La vuelta de Jesús al Padre

viernes, 4 de marzo de 2011
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“Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes están tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. Aquel día no me harán más preguntas.

Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, Él se lo concederá en mi Nombre”.

 

                                                                                        Juan 16,20-23

 

Ven a llenarnos Espíritu de Dios

 

Semejante a un niño y la mujer que lo ha dado a luz, que lo padeció con dolores en el parto, pero que luego se olvida porque goza de la presencia de esta nueva criatura. En la generación de la vida nueva, el encuentro entre el Espíritu y María, el Espíritu y la Iglesia, la eclesialidad y el Espíritu en María, es la gestación de la vida nueva. Por eso junto al himno del venicreator,  queremos orar pidiéndole al Espíritu creador que visite nuestras mentes y llene de gracias celestial los corazones que Él mismo ha creado. Hay una promesa presente a lo largo y a lo ancho de las escrituras, pero por sobre todo en el Nuevo Testamento, “Dios quiere llenarnos del Espíritu Santo, llenarnos de Gracia”. En el Nuevo Testamento encontramos tres verbos y tres imágenes que expresan la venida del Espíritu Santo a nosotros: Ser bautizados con el Espíritu Santo, Mateo 3,11; Juan 1,33; Hechos de los Apóstoles 1,5. Ser revestidos del Espíritu Santo, como dice Lucas 15,41; o Hechos 6,5 y llenarnos del Espíritu Santo. Este llenarnos es el modo en el que vamos a pararnos hoy en más a menudo, en el que el Espíritu quiere vincularse con nosotros. El viene a esto, a llenarnos de su plenitud.

Se dice de Jesús que, lleno del Espíritu Santo regresó del Jordán y se introdujo en el desierto. Lleno del Espíritu Santo se dice que estaba, Juan el Bautista, Isabel y Esteban, y nosotros deseamos profundamente en el comienzo de esta etapa del camino, en el que juntos queremos despertar con María y su radio a llenarnos de la vida nueva en el Espíritu. Hay lugares vacíos en nuestro interior donde necesitamos de esta gracia de plenitud, donde el Espíritu viene a colmarnos.

Te invito a que reconozcamos qué vacíos hay en nosotros donde necesitamos que vuelva a manifestarse el soplo del Espíritu para llenarnos de la plenitud de su presencia. Hay vacíos en las relaciones, hay vacíos y distancias que en el tiempo nos pusieron lejos unos de otros, hay vacíos interiores, hay sin sentidos en nuestra vida, hay momentos del día donde nos sentimos que no valemos, que no importamos, que nadie nos aprecia ni nos quiere o que lo que hacemos no es lo suficientemente valorado. Los vacíos de la vida y la necesidad de reencontrar sentido a lugares donde el vacío nos deja en la oscuridad, sin luz, como en un pozo. Vacíos interiores que le pedimos a Dios en su Espíritu venga a llenarlo con su presencia.

Hay una expresión, particularmente vinculada a este llenarnos del Espíritu, en Hechos de los Apóstoles 2,4 que dice: “Todos, María, los Discípulos y los que estaban en el ambiente, más aún los que participaban después de la efusión de aquel primer Pentecostés quedaron llenos del Espíritu Santo”.

Es decir cuando hablamos de estar llenos, hablamos de estar plenos. La plenitud de la vida en el Espíritu, es una promesa hecha realidad. Se le llama gracia a este don del Paráclito porque cuanto nos ha dado es gratis, no es merecido. Gratuitamente lo hemos recibido, no por nuestros méritos, sino por voluntad divina. Y le pedimos a Dios que repita aquel acontecimiento de hace 2000 años. En lo que la iglesia a reconocido a la luz de el magisterio de Juan XXIII, un nuevo Pentecostés, para un nuevo nacimiento eclesial, dirá Juan Pablo II, una nueva evangelización para un milenio nuevo, como este que estamos viviendo, en el que se pone en juego la vuelta a los orígenes de la vida eclesial, tal cual no los enseña y no los presenta el Concilio Vaticano II en sus diversas enseñanzas. Ponernos en contacto con el origen, se nos ha pegado polvo en el camino, se nos ha pegado estructuras y modos. Ejercicios del ser cristiano que merecen ser revisados, repensados y reubicados en el contexto nuevo de lo social, del mundo que se abre delante de nosotros, sin por eso perder, por el contrario, revitalizando lo que nos dio a origen. Es una promesa la del Espíritu hecha realidad. Se le llama gracia a este don del Paráclito porque cuanto nos ha dado es así, a manos llena. Es gracia que llena el alma, que llena el corazón de la presencia, más con dones que con todo lo que el viene a darnos. Viene a habitarnos interiormente con todo sus dones, viene Él en persona, la tercera persona de la Santísima Trinidad a revitalizar nuestra vida.

La secuencia de Pentecostés dirige al Espíritu Santo la siguiente súplica, llena el fondo del alma divina luz, y una antífona del siglo décimo, que se sigue utilizando en la liturgia es: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama, el fuego de tu amor”.

Qué quiere decir que Dios da la gracia a los humildes y que viene a llenar y a colmar nuestro corazón de su presencia en el don del Espíritu. Se lo pregunta San Agustín y contesta: Quiere decir que Dios va a comunicar el Espíritu Santo, que va a llenar el corazón de los humildes, quiere decir que viene a colmarlos del don del Espíritu Santo. Es lo que pedimos con las palabras y es nada más y nada menos que lo siguiente, que se realice para nosotros una nueva efusión del Espíritu, que podemos participar de un nuevo Pentecostés para que seamos colmados en aquella promesa hecha realidad ya en la persona de Cristo, en quien vivimos, nos movemos, existimos como parte de su cuerpo. Somos nosotros también del Espíritu Santo, en Él. El alma del cuerpo total de Cristo es el Espíritu, nosotros injertados en ese cuerpo total necesitamos para hacer nuestro mejor aporte en el compromiso por vivir en comunión y ayudar al desarrollo a la plenitud de lo que falta a ese cuerpo de Cristo, vincularlo de una manera nueva desde este Pentecostés nuevo al Espíritu Santo, que venga a llenar nuestro corazón.

Reconocer el vació existencial de la propia vida y que podamos clamar desde ese lugar con un gemido interior nuevo, por gracia del Espíritu, diciendo en un susurro o en un grito que venga y que colme la vid, en ese de la existencia donde nadie está, donde estamos solos y en el vacío y en donde las cosas no tienen sentido. Hay lugares en el corazón que se manifiestan como dolorosamente vacíos, por ejemplo en el nido vacío, como lo sufren muchos padres cuando los hijos comienzan a volar, es el vacío que dejó la muerte de un ser querido, es el vacío que genera la distancia de un amor que se ha desvanecido, es el vacío que se produce por una crisis que en carne propia se siente como distancia y como vacío, es un vacío de las preguntas claves. Vacío existencial que produce un mundo que no ofrece muchas alternativas para buscar en él mismo las respuestas a nuestros grandes deseos de plenitud y de felicidad. Es el vacío que deja el pecado cuando nos engaña con su discurso de felicidad aparente pero que cuando pasa nos deja el sabor amargo en el corazón de la mentira.

Desde esos lugares te invito a que le pidas al Espíritu que te llene. Ven a llenarnos Espíritu de Dios, ven con tu fuerza, con tu luz, con tu gracia, llénanos de tu presencia Espíritu Santo. Que sea el don de tu amor el que llene nuestro interior. Llénanos de la gracia del cielo, a nosotros que necesitamos ser recreados en vos.

 

 

 

 

Por el Espíritu Santo volvemos a Dios

 

Por la primera creación, nosotros somos criaturas de Dios, por la segunda creación, en la que ora el Espíritu en nosotros, nosotros somos hijos de Dios. La nueva creación no es otra cosa que un nuevo nacimiento de lo alto. Como dice Jesús en Juan 3,5; cuando habla de nacer del agua y del Espíritu. San Agustín dice: “Por la primera creación somos hombres, por la segunda somos cristianos”. El ser cristiano es una decisión, una determinación, una elección que nace del reconocimiento de ese llamado que Dios nos hace a pertenecerle. Santo Tomás de Aquino decía: “Conviene que por aquellas cosas mediante las cuales al principio las criaturas han salido de Dios, por esas mismas se produzcan también su regreso a Dios, por lo tanto así como hemos sido creado por medio del hijo y del Espíritu Santo, del mismo modo por medio de ellos somos conducidos hacia el lugar donde Dios nos quiere en plenitud, el cielo, la eternidad”. Santo Tomás ha construido toda su doctrina teológica, sobre este esquema, las criaturas salen de Dios y las criaturas vuelven a Dios. Salen de Dios en el acto creador por obra de Cristo en el Espíritu vuelven a Dios en Cristo por la vida en el Espíritu. Salimos de la mano del creador y por la mano del creador volvemos a Dios. No se puede pegar la vuelta a Dios si Dios no interviene. Es la gracia lo primero, en el acto creador y es la gracia lo que en segundo momento nos hace volver a Dios. Esta manera de plantear la cosa nos permite descubrir la verdad de aquello que mencionábamos antes citándolo a Pablo, “En Cristo por la vida en el Espíritu, vivimos, nos movemos, existimos”. Al comienzo, al medio y al final del camino Dios en Cristo por el Espíritu Santo nos quiere viviendo en plenitud.

El salmo 19 es un canto al gesto creador de Dios expresado en el sol, como el que brilla, nos trae la luz y el que da calor, el que cobija y el que permite que toda la creación viva y se renueve en la vida y así reza el salmo. Así como el sol nace en un extremo y se pone en el otro y nada queda lejos de su órbita y todo el calor que él expande cobija a todos, así el Espíritu de Dios estuvo junto a nosotros, los hombres, desde el principioy en toda la economía de la redención al principio, a mitad de camino, al final del camino, siempre envueltos el Él, en su presencia. Pegar la vuelta a Dios para renovar nuestra vida, necesitamos reconocer esta presencia de novedad que nos envuelve en el Espíritu y que nos invita a la nueva creación. Todo nuestro ser y particularmente aquellos lugares donde la vida está llamada a ser plena, ser colmada, necesita de esta gracia y de este don, que brota de la mano de Dios a raudales, a borbotones, que no tiene límites, de tal manera a tomado nuestro corazón que allí donde la vida más nos cuesta sea transformada por su presencia, allí donde tenemos que decidirnos por ser verdaderamente felices, solamente lo somos cuando al igual que el hijo pródigo, uno se dice así mismo, volveré, volveré por el camino, al la casa de mi Padre, pegaré la vuelta. Esta conciencia de volver a nacer, que se despierta en lo más profundo de nuestro ser, esa decisión de encaminarnos para esa realidad y ese camino que se abre delante de nosotros para poder hacerlo, es fruto de la gracia del Espíritu. La vida es un peregrinar pródigamente a la casa del Padre, atraídos por este don maravilloso del Espíritu Santo que viene a nosotros para hacernos regresar al lugar de donde salimos, con una decisión en libertad, movidos por su presencia. Para eso el Espíritu viene a saciarnos con su presencia y a liberarnos de nuestros vacíos interiores más profundos.

 

 

                                                                                  Padre Javier Soteras