La virtud de la paciencia

martes, 15 de julio de 2008
image_pdfimage_print
Hermanos, estén alegres cuando sean probados porque la prueba de su fe engendra la paciencia.

Nuestro corazón muchas veces se inquieta. Las circunstancias de la vida hacen que aceleremos el tranco, perdamos el rumbo y así, dejando de ser dueños de nosotros mismos, impacientes en el caminar, no podemos aprovechar todo lo bello y hermoso que la vida tiene para ofrecernos. Cuando nos impacientamos no sabemos disfrutarla, y pareciera que los problemas pueden más que nuestra capacidad de gozar.

Jesús nos dice: “Aprendan de mi, que soy paciente y humilde de corazón”

Un sacerdote amigo (el padre Carlos Heredia, ya fallecido), que se caracterizaba por el tezón con que luchaba contra la ansiedad, para lograr ser paciente, solía bromear diciendo que le pedía a Dios: “Señor, dame paciencia, pero dámela ya”. A veces a nosotros también nos pasa esto: queremos paciencia, pero la queremos ya, siendo que lo más contrario a la paciencia es querer conseguirla rápidamente.

Para tener paciencia hay que ser paciente. Aunque parezca una redundancia.

La virtud de la paciencia nos ayuda a soportar nuestras tribulaciones, a saber perseverar serenos en medio de los sufrimientos de la vida, sin perder nuestra referencia primera: el amor de Dios.

La paciencia suaviza las penas, evita el enojo y las quejas excesivas. Aleja lo que en palabras del padre Ángel Rossi es esa queja existencial, esa queja permanente ante la vida, como si nada nos conformara. Allí la impaciencia, que evidencia falta de aceptación de lo que nos pasa, es una negación de que todo lo que ocurre está en manos de Aquél que lo permite todo a favor nuestro.

La paciencia guarda nuestras buenas obras, como una vigía. Nuestro buen obrar muchas veces es atacado, por nuestra propia naturaleza herida, por las circunstancias en que vivimos, por la acción del mal que cuando nos ve avanzar, empieza a sacudirse queriéndonos sacar del buen camino. A menudo, el ambiente social no tolera que alguien comience a vivir de una manera distinta. También ocurre a veces que nosotros mismos somos una contradicción frente a las propuestas que hacemos de cambiar de vida, de ser más buenos, de vivir mejor.

Como decía el apóstol San Pablo, “hago el mal que no quiero y no hago el bien que quisiera hacer”. Dentro de mí mismo hay una contradicción. Frente a estas fuerzas contrarias al buen obrar, la paciencia –que reconoce estas presencias- aparece como guardiana, centinela, como compañera de camino para no dejarnos arrebatar de allí donde el corazón se decidido con determinación a permanecer en lo bueno. A ser bueno, hacer el bien, y hacer bien el bien, no de cualquier forma sino viviendo de una manera excelente. No con la excelencia de la exigencia de lo que debería ser, sino con la excelencia que pone la caridad en el corazón. El amor por hacer mejor las cosas es lo que guía y fortalece nuestras rectas intenciones.

No sólo los escritos espirituales dan fe de la importancia de la paciencia. Una vez le preguntaron a Guillermo Pitt, un importante pensador inglés, cuál característica era la más relevante que debía tener un líder comunitario. Los entrevistadores esperaban respuestas tales como “la elocuencia”, “el conocimiento”, “la capacidad en el trabajo”. Sin embargo él contestó: “es el dominio de sí mismo lo que debe acompañar a un líder.”

No hay mayor prueba para la paciencia que el autocontrol, frente a los embates diarios en torno a los cuales la búsqueda de vivir en la caridad se ve amenazada.

Hay cinco grandes causas del sufrimiento, que ponen a prueba la paciencia y vienen como a robarnos la sonrisa, la felicidad. La paciencia, como guardiana de la felicidad, puede defendernos de estas circunstancias que, con mayor o menor peso, aparecen en distintos momentos atentando contra nuestra estabilidad.

1) Una, muy simple, es el asalto del tiempo. Se trata del frío o el calor excesivo, las tormentas violentas, la sequía, la alta humedad, las inundaciones, los terremotos. Estas pruebas a menudo fortalecen la fe, recordándonos que Dios es el Señor de todo. Hay que afrontarlas con la paciencia del reconocimiento del señorío de Dios, por más que nos descoloquen grandemente por su tremenda acción. Debemos aprender a pasar en Dios estos momentos, y a acompañar a quienes lo pasan.

2) Otra causa son las necesidades de nuestra frágil naturaleza: la fatiga, la enfermedad, el hambre, la sed. Dios permite estas cosas para que nosotros, en espíritu penitencial sepamos ofrecernos. El mayor de estos sufrimientos es la pena causada por la muerte de un ser querido, es un dolor que a veces dura toda la vida. Cuando el Señor nos invita a ser pacientes, nos propone cargar todas nuestras penas junto a Él. Dios nos santifica si sabemos con grandeza de alma cargar con la cruz que nos toca, tal como ésta aparezca.

3) La cruz puede ser también el dolor, la frustración y la irritación por los conflictos vinculares, que aparece en los problemas personales, tanto en el trato con otros como con Dios. En todas estas situaciones que Dios permite, somos puestos a prueba, para purgar la vida, purgar el alma, para purificarnos. Dios también se vale de los otros para elevarnos. Los roces con otros son parte de la vida y tienen un sentido de purificación si al otro lo incorporamos con lo distinto y contrario a nosotros, desde la caridad y con paciencia y diálogo. San Ignacio de Loyola, en las reglas de discernimiento de la primera semana, dice que cuando uno pasa por cualquiera de estas circunstancias de desolación, hay que pensar que pronto uno va a ser consolado. Hay que permanecer con la expectativa, con la atención del corazón puesta en la llegada del consuelo que nos permitirá salir adelante. Entonces lo que hoy padecemos y sufrimos luego será de otro tiempo pasado, será un lugar donde podremos ver cómo fuimos bendecidos por Dios y cómo Dios acrisoló, templó nuestro camino.

4) Cuando recibimos como respuesta a la buena cara, una mala cara. Son los insultos, las acusaciones, los malos entendidos, los desencuentros. Todo ello requiere para ser subsanado el diálogo.

5) También están los sufrimientos que uno a veces encuentra en el servicio de Dios, cuando hay aridez interior, o los escrúpulos nos ganan el corazón, cuando por distraernos perdemos el camino, cuando hay tentación, persecución del diablo. En el combate interior de la vida espiritual se sufre muy duro en ocasiones. Y hay que ser pacientes.

El que sabe de la sabiduría escondida en la cruz, carga y acepta valientemente estas dificultades. Y estos obstáculos, llevados con paciencia, son portadores de un torrente de vida. Por eso Pablo dice que la cruz es la gran sabiduría, es la sabiduría y la fortaleza de Dios, para quien sabe vivir asociado, en alianza de amor con el misterio pascual de Jesús, todas estas circunstancias simples, sencillas y cotidianas. Porque la cruz no es la última palabra. Está la gracias de la resurrección. Siempre detrás de un momento crucificante en la vida, llega un momento pascual, de resurrección, de vida. Quien es paciente, sabe atravesar esos momentos de dolor, porque tiene la mirada puesta en la gracia de la resurrección.

Los santos supieron cómo sufrir con paciencia, con alegría, con valentía cargaron sus cruces, dándose cuenta de que era un don del cielo. Supieron que el camino principal para la salvación es la paciencia en la tribulación.

Conversando días pasados con el Cardenal Jorge Mario Bergoglio acerca del camino de la radio y los problemas que vamos encontrando en la tarea de evangelizar a través de este medio, él me decía: “cuando hay dificultades, es porque Dios está; cuando hay problemas, es porque Dios está allí.” No es que Dios genere el problema sino que Dios está y su presencia hace que todo lo que rechaza de algún modo este don del cielo, comienza a actuar contrariamente al querer de Dios. Pero eso ocurre porque Dios está. Por eso dicen también los maestros de la vida espiritual, que de lo que hay que cuidarse es de las aguas mansas, no de las turbulentas. Porque cuando el agua está tranquila, puede ser que abajo haya mar de fondo. En cambio, cuando el agua está turbulenta, es porque ésta ha sido generada por el paso de Dios. Cuando Jesús invita a sus discípulos a cruzar a la otra orilla, se ponen en camino discipular y es entonces cuando se desata la tormenta.

La paciencia nos permite estar de pie frente a las situaciones que son contrarias al don de gracia para la alegría y la plenitud con que Dios quiere que vivamos.

La paciencia se ejercita cuando resignamos nuestra voluntad a la de Dios y aceptamos nuestras cruces cruces como venidas de su mano. Entendemos que, aún cuando Dios no quiere que eso ocurra, lo permite y es capaz de sacar de las peores circunstancias y momentos, lo mejor. Como de hecho lo hizo el mismo Cristo, en la cruz, Señor de la vida, que tuvo que entrar en contacto con la muerte. Lo peor puede traernos bendiciones y puede transformarse en la mejor situación si la sabemos aprovechar.

La crisis es una oportunidad.

Cuando le pedimos ayuda a Dios es probable que no nos quite el peso sobre los hombros, pero seguro nos fortalecerá para poder llevarlo. Hay que pedir la fortaleza y la paciencia para saber atravesar bien las circunstancias negativas de la vida.

La paciencia no excluye el deseo del alivio. Al contrario, hay que decirse a uno mismo “no hay mal que dure cien años”. Todo pasa. Como dice la oración de Santa Teresa de Jesús:

Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda.

La paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta.

Dios se queda. Esperar en Él es lo que nos permite ser pacientes.

Hay que suprimir el murmullo contra lo que nos pasa. Quitar de adentro las expresiones “basta ya”, “!hasta cuándo!”, “todo me pasa a mí, pareciera que todos se la agarran conmigo…”

Ninguno es tentado por encima de sus fuerzas, dice el apóstol San Pablo. Todos nosotros tenemos la fortaleza para poder sobrellevar las cargas que tenemos con grandeza, con paciencia. Dios nos va acrisolando nuestro corazón, permitiéndolo soportarlo todo.

La paciencia pone a la luz las grandes fortalezas escondidas dentro del corazón: la grandeza de ánimo, la capacidad de soportar los pesos para llevarlos hasta donde se supera la debilidad, la resistencia. Cuando uno se encuentra con vidas heroicas, se da cuenta de esto. Por ejemplo, los sobrevivientes de los campos de concentración que salieron fortalecidos, asombran por la capacidad de resistencia de estar vivos, de creatividad para sostener la vida. Francois Van Tuan, el obispo vietnamita encarcelado, que se las ingenió para celebrar misa a diario en su celda, con un pedacito de pan y un poquito de vino que logró ingresar en un frasco de remedios. Desde la paciencia fue convenciendo a los carceleros para que llevaran un trato más humano.

Es edificante ver en estas personas la paciencia y la fortaleza. Al igual que ellos, tengo que hacer surgir lo mejor de lo mío en los momentos más complicados. Nuestra naturaleza herida por el pecado valora la comodidad, el placer, la calidad de vida. Cuando eso se transforma en un valor absoluto, pareciera que no se puede incorporar el sufrimiento y el dolor. Sin embargo, con paciencia se los puede integrar positivamente. Hay que aprender a sobrellevar la cruz durante toda la vida.

La persona adulta y madura es capaz de incorporar de un modo positivo las circunstancias que atentan contra su felicidad. La vida matiza momentos de dolor con momentos de sosiego. Ser pacientes nos permite dejar aflorar lo mejor de nosotros.