10/04/2020 – Compartimos el segundo anuncio de nuestro retiro radial de Pascua:
“Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró. Lucas 23,33-46
“Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró.
Lucas 23,33-46
Mucho silencio, pocas palabras y un gesto grande, la entrega de Jesús en la cruz. Este es el modo como queremos acompañar a Cristo que hace ofrenda de su vida en el misterio del calvario como lugar de entrega. Y queremos acompañarlo con un corazón que adhiere a esta invitación que el Padre nos hace en Cristo Jesús y también nosotros animarnos a ofrendarnos con Cristo, atraídos por el lenguaje de su amor. La exigencia del amor, no es exigencia, es atracción seductora que pone a nuestra vida en sintonía con el misterio grande de misericordia con la que el Padre nos bendice en Cristo Jesús, y desde ese lugar nosotros queremos estar al pie de la cruz junto a María y dejar que el Señor nos diga las palabras que tenga para decirnos y que el silencio elocuente de su ofrenda nos gane el corazón. La elocuencia del silencio que habla mas que todas las palabras que nos llegan, nos dice mucho.
¿Qué me dice la cruz cuando la contemplamos? ¿Qué me dice Jesús desde la cruz en el silencio?
Un gran silencio se cierne sobre toda la tierra, dice la palabra, y de repente todo parece estar en comunión con el misterio del silencio que acompaña el camino que Jesús recorre hacia el calvario.
Él está en silencio, la Palabra con la que todo fue hecho y todo fue creado, no emite sonido, solo expresión de dolor, de sufrimiento hasta que en medio del silencio algunas palabras comienzan a escucharse.
La primer palabra que se escucha tiene que ver con una síntesis simple, sencilla de la centralidad del mensaje de Jesús y la diferencia de su modo de entender la ley de otros modos de entenderla: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!
Lo había predicado y lo había anunciado, amen a sus enemigos, rueguen por los que los persiguen, hagan el bien a los que los odian. Ahora Jesús expresa al Padre esto en suplica, intercede por los que lo están ajusticiando. Podría haberse defendido? podría haber mendigado perdón a sus ejecutores? Podría haberle pedido al Padre que lo librara de aquella suerte? Lo hizo pero contempló su oración con la expresión de entrega. Que diré ahora, Padre líbrame de esta hora, si para esta hora he llegado. Y esa misma expresión se amplía en Getsemaní cuando Jesús dice, no se haga mi voluntad sino la tuya. Y la voluntad del Padre es que todos se salven, por eso Jesús en sintonía con la voluntad del Padre y más allá de las injurias, los insultos, los desprecios, el querer ningunear su ministerio, el querer callar todo lo hecho y por sobre todo el dolor moral de que los hacen objeto, en medio de todo eso, Jesús dice: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!
Una segunda palabra brota desde el silencio de esa hora crucial de la vida de la humanidad. La humanidad está en la cruz y allí puede más el silencio que las palabras. Es como si encontráramos al final de la vida de Jesús el prólogo que habla de todo el libro de su vida. Hoy estarás conmigo en el paraíso, le dice Jesús a uno de los que está siendo ajusticiado con él. Un ladrón que pide justicia, un ladrón que reconoce que ha hecho daño. Pero él ¿qué daño ha hecho para que esté como nosotros? una palabra de Jesús llena de compasión, tal vez el sentimiento más entrañable del corazón de Cristo este dicho en esta expresión casi imperceptible por el ahogo, por el dolor, por el cansancio. Hoy estarás conmigo en el paraíso. Así se lo dice a Dimas, el buen ladrón. Así también nos lo dice a nosotros si de verdad nos reconocemos también injustos y pecadores y nos dejamos alcanzar por él, por su entrañable amor. La segunda palabra que el Señor dice es: Hoy estarás conmigo en el paraíso! Hoy te quiero junto a mí! Hoy el reino de Dios comienza a instalarse en tu vida si aceptas la ofrenda de mi vida, si reconoces tu pecado y mi posibilidad de poner un orden nuevo en tu vida. Hoy te regalo un orden nuevo para tu vida.
Se han repartido las vestiduras de Jesús, sin duda el tejido de esta pieza única ha sido obra de María, por lo tanto entre los soldados han querido rasgar el símbolo de pertenencia a su madre con el que Jesús es revestido en aquella tarde, pero del corazón de Jesús, a pesar de estar partido, no han podido arrebatarle su sentimiento profundamente mariano, su pertenencia a María. El corazón de Jesús es un corazón mariano, formado por María, y entre las palabras que Jesús dice, nadie le quita del corazón lo que está escondido en él, y por eso en la tercera palabra Jesús nos ofrece a María.
Mujer, aquí tienes a tu hijo, hijo, aquí tienes a tu madre. No solamente no le han rasgado del corazón el sentimiento mariano sino que lo ha multiplicado, el vínculo entrañable que Jesús tiene con María se multiplica, da mucho fruto, adquiere a muchos más hijos, lo ha dicho él en la palabra, cuando el grano de trigo muere da mucho fruto. El grano de trigo está muriendo en la cruz y ha dado fruto mariano. Muchos encontramos en María gracias a la ofrenda de Jesús, a la madre que nos guía, que nos sostiene, que nos alienta con su lenguaje materno en nuestras luchas, la que intercede. María, la palabra pronunciada por Jesús cuando entrega su vida.
Ahí está el hombre, ha dicho Pilatos en el pretorio, “este es el hombre”, despojado de sus vestiduras, el hombre maltratado y flagelado, el hombre escupido y burlado. Ahí está el hombre coronado de espinas, el hombre bajo el signo del dolor, bajo el signo del sinsentido. Ahí está el hombre, que sin tener pecado, está marcado por el pecado. El Hombre, Jesús, el modelo de humanidad está enfrentando lo que no es. Le está poniendo nombre a lo que no es. El pecado va golpeando la carne de Jesús, el pecado va humillando la identidad de Jesús, el pecado va moretoneando en cada caída los miembros de Jesús, el pecado lo ha crucificado a Jesús.
El pecado es la ausencia de Dios, el pecado es el sinsentido de la humanidad, el pecado es la herida profunda que el hombre tiene en lo más hondo de su corazón, el pecado es no saber hacia dónde ir, el pecado es decir no hay mañana, el pecado es la sombra, es la oscuridad, el pecado es la sensación de que todo ha sido librado a nuestra propia suerte, que estamos abandonados. Jesús – dice Pablo- se hizo pecado por nosotros.
Quizás sea desde este lugar de la cruz donde Pablo entienda la expresión casi escandalosa que utiliza al decir: Se hizo pecado por nosotros.
Que quiere decir se hizo pecado por nosotros, quiere decir lo que Jesús expresa en la cuarta palabra en la cruz: ¿Padre, porqué me has abandonado?
Ensangrentado, golpeado, maltratado, con el polvo sobre sus heridas, Jesús va caminando desnudo, desnudo también es puesto en la cruz, ya totalmente ahogado por el peso de su cuerpo sostenido por sus brazos, de asfixia se moría en la cruz. En ese estado se encuentra el Maestro, quien pronuncia la quinta palabra, casi inmediatamente después de la cuarta. Después de decir que siente el abandono dice de la sed que hay en él: Tengo sed!! como una necesidad primaria, el Hombre muestra toda su fragilidad, toda su vulnerabilidad, toda su pobreza, todo su necesitar, la sed que expresa Jesús es la que brota de lo más hondo de su ser, él que ha dicho que de nuestra interioridad brotarán torrentes de de agua vida y que no es otra cosa que su presencia escondida ahora, está diciendo que esa agua se ha agotado, está agotado Jesús, lo ha entregado todo, todo su ser se ha ofrecido. Es más, cuando sea atravesado por la lanza del costado brotará esa agua de su costado. Jesús tiene sed, sed de vos y de mí. Tiene sed de ver en nosotros el agua que le dé de beber, casi es una parábola que completa el vínculo de Jesús con la samaritana. Tengo sed, y en aquel encuentro sabemos que Jesús tenía sed del corazón de ella. Cuando Jesús dice tengo sed percibe que el hombre no tiene posibilidad de darle de beber de la sed que él tiene, porque tiene la sed de lo divino en el vínculo con el Padre y el Espíritu. De esa sed grita Jesús, tiene sed del encuentro definitivo, tiene deseos de terminar con aquella historia de muerte, de dolor, con ese agobio interminable de enfrentamiento con lo que no es. Tengo sed de encontrarme con lo que es. Tengo sed.
Todo está consumado, todo se ha terminado.
¿Qué es lo que ha terminado, qué es lo que ha sido consumado?, ¿es que Jesús está vencido, que ya no lucha más? o es que ha vencido? que es lo que se ha terminado, su vida o lo que él enfrentó? Lo segundo, todo se ha consumado, todo ha llegado a su plenitud. El amor pudo más que el odio, el Amor pudo más que la venganza, el Amor pudo más que la desesperanza, el Amor pudo más que la oscuridad y que el sin sentido, el Amor puede mas, todo se ha consumado. El Amor consuma todo, el Amor ha vencido.
Ahora sí, con todo consumado el anhelo de Jesús de estar con el Padre se hace ofrenda y la contención del aire que sostenía su pecho erguido mientras el ahogo ganaba su corazón, desde lo más hondo de su ser, grita Jesús: En tus manos Padre, encomiendo mi espíritu!! y lo exhala y muere.
Es el Amor el que está en la cruz y es la palabra de Amor en la cruz la que pronuncia sobre nosotros palabras que atraen con su lenguaje entrañable con el que Jesús desde la cruz nos habla y nos invita a seguirlo.
Te invito a que te dejes atraer por lo que la cruz en el silencio y en pocas palabras te invita a vivir en este tiempo, que adores la cruz de Cristo y que allí escuches lo que el Señor te dice y cuanto te ama.
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