22/11/18 – En el Evangelio de hoy Jesús llora el pecado de su pueblo. Nos hagamos uno, desde nuestras lágrimas, con las lágrimas de Jesús; lloremos nuestros pecados para que Dios pueda habitar en nosotros y nos transforme en testigos y mensajeros de la paz.
Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: “¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios”.
Lc 19,41-44
La visita de Jesús es la nueva oportunidad que siempre tiene el pueblo de Dios para volver a escuchar a Dios, para ser restaurado y consolado. Cuando las preocupaciones de la vida toman el corazón, nuestra conciencia y mentalidad van tomando también nuestro modo de mirar, sentir, pensar, obrar y de esa manera se cierran los ojos a la Revelación de Dios.
La propuesta de Jesús es aceptar lo que te pasa y te pasó, y dar un paso más dejando de lado los juicios y prejuicios y animarte a pedir perdón, a que te pidan perdón y puedas perdonar.
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