26/09/2018 – María Gloria Ladislao reflexionó esta vez sobre la voz como modo de expresión, sobre sus matices e inflexiones. En ese sentido, la biblista comenzó recordando que “el Evangelio de San Juan nos enseña a reconocer la voz del Buen Pastor que nos llama”. Por otra parte, destacó que “la ciencia de la física establece que para que exista sonido se requieren tres elementos: un cuerpo que vibre, un soporte físico por el que pueda transmitirse y una caja de resonancia que amplifique esas vibraciones, permitiendo que sean percibidas por el oído”. Ladislao indicó también que “en la tarea evangelizadora uno de los recursos más usados es la propia voz. Con ella podemos sugerir, ordenar, suplicar, susurrar o gritar. Con nuestra voz damos idea de miedo, de seguridad, de marcialidad, de amistad, de aprobación, de rechazo, de cercanía o de lejanía. Tenemos que ejercitar esas sutilezas que ella provoca para mejorar nuestra comunicación”.
La especialista en sagradas escrituras manifestó que “quien proclama la Palabra de Dios debe conocer y compartir lo que se va a proclamar. Es importante que conozca los recursos técnicos y tenga una disposición interior adecuada al hacerlo. Se dirigirá con soltura al ambón de la lectura y después de la proclamación se retirará sin apresuramientos, ya que su ministerio tiene, en ese momento, una importancia fundamental. Es conveniente que conozca antes el texto y lo haya leído al menos una vez para evitar tropiezos y trampas fonéticas. Esto le permitirá además encontrar el ritmo y los tonos de la lectura. Durante la proclamación, será bueno que lea lentamente, haciendo pausas breves, sin apurar la lectura. En algunos momentos mirará a quienes escuchan lo que proclama. Les dará así la sensación física de la inclusión en su lectura”.
En cuanto a la voz de Jesús como el Buen Pastor, la biblista recordó que “el pasaje donde las ovejas conocen esa voz en el Evangelio de Juan, en el capítulo 10. Y también cuando María Magdalena escucha la voz del Buen Pastor Resucitado, en el capítulo 20 de Juan. Allí, cuando María Magdalena llora, el Jardinero la llama por su nombre. El evangelista Juan quiere presentar a María de Magdala como el modelo de discípulo, porque ella oye la voz de Jesús y lo reconoce al oírlo, se abren sus ojos pronunciando su nombre. María Magdalena, como la Esposa del Cantar de los Cantares, se levanta de noche a buscar. Porque el amor busca. No se resigna ni soporta la ausencia ni la idea de la muerte. Busca, de noche, al alba, en el jardín. Como en la espera de la primera creación, se sitúa en el mismo escenario de la primera página del Génesis. Y el nuevo Adán se le manifiesta porque el amor la había impulsado a buscarlo al Señor.. Y Jesús envía a María Magdalena a buscar a sus hermanos y a hacerla la gran heraldo de la Vida, del Amor y de la Esperanza. Es ella la primera en anunciar la buena noticia de la Resurrección. Esta mujer encarna la diaconía teologal de la fe, de la esperanza suprema: no sólo el Amor fuerte como la muerte, sino el Amor más fuerte que la muerte”.
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