13/12/2024 – Compartimos la catequesis del día reflexionando juntos el Evangelio del hoy:
¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros:’¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!’.Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: ‘¡Ha perdido la cabeza!’.Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras”. San Mateo 11,16-19.
Comienza Jesús preguntando a quien se parecen los hombres de ésta generación. Está hablando de aquellos y estos, los de ésta y aquella generación. Esta generación, los contemporáneos de Cristo y ésta generación, nosotros contemporáneos, somos como dice Jesús niños caprichosos. Los judíos de su tiempo especialmente los más preparados y responsables demuestran no tener buena voluntad ante la persona de Jesús, ante el mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios. Algo que no fue exclusivo aspecto de Jesús, con Juan el Bautista se comportaron igual. La reacción de quienes no están dispuestos a recibir de buena voluntad la aparición de un nuevo orden es de una cierta actitud caprichosa, irracional, carente de sentido, falta de madurez, una actitud caprichosa.
El capricho es un encierro sobre si mismo, es una incapacidad de vincularse con la realidad de una manera cordial. Y eso enferma, uno está enfermo psicológicamente cuando no es capaz de vincularse con la realidad que le circunda desde su interioridad de una manera cordial, cuando la amenaza por razones internas o por incapacidad de enfrentarlas desde adentro de la que son verdaderamente externas puede más que un entrar y salir sobre la realidad con facilidad.
Hay situaciones en la vida en las que la realidad por su complejidad, por su variabilidad, por su cambio acelerado, profundo, continuo nos deja un poquito como fuera de foco. Sin embargo hay que empezar a buscar el foco. No hay que encerrarse en yo no entiendo, yo no sé, yo no voy aprender más. Es un problema de otro, los que tienen que resolver los que son responsables de esto. Es la mejor forma de permanecer en una actitud dependiente, propia de quien es infante, de quien es niño, de quien no quiere crecer. Jesús lleva por otro camino de hacerse cargo y por eso la centralidad del mensaje del Reino va a ser que aquel que lo quiera alcanzar en el seguimiento de Jesús se va a tener que hacer cargo. No es patear la pelota para otro lado. Es asumir, es hacerse cargo la posibilidad de empezar un camino de madurez por la vía de la sabiduría sacándonos de los encierros donde los determinismos nos han puesto en la situación de capricho que viene de la mano del voluntarismo, de la falta de racionalidad.No pasa por cerrarnos a la complejidad lo que resuelve las situaciones sino con madurez y adultez buscar los caminos.
Algunas consideraciones que nos llevan a salir del capricho. La raíz del capricho es la falta de conformidad con la realidad y las consecuencias del capricho son las personalidades inmaduras. Cada uno de nosotros tiene que dar un paso de madurez en su vida de crecimiento. Hay aspectos de nuestra vida que están reclamando hace un tiempo dar un paso adelante olvidándonos de lo que fue diría Pablo: me animo ir hacia delante, he sido alcanzado por Cristo busco alcanzarlo. Soltar lo que venimos viendo como modo y esquema de vida viene siendo para animarnos a uno nuevo tiene que ver con qué paso de madurez estoy llamado a dar en mi vida. El paso de la madurez en dialogo más afable, más razonable. El paso de madurez de un mayor compromiso con todo lo que tengo para dar lo guardo para conmigo.
Le preguntaron a Freud cuándo una persona es psicológicamente madura. El respondió: el hombre maduro ama y trabaja en libertad. Que hizo Freud. No hizo más que recoger la vieja sabiduría y formularla en sus núcleos. Los centros que configuran la vida es decir amar primero, la calidad de las relaciones interpersonales. Segundo el trabajo es decir nuestra relación práctica con el mundo que desde el amor nos invita a continuar con la hora primera de la creación coparticipando con Dios en la recreación. Una de esas grandes bipolaridades que estructuran al hombre es la que Freud plantea como el modo de construcción de un proceso de madurez. También podría traducirse así: intimidad y tarea, procreación y subsistencia, afectividad y praxis, familia y sociedad. Religiosamente hablando sería oración- contemplación y acción.
La frase de Freud resulta psicológicamente muy calificadora porque a los dos polos los sitúa dinámicamente en torno a la liberación. No dice Freud amar y trabajar sino amar y trabajar en libertad. Que sería esto? Es decir rompiendo con las dependencias, lo que cuenta es la calidad del amor en libertad. Es el amor oblativo. El máximo amor en libertad cuando la persona amante, la que ama, no lo hace en términos posesivos en todo caso va liberándose de la posibilidad propia del amor herido por el pecado, se anima a ir haciendo procesos de mayor entrega en el ejercicio del amor haciendo que el otro no sea una persona amada en función de mi sino en si misma en la dignidad que supone el hecho de ser amado como Dios la ama en libertad.No basta en el mundo ser eficaz en el trabajo. De hecho hay muchas personas muy eficaces en el trabajo. La sociedad de hoy produce mucha gente activa pero al mismo tiempo al no tener éste ejercicio de libertad interior en su accionar la persona se hace en su actividad ansiosa y suele ser el trabajo que está llamado a estructurar la personalidad madura un lugar de destrucción de la persona. De hecho existe la adicción al trabajo.
Que significa realmente vivir en libertad? La no dependencia de estímulos exteriores. El tener una cierta facilidad para controlar los condicionamientos pulsionales interiores. Esas reacciones de las cuales no somos dueño. Vivir en libertad sería tener señorío sobre si mismo. Tener la gracia de ser señor de nosotros mismos. Es decir tener la posibilidad de expresar en nuestro modo de ser el don de señorío con el que Dios nos ha invitado a participar.
Hay rasgos que definen a una persona madura. En esto de salir del capricho y entender que Dios nos conduce por caminos de madurez haciéndonos cargos de nosotros mismos cargando con nuestro propio peso descubrimos algunos rasgos desde la espiritualidad y la psicología que nos ayudan a entender de qué se trata esto de ser maduro a lo que hoy nos invita el Evangelio. La madurez combina la conciencia de la autoestima y al mismo tiempo la limitación. Es la posibilidad de superar la confusión que se da en la adolescencia entre el ideal de quien soy o estoy llamado a ser y la realidad. Cuando yo logro establecer un vínculo equilibrado entre el yo ideal y el yo real estamos ya no en la exigencia de ser sino en la posibilidad de ser. Cuando el deber ser propio del esquema fariseo que hoy denuncia Jesús se establece como código de ser, lo más fácil es que las personas terminen siendo infantiles en su vínculo ante la ley. Está llamada a seguir estando presente. Jesús no ha venido a sacar ni una como ni una tilde. Está llamada a estar presente pero internalizada. No exteriormente impuesta.
Cuando nosotros interiormente salimos del narcisismo adolescente confuso entre el yo ideal y el yo real vamos construyendo nuestra posibilidad de ser con la exigencia propia que plantea lo mejor. Aquello que San Ignacio manifiesta como la tensión hacia el cual el discípulo seguidor de Jesús habiendo encontrado su voluntad está invitado a más.
Es distinto que lo perfecto, el deber ser plantea lo perfecto, el más que plantea Ignacio está ubicándonos en la posibilidad de ser. Esa es la verdadera perfección adecuada a la circunstancia, al momento, a la realidad de la persona y su posibilidad de ser. Cuando la ley es aplicada con rigor lo único que hace es romper ésta posibilidad de ser y eso es deshumanizante.
Se crece en madurez personal cuando se hace un proceso de identidad desde dentro hacia fuera. Sin duda que en los procesos identificatorios de los valores vienen de la mano de los testigos que nos fueron acompañando en la vida: padre, madre, tío, abuelo, abuela, hermano, primo, amigo, educador, educadora. Sin embargo éstas realidades externas son testigos de los valores que nos invitan a crecer y madurar si no son internalizados actuamos pero no vivimos. Nos vinculamos imitando pero no nos vinculamos asimilando haciendo nuestro el proceso de madurez que contiene los valores que otros nos comunican. Se puede madurar sin un proceso de identidad personal cuando uno está llamado a dar pasos de madurez tiene que internalizar los valores que ha recibido.
Otra consideración es que hace falta saber lo que quiero. La persona madura sabe lo que quiere. No anda de acá para allá, no es como una vela en el mar que para donde sopla el viento va sino que tiene realmente un timonel muy claro en sus manos que conduce la vida, tiene la vida entre sus manos. El hombre maduro tiene una cosmovisión. No solo aprendió de los demás: familia, iglesia, sino que la ha elaborado a través de decisiones que ha tomado en la vida. Cuando uno actúa los valores que otros le enseñaron cuando tiene tomar decisiones y por eso a los hijos hay que darles los valores en términos de lo testimonial, del ejercicio de los valores que uno pregona y al mismo tiempo hay que dejar que la persona que recibe éste testimonio ayudarla que lo pueda actuar. Porque uno empieza a encarnar los valores sencillamente cuando los vive y no son como una teoría, como un gran ideal pero nunca como una realidad. La acción de los valores en el proceso educativo por parte de la persona que educamos viene de la mano de la confianza que tenemos en las personas que Dios puso a nuestro cargo y no una confianza a ciegas, con una presencia de acompañamiento. Soltarlos. No decir yo hice lo mío y ahora que ellos hagan su historia. No, es un soltarlo estando, aprendiendo a ubicarnos. Son niños, adolescentes, jóvenes que merecen un trato distinto de mayor paridad y basado en la confianza y del aporte de lo mejor que pueda hacer un adulto en la experiencia vivida no como condicionante sino sencillamente como referente.
En el proceso de madurez, de crecimiento es clave ésta dimensión de ubicación cuando estamos en educadores. Una personalidad madura es capaz de equilibrar sin mayores tensiones el corazón y la cabeza, la afectividad y la razón. Es como decía el Padre Mateo Bautista: es un corazón inteligente el maduro, es una inteligencia amante. La persona madura logra integrar la inteligencia a la caridad y a la caridad la hace de una manera inteligente. Su persona está integrada en plenitud. El hombre maduro se lo conoce porque se muestra como es sin tener que ocultar lo que siente, es transparente y autentico.