24/10/2024 – Vamos a reflexionar sobre un pasaje del Evangelio que probablemente nos desafíe y nos incomode, pero que es crucial para nuestra vida cristiana. Estamos en Lucas 12,49-53, y Jesús nos dice algo que puede desconcertarnos: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!”. Un mensaje que nos hace pensar en el propósito de ese fuego, en su poder transformador, y en lo que significa para nuestras vidas.
Jesús dijo a sus discípulos:«Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.» san Lucas 12, 49-53
Hoy se publica la carta encíclica “dilexit nos”, del Santo Padre Francisco, sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo. Es la cuarta encíclica del pontificado. Intención: “del amor del señor que iluminen el camino de la renovación eclesial; pero también que digan algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón”.
Los Evangelios suelen presentarnos a Jesús como una persona paciente, que habla del amor, que invita al perdón, a la comprensión. De hecho, el mismo Evangelio de Lucas pone el acento en estas delicadezas que caracterizan el mensaje de misericordia de Jesús. Por eso, a veces, si leemos algunos pasajes del Evangelio podemos sorprendernos.
Si nos quedamos solo en ese Jesús paciente, bondadoso y cariñoso sería una visión parcial de su persona y se corre el riesgo de pensar que Cristo como alguien desprovisto de firmeza, de decisión y de convicciones sólidas pero, en el Evangelio de hoy vemos que esto no es así, Jesús tiene firmeza.
El Bautista anunció, refiriéndose a Jesús: “yo los bautizo con agua, pero viene el que es más fuerte que yo: él los bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,16). El fuego con el que Jesús quiere incendiar el mundo es su luz, su vida, su Espíritu. Ése es el Bautismo al que aquí se refiere: pasar, a través de la muerte, a la nueva existencia e inaugurar así definitivamente el Reino.
Ésa es también la “división”, porque la opción que cada uno haga, aceptándole o no, crea situaciones de contradicción en una familia o en un grupo.
Decir que no ha venido a traer la paz no es que Jesús sea violento, que incite a la división, al desencuentro. Él mismo nos dirá: “mi paz les dejo, mi paz les doy”.
La paz que él no quiere es la falsa: no quiere ánimos demasiado tranquilos y acomodados al momento. No se puede quedar uno neutral ante él y su mensaje. El evangelio es un programa para fuertes, y compromete.
¿Nos hemos dejado nosotros contagiar ese fuego? Cuando los dos discípulos de Emaús reconocieron finalmente a Jesús, en la fracción del pan, se decían: “¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?”.
Cada vez que participamos de la Eucaristía, que escuchamos la Palabra de Dios, ¿nos calientan en ese amor que consume a Cristo, o nos dejan apáticos y perezosos, en la rutina y frialdad de siempre? Su evangelio, que a veces compara con la semilla o con la luz o la vida, es también fuego.
Que bueno poder renovar hoy la certeza de un Dios que está y camina al lado nuestro, que nos ama pero nos coloca límites cuando hace falta, que es un accionar propio de una padre. Así nos da la certeza de que Dios quiere lo mejor para tu vida. El fuego del amor de Dios viene a iluminar hoy nuestro camino”.En tiempos en los que si hay algo que nuestro mundo necesita es paz y paz en abundancia, llama la atención estas palabras de Jesús. La paz no es la ausencia de problemas. La paz es un gran bien y fruto del Espíritu. Pero no puede identificarse con una tranquilidad a cualquier precio, no es no tener problemas. Cristo es -ya lo dijo el anciano Simeón en el Templo- “signo de contradicción”: optar por él puede traer división en una familia o en un grupo humano.
A veces son las paradojas las que mejor nos transmiten un pensamiento, precisamente por su exageración y por su sentido sorprendente a primera vista.
Pero, ojo, que no se trata de provocar conflictos sin sentido, sino de ser coherentes con el Evangelio, aun cuando eso traiga dificultades. Si seguimos a Jesús, a veces vamos a tener que nadar contra la corriente. Es inevitable que surjan momentos en los que tengamos que defender nuestros valores, nuestras creencias, aunque eso nos cueste.
El Reino de Jesús se construye sobre la paz, pero ¿por qué entonces el mismo Jesús nos advierte que su llegada no trae paz sino división? Esto es porque la lógica del Reino de Dios es tan distinta, tan contracultural, que, cuando intentamos vivirla, inevitablemente chocamos con el sistema de valores que predominan en el mundo.
¿Qué nos pide Jesús? Nos invita a perdonar, a amar a nuestros enemigos, a poner la otra mejilla, a vivir con misericordia y a luchar por la justicia. Nos propone una vida de servicio, de amor desinteresado, de buscar que nadie pase necesidad. Y todo eso… cuesta. Nos cuesta profundamente, porque implica un cambio radical en la manera en que vivimos, en la forma en que vemos a los demás, y en nuestras prioridades.
El problema es que esta propuesta del Evangelio va en contra de lo que el mundo de hoy nos ofrece. Mientras el Reino de Dios nos habla de sacrificio y humildad, la sociedad nos vende la seguridad, el confort, el egoísmo, y el éxito personal por encima de todo. En un mundo donde importa más el aparecer que el ser, donde se nos enseña a vivir para acumular, poseer y aparentar, el mensaje de Jesús resulta un desafío. La coherencia con el Evangelio nos pone, inevitablemente, en conflicto con esos valores.
Este choque, muchas veces, provoca tensiones, conflictos e incluso violencia. No porque Jesús promueva la violencia, sino porque vivir su mensaje desenmascara las injusticias y la falsedad del sistema. Y frente a esto, no podemos ceder ni adaptarnos a las lógicas que oprimen y deshumanizan. Tampoco buscamos el conflicto por el conflicto mismo, sino que, fieles a nuestra misión, somos llamados a ser constructores de paz. Pero esa paz no es conformismo, ni renunciar a nuestras convicciones. Es una paz activa que busca transformar este mundo desde la verdad y el amor.
Hoy te pregunto: ¿cómo enfrentás esos choques en tu vida? ¿Cómo vivís la coherencia del Evangelio en un mundo que a veces parece estar en la dirección contraria?
Este fuego también nos lleva a estar en movimiento, a no conformarnos. Porque el discipulado no es estático, es dinámico. Nos pide actuar, hacer, comprometernos. Jesús desea que ese fuego arda en cada uno de nosotros, porque es el fuego que enciende el amor, la justicia, la verdad. Si hoy sentís que tu vida de fe está apagada o fría, pedile al Señor que encienda de nuevo ese fuego en vos. Es un regalo que está al alcance de todos.
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