Las Manifestaciones Del Espíritu Santo

martes, 2 de junio de 2009
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    El Espíritu Santo, hace nuevas todas las cosas.
    Creo que en este tiempo, contemplamos un paisaje con mucho desencanto, y por eso creo que, desde la fe, es el Espíritu Santo el que puede realmente regar y empapar esta tierra seca que es la inteligencia humana, disecada con tantas, santísimas distinciones. El Espíritu Santo es el que puede consumir y al mismo tiempo fundir tantas visiones, tantos fragmentos, tantos pedazos de humanidad investigados, explorados desde tantas diversas y riquísimas disciplinas (distinguir para unir).  Creo que es el Espíritu Santo el “Dedo poderoso de Dios” el que puede hacer de cada una de las libertades conquistadas y declamadas, verdaderos procesos de liberación reales, que alcancen la vida concreta y cotidiana de la gente. Creo que es el Espíritu de Dios esa Paloma que se posa con suavidad sobre el alma del ser humano, el que es capaz de volver a hablarnos de paz de un modo diferente.
    Es el Espíritu Santo el que nos anima a seguir caminando, a seguir cruzando este desierto ideológico, filosófico, de pensamientos, de proyectos, de sueños, de esperanzas. Sólo El puede hablarnos de esperanza.

    “Les conviene que Yo me vaya para que venga el Espíritu” Dice un teólogo “El Espíritu es a Jesús como Jesús es al Padre”. Así como el Padre envió a Jesús, Jesús envía al Espíritu ¿Qué es esta transferencia de mandatos, de envíos? Es la riqueza del Amor, que lejos de monopolizar, comparte, distribuye. De alguna manera: se hace comunidad.
    Nos dice Jesús: “el Espíritu les va a recordar –buena falta nos hace- y les va a enseñar cómo seguir en el camino”.
El Espíritu Santo es la Gloria de Jesús así como Jesús es la gloria del Padre. Cuando Dios quiso estar más cerca del hombre, envió a su Hijo hablando, escuchando a los hombres, sanando, tocando, y dejándose tocar. Y cuando Jesús tiene que irse y quiere estar más cerca nuestro, nos envía al Espíritu. Así que para nosotros el Espíritu tiene que ser tan real como Jesús hombre lo era para sus contemporáneos. El Espíritu es quien hace real la persona de Jesús. Es su manera de “tocarnos”, de hablarnos, de sanarnos, de guiarnos, de orientarnos. “Nadie puede llegar al Padre sino por Mi” dice Jesús. Y también nos dice “Nadie puede decir Jesús es el Señor si el Espíritu Santo no se lo revela”. El Espíritu es quien le da sentido y fuerza a nuestra vida.
    Cuando los discípulos no reconocen a Jesús, ¿quién actúa en ese reconocimiento sino el Espíritu?. Busquemos los rostros del reconocimiento en la Palabra de Dios. Son todos rostros simbólicos, y como todos los símbolos, tienen distintas significancias.  El símbolo siempre es polivalente: tiene distintos valores. Voy a tomar algunos elementos que me parece son las formas, la sustancia, los símbolos con los que el Espíritu Santo se va presentando tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.  Estas son imágenes muy bonitas a través de las cuales hoy el Espíritu quizá pueda decirnos algo.
Una de esas imágenes tiene que ver con el “fuego”: “La nube del Espíritu cubrió la carpa del encuentro y la gloria del Señor llenó la morada. Moisés no podía entrar en la carpa”(Ex 40,36)  La carpa del encuentro era el “templo itinerante”. Esta larga y penosa marcha del pueblo cruzando el desierto tiene en esa carpa el lugar de encuentro con Dios. En todas las etapas del camino, cuando la nube se alzaba alejándose de la morada, los israelitas levantaban el campamento. La nube acompañaba el paso de este pueblo.
Decir “fuego” en el desierto es decir: más aridez, más calor, más quemazón. El Espíritu en el desierto es una “Nube” durante el día, y “fuego” durante la noche, la “columna de fuego” que protegía y guiaba, y que determinaba cuándo eran los momentos de avanzar y cuándo los de reposar.
NUBE Y FUEGO, SOMBRA Y LUZ. El Espíritu es el que sabe ver ambas dimensiones. Y que también es ritmo: este es momento de avanzar, y éste es momento de reposar. En esta marcha histórica del pueblo que cruza el desierto, es el Espíritu el que conoce el verdadero ritmo de avances y retrocesos, de caminata y reposo. Es el Espíritu el que da fuerzas. Tal vez no revela todavía el final, no está a la vista, no está en el horizonte aún la tierra prometida, pero es una señal que se ve y que alivia. Y se sabe que está con nosotros, vigila nuestros sueños. El fuego protege nuestras noches. Feliz el pueblo que siga a esta Columna.
Tu amor en mi es como un fuego, un fuego, tu amor en mi
Tu amor en mi es como el viento, tu amor, un viento en mi
Entre los ritos del Pueblo judío, había sacrificios extraordinarios: los holocaustos. Allí el fuego venía desde el cielo como un rayo. Era un fuego sagrado y quemaba toda la víctima hasta el final. Ahí podemos empezar a hacer asociaciones interesantes con Jesús como víctima propiciatoria. Los Evangelios se encargan de marcar que Jesús como Víctima propiciatoria dio hasta la última gota de sangre –para el pueblo judío, en la sangre estaba el alma de la persona- .
En 1Sam 2,17 se relata que los hijos de Elí eran unos canallas que no reconocían al Señor ni respetaban los deberes de los sacerdotes para con el pueblo. Cada vez que alguien ofrecía un sacrificio venía el servidor del sacerdote con un tenedor de tres dientes, lo metía donde se estuviera cocinando la víctima, y todo lo que recogía el tenedor se lo guardaba para él, incluso antes de que se consumiera la grasa. Tomando la imagen de el fuego como lo que “consume, purifica, se propicia la entrega a Dios de nuestros ofrecimientos, fuego que viene del cielo para quemarlo todo hasta el final”, es también para nosotros una imagen muy bonita de cómo hincamos el tenedor, de cómo andamos en regateos y medias tintas en nuestros ofrecimientos. La Palabra dice “somos ofrendas vivas”. Podemos hacernos la siguiente pregunta ¿cuál es mi ‘tenedor’? ¿con qué parte me quedo?. El sacrificio es todo en el altar, todo al fuego, nada de medias tintas: la entrega a medias tintas trae roces, dudas, insatisfacción, ‘desgarra’ la carne en idas y venidas, pierde firmeza. Cuando me ofrezco en el altar del fuego del Espíritu santo El me toma todo entero. El Señor es Fuego devorador (Hebreos 12,29), Amante celoso. En el horno de la humillación se quema la escoria (Ecl).
¿Qué quiere decir para nosotros hoy esto? Que la vida fácil, cómoda, la entrega regateada, no revela el tesoro de nuestro ser. El alma que no sufre en ningún momento, no brilla, así como no brilla el oro que no pasa por el crisol del fuego. La mediocridad anda en temperatura media que no purifica. Los místicos hablan del Espíritu Santo como una herida de amor que quema. Al amor se lo representa siempre como un fuego: algo que arde, que quema.
Jesús dice “He venido a traer fuego al mundo, y cuánto desearía que estuviera ardiendo”.
¿Quién no ha pasado un rato contemplando un leño ardiendo? El fuego asume lo que consume: abraza todo, funde todo, no discrimina nada, consagra, devora. Ese fuego es el que estamos necesitando en nuestra vida individual, eclesial, social: fuego que abraza, consume, da calor. Fuego que vela de noche, que alumbra en la oscuridad, y al mismo tiempo fuego devorador.

Fuego Santo, ven y arde, haz de mi barro una nueva creación
Fuego Santo, ven y arde. Trae al mundo la fuerza de resurrección
Fuego Santo, ven y arde, eres potencia de nueva creación
Dulce Huésped, ven y arde, eres fuerza y vida de salvación
Desde el abismo clamamos “Fuego santo, ven! Luz Divina ¡Ven!
Tráenos al mundo la fuerza de resurrección
Jesús, Pastor de los hombres, la sed de amor consume tu corazón
En la Pasión bebes todas las almas
Hacia el Padre exulta alabanza
Tu amor en mi, Padre Eterno, muele y desangra mi corazón
Pues el Amor no es amado en el mundo
Envíame a predicarle tu santa pasión

…nos muestra un Dios legislador de nuestra vida que quiere mostrarnos cómo funcionamos mejor.
El Pentecostés de la época de Jesús celebraba asociando o recordando la Alianza de Dios con su pueblo. La manifestación de Dios a Moisés es una de truenos y relámpagos, columnas de fuego…
    En el Nuevo Testamento Pentecostés trae la ley, no escrita en tablas de piedras: la inscribe en el corazón. No deja preceptos, no deja mandatos: deja la presencia misma de su Espíritu. Viene a sellarse una Nueva Alianza con una Nueva ley.
    Antes era el altar donde se realizaba el holocausto donde el fuego tomaba por completo la víctima propiciatoria del mal y lo quemaba por completo. Las lenguas de fuego sobre la cabeza de los apóstoles es signo de que son ahora esos los nuevos altares, porque es allí donde descansan estas lenguas de fuego, que –como en la zarza- no consume, no quema, no hace desaparecer la sustancia. Es un fuego que hace ruido, suena en el aire. En definitiva, lo que suenan son las maravillas de Dios, porque el primer fruto de ese fuego es que los Apóstoles comienzan a hablar en lenguas desconocidas. Una interpretación de esta Palabra es la voluntad de este Espíritu de ser comunicación, entendimiento. Acá el Espíritu Santo no devoró la víctima. Devoró el miedo, la incomunicación y el individualismo. ¡Cuánto gozo! Aquel que lloraba de miedo antes que cante el gallo, ahora se alza ante la multitud a proclamar que Jesús ha resucitado. Acá, lo que quema el Espíritu Santo, es el miedo, el individualismo..
    Qué lindo preguntarnos: ¿quién habla para mí un idioma incomprensible? ¿a quién no entinedo? ¿quién no me entiende? ¿quiénes me son extranjeros?
    Qué lindo pedir el Espíritu Santo para estos idiomas incomprensibles que hoy en Argentina no pueden entenderse ni comunicarse.
    Qué lindo animarse  a creer, y a pedir esas lenguas de fuego. ¿Qué haremos sin el Espíritu Santo? ¿Cómo podremos entendernos, romper nuestros miedos, vencer nuestros individualismos y entrar en esta ‘borrachera de gozo’ sin el Espíritu Santo?

Cúbreme, abrázame y escóndeme bajo tus alas oh, Señor
No me dejes ir, deja que sienta de tu gracia y de tu amor.

Los símbolos son como “volcanes” que cada tanto entran en erupción y arrojan nuevamente la lava desde su centro, y es bueno aceptarlo así. Entonces: hay muchas interpretaciones, muchas lecturas que se pueden hacer de los símbolos religiosos, de la Biblia, unos más ricos que otros. Esa es la maravillosa riqueza de la Palabra de Dios.
    Los símbolos tienen muchas interpretaciones, porque Dios habla muchas lenguas y cada uno la entiende en su propio idioma.
Es Espíritu Santo se nos presenta a través de estas imágenes: fuego y agua

    Hay un relato del Evangelio que remite a un relato del Exodo y que pone la imagen del Espíritu Santo como el “Agua”. “toda la comunidad de los israelitas partió del desierto y siguió avanzando por etapas conforme a la orden del Señor” (es lo que se conoce como la ‘fiesta de las chozas’). “El pueblo no tenía agua para beber, y acusaron a Moisés y le dijeron: ‘danos agua para que podamos beber’ Moisés respondió: ¿por qué me acusan? ¿por qué provocan al Señor? Pero el pueblo torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo ‘¿por qué nos hiciste salir de Egipto? ¿sólo para hacernos morir de sed junto con nuestros hijos y nuestro ganado?’ Moisés pidió auxilio al Señor diciendo ¿cómo tengo que comportarme con este pueblo si falta poco para que me maten a pedradas?’ El Señor respondió ‘pasa delante del pueblo acompañado de algunos ancianos y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo, porque yo estaré delante de ti allá, en Horeb, sobre la roca. Tú golpearás la roca y de ella brotará agua para que beba el pueblo’ Y así lo hizo moisés. Aquel lugar recibió el nombre de ‘Masá’ que significa “provocación” y de Meribá, que significa “queja” a causa de la acusación de los israelitas  porque ellos provocaban al Señor diciendo ‘¿el Señor está realmente entre nosotros o no?” (Ex 17)” “…para qué habremos dejado los ajos y las cebollas de Egipto…”
Otra queja en el Evangelio: la de Pedro: “hemos trabajado toda la noche y no pescamos nada…”

¡Cuantas veces habitamos el “país de Meribá”, el “País de la queja”!. ¡Cuántas veces nos decimos ‘¿para qué habré dejado mi cómoda vida’? ¿por qué lo habré entregado todo? ¿por qué no calculé mejor? La queja no es lo mismo que el reclamo. A veces, en lugar de reclamar nos quejamos. El lugar de la queja es un lugar tramposo: cuando nos instalamos ahí, hay aridez, hay sed, hay desierto. El pensamiento especulador, calculador, abre grietas en el alma. Cuando empezamos a preguntarnos si no nos habremos equivocado al entregarnos 100% a una causa: acá comienza el regateo, la queja. Aquí comienza la aridez.

    En el relato del Evangelio en que se estaba recordando la fiesta de las chozas, cuando Moisés hizo brotar agua de la roca ( Jn 7,37) En medio de la ceremonia, Jesús se para y exclama “El que tenga sed, que venga a mi y beba, porque, como dice la escritura, ‘de su seno brotarán manantiales de agua viva’”. Aquí está simbolizando que la “Roca golpeada” es El, y de El brotan manantiales de agua viva. Juan se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en El. Aquí está el Espíritu en la imagen del Agua: “Yo soy la roca golpeada. Yo soy el manantial del que tiene que beber el que realmente tiene sed.
¿Qué otra sed hay en las entrañas de nuestra alma? ¿qué sed hay en las entrañas de este momento histórico? ¡Qué necesidad de que realmente esta agua broten para nosotros en el nuevo templo que es el cuerpo de la Iglesia! El Espíritu que alivia esa sed de abundancia y de promesa, el Agua que mueve, que inunda donde tenemos grietas, donde no damos frutos, donde uno no nace del Agua y del Espíritu como Jesús le dijo a Nicodemo.

“El Espíritu del Señor está sobre mí. El me envió a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la liberación de los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los cautivos y a proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4,19)

Gabriela Lasanta