños sobrenaturales” comunicados como don de Dios. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios habla a los seres humanos cuando éstos duermen y sueñan. Así lo hace con Abimelec, Jacob, el Faraón de Egipto, Salomón, Nabucodonosor y José, el esposo de María para anunciar -nada menos- que el embarazo de su esposa y el nacimiento del Hijo de Dios.

    A veces sólo Dios conoce la interpretación de los sueños. Los casos del Faraón de Egipto y Nabucodonosor, Rey de Babilonia, lo demuestran. Esos sueños requieren de intermediarios por los cuales Dios revela sus designios, como sucede en el Antiguo Testamento, cuando Dios elige para esta función interpretativa al patriarca José y al profeta Daniel.
   
    Recordemos brevemente la historia de José que -por celos- fue vendido por sus hermanos y conducido a Egipto. Allí lo compró el general de las tropas del Faraón. Gracias a su laboriosidad, rectitud y honestidad, su amo lo nombró mayordomo de su casa y administrador de todos sus bienes. Desgraciadamente fue víctima de una calumnia por parte de la mujer del general y resultó encerrado en la cárcel. Dos compañeros de celda, que habían sido servidores del faraón, le contaron a José unos sueños que habían tenido y éste los interpretó. A los pocos días ambos fueron liberados. Pasó el tiempo y en una cierta ocasión avisaron a José que el Faraón requería su presencia porque había tenido un sueño y no podían explicarlo ninguno de sus magos.

Cuando José escuchó el sueño del  Faraón, no sólo lo interpretó sino que también le aconsejó acerca de lo que debía hacer: vaticinó siete años de abundantes cosechas y otros tantos de hambre. Se convirtió, entonces, en el sabio consejero del Faraón. Cuando sus hermanos fueron a solicitar alimentos para su país, José se hizo reconocer y se reconcilió con ellos que lo habían antiguamente vendido. El don de interpretar los sueños de José fue una manifestación de la providencia de Dios que asistió al cuidado de sus hijos, aún en medio de las necesidades más elementales y de las circunstancias sociales más difíciles como el hambre (Cf. Gn  39-41).

    También en el Antiguo Testamento se narra la historia del profeta Daniel, el cual tiene cierta similitud con José. Daniel estuvo sirviendo al rey Nabucodonosor, cuando los judíos estaban exiliados en Babilonia. Se convirtió en consejero al interpretar un sueño del rey. Como todos los sabios fueron incapaces de revelarlo, Daniel se presentó ante el rey y no sólo le contó el sueño sino que lo interpretó, gracias a lo cual salvó su vida. Este suceso hizo que Nabucodonosor nombrara a Daniel gobernante de Babilonia y fuera el principal de todos los sabios (Cf. Dn 2,48). Dios había otorgado a Daniel la habilidad de interpretar sueños.

    En el Nuevo Testamento se encuentra el sueño de  José, el esposo de la Virgen María, a quien se le anuncia -por medio del Ángel del Señor- el misterioso embarazo de su prometida (Cf. Mt 1, 19-20, 24). Después del nacimiento de Jesús, acontece la visita de los magos de Oriente. Herodes, el tirano, lleno de envidia quiere matar al niño. José -nuevamente en sueños- escucha el mensaje de Dios transmitido por el Ángel (Cf. 2, 13). Cuando se termina el exilio de la Sagrada Familia en Egipto, de nuevo es Dios -por medio del Ángel- que en sueños le advierte acerca de la muerte de Herodes y confirma el regreso a la patria (Cf. 2,22).

    Parece que el modo -casi habitual- que Dios tiene para comunicarse con este silencioso hombre es a través del lenguaje de los sueños. José no es sólo el custodio de Jesús y de María, es también el custodio de los sueños de Dios. Es quien cuida para que los más grandes sueños de Dios se puedan realizar en la historia a favor de todos.

    En el Evangelio de Lucas, mientras a María, el Arcángel Gabriel le comunica una sola vez el designio definitivo de Dios que ella, libremente, acepta; en el Evangelio de Mateo, a José se le comunica en sueños repetidas veces. Para María, la comunicación divina es en la vigilia, para José se realiza misteriosamente a través de los sueños. Para María es -nada menos- el Arcángel Gabriel, el Mensajero de Dios. Para José es el Ángel del Señor, una expresión que en la Biblia no designa a un ángel en particular sino -más bien- la presencia sobrenatural de Dios o de una acción divina como es, en este caso, el sueño que se comunica para revelar los misterios.

    En estos casos mencionados -tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento- los sueños son también parte de la revelación de Dios, constituyen un medio de comunicación, una de las lenguas más profundas por la que se revela a los seres humanos el designio divino. Esos sueños son una de las formas que adopta la Palabra que Dios.

    Dios no sólo tiene una Palabra para el nivel consciente, como es el en caso de María y de tantos otros en la vida que escuchan la Palabra de Dios y responden. María dice libre y conscientemente: “hágase en mí según tu Palabra”. José, su esposo, en cambio, percibe la Palabra de Dios, con idéntico anuncio, bajo la figura de un sueño revelatorio. La Palabra de Dios para él fue confiada a su inconsciente.

    El alma humana puede recibir y aceptar el misterio de la única Palabra de Dios, tanto en su nivel consciente como en su nivel inconsciente. La Palabra de Dios es para todo el ser humano, abarca toda su alma, consciente e inconsciente. Hay una Palabra de Dios que no sabemos cómo la recibimos y –sin embargo- está allí en lo profundo de nuestro espíritu, en sus niveles más hondos, en lo secreto de nuestras raíces más abismales. Hasta allí llega la Palabra soberana de Dios que se pronuncia.

    La gracia de Dios purifica las raíces últimas de aquellas tendencias egocéntricas que se esconden en el inconsciente. Allí  donde no podemos llegar con nuestra propia voluntad y libertad. Sólo Dios -con su gracia- ingresa al mundo del inconsciente para purificarlo. Los autores espirituales las han llamado “purificaciones pasivas” del alma ya que en ellas el espíritu no puede intervenir activamente sino únicamente disponerse para que Dios obre, purifique y sane.

    ¿Alguna vez has tenido algún sueño con Dios o algún sueño de Dios?; ¿qué te ha dicho y revelado?; ¿cómo se obró en tu vida?; ¿no necesitás sentirte como un niño en las dulces manos de Dios que nos mece mientras soñamos la vida?; ¿no querés que Dios te cante al oído su canción de cuna?

Texto 6.

    En la Biblia aparecen los sueños de los hombres y los sueños de Dios interpretados por los sabios a quienes se les concede este don. Incluso también en una ocasión se nuestra a Jesús dormido, en medio de la barca, mientras sus discípulos están en el lago luchando contra un fuerte viento. Quizás ese Jesús dormido haya estado soñando. Lo cierto es que en algunos momentos los sueños son medios por los cuales Dios da a conocer su Palabra. Es otro modo de pronunciarla.

    Es así como el  mundo espiritual asume toda la interioridad humana, consciente e inconsciente. La Palabra de Dios y la gracia son para toda la persona. Hay una Palabra de Dios que es para el consciente, cuando libre y voluntariamente la escuchamos y hay una Palabra de Dios para el inconsciente. Es la misma Palabra que se pronuncia, ya sea en el nivel consciente o en el nivel inconsciente de nuestro espíritu. La Palabra -como semilla tirada en lo profundo de nuestra tierra- duerme y fructifica a su debido tiempo, sin que nosotros sepamos cómo (Cf. Mc 4, 26-27). Allí –en las honduras de nuestro ser- la Palabra de Dios sigue viva, eficaz y operante. Ella hace su trabajo: se mueve, ilumina y purifica sin que nosotros podamos advertirlo y explicarlo.

    Cuando el corazón se dispone, siempre escucha la Palabra. La recibe consciente y también inconscientemente. Las dos son capacidades que tiene el espíritu humano. Una sola Palabra de Dios es la que abarca todas las “capas” del alma y llega desde los niveles más superficiales a los más profundos de nuestra “topografía”  interior. 

    Los sueños nos revelan que el espíritu humano, incluso en el nivel del inconsciente sigue vivo, creativo y activo. Hay sueños que, como nos enseña la Biblia, pueden revelarnos una secreta Palabra de Dios para nuestra vida. No hace falta ser profeta para tener esos sueños. Compartimos los sueños de Dios cuando nos abrimos a su gracia, contemplando los misterios que habitan nuestro interior. De todas las características que posee el espíritu humano, soñar es la que más nos asemeja a la imagen de Dios. Él nos dio esa capacidad.

Soñar es proyectar, crecer, conquistar, crear, cambiar, mejorar. Los sueños son una energía necesaria para el espíritu. Constituyen su motor. Nos permiten ver lo invisible, creer lo increíble y lograr lo imposible. Hay algunos sueños que son revelaciones de Dios. Si  asumimos esos sueños como Palabra que Dios nos envía, vendrán los días en que su Espíritu cumplirá esas visiones (Cf. Ez 12,23)  y los sueños de Dios coincidirán con nuestros propios sueños y su deseo se transformará en el nuestro: ¿vos qué es lo que más anhelas y pedís a Dios que te ayude a cumplirlo?; ¿qué sueños ya has alcanzado y cuáles aún no has podido concretar?; ¿en qué sueños estás empeñado?…

Texto 7

    El sueño no es sólo la actividad onírica que tenemos cuando dormimos. También se ha convertido en metáfora de los anhelos, deseos, esperanzas, proyectos y alcances futuros que cada uno tiene. A veces soñamos por nosotros y también soñamos para otros. Queremos que alcancen sus metas y amplíen sus horizontes. Hay gente que se merece que le vaya bien. Hay quienes deseamos -de verdad-que sea mejor este camino,  no siempre fácil, de la vida. Rezamos por ello y por ellos.

Sabemos que existen momentos en que la existencia tiene precios cotidianos que hay que pagar continuamente. La sabiduría del Evangelio dice que a cada día le basta su afán. A veces somos esforzados peregrinos que nos vamos dando aliento unos a otros, mientras todos padecemos el mismo cansancio. Dios seguramente pronto nos acercará un pequeño oasis y nos ayudará a cumplir algún sueño aunque sea modesto, no importa.

    En este mundo, no sólo el ser humano es un espíritu soñador que tiene alas en el alma. Hasta pareciera que todos los seres  sueñan: la gota de rocío con su rosa; la mano con su caricia; la brisa con el mar, el día con la noche, el otoño con su dorado jardín…

    Dios también sueña y hasta los sueños sueñan su propio sueño. Anhelan poder realizarse y prodigar un poco más de alivio y felicidad a los seres humanos. Todo sueña con su luz, con su destino y su camino. Todo espera un final feliz. Un merecido descanso y un tiempo sereno de paz en que los sufrimientos se acallen, quietos y calmados.  

    Los seres humanos no sólo soñamos cuando dormimos. También soñamos para sentirnos vivos. Soñar no es sólo una actividad nocturna del inconsciente es también un compromiso existencial. Cada uno sueña a su medida y según sus posibilidades. Es preferible soñar cosas pequeñas a no soñar nada. Se sueña para seguir estando vivos. Se sueña porque precisamos de la esperanza y queremos un mundo mejor. Quizás porque aspiramos a que nuestro propio mundo personal, sea un poquito mejor.

    Te propongo que pidas un deseo, que sueñes un sueño posible, que moldees una pequeña esperanza, que ensayes un humilde logro. Pide un deseo, el que más quieras. Hay vientos favorables, están llegando días buenos, la suerte cambia con cada moneda. ¡Que no se rinda el corazón! Siempre hay algo por soñar y esperar, algo que nos mantiene en vilo y expectantes, con las cosquillas de la ansiedad en el cuerpo y el movimiento de la sangre en los latidos. El tiempo y la vida se hermanan y te esperan. Se ponen en los atajos de tu camino para que los alcances. No renuncies, persiste hasta que lo consigas. Se escribe el destino con cada esperanza. Se arma un nuevo paisaje con cada camino. No es desatino seguir insistiendo. Sólo hay que saber soñar. Que no se rinda el corazón. Siempre hay algo que desear. Hay que desear todo, incluso a Dios. La vida que te espera es el amor. ¡Que más desear!