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Le suplicó de rodillas “si quieres, puedes limpiarme”
jueves, 17 de enero de 2008
Lectura: Marcos 1, 40-45
“Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: – Si quieres, puedes limpiarme. Jesús compadecido extendió la mano, lo tocó y le dijo: – Quiero, quedas limpio. Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. Entonces lo despidió advirtiéndole seriamente: – No se lo digas a nadie. Vete, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les conste que has quedado sano. Él, sin embargo, tan pronto como se fue, comenzó a divulgar entusiasmado lo ocurrido, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados y aún así seguían acudiendo a Él de todas partes.”
Palabra de Dios. Gloria a Ti Señor Jesús.
Hoy meditaba el Evangelio y decía “mi mundo, nuestro mundo”. Cuánta carga de dolor tiene nuestro mundo. Cuánto clamor, cuánta súplica. A veces ese dolor hace que la gente se ponga violenta. A veces las personas están padeciendo situaciones tan especiales, que parece que nadie hay para comprender, no hay corazones. Parece que no hubiera contención. Cuánta gente tiene esta decisión en su vida, de vivir una experiencia de aislamiento. Realmente de una angustiosa soledad. ¿no?
Cuántas lágrimas, y cuántas, detrás de esas lágrimas que manifiestan como el desangrado de un corazón que está dolido. También cuántos pensamientos y ganas de tantas cosas. Sobre todo de ver que no hay soluciones y a veces, la gente piensa más bien en morir, ¿no? Cuántas veces habremos pensado “¿Para qué estoy en la vida? Qué inútil que soy”, “qué poco valor que tengo, no tengo fuerzas”, “no puedo cambiar.” Cuántas veces frente a lo que está en mis manos, como papá, como sacerdote, como educador, como trabajador, soy un inútil, no sirvo.
Qué manera de tener tantos sentimientos contrarios a lo que yo quisiera, ¿no? Cuánta experiencia de insatisfacción, de inutilidad se vive en nuestro tiempo. Digo caramba, no, cuántas propuestas hay para el hombre, sin embargo cuántas insatisfacciones hay en el ser humano. Y estamos percibiendo esto, en nuestro alrededor, en nuestra gente. A veces en nuestros parientes, en nuestros hijos, nuestros abuelos, o nuestros padres.
Estaba contemplando todo esto, mirando mi mundo, ¿no? Qué experiencia de dolor y de falta de contención hay en nuestro mundo. Yo digo, es como un gran lenguaje, que está clamando por un hombre nuevo. Por el resurgir de un hombre que sea capaz de tener, de sanar, de recuperar, de volver a dar confianza, de dar credibilidad. Ese otro de los dolores, la falta de credibilidad.
Cuántas veces cuesta creer. Una de las cosas que está herido, que está enfermo el corazón humano es la desilusión. Realmente, en cuántas personas hemos creído, y nos han desilusionado. Cuántas personas han hecho de que nos quedemos tristes en la vida, como sin fuerzas, sin rumbo, sin sabor y sin ganas. En definitiva,
somos afectados en la esperanza.
Esta terrible mirada sobre nuestro acontecer, sobre nuestra realidad, nos lleva también, a escuchar el Evangelio como una voz que resuena en el silencio del dolor humano. Que hace como un eco. El Evangelio, yo no sé por qué, pero tiene una especial posibilidad de llegar hasta los que sufren. Tiene esa calidad. Jesús tomaba contacto con el dolor.
Una persona sufriente, sin sentido, sin ganas, herido, con la enfermedad de su tiempo. Y hoy con las enfermedades de este tiempo. Si ayer curó Jesús al leproso, devolvió la vista al ciego, recuperó al sordo, al paralítico, resucitó al muerto. ¿Hoy qué? ¿Ya no está Jesús? ¿Ya no actúa Jesús? ¿Ya no es sensible Dios?
Creo que, el Evangelio tiene especial un eco, en esta experiencia de dolor. Si Dios, en su causalidad ha permitido, una experiencia de dolor, de inseguridad, de soledad, de insatisfacción profunda en nuestro tiempo, si ha permitido esta “enfermedad”, digámoslo entre comillas, quizá también es porque quiere como Padre permitir que esta voz del Hijo, que este acontecer del Hijo, que este existir del Hijo en medio de nosotros, que es el Evangelio viviente, Jesús tenga algo que hacer en nuestros corazones.
El Evangelio nos está planteando cómo encontrar esperanza en esta situación, sobre todo a nuestras lepras, a nuestros dolores, a nuestras enfermedades, a nuestras impotencias. Aquello que nos inhibe, que no nos deja ser seres en comunidad, que no nos permite relacionarnos, vivir normalmente. Todas las enfermedades, que a veces no son físicas.
Hoy vemos muchas enfermedades que no son físicas. Y gracias a Dios, nos hemos dado cuenta de que muchas cosas que nos pasaban eran enfermedades. ¿Usted sabe lo que es poder determinar una enfermedad desde el principio de la salud? Aunque no me sale. Cuando yo voy a un médico, porque me aqueja una dolencia, y voy con un mundo de fantasías. Porque ya me imaginé que me atacó el páncreas, que tengo un cáncer de hígado, o de colón. Entonces me hago… Y voy al médico, y me trata con una paz, con una naturalidad y me da una certeza “no, no a usted le pasó tal cosa, los síntomas son claros, tómese esto”. Y uno se va ya como distendido, porque encontró el sentido de lo que le aquejaba.
Quizás eso es algo que tenemos que considerar en nuestra vida. Un camino de esperanza es también reconocer nuestras dolencias.
Primera pauta para la esperanza, frente a nuestras dolencias morales, afectivas, físicas, nuestros problemas, las cosas que nos superan y nos desesperan un poco.
Un camino de esperanza.
El testimonio del encuentro entre el leproso y Jesús.
“Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas.”
Yo me pregunto si ante lo que nos pasa hemos suplicado. Por ahí, como que nos acostumbramos a escuchar estas palabras y no percibimos el acontecimiento. Yo invito a todos a contemplar silenciosamente, sin pensar demasiado, usando la imaginación esta primera frase “A Jesús se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas.”
Cuántas veces Dios, que está deseoso de poder ayudarnos y de darnos las respuestas a las necesidades que tenemos, está esperando la súplica. No porque quiere humillarnos, sino porque quiere que
reconozcamos nuestra pequeñez.
Y que asumamos nuestra pequeñez y que no vivamos solos.
Y además la súplica, en el decir de San Agustín, favorece el deseo. Cuando yo tengo que suplicar, tengo que matar mi orgullo, suficiencia. Tengo que reconocer mi pequeñez, y tengo que acudir al Señor desde mi pequeñez. Entonces, humillarse no es perder la dignidad.
Frente a Dios hacerse pequeño es ganar la dignidad.
Cuando nosotros nos tenemos que humillar frente a otro, sentimos que perdemos nuestra dignidad. Por eso, porque tenemos ese armado en nuestra cabeza, esta prefiguración, este prejuicio, este filtro, por eso a veces estamos como duros y como armados frente al otro. También frente al mundo, frente a las personas, y frente a Dios.
Cuántas veces nosotros vivimos y nos comportamos con suficiencia. Como que si tuviéramos ya resueltas nuestras cosas, como si nosotros nos arreglamos solos. Y eso es una mentira. Vivir también es suplicar.
Por eso, la súplica que nos lleva y nos induce al camino de la humildad es también lo que va aumentando el deseo y va preparándonos para que el impacto de la Gracia sea mayor en nosotros. Esto hay que saberlo y nos lo decimos mutuamente en este día. Nos lo recordamos por si lo olvidamos.
Tenemos que aumentar nuestro deseo. Tenemos necesidad de hacernos pequeños frente a Dios. Tenemos que tener la verdad, y por tanto, reconocer, en verdad, que no podemos solos. Y que Dios es esencial a nuestra vida. Ponernos a los pies del Señor. Cuántas veces lo hemos dicho, ¿no? Qué lindo que lo ejercitemos un poquito cada día.
Hoy la Palabra nos invita a sembrar una nueva luz de esperanza en nuestro corazón, en nuestro horizonte. Haciéndonos pequeños y aprendiendo a suplicar. “Hace tiempo que vengo con esto”, “no le puedo encontrar el sentido, no lo puedo superar”, “siento que Dios no me escucha.”
Suplicar, hacerse pequeño, ponerse a los pies, estar de rodillas frente a Jesús.
Significa dejar de exigir, significa empezar a estar dispuesto.
Quizá esta expresión, esta figura “se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas”, nos está enseñando que nosotros también tenemos que simplemente dejar de hacer el esfuerzo, por transformar, por manejar o por sanar. Y empezar a tomar la actitud concreta de estar simplemente, empezar a estar. Con una súplica persistente.
Así como también tenemos que alabar con persistencia, en la necesidad tenemos que pedir con persistencia. No es que Dios no nos atienda. Simplemente, el Señor va aumentando el deseo. No te desanimes. Insiste y hazte pequeño.
Qué difícil es encontrar esperanza en el dolor, sobre todo, en el sufrimiento, frente a la muerte. Pero bueno, “el leproso se acerco y le suplicó de rodillas: – Si quieres puedes limpiarme.” Qué manera de hablar con Dios. Sabés que me llama la atención. Con qué frescura este hombre, es como que tiene la certeza de lo que le va a pasar. Aparte como despreocupado. Manifiesta como una despreocupación, me da la sensación, ¿no?
“Si quieres puedes limpiarme”. Pero cuánta fe hay detrás de esto. Cuánta confianza y cuánta certeza. Este hombre ha percibido primero que Jesús era posible, segundo se acercó, le habló con naturalidad y se sintió escuchado. Qué lindo ¿no?
Y la respuesta de Jesús “quiero, queda limpio”, con la eficacia correspondiente a la confianza con la que se hacía el pedido. Con la eficacia que obra Dios cuando confiamos en Él. Increíble.
Creo que el Señor está más interesado en nosotros, de lo que nosotros podamos percibir. Y creo que tenemos demasiados esquemas para poder vivir esta relación filial y de confianza. Creo que necesitamos realmente, que el Señor nos haga este milagro, frente a nuestra oración. Que nuestra oración tiene que ser quizá “Señor dános tu Espíritu”, para que Él sea nuestro Maestro interior, que nos vaya despertando a esa manera de orar y de relacionarnos con Él.
“Quiero, queda limpio”, dice Jesús y al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. Cómo puede obrar el Señor. Me hace acordar en cómo obró en María cuando la llamó, y le propuso la maternidad. La prontitud de María en la respuesta y la prontitud de Dios. El ángel se alejó, ya no tenía nada que hacer, estaba todo hecho. Ayer leíamos la 1º lectura de Samuel “- Samuel, Samuel, dice la voz. – Habla Señor que tu siervo escucha.”
Esa prontitud, esa confianza, ese estar atento y dispuesto. Son palabras, pero es el acontecimiento de la felicidad. La confianza es el fundamento que nos permite vivir el acontecimiento de la felicidad. No hay felicidad mayor que poder tener confianza y poder sentir que me puedo abandonar en el otro. Jesús es ese otro, que pasa a ser yo mismo, y que me invita a vivir en esta mirada, en esta actitud.
Contemplar este Evangelio para aprender cuánto quiere el Señor obrar en nuestro corazón. Cuánto tiene para hacer en nosotros, y qué deseos que tiene Jesús también.
En la Iglesia, enseñamos que nadie puede buscar a Dios (basados en la Palabra de Dios), si Dios no lo buscó primero. Si el leproso se acercó a Jesús, es porque Jesús ya se había acercado a él secretamente, para ganarle, para impulsar, para conquistar su corazón. Y el hombre obró en consonancia con esta cercanía misteriosa y secreta de Dios. Es que el Señor que nos quiere tanto, en esa manera humilde de proceder con nosotros, discreta, de movernos sin que nos demos cuenta.
El Señor nos ama entrañablemente, por eso nos busca y nos incorpora a Él, que es la luz, la Salvación, que es la sanidad, que es el sentido, que es el amor de Dios Padre. Que es Aquél en quien todo ha sido hecho, y en quien todo será reconstruido.
Jesús es la actualización de nuestra humanidad.
Es la posibilidad de nuestra plenitud, de nuestra felicidad y de nuestra paz.
JESÚS ES TODO PARA NOSOTROS.
Al escuchar este Evangelio del encuentro con el leproso, quizá podamos vernos identificados. Porque el Señor con certeza, nos está amando, y nos está buscando. ¿Tendremos el valor de ser humildes como el leproso, para buscar esa salud?
Jesús se compadece, extiende la mano y lo toca, y dice “quiero, queda limpio.”
Jesús siempre quiere.
Padre Mario Taborda
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