Libres para vivir el Evangelio

lunes, 17 de octubre de 2022

17/10/2022 – Compartimos la catequesis del día junto al padre Daniel Cavallo:

 

En aquel tiempo: Uno de la multitud le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ‘¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha’. Después pensó: ‘Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?’. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.

Lc. 12, 13 -21

 

 

1. La codicia y la avaricia endurecen el corazón y neurotizan la mente del hombre. Jesús no es abogado de un bufete para solucionar problemas de herencias y pleitos. Es el que nos ayuda a discernir el valor de las cosas, el peligro de la idolatría del tener, haciéndonos conocer que el dinero está al servicio del hombre y no el hombre al servicio de las cosas.

2. No sólo se puede ser avaro y codicioso de cosas o bienes. También lo podemos ser de “tiempo”, ” afectos”, ” ideas” ( que se transforman en ideologías y nos fanatizan).

Por eso cuando las cosas nos esclavizan o nos roban la libertad o nos hacen sufrir o nos crean nerviosismo o insomnios, pedimos la virtud de la confianza y generosidad.

3. El Papa Franciso en Gaudete et exsultate (164) habla de la corrupción espiritual, forma concreta en las que tanto la avaricia o la codicia nos enriedan:

 

La corrupción espiritual

164. El camino de la santidad es una fuente de paz y de gozo que nos regala el Espíritu, pero al mismo tiempo requiere que estemos «con las lámparas encendidas» (Lc 12,35) y permanezcamos atentos: «Guardaos de toda clase de mal» (1 Ts 5,22). «Estad en vela» (Mt 24,42; cf. Mc 13,35). «No nos entreguemos al sueño» (1 Ts 5,6). Porque quienes sienten que no cometen faltas graves contra la Ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o adormecimiento. Como no encuentran algo grave que reprocharse, no advierten esa tibieza que poco a poco se va apoderando de su vida espiritual y terminan desgastándose y corrompiéndose.